El amigo del Puerto de la
Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS remitió entonces (04/06/2022) estas notas que
tituló; “UNA PRESENTACIÓN DE LUJO”: “…La profesora Margarita Rodríguez Espinosa
hizo una primorosa presentación de la última novela de Juan Cruz Ruiz, Mil doscientos pasos (Alfaguara),
prolongando la relación del autor con el Instituto de Estudios Hispánicos de
Canarias (IEHC), donde ha ido fraguándose una sucesión de palabras y
reflexiones encadenadas que hacen del amor por la li
teratura y el periodismo un hecho permanentemente sugerente, en el que
siempre hay algo por recordar y por descubrir. Si a ello se le añade la
presencia, vía digital, de la joven escritora Saray Encinoso, que protagoniza
el salto y la visión generacional, con el esfuerzo técnico de Alex Amador para
que el diálogo fluyera en condiciones que mantuvieron el interés sin
alteraciones todo el tiempo, quedó un acto de los que se recuerdan siempre, con
sabor a letras bien hilvanadas.
Rodríguez
Espinosa empezó aludiendo un tiempo de vacío cultural en la ciudad. Allí
estaban el IEHC y el colegio de segunda enseñanza Gran Poder de Dios para
intentar superar la situación. “Se daba la circunstancia --evocó
Margarita-- de que la profesora de Literatura del colegio era la secretaria del
Instituto. En la secretaría impartía sus clases y ponía a disposición de sus
alumnos la biblioteca. Juan conserva el recuerdo de los primeros libros que se
llevó en préstamo, los de Julio Verne, los de Dickens, uno del padre
Coloma..., y ha mantenido viva y cálida su relación con esta institución
desde aquellos años, desde poco después, cuando figura como miembro de las
primeras promociones de la Sección de Estudiantes del Instituto, y hasta la
actualidad. Aquí ha hecho presentaciones de libros, incluidos los suyos
propios, ha dado charlas y conferencias, ha organizado encuentros y hasta
celebró un cumpleaños en un emotivo acto en el que hizo público su deseo de
donar su biblioteca particular a aquel instituto de su infancia, que es este,
que trata de corresponderle con afecto y con la gratitud que se merece”.
La
presentadora dijo haber descubierto un libro diferente a los otros, “una novela
en que la ficción es ficción, lo que parece una redundancia, pero
tratándose de la literatura de Juan hay que señalarlo. Eso no quiere decir que
esta vez el escritor traicione su uso acostumbrado de la memoria como recurso
literario, porque la ficción está edificada con materiales que son recuerdos”.
La
profesora Rodríguez Espinosa habló de que estamos ante otra novela de la
memoria, “la misma inagotable memoria que atraviesa todos sus libros”. Un libro
dedicado A los chicos de mi
barrio, ninguno de los cuales sale en esta novela. “Los chicos
del barrio de Juan –aclaró la presentadora-- entran a formar parte de la
novela, pero el escritor nos ha querido dejar claro desde el principio que los
de esta historia van a ser otros, en un barrio recreado para ser escenario de
los sucesos de la etapa que ha acotado: la adolescencia, la edad del
descubrimiento del mundo adulto y de su crudeza; de los experimentos sexuales,
de la curiosidad por el sexo y de la culpa. La edad que él describió una vez
tan dura, tan llena de peligros y de competiciones, de agresiones y de burlas y
que él ha elegido para narrar lo más oscuro de su memoria: el recuerdo de las
sombras del franquismo, de la
pobreza de la posguerra y de los niños descalzos”.
Precisó
luego que el autor no abandona su universo narrativo ni su mitología. Por eso
se reconocen en el texto sucesos, lugares y personajes. Pero “hay poco lugar
para el relato de la inocencia, del paraíso perdido. Todo lo describe y lo
cuenta el hombre que regresa sesenta años después al barrio que abandonó a los
dieciséis años, y trata de recuperar los sonidos de su adolescencia (el rumor
de la platanera, los chicos llamándose a gritos...); el estanque, por una vez
limpio de verde y de lagartijas, y los pocos momentos en que había una
“felicidad chiquita”: Después de la lluvia, la tierra feliz desprende olor de
inocencia”. Pero la felicidad y la inocencia duran poco, como el paso fugaz de
Alessandra, el primer amor, aunque las cosas y el amor de la adolescencia no se
saben lo que son hasta mucho después.
“A
este narrador –dijo Margarita Rodríguez-- que fue una vez un chico del barrio,
los recuerdos le vienen como suelen hacer ellos, dando vueltas; y con cada
vuelta vamos a ir ahondando en los personajes y conociendo mejor los
sucesos de aquel tiempo, en un desorden mínimo que permite al propio narrador y
a los lectores ir atando cabos hasta llegar al desenlace. La casa, el regreso;
todo es un verbo que significa lo mismo: vivir, haber vivido, recordar. Esa es
la materia de la poesía".
El
pasado viene como la bruma y él, abrumado por los recuerdos, se encuentra
“diciendo hacia adentro lo que es al fin el resumen de una vida que he venido
-dice- a recitar aquí y ante nadie”; sin atreverse a dar los mil doscientos
pasos que lo separan de aquella pared de los versos, apoyado en el muro, el Muro
con mayúscula, donde los chicos paraban siempre, y ocasional mentidero para
los hombres. Las mujeres pocas veces salían a hablar a las puertas de las
casas.
La
presentadora aludió a la maledicencia como otra clave de la historia, con los
vaivenes de los recuerdos y mientras se desvelan los secretos. Señaló que “la
calumnia entonces formaba parte de lo cotidiano. Decide el destino de los
personajes de manera gratuita, sucia, despiadada y asesina. Las mentiras
maliciosas se escuchaban en todas partes, era imposible escapar. Hasta los
chicos las practican, aprendidas de los mayores, de los hombres, las peores
malas lenguas”.
“La
calumnia y la burla eran tan habituales como inevitables”, apostilló. Y para
contarlas, el autor rescata palabras que teníamos perdidas, como monifato, singuango, sorullo o sarasa, o la misteriosa cariante
usada como cobarde, que, que yo sepa, solo aparece en un diccionario, el
Diferencial del Español de Canarias de Dolores Corbella, Cristóbal Corrales y
Maria de los Ángeles Álvarez, con el significado de “vaso de vino”, con lo que
se le da un giro surrealista al insulto. Son las palabras que, junto a otras
más inocuas, como malimpriadito,
disbruzada o cambado, casi todos portuguesismos, por culpa del uso
estandarizado del idioma, habíamos extraviado, pero no olvidado. Y aquel “más
nada” , que, igual que el “más nunca”, nos corregían en la escuela: se dice
“nada más”; no sé por qué, que había en contra del portugués mais nada.
En
fin, una brillante y lucida presentación de este nuevo libro de Cruz, Mil doscientos pasos, en cuya
página de dedicatoria aparecen también su maestro, Domingo Pérez Minik; y su
amigo, el doctor Rafael Cobiella. “A ellos les hubiera gustado mucho esta
novela sobre la amistad y contra la calumnia”, concluyó.
(Y
a Rubens López García, biólogo, un sabio portuense, fallecido ayer en Madrid y
del que escribiremos mañana)…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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