Esta sí que
fue la verdadera playa de Martiánez abierta a la mar, la playa de mis sueños
infantiles, la playa de los años cincuenta del siglo XX, la playa de la magia,
del regocijo, de la libertad, de la ablución, de la tranquilidad y de la
esperanza.
Foto que me
lleva a mis años infantiles, a mis años de gloria, de ensueños, que remitió
entonces el amigo del Puerto de la Cruz; Bernardo Cabo Ramón, foto que me ha
dejado limpiamente y alegremente, la inolvidable playa de Martiánez, con
instintivos de aquellos Agosto estivales que olían a iodo marino y puro
tarajales.
Al fondo el
gran acantilado, virgen total que hacía de guardián de la playa, virgen como
fue aquella gloriosa METRÓPOLIS de nuestro pueblo Guanche, acantilado que
utilizaban los ilustres de la naturaleza, el catedrático portuense de la
universidad de la Laguna don Telesforo Bravo y el director del museo natural de
Santa Cruz de Tenerife oriundo de la Villa de La Orotava don Diego Cuscoy.
Arriba;
palmerales y plataneras, en el llano del acantilado la fuente que mató la sed
de los portuenses en la historia. Al lado derecho del horizonte, el lugar
tan emblemático del final del Barranco de Martiánez, la moderna mansión
construida por la familia del doctor don Emilio Ruiz, juntamente del inicio del
camino de la Fuga.
Las cadenas
que separaban la terraza con la limpia playa, en muchas ocasiones me deslicé en
ellas, llegando a mantenerme de pie en el centro, junto al lado las duchas
donde aprendimos a nadar aquellos pueriles que le teníamos miedos a las olas. Y
a la izquierda los dos tipos de casetas playeras, que utilizábamos las familias
de La Villa y que dejábamos durante el tiempo estival en un cuarto de las
traseras de los recordados guachinches; del orotavense Agustín y del portuense
Felipe. Dos estilo de casetas, uno el llamado y conocido por el rectangular
(utilizado por mi familia) y el otro el llamado estilo de punta que tenía una
torre rematada en una bola de forma de cuatro agua. Todas construidas en los
talleres de los ebanistas de la Villa de La Orotava, en la que se utilizaban
telas de rellenos de aquellos históricos colchones de colores caseros.
BRUNO JUAN
ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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