martes, 6 de diciembre de 2022

EL FRUTERO DE MI TÍA HIGINIA

En el muro del FACEBOOK del amigo de la Villa de La Orotava JESÚS ROCÍO RAMOS, aparece un magnífico y extraordinario trabajo suyo que comparto con su permiso, adaptado por ÁNGELA PÉREZ ROCÍO, que se tituló “EL FRUTERO DE MI TÍA HIGINIA”: “…Cuando yo era un adolescente, mi madre me daba para salir todos los domingos un real de vellón. Muchos jóvenes se preguntarán, qué moneda era esa, lo explico: era una moneda de veinticinco céntimos, ósea dos perras, y una perra chica, de las inolvidables pesetas (dos monedas de diez céntimos, y otra de cinco céntimos).

Después iba a casa de mi padrino Pablo (el molinero) que vivía pegado a mi casa, y me daba otro, y yo los ocultaba dentro del pañuelo, para que no sonaran. Después iba a casa de mi tía Higinia, en la calle de Meneses, le daba un beso, y ella me daba un bombón, que lo sacaba de una antigua alacena, de los que tenía reservados para su niña, mi hermana Nena.

Mi tía sabía a lo que yo iba, mientras tanto yo esperaba. Disimulaba mirando de un lado para otro, de pronto me fijé en un bonito frutero que estaba encima de la mesa del comedor, esperando para ver si me daba algo, y como tardaba se me ocurrió preguntarle por aquel frutero.

Me dijo que hacía años que lo había comprado en el bazar de Chanita Lima, en la calle del calvario, que estaba donde antes o después, estuvo correos, al que recuerdo pasar por la acera y ver por la ventana el bazar. La puerta estaba entornada, tenias que empujarla, para entrar; de dicha puerta colgaba una pequeña campanilla que anunciaba tu presencia. Después de explicármelo, sacó el monedero, y me dio otro real.

En aquel momento estaba yo más contento que unas pascuas. Tenía tres reales, o sea setenta y cinco céntimos (de las antiguas pesetas) ya tenía asegurada la entrada para el cine, las chucherías, y para llevarle un caramelo a mi madre.

Cuando llegue a mi casa, y le conté a mi madre lo del frutero me dijo que en aquel tiempo el bazar de Chanita Lima vendía loza muy fina, cristalerías, vajillas, juegos de té, y de café que decían que venía de China que la gente compraba para sus casas y para los regalos, y que desgraciadamente en la posguerra muchas las tuvieran que vender para comprar que comer.

Me contó que por la edad que yo tenía no lo comprendía, pero que fueron tiempos muy difíciles, de hambre y de estraperlo.

Aquí les muestro las monedas de un real y el frutero de mi tía Higinia…”

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

 

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