En el muro del
FACEBOOK del amigo de la Villa de La Orotava JESÚS ROCÍO RAMOS, aparece un
magnífico y extraordinario trabajo suyo que comparto con su permiso, adaptado
por ÁNGELA PÉREZ ROCÍO, que se tituló “EL FRUTERO DE MI TÍA HIGINIA”: “…Cuando yo era un adolescente,
mi madre me daba para salir todos los domingos un real de vellón. Muchos
jóvenes se preguntarán, qué moneda era esa, lo explico: era una moneda de veinticinco
céntimos, ósea dos perras, y una perra chica, de las inolvidables pesetas (dos
monedas de diez céntimos, y otra de cinco céntimos).
Después iba a
casa de mi padrino Pablo (el molinero) que vivía pegado a mi casa, y me daba
otro, y yo los ocultaba dentro del pañuelo, para que no sonaran. Después iba a
casa de mi tía Higinia, en la calle de Meneses, le daba un beso, y ella me daba
un bombón, que lo sacaba de una antigua alacena, de los que tenía reservados
para su niña, mi hermana Nena.
Mi tía sabía a lo
que yo iba, mientras tanto yo esperaba. Disimulaba mirando de un lado para
otro, de pronto me fijé en un bonito frutero que estaba encima de la mesa del
comedor, esperando para ver si me daba algo, y como tardaba se me ocurrió
preguntarle por aquel frutero.
Me dijo que hacía
años que lo había comprado en el bazar de Chanita Lima, en la calle del
calvario, que estaba donde antes o después, estuvo correos, al que recuerdo
pasar por la acera y ver por la ventana el bazar. La puerta estaba entornada,
tenias que empujarla, para entrar; de dicha puerta colgaba una pequeña
campanilla que anunciaba tu presencia. Después de explicármelo, sacó el
monedero, y me dio otro real.
En aquel momento
estaba yo más contento que unas pascuas. Tenía tres reales, o sea setenta y
cinco céntimos (de las antiguas pesetas) ya tenía asegurada la entrada para el
cine, las chucherías, y para llevarle un caramelo a mi madre.
Cuando llegue a
mi casa, y le conté a mi madre lo del frutero me dijo que en aquel tiempo el
bazar de Chanita Lima vendía loza muy fina, cristalerías, vajillas, juegos de
té, y de café que decían que venía de China que la gente compraba para sus
casas y para los regalos, y que desgraciadamente en la posguerra muchas las
tuvieran que vender para comprar que comer.
Me contó que por
la edad que yo tenía no lo comprendía, pero que fueron tiempos muy difíciles,
de hambre y de estraperlo.
Aquí les muestro
las monedas de un real y el frutero de mi tía Higinia…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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