El amigo del Puerto de la Cruz; EDUARDO
ZALBA GONZÁLEZ. Remitió entonces (2009) estas notas que tituló; “LA ARQUITECTURA DE
LOS REALEJOS EN LOS AÑOS TREINTA. ALGUNOS EJEMPLOS EN TORNO A SAN AGUSTÍN”.
Publicadas
en el Programa de las Fiestas del Carmen 2009 de la Villa de Los Realejos: “…Es
una síntesis del texto titulado “Arquitectura con apellidos. Una aproximación
al panorama constructivo de los Realejos en el segundo cuarto del siglo XX”,
presentado como ponencia en las III Jornadas Prebendado Pacheco de
investigación histórica que organizó el Ayuntamiento de Tegueste en mayo de
2009.
Históricamente el núcleo de San Agustín ha sido un enclave de
suma importancia si atendemos a factores de tipo social, cultural y devocional.
Lugar de asentamiento de dos conventos, en su entorno se sucedieron importantes
hitos edificatorios a lo largo de las diferentes centurias. Así, durante el
siglo XX sus calles fueron testigos de la erección de edificios emblemáticos,
aunque desgraciadamente también de algunos incendios. Uno de ellos fue el que
en 1952 redujo a cenizas el complejo de las agustinas donde se había asentado
el ayuntamiento del Realejo Bajo, el cinematógrafo y una recoleta capilla
monacal donde durante más de un siglo recibió culto la Virgen del Carmen. Lástima
que en esta quema haya desaparecido el archivo municipal y con él documentación
de suma importancia para conocer el desarrollo arquitectónico de la zona.
Gracias a que su calle principal era el límite entre el Realejo Bajo y el
Realejo Alto (cuando la entidad poblacional que vivimos hoy se conformaba por
dos municipios independientes), ha llegado hasta nuestros días planimetrías
firmadas para este sector que evidencian una disparidad de soluciones
edilicias, ejecutadas por técnicos locales y por otros no vinculados con la
localidad. Tanto en esta arteria de San Agustín como en las calles adyacentes
se levantaron edificios trazados en la primera mitad de la centuria por José
Siverio Bueno y, más tarde (a partir de los años cuarenta), por los
aparejadores Antonio Hernández Hernández, Demetrio Domínguez García o Anselmo
Fariña Molina. Sin embargo, Los Realejos conservan en este núcleo interesantes
ejemplos debidos a técnicos foráneos que enriquecieron el panorama constructivo
del municipio. Éste fue el caso del arquitecto palmero Pelayo López y
Martín-Romero (1887-1969), quien en 1929 proyectó dos inmuebles para Antonio
Hernández González y Manuel Espinosa Chávez, asociados al benéfico Banco de
Ahorro y Construcción. Esta entidad cooperativa de crédito permitía la
construcción de viviendas familiares aportando una serie de ventajas, siendo la
principal el pago fraccionado del importe de la fábrica en los plazos
preestablecidos por la sociedad. Resulta significativo el hecho de que poco
tiempo después, en septiembre de 1930, Manuel Espinosa encargue a este mismo
técnico la redacción de un proyecto para construir un local en el antiguo
cenobio de agustinas destinado a cinematógrafo, una solución en práctica
durante esa época en otros municipios de la isla. Próximo al edificio de
Antonio Hernández González, el practicante municipal del Realejo Alto Ramiro
Rosado Iglesias encargó un proyecto de vivienda que redactó en 1931 Nicolás
Castro Febles (1872-1959), delineante del ayuntamiento de Santa Cruz de
Tenerife, y que tristemente no conservamos. La solución de fachada remite a
modelos desarrollados para la capital por Antonio Pintor y Ocete y dista aún de
otras fábricas previstas por él para el norte de la isla en fechas posteriores.
De las hasta ahora conocidas sólo se conserva el ideado para Casiano Verano
para la plaza de la Iglesia
del Puerto de la Cruz,
uno de los ejemplos más sugerentes del eclecticismo en el Valle. En este mismo
año de 1931 Agustín Portillo Hernández (1907-1960), aparejador municipal del
Puerto de la Cruz
y honorario del Realejo Alto, reformó y amplió la casa del practicante Marcos
Fuentes Álbelo, situada en la calle Puerto, en un vértice de la histórica Plaza
de las Flores y frente a la vivienda de Ramiro Rosado. Tanto éste como otros
proyectos de Portillo para Los Realejos siguen la línea edificatoria llevada a
cabo desde su estudio portuense: fachadas sobrias y exentas de cualquier atisbo
ornamental. Su impronta sigue los postulados de la nueva arquitectura, cuyos
principios pudo asimilar a través de su formación en Madrid o por el contacto
con revistas y técnicos del momento, como José Blasco Robles. En esta línea
moderna, aunque ya en la posguerra, se enmarca la reforma que Antonio Hernández
Hernández (¿1912?-2001) diseñó a petición de José García Estrada, médico e hijo
ilustre de la Villa
de Los Realejos. El proyecto está datado en enero de 1940, una fecha en que las
nuevas fábricas se diseñaban bajo lenguajes neocanarios alentados por la Fiscalía Provincial
de la Vivienda. Llama
la atención que el mismo Antonio Hernández diseñara en ese mismo mes otro
inmueble de lenguaje opuesto, en consonancia con los postulados potenciados por
el nuevo régimen. El edificio del Dr. García Estrada que tratamos constituye
una aportación de arquitectura moderna para las Toscas de San Agustín y se
complementa a la que años antes diseñara Portillo para Fuentes Albelo. Todas
ellas se ubican próximas a la recoleta Plaza de las Flores, la que en 1907
cambió su denominación por plaza Joaquín García Estrada y que acoge hoy el
busto del célebre médico.
En estas líneas hemos mencionado sólo los edificios más notables
diseñados para el entorno de San Agustín. Atrás quedan otros que aún no hemos
podido estudiar en lo relativo a su autoría, siendo ejemplo de esa
circunstancia la casa donde vivió Agustín Espinosa (hoy en un lamentable estado
de conservación) y ciertos ejemplos diseminados por el casco del Realejo Bajo.
Junto a ellos trazas de igual relevancia debidas a la factura de José Enrique
Marrero Regalado, Javier Felip Solá o Tomás Machado Méndez-Fernández de Lugo
(conocido tracista del santuario de la Virgen) evidencian la variedad de proyectos que
sin duda configuraron un panorama edilicio tan complejo como interesante,
aunque desgraciadamente poco estudiado. Esperemos que sencillas aportaciones de
este tipo despierten una sensibilidad mayor con el fin de evitar derribos o
reformas tan lamentables como las que nos acostumbramos a tolerar día a día.
Sin quererlo participamos de un contexto triste y desalentador para nuestra
arquitectura más reciente, cuya notoriedad es mayor entre aquellos que hemos
depositado en ésta el objeto principal de estudio…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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