El
amigo de la Villa de La Orotava, profesor Titular de Historia de América de La
Universidad de La Laguna; MANUEL HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, remitió entonces (2015)
estas notas, que tituló; “LA HACIENDA DE LOS PRÍNCIPES REALEJERA EN EL TIEMPO (II)”: “…El
repartimiento benefició a una minoría que acaparó en sus manos las mejores
tierras y aguas. La Hacienda de Los Príncipes, con más de 200 fanegadas y con
aguas propias que el Adelantado Alonso Fernández de Lugo se reservó para sí
mismo en el corazón de Los Realejos, era el llamado “Campo del Rey”, nombre con
el que se denominó a las fértiles posesiones del Mencey Bencomo. Su data
comprendía territorio colindante de mar a monte entre los barrancos de Godinez
y de la Azadilla, extenso terrazgo en el que instituiría su Mayorazgo en 1512.
En ellas instaló un ingenio de caña de azúcar que entrega a Rodrigo de La
Fuente a partido de tercia, para cuya financiación recurre a créditos con
mercaderes genoveses. Diferentes arrendamientos se suceden a lo largo del siglo
hasta que a principios del XVII se sustituye de forma definitiva la caña por la
vid. Donó pequeños lotes de terreno a los forasteros para atraerlos y establecerse
en sus inmediaciones. De esa forma se inició su poblamiento. Hacia 1497 el Alto
albergaba 12 o 17 casas y el de Bajo, en el había herrero, zapatero, sastre y
taberneros, 20 o 25 vecinos. Recayó en 1579 en una sobrina del cuarto
adelantado, Alonso Luis Fernández de Lugo y Noroña llamada Doña Porcia
Magdalena de Lugo, quien casó en Madrid, donde se establecería la familia
definitivamente, con Don Antonio Luis de Leyva, Príncipe de Asculi. Adquiere de
esa forma la denominación con que es conocida. Al ser mayorazgo no podía ser
objeto de venta, por lo que fue objeto de arrendamiento en el siglo XVII y de
gestión directa por administradores peninsulares en el XVIII. Entre los
primeros destacó el británico Marmaduke Rawdon, quién la llevó entre 1650 y la
ruptura de la paz con Inglaterra en 1655 por dos mil libras anuales. Actuaba
como gobernador general del Adelantado, su casa era inviolable y se podía decir
que el alcalde era casi un títere en sus manos. Le proporcionaba un beneficio
de 600 a 700 pipas de vino al año, cesión de días de agua a otras a cambio de
vino, tributos de toda índole e ingresos de la aduana. Tal poderío alcanzaron
sus mayordomos en el Siglo XVIII que el propio Viera y Clavijo, hijo del
Realejo de Arriba, en su Gaceta de Daute, lo llama Gran Visir. A mediados del
siglo XIX, cuando las leyes desamortizadoras permitieron la supresión de los
mayorazgos y su venta, se desprendieron de ella y la vendieron a su último
administrador. Es hoy un emblemático edificio, cuyos jardines fueron en el
pasado la admiración de los viajeros. Su acceso es través de un portalón
almenada el inicio de la calle de Los Molinos. La fachada principal presenta
una galería abalconada en su segunda planta. De la primitiva fábrica apenas hay
vestigios. Los actuales de planta en forma de L, con cierto grado de deterioro,
sobre todo en sus partes más nobles, son del XVII y XVIII con añadidos
posteriores. La casa principal, además del balcón que mira al camino de
Tigaiga, poseía dos miradores. Aún subsisten restos de sus molinos de agua.
Junto a ella se encuentra la ermita de San Sebastián con una puerta de cantería
gris y sencillo artesonado y una espadaña en su izquierda. Levantada en solar
cedido por el administrador Alejandro Orea después de 1733, tras su victoria en
un pleito sobre el paso de las aguas por la Azadilla, fue fabricada por el
vecindario, que costeaba su fiesta. Se incendió en 1885, siendo reconstruida.
Su titular, de 1800, del círculo de Luján Pérez, pudo salvarse. Próxima a ella
se construyó en el XVI la de Santa Catalina que se hallaba ya ruinosa en 1774…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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