CONCHI GONZÁLEZ MARTÍN, me sorprende con esta
fotografía, donde podemos presenciar el típico “Salto de la soga”,
que en el tiempo fue un juego de niñas.
Esta fantástica panorámica, me lleva a la memoria del
pasado, en la calle principal del Barrio orotavense “Los Cuartos”, estas niñas,
seguro que son de la familia González Martín y otras del Barrio, me llama la
atención, el jugar sin calzados, y el vestuario dócil de aquellos años.
El amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS
remitió entonces (28/02/2020) estas notas que tituló; “TERRITORIO,
LA CALLE”:
“… ¿Fue Manuel Fraga Iribarne, a la sazón
vicepresidente y ministro de la Gobernación de Arias Navarro, quien dijo, en
cierto momento de la Transición política, “¡La calle es mía!”? Afirmativo.
Evidentemente, no era suya pero costaba hacérselo entender, así como a algunos
de sus herederos que parecieron interpretar al pie de la letra tal aserto.
Pero tempus fugit, el
tiempo vuela o se escapa, lema utilizado hasta no hace mucho tiempo para
decorar relojes.
De modo que la calle era, en
cierto modo, territorio de todos y ahora recordamos aquellos años en que
jugábamos en ella, nos divertíamos en ella, convivíamos allí niños y
adolescentes, en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Algunas
empedradas y quienes accedían a las ya pavimentadas, era como si tuvieran un
artículo de lujo. Lógico: escaseaban o no había instalaciones deportivas, en
tanto que algunas plazas públicas quedaban un tanto lejanas para acercarse,
previo permiso de los padres, faltaría más. Don Manuel tuvo un sentido posesivo
y autoritario; los niños de aquella época -de calzón corto ellos; blusas y
faldas ellas, algún pantalón- lo que querían era jugar en la calzada, cuando el
tráfico rodado era escaso y cuando los vecinos y viandantes se detenían para
fijarse en las habilidades, en lo grande que está el hijo de... y en llamar la
atención para poner fin a aquella estampa lúdica, tan sana, tan noble, tan de
aprendizaje.
Claro que el territorio de la
calle, tan accesible, tan libre, fue mermando. Ya había vehículos cuyos
conductores encontraban su estacionamiento, nuevas construcciones que alteraban
la fisonomía de la vía, alguna definitivamente ganada para la causa del tráfico
o del comercio. Iba aumentando el fastidio a medida que se acortaba el espacio.
Los niños de ambos sexos fueron perdiendo sus predios; la calle, con un nuevo
trajín, dejó de ser suya.
Entonces, fueron desapareciendo
juegos como el brilé o balón prisionero y también balón tiro, el tejo, variante
de la rayuela: pintados sobre el suelo los espacios con una tiza hurtada en el
colegio-, piola, montalachica, sintoquelis, virgo o el escondite, la soga. O el
simple intercambio de cromos. Boliche, el trompo. Todo lo más, algún tímido
ensayo de un intento colectivo o grupal. Hasta había zonas delimitadas, un
reparto de la calle cuasi virgen para los chicos y las chicas que, al final,
terminaban juntándose e intercambiando los elementos de lo lúdico. Algunos años
después, Mike Kennedy y Los Bravos cantaron algo así como “Los chicos con las
chicas/tienen que estar”. ¡Qué cosas!
Posiblemente, aparte del
aprendizaje y la distracción, lo mejor de todo aquello era la relativa
tranquilidad de los padres y abuelos que igual te mandaban a jugar a la calle
que terminaban reclamando la presencia, desde el balcón o la ventana, para
merendar o cenar o porque se está haciendo de noche. “Those were the days”,
cantó la Mary Hopkin descubierta y producida por Paul McCartney: evocando aquel
paisaje, aquel territorio de la calle, la traducción era bastante exacta: “Qué
tiempo tan feliz”…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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