martes, 31 de mayo de 2022

QUE BONITAS ERAN AQUELLAS FIESTAS EN MI ADOLESCENCIA

En el muro del FACEBOOK del amigo de la Villa de La Orotava JESÚS ROCÍO RAMOS, aparece un magnífico y extraordinario trabajo suyo que comparto con su permiso, adaptado por ÁNGELA PÉREZ ROCÍO, que se titula “QUE BONITAS ERAN AQUELLAS FIESTAS EN MI ADOLESCENCIA: “…Hoy voy a recordar como yo viví las Fiestas en aquellos años de mi adolescencia, donde no teníamos de nada, pero que felices éramos.

Esperábamos que fueran las fiestas para estrenar el traje y los zapatos; en mi caso el traje era el que había pasado antes por mis tres hermanos y adaptado para mí por mi tía la costurera Ángeles Sosa. Me quedaba bien, pero no puedo decir lo mismo de los zapatos. Eran de calzados Dorta, más duros que el carajo. No solo las llagas que me hacían, sino los leñazos que me daba, porque eran de suela y resbalaban ¡coño los estregaba en la tierra, pero no se le quitaba! No me digas al pisar el brezo, el jueves de las alfombras patinaba, y con los pies llenos de esparadrapos iba a la plaza de la alameda, donde estaban los puestos con las ruletas.

Recuerdo que entre los premios daban conejos y las mesas con cuadraditos de colores, donde ponías las perras (dinero) y si salía el color donde tú la habías puesto, tenías premio, pero siempre ganaban ellos. En verdad no se cual eran sus nombres, pero yo las conocía así, y por otro lado la tómbola de las dichosas chochonas, amigos que pesados eran. Y como no, la gran tómbola de caridad que al frente de ellas estaba la gente rica, cuyas rifas no se con que las pegaban que no había forma de abrirlas. Prueba de ello que en el mostrador había unos vasos con agua para mojarlas y poderlas abrir.

También había un puesto donde vendían las cotufas y las papas fritas, y otros con las nubes hechas con el azúcar, las manzanas caramelizadas y los carritos con los helados de Víctor Polo, los de Olivera del Puerto de la Cruz y Antero con la garrafa de un lado a otro. Los vendían poniendo en un molde una galleta y según el tamaño te cobraban.

Recuerdo ver a las pobres turroneras que debajo de la mesa donde exponían sus turrones, con una cocinilla de petróleo hacían la comida y se quedaban de noche alumbradas con la luz de un carburo. Ya desde ese tiempo destacaban los turrones de la Rosa, que se situaban donde tenía el carrito de Eusebio, viniendo al frente su propietario Don Emilio de la Rosa con sus célebres turrones y unas rosquillas que a mi madre le encantaban. También un saco grande con manises horneados que eran deliciosos, que los ponía a la venta y los vendía al instante. Sin olvidar los barquillos de Tomas que estaba por los alrededores y las almendras saladas que vendía Eulogio en el Victoria.

Con aquella bonita edad solo pensaba en las fiestas y con una pena tremenda cuando se terminaban…”

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

 

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