Fotografía de dos mascaras histórica de la Villa de La
Orotava: Don Norberto Morales y Don Maximino Álvarez Arbelo.
El amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS
remitió entonces (26/02/2020) estas notas que tituló; “LA
MÁSCARA, EN PAZ DESCANSE”:
“…Como los carnavales de 2020 van a ser recordados
como una crónica de sucesos, incluyamos en ella la práctica desaparición de la
máscara, una figura fundamental en otras épocas pero que fue palideciendo hasta
ver difuminados hasta perder sus valores. Que los tenía, vaya que sí.
Máscaras eran las que
improvisaban un disfraz. O lo preparaban con todo lujo de detalles. Fundamental
el antifaz, para ocultar la identidad. Y para hacer más notorio el falsete de
voz.
Máscaras eran hombres que
simulaban movimientos y contoneos, con instinto ligón o con ánimo de diversión,
simplemente. Solteros y casados en busca de una aventura, en bailes
apelotonados -los baños turcos, llegaron a bautizar los que se celebraban por
todo lo alto en el antiguo cinema Olympia, del Puerto de la Cruz- o en
cualquier local donde el desenfado se vestía de cualquier cosa y hablaba
cualquier idioma. Máscaras eran también mujeres que salían solas o en parejas o
en grupos, según conviniera, a tiro hecho -esto es, quedar ya con otros
'enmascarado'- o lanzadas a la aventura, al desenfreno, al roce -a los roces-
de una noche, a la engañifa, al frenesí...
Máscaras eran jóvenes de ambos
sexos que ocultaban bajo el antifaz y el disfraz los instintos y los afanes de
libertad, el goce de los prohibidos.
Eran otros tiempos, desde
luego. Pensar que los carnavales estuvieron proscritos... Ello contribuyó a que
la máscara se expandiera o se multiplicara. Cuando las restricciones fueron
disminuyendo -desde las regularizadas Fiestas de Invierno a la apertura natural
porque esto es lo que quiere el pueblo- se interpretó que no tenía mucho
sentido ocultar la identidad. Que lo que se quería, se podía hacer sin
necesidad de antifaces y falsetes. Otras mentalidades. Otros modos de
diversión. Otros desenfados. Otras osadías. Con el tiempo, se diluirían en el
regocijo y en el bullicio popular.
Pero en 2020 se contrasta que
cada vez hay menos máscaras. No se las ve. Y si alguna se atreve, no se
detiene. Cierto que su desaparición no ha mermado el ambiente carnavalero y lúdico
pues, por fortuna, la popularización ha tenido un efecto multiplicador
considerable. Pero, con menor o mayor nostalgia, se echa en falta aquel ser
carnavalero no identificado, mujer u hombre, que hacía malabares para ser y
divertirse sin estar. Es como si definitivamente hubiera fenecido la máscara,
elemento protagonista de la fiesta que desafía todos los imponderables con tal
de dar rienda suelta a los instintos y los propósitos de diversión.
Y a quienes se resisten y aún
pululan, mucho mérito que debe ser ponderado…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ
ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
Totalmente de acuerdo con el espíritu de la crónica sobre "la mascarita".
ResponderEliminar¡Te conozco, mascarita!