lunes, 13 de marzo de 2023

MIS AMIGOS MÁS CERCANOS DE ESQUINA A ESQUINA

Fotografía retrato de Ángel Baute de mi colección particular tomada de  mi cámara.

 

En el muro del FACEBOOK del amigo de la Villa de La Orotava JESÚS ROCÍO RAMOS, aparece un magnífico y extraordinario trabajo suyo que comparto con su permiso, adaptado por ÁNGELA PÉREZ ROCÍO, que se tituló “MIS AMIGOS MÁS CERCANOS DE ESQUINA A ESQUINA”: “…Hoy he querido recordar a aquellos amigos más cercanos, los que juntos jugamos, y correteamos en aquellos tiempos de nuestra adolescencia, en aquella calle donde el escenario sigue siendo el mismo, la de piedras y tierra la del castaño hoy (Domingo Glez), donde de esquina a esquina vivíamos los siguientes amigos: Balbino Sanmillan, Kiko Abrante, (el tupido), Santiago Bello (Zapatero), Amadeo Dguez, Bruno Álvarez (el cañón), los Hermanos Domingo, y José Antonio Garcias, los Hermanos Alfonso, y José Antonio Dorta, Pablo Oramas, Baudelio (lerio), los hermanos Manuel y Lucio Carballo, Manuel Benítez, (el huevon), Miguel el Reveron, y los hermanos Angelito, y Lorenzo Baute, (palo duros). Quiero que sepan que los motes no los he puesto yo.

Aunque vivían en la calle centella se unían a nosotros, de todos los nombrados que yo sepa, solo quedamos cuatro vivos. Como siempre, jugábamos en la calle al boliche, al trompo, a piola, a guerra, y a la pelota, y solamente nos apartábamos para que pasaran cuando bajaban o subían algunos de los cuatro coches, cuyos dueños vivían en La Piedad, que eran el de Cristóbal el pajarero, Juan el hurón, Domingo la lerta, Sebastián el pejapan, y a dar la vuelta en la esquina Miguel el Reveron , y un camión de Manuel Leal.

También a los arrieros, que venían con sus bestias cargadas de leña para la panadería de Siña Perra, y era muy frecuente ver llegar a los hombres con sus bestias cargadas con papas bonitas coles, y unos manojos de orégano, que las vendían allí en la calle; como también venían dos lindas jovencitas muy picarescas de Tejina a vender sus ajoa, y a siña Concha la sucia una señora mayor de la montaña, con un burro con dos huacales vendiendo tomates.

En aquel entonces, las aceras eran de losa chasnera y los pretiles de piedra, y por el lado de mi casa estaban unas argollas cerca de los pretiles para que amarraran las bestias y al estar tan cercas las ventas de Siña María Germán (Olegaria) la de mis padres (Ernesto Rocío), la venta y panadería de Siña Petra, y el molino de gofio de Isabel. Había días que se juntaban seis o ocho clientes con sus bestias, las amarran allí y parecía que estábamos por fuera de un salón en una película del Oeste. Imagínense cómo dejaban el lugar de boñigas, pero casi siempre había alguien que los recogía para el abono de sus flores.

Un día jugando a guerra con los amigos me resbalé en la calle, y me caí; cuando me levantaron no sólo me había partido un brazo, sino también dos dientes. Me llevaron a D. Domingo el médico, que era el de mi casa, y me mandó a la clínica Estrada en Los Realejos y me lo enyesaron. Me pusieron tanto yeso y ganchos que el brazo parecía él un ala de una avioneta. Total, cuando me quitaron el yeso el brazo me quedó torcido; le recomendaron a mis padres un curandero, un tal Honorio en Santa Cruz y me llevaron, y nos dijo que habíamos llegado tarde, que teníamos que haber ido antes de escayolarlo ¡¡¡total cachimba!!! Nos recomendó que en un cesto de mano, pusiera pesos y con ese brazo estuviera todo el día haciendo ejercicio, y así lo hice. Estuve como un huevón, iba para todos los sitios con ese dichoso sesto, y nada, siempre el brazo torcido.

También fui a casa de los curanderos Ignacio Benítez ( el Huevon), y a casa D. Antonio y Marcelo, que me estuvieron dando masajes con corcova de camello, pero mi brazo seguía igual. Mi padre terminó poniendo en las vigas de un cuarto que teníamos deshabitado que llamábamos (el cuarto de Siña Francisca). Me montó unas argollas grandes para que hiciera ejercicios, pero se daba el caso que el menos que los hacía era yo, porque mis amigos les cogieron el gusto, y estaban a todas horas en casa.

Y como caso simpático, mi madre me llevaba a la hora de la merienda una yema batida con azúcar (un lujo en aquel tiempo), me llamaba, y la dejaba por allí, y Lorenzo o Angelito estaban a la acecha, y se la comían; me dejaban en blanco.

El pobre Lorenzo, unos días antes de morir hablando en la parada riéndose, me lo recordó, y en cuanto a los dientes, estuve años con ellos partidos pero por fin me los arregló un mecánico dentista en Santa Cruz, un tal Chano. Me puso unos aros de oro; en verdad que me quedaron bien y yo todo el día me lo pasaba riéndome para que me los vieran y presumía con ellos ¡¡¡qué bonita edad !!!

En aquellos tiempos, los curanderos hacían de fisios, y no sé si habrían traumatólogos, pero eso fue el ayer, y como dice D. Hilarión, en la Verbena de la Paloma, “hoy la ciencia se adelanta que es una barbaridad, que es una barbaridad”…”

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

 

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