El amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS
remitió entonces (16/10/2019) estas notas que tituló; “CUANDO
LA FUENTE PALIÓ LA ESCASEZ DE AGUA (1822)”: “…Año 1822. Escasez de agua
potable en el Puerto de la Cruz. El problema adquiere dimensión social, de modo
que, en pleno mes de julio, con muchas familias al borde del desespero, el
Ayuntamiento decide nombrar una comisión a la que se encomienda la urgente visita
a la fuente de Martiánez para realizar sobre el terrenos los estudios y
cálculos correspondientes para el aprovechamiento de sus aguas y tratar de
conducirlas a los núcleos habitados del pueblo.
El cronista oficial del
municipio, Nicolás Pestana Sánchez, relata un testimonio muy llamativo, a
partir del informe emitido por la citada comisión. Contenía lo siguiente:
“1º Que se podría aprovechar el
agua en el naciente, haciendo unas obras que costarían unos doce pesos,
aproximadamente.
“2º Que el agua que salía por
los dos chorros existentes daba cuarenta cuartillos por minuto, o sea, ciento
veinte pipas en las veinticuatro horas.
“3º El estanque construido para
fecoger las aguas medía 12,5 varas de largo, 3,5 de ancho y 1.5 de alyo,
necesitándose catorce horas para llenarlo, en cabida de setenta pipas;
debiéndose prohibir que, en dichas horas, se lavase ropa. Para el riego de
huertas era preciso llenarlo cada veinticuatro horas.
“4º Que la conducción de las
aguas al pueblo no era cosa difícil. Para ello solo se necesitaba hacer, desde
los chorros al barranco, 700 varas de atarjea y desde este lugar a la esquina
de la casa de los herederos de don Manuel Morales, 186 varas. Si se quería
conducir por la parte trasera del sitio de don Ramón Mathieu, a salir por el
callejón situado detrás de las casas de la calle La Hoya, habrían de construir
384 varas de atarjea, cuyo coste aproximado era de mil pesos”.
Claro que alguna terminología
llama la atención. Estamos en pleno siglo XIX y algunos conceptos de entonces (pesos,
cuartillos, varas) nos dan idea de las medidas y los elementales cálculos de la
época. Otro concepto, síndicos personeros, también tuvo un claro protagonismo
en este episodio (Era un cargo municipal español instituido por el monarca
Carlos III como respuesta a las protestas populares conocidas como Motín de
Esquilache producido en 1766. Se trataba de dar voz en los ayuntamientos al
“común”, como se solía llamar entonces a los plebeyos, al pueblo. El síndico
personero fue creado para intentar satisfacer las reivindicaciones populares en
unos municipios dominados por la oligarquía de los regidores. Los síndicos
personeros son los antecedentes de los modernos diputados del domún o
defensores del pueblo).
Volvamos entonces al testimonio
de Pestana que recoge que estos cargos creían que “ningún particular podría
presentar derecho a estas aguas que el pueblo tenía, máxime tratándose un
abasto de primera necesidad”. Fíjense en las precauciones que había que tomar
pues estimaban que “para emprender esta obra sin miedo a que en ninguna época
pudieran surgir cuestiones judiciales, se nombrase un miembro del Ayuntamioento
para que se entrevistara y tratara sobre la materia con con don Luis Gutiérrez,
administrador del Marqués de Torre Hermosa que, según voces populares, era el
único que podía oponerse”.
El relato del cronista es
minucioso y revelador para saber cómo se resolvió el intrincado problema de la
escasez hídrica:
“Según un acuerdo municipal
adoptado el 1 de junio de este año, es decir, con anterioridad al antedicho
informe, los síndicos personeros (el plural sugiere que debía haber más de uno)
mostraron al Ayuntamiento una escritura de 11 de junio de 1652, otorgada ante
el notario don Martín de Nevada Romero, escribano público que fue de esta isla,
por la que constaba que doña
María Ruiz y demás interesados y dueños del año que llaman de Martiánez, la
cedieron en beneficio de este pueblo grfatis y en nombre de todos sus herederos
que en lo sucesivo fueren, bajo las condiciones que en dicha escriturfa se contienen;
como, asimismo, les cedieron un sitio de 70 pies en cuadro dentro de esta misma
jurisdiscción, en los llanos que también se llaman de Martián ez que, asimismo,
les pertenecían, a fin de que, conduciendo el agua al peblo, pusiesen allí el
pilar de su abasto”.
Nicolás Pestana Sánchez señala
que un vecino del pueblo, José Francisco Páez, se trasladó con posterioridad a
La Laguna con el fin de interesarse por la solicitud hecha por el Ayuntamiento
portuense al denominado Consulado Nacional, “entre otras cosas, por la búsqueda
de la escritura de las aguas de Martiánez y testimonio que de ella se sacó.”
Finalmente, precisa el cronista: “No cobró cantidad alguna por sus trabajos,
por lo que se le dio las gracias”.
Se supone que la escasez de
agua fue paliada. La fuente de Martiánez era, nuevamente, el auxilio
fundamental del pueblo. En 1822…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ
ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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