El amigo de
la infancia de La Villa de La Orotava; ANTONIO LUQUE HERNÁNDEZ. Remitió
entonces (18/09/1999) estas notas que tituló; “DOS RETRATOS DE MUJERES; DOÑA MARÍA BERNARDA DE SORIA – PIMENTEL
y DOÑA ELADIA XUÁREZ DE LA GUARDIA”.
Publicadas
en LA PRENSA, EL DÍA (SANTA CRUZ DE TENERIFE), sábado, 18 de septiembre 1999: DOÑA MARÍA BERNARDA DE SORIA – PIMENTEL. “…De entre las pinturas
de mujeres pertenecientes a la nobleza canaria, hay dos que desde siempre me
han fascinado por la apostura de la composición y el encanto propio de las
retratadas.
Uno representa a doña María Bernarda de Soria Pimentel y Machado
(1734-1778), una mujer en la plenitud de su belleza y seducción; el otro, a
doña Eladia Xuárez de la
Guardia y Soria Pimentel (1805-1844), una niña aristocrática
de radiante atractivo. Cercanamente emparentadas ambas, ya que la primera era
tía abuela de la segunda. Más de medio siglo transcurre entre uno y otro
retrato, por lo que en ellos podemos apreciar la evolución de la moda y el
cambio de estilo artístico.
La pintura de doña María Bernarda de Soria Pimentel se le atribuye
a José Rodríguez de la Oliva
«el Moño» (1695-1777), escultor y pintor que cultivó el retrato, temática en
la que obtuvo gran aceptación por parte de las autoridades y de la clase
acomodada de la época. Aunque, en opinión de Carmen Fraga, no fue maestro del dibujo y sus colores
son algo toscos, en el cuadro que nos ocupa supo captar la personalidad de la
retratada. La protagonista, no exenta de distinción y galanura, está de pie ante una pequeña mesa con un jarrón,
lleva una mano una flor y en la otra un abanico, se halla en un espacio que no
hace referencia a ningún lugar determinado. Su rostro es de facciones
regulares, con los ojos fijos en el espectador y un esbozo de sonrisa en los
labios. Hay mucho cuidado en la precisión de las joyas -collares y anillos-,
del aparatoso tocado, decorado con encajes, plumas y flores, así como del rico
vestido, falda plisada, blusa y pañoleta de gasa rematadas de encajes, todo
para hacer hincapié en su categoría y dar suficiencia y empaque a su figura
(1).
La Laguna es la primera población
de la isla de Tenerife, y como tal poseyó desde siempre autoridad y cultura. La
ciudad fue morada de próceres, liderados más de dos siglos por los Nava Grimón, marqueses de Villanueva del Prado,
promotores de las mejores causas y cuya famosa tertulia creó inquietudes, formó
opiniones y adoctrinó, y su brillo se extendió por todas las Canarias. Cuando
en 1796 visitó la isla el famoso botánico francés André Pierre Ledru, después
de conocerla entera, pudo afirmar: «Es indudable que durante el siglo XVIII, la
ciudad de La Laguna
era la población más importante del Archipiélago Canario, no tanto por su
situación y riqueza, cuanto por los
elementos de ilustración que encerraba en su seno».
Doña María Bernarda era lagunera e ilustrada, nacida el día 16 y
bautizada en Los Remedios el 26 de abril de 1734, hija de don Juan Bautista de
Soria Pimentel y de doña María de la Encarnación Machado
y Torres, que se habían unido en matrimonio el 23 de noviembre de 1730. La rama
paterna de la familia era remotamente originaria de Normandía; pertenecía a la antigua nobleza de Canarias.
El bisabuelo de María Bernarda, don Juan
Ignacio de Betancourt, era natural de
Guía, en Gran Canaria; casó en La
I Laguna el año 1677 con doña María de Soria Pimentel y Bernardo,
y se avecindó en Tenerife. Los descendientes de este matrimonio usaron como
preferencia los: apellidos de su madre: Soria Pimentel, cuya varonía tuvo su
origen en Pedro de Soria, el Viejo, natural de Moguer, en el Arzobispado de
Sevilla, y establecido en Tenerife en el año 1550, regidor perpetuo de la isla
por merced del rey Felipe n, en 1575, e hijo de Rodrigo López de Soria y de
Francisca Rodríguez, vecinos de Moguer, oriundo de la casa y solar de Soria.
La mayoría de los miembros varones de la familia habían sido
oficiales del Ejército. Sin pertenecer a la primera distinción, nadie puso en
duda, en Canarias, la condición hidalga de los Soria Pimentel. Doña María
Bernarda, que era quinta de seis hermanos, tenía veintiocho años cuando se casó
con don Juan Bautista de Castro Ayala y Ocampo, el 11 de junio de 1763. El
retrato se hizo, muy probablemente, al poco de casarse, al mismo tiempo que el
propio pintor, José Rodríguez de la
Oliva, hizo el de su marido, hoy también en el Museo
Municipal de Santa Cruz. Sin duda se trataba de un matrimonio ventajoso, ya que
el novio poseía distinción y-talento y además era heredero de ricos mayorazgos.
Don Juan de Castro fue cónsul del Real Consulado Marítimo y Terrestre de las
Islas Canarias por real nombramiento de 22 de diciembre de 1786, a propuesta de la
ciudad de La Laguna;
también le correspondió el alto honor, como Alférez Mayor interino de la Isla, de levantar el Real
Pendón en la proclamación del rey Carlos IV el día 2 de septiembre de 1789.
Todavía fue, junto al general Gutiérrez, la figura más destacada de la famosa
jornada del 25 de julio. Su defensa de Santa Cruz y su heroica muerte le dio
gran nombradía en Tenerife y en Canarias.
De Castro Ayala dice el Nobiliario de Canarias: «Teniente
Coronel del propio Regimiento (provincial de La Laguna), al frente del cual
dio gloriosamente la vida, en aras de su amor y fidelidad al Rey y a la patria,
en el memorable día 25 de julio de 1797, el más glorioso de la historia isleña,
defendiendo la plaza de Santa Cruz contra la Escuadra de Sir Horario
Nelson. El nombre de este ilustre caballero corre en el país unido a la
historia de esta famosa jornada, en que el vencedor de los mares dejó su brazo
derecho y muchas banderas inglesas, que todavía se veneran en la parroquia
matriz de la Concepción
de aquella capital». Y añade: «Desde la plaza de Santa Cruz, con gran pompa y
ostentación, fue conducido el 26 de julio de 1797 y yace el cadáver del heroico
Carlos al convento agustino de La
Laguna donde fue enterrado».
Por entonces, hacía años que doña María Bernarda había dejado
este mundo, así que no conoció la heroica muerte de su marido, eso se ahorró.
Su matrimonio fue prolífico y al parecer feliz; de ellos procedieron cinco
hijos: doña María Josefa (1764-1778) y doña Isabel (1766-1778), las mayores,
que fallecieron aún niñas, en vida de sus padres. El tercer hijo fue don Tomás
de Castro Ayala Soria Pimentel (1768-1846),
coronel de Milicias del Regimiento provincial de La Laguna por real despacho de
2 de noviembre de 1824, último regidor perpetuo y hereditario de Tenerife,
natural de Tacoronte. Estuvo, joven todavía y como teniente de Milicias, en la
defensa de la plaza de Santa Cruz el 25 de julio de 1797 a las órdenes de su
noble y malogrado padre, al que vio morir heroicamente. Casó en la iglesia
parroquial del pueblo de Santa Ursula, ellO de abril de 1802, con doña Ursula
Benítez de Lugo y Hoyo Solórzano, hija menor de los cuartos marqueses de La Florida. El cuarto
hijo fue don Juan Bautista de Castro y Soria (1770-1837), que vino al mundo en La Laguna y murió en Santa
Cruz; casó el 8 de noviembre de 1801 con doña Margarita Madan y Lenard, de la
noble familia irlandesa de ese apellido. Y el quinto y último hijo de don Juan
y doña María Bernarda fue don Francisco de Castro y Soria (1773-1798), capitán
de Milicias, que murió soltero. De don Tomás y don Juan de Castro Ayala y
Soria, 10$ únicos que casaron, procede una numerosísima e ilustre descendencia
que ha ocupado y continúa ocupando los más sobresalientes' puestos dentro de
la sociedad canaria.
DOÑA ELADIA XUÁREZ DE LA GUARDIA: “…El otro personaje de nuestro
relato es la orotavense doña Eladia Xuárez de la Guardia y Soria Pimentel,
quien no pudo conocer a doña María Bernarda Soria Pimentel porque ésta había
fallecido más de medio siglo atrás; es muy posible, sin embargo, que tuviera
amplias noticias de su tía abuela, la mujer del legendario Castro Ayala, héroe
del 25 de julio de 1797, ya que referencias de tal calibre son difíciles de
olvidar en una entidad familiar. De esta suerte, hablaremos ahora del origen y
familia inmediata de esta aristocrática niña orotavense. Su padre, don José Roberto
Xuárez de la Guardia Rixo
Abreu y Lugo, nacido el 27 de marzo de 1774 y bautizado el 5 del siguiente mes
de abril en la iglesia de la
Concepción de La
Orotava fue el sucesor en los mayorazgos y patronatos de
ambas líneas.
Fue Xuárez de la
Guardia prior del Real Consulado (1817 – 1818). Afirma Peraza
de Ayala que «el cargo de prior fue de los más preciados en la vida social de
Tenerife, puesto que el artículo 3 de la Real Cédula de erección del Consulado mandaba que
se eligiese entre los sujetos más condecorados e instruidos de la matricula, y
en la Real Orden
de 12 de noviembre de 1790 se dispuso que sirvieran los priores y cónsules sus
distinguidos empleos sin sueldo ni otro estimulo que su propio honor. El prior,
además debía ser tratado con el respeto y decoro debido a los demás Jueces y
Magistrados del Reino». Don José Roberto Xuárez de la Guardia y Rixo fue asimismo
síndico personero general, comisionado regio para el establecimiento de la Real Universidad
de San Fernando, diputado provincial y caballero de grande ilustración en su
época, a cuyas decididas aficiones a las historias genealógicas e inteligentes
investigaciones debemos no pocas de las curiosas noticias del Nobiliario y
Blasón de Canarias, según palabras de don Francisco Fernández de Betancourt, su
autor.
Xuárez de la
Guardia fue mentor y guía de su afamado sobrino don Francisco
María de León, quien tuvo a su disposición la gran biblioteca, y una parte
notable de su obra bebe en la musa de su tío José Roberto. A la fundación de la
primera Universidad de San Fernando, Xuárez de la Guardia, como vocal de la Comisión Regia,
viajó a Londres y París, donde adquirió y trajo una colección de instrumentos
y máquinas para las clases de física experimental y de matemáticas, como
igualmente varias obras de física para la biblioteca, material didáctico y
modernos aparatos científicos, necesarios para los estudios que en ella se
impartieron. De su grande erudición da testimonio el inventario de su espléndida
biblioteca, que constaba de más de seis mil volúmenes, cuyas materias reflejan
los versátiles intereses de un hombre ilustrado de la época; incluía libros de
historia, biografías, filosofía, literatura clásica, humanistas, de viajes,
además de obras de medicina, ciencia, matemáticas y materias relacionadas con
la economía.
Desde el día 1 de julio de 1828 estaba viudo este ilustre
villero de doña Josefa Joaquina de Soria Pimentel y Roo, con quien había casado
en la lagunera iglesia de La
Concepción el 1 de enero de 1797, hija única y última
heredera de la Casa Soria
Pimentel de Tenerife, nacida en La
Laguna el 25 de marzo de 1771. Xuárez de la Guardia, que pasó por la
tristeza de ver morir a su unigénita doña Eladia, falleció en La Orotava en 1848, a los setenta y
cuatro años de edad.
La Orotava, como es de todos
conocidos, posee belleza y tradición auténticas. El paisaje que la rodea impone
por su grandeza, es sugerente y pleno de encanto, ¡cuánto más en siglos
pasados! La plaza de la
Constitución, espléndida atalaya desde la que se divisa la Villa entera, la admirable
iglesia barroca, las casonas, los templos, sus torres, el valle y el mar.
Ambiente propicio para hacer arte de la naturaleza misma. La Orotava, a semejanza de La Laguna, tuvo también unos
siglos XVII y XVIII culturalmente magníficos. Sin poseer la difusión y
trascendencia de la tertulia de Nava, contó con círculos de gran ilustración y
fue sin duda la segunda población de la isla. Nacida en esa atmósfera, no
resulta extraño la imagen de distinción que la pintura de la pequeña doña
Eladia nos trasmite de ella. Su formación fue muy cuidada: hija única, sus
padres tuvieron el valor de sacrificarse de su compañía y enviada, con sólo 10
años y 7 meses, a estudiar en el prestigioso convento de monjas francesas de
York para educación de jóvenes, en el que permaneció hasta 1821. Embarcaron,
padre e hija, el 28 de agosto de 1815. Aún se conserva un interesante y curioso
manuscrito de su mano y que lleva por título Diario de mi viaje con mi hija
Eladia a Londres. Año 1815 (4).
Don José Xuárez de la
Guardia destacó, sin duda, de entre los próceres que protegieron
a Luís de la Cruz
y Ríos; no es por tanto extraño el gran interés que ese sobresaliente artista
puso en esta pintura de doña Eladia. El óleo se pintó poco antes del viaje de
la joven, niña a decir verdad, a Inglaterra, ya que entonces la retratada
apenas tenía diez años. Dice Rumeu de Armas sobre ella que «no puede ocultar la
cara de niña disfrazada de mujer. El rostro es de perfecta ejecución y rebosa
simpatía. Viste chaquetilla de terciopelo azul con manga larga, cuello de
encaje y falda blanca. Cubre la cabeza con un gorro de terciopelo azul, orlado
de piel y decorado con un lazo de cintas. Sobre la falda aparece recostado un
pequeño perro de lanas». El fondo apoya el frescor de aire libre, mientras el
perrito da a la obra un toque de refinamiento que sirve también para demostrar
la alcurnia de la modelo.
Doña Eladia casó en 1824, a los diecinueve años de edad, en la
orotavense iglesia parroquial de La Concepción, con don Alonso Méndez de Lugo y
Lorenzo Cáceres, diez años mayor que ella, nacido en Icod el 14 de julio de
1795. Méndez de Lugo fue hombre de mérito, de refinada educación, melómano y
virtuoso del violín. Aumentó la espléndida biblioteca que heredó de su suegro y
además poseyó una notable colección de arte y objetos suntuarios. Su unión fue
afortunada, porque aún sin ocurrirle ningún suceso especialmente propicio, fue
bastante el que su vida transcurriera I en una época tranquila, rodeada del
cariño de su familia y de la consideración y el respeto de la sociedad isleña.
Doña Eladia murió en Santa Cruz de Tenerife el 21 de abril de
1844, con sólo 39 años, en vida de su padre, y su viudo falleció en el Puerto
de La Orotava
el 30 de enero de 1858. Tres hijos nacieron de este matrimonio: don Alonso, don
Emilio y don Augusto Méndez de Lugo y Xuárez de la Guardia. Los tres
fueron individuos de mérito y ocuparon puestos preeminentes en la vida
insular, además de dejar dilatada e ilustre posteridad.
Así fueron las vidas y las circunstancias, esbozadas en estas
líneas que quieren ser afectuosas, de estas dos exquisitas Don AIonso Méndez mujeres canarias,
María e hijo de doña Eladia Bernarda
y Eladia, tía abuela y sobrina nieta, quienes, gracias a la conjunción de la
magia inherente a la pintura y de las aptitudes demostradas de dos grandes
artistas, comparten ese singular destino que es el de fascinar fuera del tiempo
a cuantos contemplemos sus admirables retratos
NOTAS:
1. Museo Municipal de Bellas Artes de
Santa Cruz de Tenerife. Carmen Fraga González, Escultura y
Pintura de José Rodríguez de La
Oliva (1695-1777), Excmo. Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna. Premio Elías
Serra Rafols, 1978.
2. Luís de la Cruz,
Biblioteca de Artistas Canarios. Estudio crítico, por Antonio Rumeu de Armas.
Viceconsejería de Cultura y Deportes.1997.
3. El pintor de Luís de la Cruz había solicitado el 20 de abril de 1810 la
plaza de profesor de la
Escuela de Dibujo de La Laguna, sustentada por el Real Consulado del Mar
de La Laguna;
el 12 de marzo de 1812 fue confirmado en el cargo de profesor de la Escuela de Dibujo del
Consulado del Mar, que desempeñó hasta el 2 de enero de 1815, cuando renunció
al cargo de profesor de dibujo por trasladarse a la capital de España. La
institución le obsequia con 100 doblones. El 21 de abril, Luís de la Cruz, en compañía de su
esposa, embarca en el puerto de Santa Cruz de Tenerife con rumbo a Cádiz... El
retrato de doña Eladia Xuárez de la
Guardia pertenece a don Alonso Méndez de Lugo y Llarena, su
descendiente primogénito.
4. Archivo de don Francisco Negrín y Ponte. La Orotava…”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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