El amigo del Puerto de la Cruz;
SALVADOR GARCÍA LLANOS remitió entonces (11/09/2019) estas notas que tituló; “TREINTA
Y CINCO AÑOS DESPUÉS. EL DÍA QUE ARDIÓ EL CEDRO”: “…Se cumplen hoy veinticinco años del trágico incendió
que se cobró la vida de veinte personas en las cumbres de la isla de La Gomera.
Para todas ellas, un respetuoso y aún doloroso recuerdo. Entre las víctimas, un
compañero, un amigo: Francisco Afonso Carrillo, quien fuera alcalde del Puerto
de la Cruz y gobernador civil de la provincia de Santa Cruz de Tenerife, cargo
que ejercía el día del siniestro.
El que sigue es un relato breve
de algunas vivencias de aquella tristísima jornada.
El timbre del teléfono -aún el
modelo clásico, de disco- sonó muy temprano aquella mañana que despuntaba. Me
despertó.
-Compadre, buenos días. Se nos
está quemando el Cedro, en La Gomera.
Estoy saliendo para allá. ¿Podrías darte prisa
y enviarme un camión y los hombres que puedas para allá?
Fue la última vez que escuché
la voz de Paco Afonso, quien aún no había cumplido dos meses al frente del
entonces denominado Gobierno Civil.
-¿Tan grave es la cosa?-, balbuceé todavía somnoliento.
-¿Tan grave es la cosa?-, balbuceé todavía somnoliento.
Paco lo confirmó, sin entrar en
muchos detalles. El problema era la carencia de recursos.
Uno presidía entonces
(septiembre, 1984) la Mancomunidad del Valle de La Orotava que disponía de un
modesto parque de bomberos, útil para situaciones de emergencia pero a todas
luces insuficiente como había quedado de manifiesto en otro incendio forestal
ocurrido en los montes de Icod de los Vinos el año anterior.
Llamé en seguida a Jesús
Hernández Mesa, el eterno bombero, quien salió raudo hacia Los Cristianos en
compañía de José García Expósito, Pepe, para embarcar. No hizo falta repetir
las indicaciones, él siempre estaba predispuesto.
Las informaciones que llegaban
de La Gomera a través de la radio eran preocupantes pero en ningún momento
vislumbramos aquel fatal desenlace, del que tuve primera noticia por Carmelo
Martín que hacía el seguimiento desde los estudios de Radio Club Tenerife. Creo
recordar que Carmelo, cuando telefoneó para confirmar si sabíamos la suerte del
gobernador, se quedó bastante confundido ante mi incredulidad o ante mi
ignorancia de los hechos.
Minutos después era Pedro Luis
Cobiella quien llamaba al despacho del Ayuntamiento para anunciar lo peor.
A partir de ahí, todo se
precipitó: contactos con la Guardia Civil de aquí y de allá, peticiones de
información a la desesperada al hospital insular de La Gomera, transmitir la
terrible, la durísima información a Félix Real, sucesor de Paco en la alcaldía,
a los demás compañeros del Grupo Municipal Socialista... Nadie se lo creía,
parecía imposible. Hasta la casa consistorial fueron llegando ciudadanos de
toda condición a interesarse por el suceso. Subían las escaleras buscando un
testimonio, algo, que les dijera que no era verdad, que se trataba de una
confusión, que estaba herido... pero que seguía vivo. La cruda realidad, la
confirmación de la muerte de Paco Afonso, sólo alimentaba las lágrimas y las
manifestaciones de dolor.
Recuerdo a Loli, ya viuda,
cuando llegó, cuando entró en la alcaldía y nos abrazamos entre sollozos.
-Pero, ¿cómo fue?-, se preguntaba
reiteradamente mientras compañeras, funcionarias, familiares y numerosas
personas trataban de consolarla. Recuerdo a sus cuñados, los hermanos Afonso,
visiblemente emocionados.
Aquellas primeras horas fueron tremendas en el Puerto mientras en La Gomera se seguía luchando contra el fuego. Hube de atender telefónicamente a varios periodistas, en tanto que otros que habían acudido al Ayuntamiento movían el dial de la radio constantemente en busca de más noticias. Cuando alguien dijo que había unos veinte muertos, reparé en Jesús y Pepe, los dos bomberos. ¿Qué les habría pasado? En el parque de la Mancomunidad, donde la desazón era evidente, ya sabían que habían sido hospitalizados con quemaduras pero que estaban fuera de peligro.
Aquellas primeras horas fueron tremendas en el Puerto mientras en La Gomera se seguía luchando contra el fuego. Hube de atender telefónicamente a varios periodistas, en tanto que otros que habían acudido al Ayuntamiento movían el dial de la radio constantemente en busca de más noticias. Cuando alguien dijo que había unos veinte muertos, reparé en Jesús y Pepe, los dos bomberos. ¿Qué les habría pasado? En el parque de la Mancomunidad, donde la desazón era evidente, ya sabían que habían sido hospitalizados con quemaduras pero que estaban fuera de peligro.
(Hoy confieso que me sentí
aliviado, que dí gracias a la divinidad. A fin de cuentas era yo quien había
ordenado que acudieran a combatir el siniestro).
A medida que avanzaban las horas, el dolor y la emoción eran incontenibles. El Ayuntamiento era un constante ir y venir de gentes. Alcaldes de otras localidades acudieron a expresar sus condolencias y a ofrecer lo que estuviera a su alcance. Me tocó avanzar en los preparativos del día después. Eligio Hernández, delegado del Gobierno, anticipó las primeras determinaciones sobre el traslado de los cadáveres del gobernador, de Bartolomé (Lito), su secretario, y de Brito, su conductor del parque móvil. También indicó algo el capitán Bonifacio, de la Guardia Civil, con quien Paco Afonso había entablado una sincera amistad durante su destino en el puesto del Puerto a raíz de su ejemplar comportamiento en la noche del 23-F.
A medida que avanzaban las horas, el dolor y la emoción eran incontenibles. El Ayuntamiento era un constante ir y venir de gentes. Alcaldes de otras localidades acudieron a expresar sus condolencias y a ofrecer lo que estuviera a su alcance. Me tocó avanzar en los preparativos del día después. Eligio Hernández, delegado del Gobierno, anticipó las primeras determinaciones sobre el traslado de los cadáveres del gobernador, de Bartolomé (Lito), su secretario, y de Brito, su conductor del parque móvil. También indicó algo el capitán Bonifacio, de la Guardia Civil, con quien Paco Afonso había entablado una sincera amistad durante su destino en el puesto del Puerto a raíz de su ejemplar comportamiento en la noche del 23-F.
La noticia era que los féretros
serían trasladados en el primer barco que llegaría a Los Cristianos a eso de
las ocho de la mañana. Organizamos de alguna manera el desplazamiento hasta el
sur. Se aprovechó para concretar todo el operativo del día siguiente: había
coincidencia, corporativa y familiar, en que habría una capilla ardiente en el
Ayuntamiento. El tiempo que fuese. Pero también había que estar en la sede del
Gobierno Civil. Así se hizo.
Varios concejales, familiares y
amigos permanecimos hasta bien entrada la madrugada en la sede del consistorio.
Los silencios empezaron a ser más prolongados, sólo interrumpidos por sollozos,
por algún timbre telefónico y por alguna pregunta en voz baja.
Antes de retirarnos, repasamos
y ultimamos detalles.
En Los Cristianos, durante la
espera, leíamos los periódicos. Hay una escena patética: el desembarco de los
cadáveres. La emoción se desbordó. Creo recordar algún momento de histeria. Los
abrazos se sucedían. Guardia Civil y Policía Local organizaron con diligencia
la caravana que ponía rumbo a Santa Cruz de Tenerife. Allí estaba Manolo
Barrios, entonces alcalde, con un transmisor coordinando la salida.
Desde la autopista del sur, accedimos a la capital, rumbo al Gobierno Civil. No eran todavía las diez de la mañana y ya había grupos de gente en las aceras. Unos aplaudían y otros se persignaban al paso. En el exterior del palacete de Méndez Núñez se había concentrado un gentío. Cuando bajamos de los coches, pude palpar el llanto humano, el mismo que compartían Jerónimo Saavedra y Augusto Brito, fundidos en un abrazo en un lateral de la primera planta.
Desde la autopista del sur, accedimos a la capital, rumbo al Gobierno Civil. No eran todavía las diez de la mañana y ya había grupos de gente en las aceras. Unos aplaudían y otros se persignaban al paso. En el exterior del palacete de Méndez Núñez se había concentrado un gentío. Cuando bajamos de los coches, pude palpar el llanto humano, el mismo que compartían Jerónimo Saavedra y Augusto Brito, fundidos en un abrazo en un lateral de la primera planta.
Allí, en medio de un calor
sofocante, se concentraron autoridades, representaciones, cargos públicos y un
montón de anónimos, personas a las que no conocíamos y que expresaban su
solidaridad y sus condolencias.
En un momento de sosiego, Eligio Hernández nos comunica que Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno, y José Barrionuevo, ministro del Interior, viajaban desde Madrid para estar en el sepelio.
Sobre el mediodía, salimos ya hacia el Puerto. Quedaba el trance más difícil. En las calles santacruceras, la gente seguía aglomerándose. El trayecto no se hizo muy largo para la larga caravana. Ya en la ciudad, la multitud en el exterior del Ayuntamiento impresionaba. Al descender el ataúd de Paco Afonso, el dolor invadía cuerpos y mentes. Hubo momentos de desconcierto, de casi no saber qué hacer.
En un momento de sosiego, Eligio Hernández nos comunica que Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno, y José Barrionuevo, ministro del Interior, viajaban desde Madrid para estar en el sepelio.
Sobre el mediodía, salimos ya hacia el Puerto. Quedaba el trance más difícil. En las calles santacruceras, la gente seguía aglomerándose. El trayecto no se hizo muy largo para la larga caravana. Ya en la ciudad, la multitud en el exterior del Ayuntamiento impresionaba. Al descender el ataúd de Paco Afonso, el dolor invadía cuerpos y mentes. Hubo momentos de desconcierto, de casi no saber qué hacer.
En el salón de plenos, donde
tantas sesiones había presidido como alcalde apreciado por la población desde
abril de 1979, quedó abierta la capilla ardiente. Centenares, miles de personas
se acercaban para saludar a la familia, para decir el adiós postrero.
Alfonso Guerra consoló como
pudo a Loli González. Diario 16 publicó al día siguiente, en la última página,
una elocuente foto de ese momento.
Desde el Ayuntamiento hasta la parroquia de la Peña de Francia. Jamás hubo tanto calor en el templo. El oficio concelebrado fue muy emotivo. A su término, se inició el traslado, a pie, hasta el cementerio. Lentamente, miles de personas acompañaron a Paco hasta su última morada, expresando el afecto que le habían dispensado.
Desde el Ayuntamiento hasta la parroquia de la Peña de Francia. Jamás hubo tanto calor en el templo. El oficio concelebrado fue muy emotivo. A su término, se inició el traslado, a pie, hasta el cementerio. Lentamente, miles de personas acompañaron a Paco hasta su última morada, expresando el afecto que le habían dispensado.
El imprevisible fuego de El
Cedro se había cobrado su vida y las de otras diecinueve personas. El luctuoso
suceso permanece en la memoria de los canarios. Como jamás se borrarán las
últimas palabras que le escuché:
-Compadre, buenos días. Se nos está quemando El Cedro...
Qué premonición, ¿verdad?
-Compadre, buenos días. Se nos está quemando El Cedro...
Qué premonición, ¿verdad?
Nota del Autor.- Reproducimos
esta entrada, publicada el 11 de septiembre de 2009. Por tanto, se cumplen hoy
treinta y cinco años de aquel trágico suceso…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ
ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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