El amigo
del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS remitió entonces (21/09/2019)
estas notas que tituló; “EL BARRIO, AFÁN
POPULAR CONSTANTE”: “…El libro La Villa Arriba, de Nicolás
González Lemus, editado por el Colectivo Cultural La Escalera, fue presentado
en la noche del jueves en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
(IEHC), Nos correspondió hacer la introducción. Leímos el siguiente texto:
“Uno de mi calle me ha dicho
que tiene un amigo que dice conocer a un tipo que un día fue feliz”.
Fíjense con qué poco, con qué
escasos elementos, el cantautor catalán Joan Manuel Serrat construye las
esencias de su cotidianeidad. La calle, la amistad, la transmisión oral de la
información... Y hasta la felicidad.
Seguro que Nicolás González
Lemus conoce ese original poema de Serrat, alusivo a una época de su vida y al
espacio vital donde se desenvolvió escuchando historias singulares y domésticas
que terminó poetizando. Porque Nicolás también creció y convivió en un barrio
que ahora robustece con el libro que esta tarde presentamos: La Villa Arriba en el desarrollo de La
Orotava, editado por el colectivo cultural La Escalera.
“Porque la poesía es el barrio,
o sea, el mundo”, tal como interpretara Antonio Hernández, Premio Nacional de
Poesía 2014 y ganador de otros galardones literarios, y allí, en el barrio más
antiguo de la Villa, también llamado El Farrobo, Nicolás entendió que la vida
es lucha, superación, forja de ideales y aportación constructiva a la
colectividad.
Aquel era el núcleo, acaso la
razón de ser de cuanto irradiaba, el centro de la geografía, con aroma a
pasteles caseros, juegos callejeros, austeridad en las formas y costumbrismo
con predominio de la religiosidad, hasta que fueron rompiendo moldes y
paulatinamente se fueron registrando avances que transformaron aquel núcleo,
principalmente a raíz de la constitución de la asociación de vecinos "24
de junio de San Juan Bautista", un hito histórico, según escribe el autor
que rinde tributo al barrio, a su barrio y a su gente, al vecindario, y dentro
de este, a las mujeres que encontraron en la asociación y en sus actividades un
canal de socialización, “aunque seguían las mayores teniendo todavía reparos
para entrar solas a las bodegas”.
Costumbres rígidas, casi leyes
no escritas, que tenían un largo recorrido hasta que otros usos sociales ponían
un punto final para dejarlas en esa fase de la historia que alguien se
encargará de memorizar.
“Creo que no hay mejor forma de
contar algo que haberlo vivido”, dice el autor de forma que invita a los
lectores a cruzar la calle Pescote y a añorar otras localizaciones, episodios,
tradiciones y personajes. Es natural que Nicolás diga que ésta es una crónica
muy personal, en la que exalta el carácter familiar de la vida callejera y en
la que resalta la “fraternidad vecinal”, independientemente del sustrato
ideológico, cultural, religioso o social de los residentes.
“Los vecinos -escribe- estaban
llenos de alegría y vivían muy estrechos entre ellos. Existía una cultura de
solidaridad, de auténtica vecindad. Los vecinos se ayudaban unos a otros. Las
mamás proporcionaban víveres o especias a la convecina de enfrente, o a la casa
colindante, para salvarla de apuros. Era una seña de identidad del núcleo
poblacional”.
¿Era o no era poesía? ¡Cómo no
iba a ser feliz Nicolás en ese hábitat! Una bodega, una panadería, una
zapatería, las ventas de ambiente tan sugerente, la carpintería, los chorros de
agua para el suministro público, el camión transformado en la guagua del barrio
y hasta “el canal de mampostería que conducía el agua al molino”. Por todos
esos sitios pululaban personajes populares, comúnmente identificados por sus
motes o apodos. Por allí, por el campo de La Garrota, por el barranco, por La
Torrita, anduvo González Lemus, testigo -más o menos activo- de la “guerra”
entre la Villa Arriba y la Villa Abajo, a la sazón consumidor frecuente de un
insólito bocadillo, el que preparaba su madre cuando abría el pan por la mitad
“y se lo llevaba al cabrero para que ordeñara al ignorante animal directamente
sobre él”. Un bocadillo delicioso -precisa- y una tradición que se mantuvo
hasta principios de los años setenta del siglo XX.
No es para dar la razón a
quienes afirman que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero con qué poco se
conformaban los niños, los escolares y adolescentes de aquella época. Hoy en
día ni todos los avances tecnológicos ni la fácil accesibilidad a los bienes de
consumo satisfacen como entonces.
Nicolás, con este libro, salda
la deuda con el barrio. Es una manera de decir. Es probable que más de un amigo
o vecino compañero le pidieran, en cualquier ocasión, que lo escribiera. Cuando
la manivela de la memoria echó a andar, todo fue cuestión de rescatar, de
contrastar, de verificar y de comprobar que allí había algo más que fundamentos
para una aportación bibliográfica, con la que se mitiga un vacío.
Los historiadores tienen que
disfrutar cuando se adentran en el terreno del pretérito y del entorno más
cercano, es decir, allí donde jugaron, aprendieron, convivieron, sufrieron y
crecieron, cubriendo las etapas de la vida para quedarse allí o para encontrar
otros destinos en donde hay licencia para la remembranza o para volver de vez
en cuando y prolongar la añoranza.
Estas páginas de González Lemus
reflejan la personalidad de la Villa Arriba, a la que no es ajeno pues vivió
una etapa tan activa y dinámica como la que siguió a la constitución de la asociación
de vecinos "24 de junio de San Juan Bautista". Ahí participa de un
permanente comportamiento histórico y reivindicativo, de un proceso social y
cultural que, en El Farrobo, registra la aparición del recordado Club Tauro y
del periódico El Aguijón. Así se enriquecía el destacable pasado histórico de
este núcleo poblacional.
“Efectivamente, entre los años
sesenta y setenta en muchos jóvenes del barrio se despertó el interés por
abrazar una forma diferente de vida, tanto en lo cultural como en lo social”,
escribe el autor de La Villa
Arriba. Lo hace con cierta ternura, describiendo la percepción y
las aspiraciones, tan llenas de vitalidad. Fíjense con qué naturalidad:
“En los sesenta nos dimos
cuenta que el mundo, por primera vez y precisamente en esos años, los jóvenes
asumimos una identidad que no habían conocido nunca hasta ese momento. La nueva
generación estudia (nuestros padres quieren garantizarnos una posición social
mejor, por lo que hacen un esfuerzo para que estudiáramos), se hacen reuniones,
se lee, se discute, se crean compromisos sociales y políticos -prohibido por el
régimen de Franco- , se escuchan las novedades musicales que llegan, sobre todo
del mundo anglosajón, se empieza a disponer de algo de dinero, se compran
discos. Los Beatles y los Rolling Stones invaden nuestros gustos musicales. El
momento lo podría definir como una nueva alegría de vivir, deseábamos vivir de
un modo positivo y diferente en un mundo sin guerras ni desigualdades. La nueva
generación que compartía la ideología pacifista. Nuestra generación quería
participar de un modo activo, construirse a sí misma, determinar su propio
futuro y elegir sus propios modelos, sin cambiar los de los adultos, los de
nuestros padres, pero rechazando la concepción de la vida”.
“Those were the days” (“Qué
tiempo tan feliz”), como nos cantara Mary Hopkin en una balada tan cargada de
emotiva añoranza.
Nicolás González Lemus escribe
un libro ameno, generacional, el libro pendiente para conocer las entrañas de
algunos acontecimientos que ya tienen un soporte documental que los habitantes
de la zona y los estudiantes manejarán con el mismo afán que caracterizó a
quienes, de siempre, hicieron de la Villa Arriba, un motivación constante o
permanente. Está escrito con el rigor exigible al historiador, quien ya sabe lo
que es manejar fuentes de primera mano, las vivencias propias, la memoria,
algunos escritos conservados durante décadas..., hasta acabar con la
descripción de la nueva Villa Arriba, la que ya ha experimentado algunas
determinaciones de planificación urbanística, hasta convertirse en una zona
residencial más de La Orotava, en un barrio más de los muchos del municipio,
donde la individualización -y no es un mal exclusivo- invade la convivencia,
precisamente cuando la Humanidad está en soledad, inmersa el huracán de las
comunicaciones.
Pero ese barrio tiene su
historia, su poesía, su felicidad individual y colectiva, sus rasgos, sus
amigos, sus personajes y González Lemus lo ha plasmado en su obra con
atractivos suficientes como para que elijamos un poema del escritor uruguayo
Mario Benedetti en el que habla de volver al barrio -Nicolás lo ha hecho- y que
es válido para rubricar esta aportación. Dice así:
“Volver al barrio siempre es
una huida
casi como enfrentarse a dos
espejos
uno que te ve de cerca/ otro de
lejos
en la torpe memoria repetida
la infancia/ la que fue/ sigue
perdida
no eran así los patios/ son
reflejos;
esos niños que juegan ya son
viejos
y van con más cautela por la
vida.
El barrio tiene encanto y
lluvia mansa
rieles para un tranvía que
descansa
y no irrumpe en la noche ni
madruga;
si uno busca trocitos de pasado
tal vez se halle a sí mismo
ensimismado/
volver al barrio siempre es una
fuga”.
Por eso fueron felices Nicolás
y los jóvenes de la Villa Arriba. Además, ya tienen su libro.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ
ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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