El amigo MANUEL ARTILES remitió entonces (05/07/2019), a través
de Carlos Cruz García, de la prensa del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, el
Pregón de las Fiestas Mayores del Puerto de la Cruz 2019, que tituló; “EL
PUERTO DE LA CRUZ ENTRE LA HISTORIA, LA LEYENDA, LA IMAGINACIÓN Y LA MALEDICENCIA”:
“…Señoras y señores, queridos y queridas portuenses,
visitantes y espectadores:
El Puerto de la
Cruz, al que considero mi primera patria, se ha debatido siempre entre la
historia, la leyenda y algunos apuntan que la maledicencia, como buen pueblo
costero. Al menos eso decía el malogrado alcalde Marcos Brito, con quien tantas
horas de buena charla pasé durante sus mandatos. De Don Marcos aprendí que no
haber nacido en el puerto, no era óbice para sentirse parido en esta ciudad.
Eso al menos me decía él, que era herreño pero presumía como nadie de
portuense. Brito se sentía tan orgulloso de ser ranillero que reconozco que
llegué a plantearme buscar su partida bautismal en la iglesia de aquí al lado,
en la de Nuestra Señora de la Peña de Francia.
El pasado lo ha
retratado con enorme brillantez el cronista Álvarez Rixo, cuyos Anales están editados
y contienen las mejores historias de la ciudad, desde el barrio de La Ranilla
hasta la playa.
El Puerto es capaz
de albergar en sus conventos a frailes trabucaires que se reúnen para designar
¡obispo de Madagascar! a un religioso ignorante, a quien llegan a falsificar el
nombramiento de la Santa Sede, para tomarle el pelo.
El Puerto es capaz
de dar alojo e inspiración a Agatha Christie, de recibir a dignatarios de todo
el mundo, al rey de los belgas, al príncipe de Siam, cuya princesa descendiente
entregó al Loro Parque un manuscrito precioso donde el heredero de la hoy
llamada Tailandia dibujó paisajes portuenses y contó, con prosa llena de
poesía, sus días en la isla tinerfeña, adonde llegó a bordo del ‘Victoria
Louise’, el buque-escuela del káiser Guillermo. El zar de Rusia bebió los
malvasías cosechados en fincas cercanas a La Paz.
Aquí nació Agustín
de Betancourt y Molina, uno de los mejores ingenieros e inventores de todos los
tiempos. Aquí vieron la luz los ascendientes del libertador Miranda, venerado
en Latinoamérica y con orígenes portuenses.
Aquí vieron la luz
los hermanos Iriarte, cuyas trayectorias glosó en su libro el ilustre cronista
oficial de esta ciudad el doctor don Diego Guigou y Costa. Aquí vino al mundo
don Luis de la Cruz y Ríos, pintor de Corte, autor de los frescos de uno de los
retablos de la Peña de Francia.
Me gustaría haber
nacido en el Puerto. Lo reconozco. Cerca del olor penetrante de los tarajales,
de las magnolias que no generan fragancias y de los laureles que dan una sombra
perpetua al final o al comienzo del Valle ubérrimo de La Orotava. Allá donde
las frondas jamás se decoloran, como dijo el gran periodista don Mariano
Daranas desde su refugio veraniego del hotel Miramar, junto al alcalde Isidoro
Luz. Nacer en el Puerto, ser parido en el Puerto. Ese sí que hubiera sido un
honor.
Me gustaría pasear
por el Jardín Botánico, pero derribando ese muro que lo separa de la obra
nueva, que jamás se termina. Resulta que tenemos uno de los mejores herbolarios
del mundo, una trayectoria de investigación botánica impecable, que nace en el
marqués de Villanueva del Prado, y resulta también que hay una obra parada, que
nunca se inaugura. Deberían tener vergüenza los que han ostentado el poder en
Canarias en los últimos años. Y han preferido mirar hacia otro lado…
Y perdonen que sea
tan ácido en una fiesta en la que no debería caber la crítica, pero me indigna
el abandono voluntario a una ciudad que no se lo merece, porque ha luchado con
denuedo por su propio progreso y por el de toda la isla, de la que fue motor
durante décadas.
Me gustaría haber
nacido donde nació Paco Afonso, cuya sonrisa se perpetúa entre rosas en su
estatua de la plaza Concejil. Me gustaría haber nacido donde reinan los que
siempre tienen que reinar: el Gran Poder de Dios, el Viejito nuestro, y la
Virgen del Carmen, que tomó su rostro de la más bella portuense de la que
estaba enamorado su autor, el escultor, también portuense, Ángel Acosta.
La Virgen guapa,
como alcaldesa perpetua, porta el bastón de mando que perteneció al alcalde
Andrés González de Chaves, allá por mil ochocientos y pico. Lleva las iniciales
de este alcalde real. Y reina esa Virgen guapa sobre la ciudad que la homenajea
cada mes de julio en el muelle que no es muelle, y que alguna vida se ha llevado,
aunque otras ha salvado en su exiguo refugio. Y que fue clave en las
exportaciones al mundo de los frutos del Valle.
Tiene el Puerto
aromas de progreso en su devenir histórico. Por eso, como un pequeño homenaje a
este lugar y por mi inmenso cariño hacia sus habitantes, he aceptado el inmenso
honor de ser modesto pregonero de sus fiestas, honor que agradezco a la nueva
corporación presidida por Marco González. Gracias amigo, ambos pertenecemos a
una generación de amantes obsesionados por este lindo lugar. Nos une la pasión
por el trabajo bien hecho por esta ciudad.
He aludido antes al
muelle, pequeño y hoy escaso de actividad, para reivindicar lo que desde 1906
el alcalde, don Melchor Luz y Lima, pidió al rey Alfonso XIII, de visita en la
ciudad: un puerto digno de una digna ciudad. No se ha conseguido, pero es
preciso renovar los esfuerzos para que el Puerto sea Puerto de verdad y no sólo
de nombre. Aunque hagan falta más de cien años para que nos den lo que nos
tenían que haber dado hace tanto tiempo y por derecho propio.
Aquí nacieron los
ascendientes del libertador Miranda y en un trozo tan pequeño de territorio se
mezclan la historia y la leyenda, como diría Dulce María Loynaz, que definió al
Puerto de la Cruz con palabras llenas de certero análisis: “Panal de miel al
que acudían como enjambre de moscas mercaderes de Indias y de Flandes,
armadores de Portugal, mareantes de Génova”.
La mujer cubana que
obtuvo el premio Cervantes donó un precioso manto que luce en sus días de gala
la Virgen de la Peña de Francia, que da nombre a nuestra iglesia matriz.
Tengo que decir que
la estatua del fundador, Antonio Lutzardo de Franchy, que se alza en el,
llamado por el pueblo, Canal de Suez (en realidad, calle de Quintana), no
representa su rostro. Al no disponer de retrato, ni de boceto, ni de grabado,
el escultor encargado optó por robar la cara a un coetáneo del fundador, que
quedó inmortalizado con un nombre que no era el suyo. Canal de Suez porque se
construyó una atarjea en los jardines de la calle, que nunca llevó agua a
ninguna parte. Pueblo costero, pueblo ingenioso.
El Puerto está,
pues, entre la historia, la leyenda, el ingenio y la imaginación. Es el Puerto
de la poetisa Victoria Ventoso, de los Iriarte, del joven inglés que trepaba
por las ventanas para enamorar a las nobles portuenses aburridas. El Puerto
está entre la historia, la leyenda, la imaginación, el ingenio y la
maledicencia.
Nunca un lugar tan
pequeño dio tanto que hablar y generó tantas historias, verdaderas o falsas,
que contar. Nunca un lugar tan pequeño fue tan entrañable y tan bello. Y deben
ser bienvenidos los que quieren ofrecer nuevas ideas para que el pueblo
progrese, para que las tradiciones se hagan perpetuas y donde la cultura y el
ingenio prevalezcan, por encima de convencionalismos y de antiguallas
malintencionadas. El Puerto de la Cruz hemos de reconstruirlo entre todos, sin
importar de dónde vengamos, ni creencias, ni miedos, ni condiciones. Todos
debemos ser portuenses.
Cuántas veces, en mi
vida no me habré encomendado a mi Virgen del Carmen para que saliera bien lo
inverosímil. Cuando suenan los tambores y sale de la iglesia de la Peña esa
Virgen que no marea, se me ponen los pelos de punta. Cuántas veces han estado a
punto de naufragar los alcaldes poco diestros, ante la risa de nuestros
marinos. Y Ella sonríe desde su trono, complacida por el bamboleo al que la
someten las gentes de mar y escuchando improperios cariñosos, que también los
hay.
Cuando llega el
martes del Carmen, y asoma el Rostro de La Señora por las calles de esta
ciudad, el alma se nos agita. Ver a la madre de Dios sobre una marea inmensa de
gente que la aclama, es algo realmente indescriptible. Recuerdo la primera vez
que transmití la embarcación. Cuando la vi por primera vez, cuando alcancé a
ver el primer plano de su semblante me quedé sin palabras. Nunca antes había visto a una mujer tan
guapa.
Es cierto que el
Puerto quiere al Carmen, pero es más cierto aún que María Santísima aquí se
siente madre. Ese día, su día, La Virgen sale privada. La señora siente como
los hombres que la cargan la cuidan, la pasean, la bailan, son sus amados y
celosos hijos portuenses.
Cuando la reina
camina entre los suyos, acariciada por pétalos que lanzan desde los balcones,
entre sonoros voladores que anuncian su paseo y el bullicio de miles de
personas que la admiran, casi sin quererlo en el corazón de los que la ven
surgen preciosas letanías:
Virgen del Carmen:
Madre Amable, Madre Admirable, Señora del Valle, espejo de Justicia, causa de
nuestra alegría, puerta del cielo, Salud de los enfermos, consoladora de los
afligidos, Señora de la Paz, Reina de los Pescadores, Madre del Puerto de la
Cruz.
La gente de esta
ciudad tiene una generosidad inmensa, y lo digo de verdad, sin reparo ni rubor.
Cuando al Carmen la embarcamos no solo lo hacemos para el Puerto, mostramos a
nuestra protectora al resto del mundo. Cuando la Virgen sale de La Iglesia de
la Peña, no solo lo hace para pasearse por este lugar, también sale para
asomarse a los hospitales y mirar con ternura a quienes sufren. Se deja ver en
los hogares de personas que están solas y las invade con una mirada preciosa
que acompaña. Se deja ver en las casas de los vulnerables, de los que han
perdido la fe, de los sin techo. Este Puerto es tan generoso, que el martes del
Carmen comparte la mirada de la virgen con los jóvenes que aspiran a un futuro
mejor, con aquellos que buscan trabajo desesperadamente, con las mujeres que
soportan en silencio y con enorme miedo la violencia machista. Por todo eso y
por mucho más, yo sé, porque lo sé y porque lo he vivido, que La Virgen está
enamorada de esta ciudad y de sus hijos. Y estoy convencido de que si la Virgen
pudiera volver a nacer, le pediría a Dios que la parieran aquí en el puerto, de
donde ella es, de donde ella se siente, del lugar donde sus mujeres y hombres
la cuidan.
El martes del Carmen,
los portuenses le hacen el mayor regalo que una madre espera de sus hijos que
no es otro que sentirse amada y admirada. Ese día cuando a la Virgen la
embarcan estoy convencido de que ella se siente como si estuviera en el cielo.
O quizá es que, para La Señora, este Puerto sea su cielo, su lindo cielo.
Y que me perdone el
Gran Poder de Dios, que me perdone el Viejito por referirme con tanto esmero a
su Madre en las fiestas que juntos comparten con San Telmo. Pero sabe Jesús de
Nazaret que si hay algún lugar en el planeta donde los hombres y mujeres se
grabaron aquella frase de Jesús en la cruz, dirigidas a María y a su apóstol
San Juan, en la que según los evangelios el señor decía: “Madre ahí tienes a tu
Hijo, hijo ahí tienes a tu madre”, ese lugar era este el puerto. Los vecinos de
aquí, ustedes saben que La Virgen es su adorada madre y ella, el Carmen, sabe
que los portuenses son sus consentidos hijos.
El Gran poder de
Dios, esa imagen de Cristo Paciente, entraña mejor que nadie la identidad de
este pueblo. El Viejito representa la paciencia, la espera, la fe. Y a eso nos
agarramos los que somos de aquí, los que nacimos o nos sentimos de aquí. En la
Fe en que la espera ha merecido la pena y que el futuro del Puerto será de
progreso y estabilidad. ¿Es lo justo verdad?
Yo sé que este no es
un pregón al uso, pero me apetecía acudir a los recuerdos y a la historia. Y el
Puerto de la Cruz, que ha acogido a tantos reyes y a tantos príncipes, reluce
con el sol y en ocasiones brilla cual río de plata con la panza de burro, que
es un techo demasiado alto para que lo podamos convertir en corredizo.
Y aquí cerquita está
San Telmo también, el escolta fiel de la Virgen, ligero como una pluma y
demasiado enlutado para una fiesta de verano, en la que la espuma que deja la
lancha, besa su manto, como besa el de mi Virgen del Carmen.
Suenan las cornetas
y los tambores, estallan los fuegos de artificio en esos cielos portuenses y
gira el Puerto entre el pasado brillante y el presente y el futuro
esperanzadores.
Y existen palabras claras para definir ese
presente y ese futuro: libertad. Sin libertad no se vive y este pueblo tiene
que ser fiel a sus ideas de libertad, desde aquellos tiempos en que el coraje
de sus habitantes lo hicieron independiente y sin ataduras. No se asusten por
banderas no compartidas. Las banderas son de todos porque todos conformamos el
Puerto de la Cruz. Todos y todas estamos unidas en una gran familia.
Hoy vuelven los
barquitos a la pila de la plaza del Charco, cuya vieja ñamera cantó en sus
libros María Rosa Alonso. Vuelve la cucaña, que siempre ganaba el Coyote.
Vuelve la iglesia a sus mejores flores, pero ya no están ni Santiaguito ‘el
sochantre’ ni Manolo ‘el sacristán’. Han muerto.
Sí estará por los
alrededores Pepín Campolimpio, que corría como un poseso a quitarles las cintas
de la sortija, pintadas por don Francisco Bonín, a quienes las habían
destrabado con los dedos. Son personajes que aunque no estén, siempre figurarán
en nuestros pensamientos.
Casi que les dejo,
porque llega el momento de celebrar la Fiesta, y a mí solo me ha tocado el
principio, el pregón, la arrancadilla, pero no quería pasar la ocasión de
contarle al mundo, que esta ciudad es un lugar de oportunidades. Para mí lo
fue, lo ha sido. Todo lo que tengo y lo que soy se lo debo a ustedes, mis
vecinos, que un día creyeron en mí y me confiaron la oportunidad de ser el
vocero del paseo de nuestra madre. Honor que repito cada martes del Carmen
desde hace 25 años.
Y nada más, queridos
portuenses, visitantes y espectadores. Sólo un grito, pero como una plegaria:
¡Que viva la Virgen del Carmen! ¡Que viva el Gran Poder de Dios! ¡Que vivan las
Fiestas de Julio! ¡Que viva el Puerto de la Cruz!...”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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