jueves, 12 de mayo de 2022

EL SILBATO DEL MERITORIO Y DISTÉFANO


El amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS remitió entonces (12/05/2022) estas notas que tituló; “EL SILBATO DEL MERITORIO Y DISTÉFANO”: “…Manuel Martín Ramos, a quien muchos llamábamos Emeterio, y casi todos le decíamos Tete, fallecido ayer en el Puerto de la Cruz, jamás imaginó que algún día arbitraría al mismísimo Alfredo DiStéfano.

Hasta que llegó el día, claro. Fue en El Peñón, aún con cancha de tierra, a mediados de los años setenta del pasado siglo. Allí no cabía un alma más en aquella fecha en la que rindieron tributo a Segismundo Tito Del Pino Real, aquel genio que no quiso traspasar las fronteras del fútbol regional pese a que reunía cualidades sobradas para jugar en categoría superior.

Para despedirle, trajeron, ni más ni menos, que a los Veteranos del Real Madrid, un seleccionado en el que militaban Marquitos, Vidal y otros afamados jugadores de épocas anteriores. Se enfrentaron a la Peña Celti, un equipo de aficionados y también viejas glorias, que así se denominaba entonces cuando reaparecían en las canchas. Sería injusto no consignar que Fernando Díaz, propietario del hotel Marquesa, y el inolvidable Gilberto Hernández, se encargaron de la organización y la logística. Sin embargo, se olvidaron de solicitar el arbitraje oficial. Claro, hubo que improvisar hubo que improvisar -a escasos minutos del comienzo y con el recinto abarrotado- una solución con árbitros locales (Martín Ramos y Rodríguez Perdomo) que alternaron las bandas y el tiempo. Con el primero de ellos, después de señalar un fuera de juego y con los senior madridistas en plena reclamación, se encaró el gran Alfredo DiStéfano. Le quitó el silbato a Martín Ramos y se lo dio al compañero. La ‘Saeta Rubia’, muchos años después también inmortalizado como tal en el himno del Rea, desconocía cómo le apodaban (¿quién en el Puerto no tiene nombrete?) pero soltó una de las suyas:

-Déjale no sabe más. Mira que es animal.

Cuando terminó el choque y le advirtieron el mote del árbitro, DiStéfano dijo con aquel laconismo que le caracterizaba:

-Lo siento, no lo sabía.

El encuentro, para deleite de los espectadores, acabó igualado (3-3). Martín Ramos pasó a oficiar de linier. O de línea, que así se les denominaba entonces. DiStéfano anotó el primer gol, un increíble remate, casi de espuela, en la portería del naciente. Los aplausos duraron. Aquel era el sello de un futbolista que, cruzado el ecuador de los cincuenta, conservaba las esencias técnicas. Era el jugador que había cambiado la historia del fútbol y del Real Madrid. Dejó un lance de la leyenda en la vieja cazuela portuense. Al día siguiente el vespertino La Tarde publicó en primera página una gran foto suya junto al otro protagonista, Del Pino, con el título ‘Los dos maestros’.

Pero es de Tete de quien queremos escribir unas líneas y recordar aquel lance. Era una especie de árbitro fijo, es decir, cuando se disputaban encuentros de distintas categorías, oficiales, amistosos o de aficionados, aparecía él, con su modesta vestimenta negra que portaba en una pequeña maleta de madera. Él siempre estaba allí, en El Peñón. La gente memorizó el que fue un célebre trío arbitral: Tito (en referencia a Norberto Castilla Yanes), Tano (nombre con el que se conocía a Cayetano Rodríguez) y Tete, el inefable meritorio. El trío de las ‘tes’.

Con una sonrisa ladeada y socarrona, hacía abstracción de los insultos e improperios que, a menudo, se ganaba a pulso. Solía solventar los lances dudosos elevando un dedo de la mano izquierda. En cierta ocasión, presumió de haberse inventado una sanción: señaló penalti tras una plancha de un jugador visitante en el área. Le recriminaron desde la grada que ese lance jamás se sancionaba con la pena máxima. Y él dijo:

-Pues a partir de ahora, sí se pita.

Muchos no pudieron contener las risas. El caso es que un equipo infantil de la localidad ganó gracias a esa decisión.

Era auxiliar de mecánica en una conocida empresa de transportes. Y durante años, colaboró en el cementerio, como si se tratara del sepulturero.

Una persona muy servicial. Será recordado siempre…”

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

 

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