domingo, 19 de marzo de 2023

SIÑA PEPA Y DOÑA JULITA LAS DE HILARITO

En el muro del FACEBOOK del amigo de la Villa de La Orotava JESÚS ROCÍO RAMOS, aparece un magnífico y extraordinario trabajo suyo que comparto con su permiso, adaptado por ÁNGELA PÉREZ ROCÍO, que se tituló “SIÑA PEPA Y DOÑA JULITA LAS DE HILARITO”: “…Recuerdo desde niño ver en la calle del castaño (Domingo Glez) la gran casona, tal y como se conserva hoy en día. En ella vivían las hermanas, Siña Pepa, y Doña Julita conocidas como las de Hilarito. Siña Pepa era casada, yo no conocí al marido. Madre de dos hijos Maximiano, y el otro creo que se llamaba José, al que tampoco conocí porque vivía en la península. Doña Julita era soltera.

En aquel tiempo pasaba por su casa la canal con el agua para los molinos, y ella la aprovechaba para endulzar chochos, los cuales los vendían. Me hacía mucha gracia ver que los despachaban, y el envase era una hoja de burro (también era conocida como Pepita la de los chochos). Tenían una pequeña huerta, donde se entretenían, y plantaban perejil, tomillo, hierba buena, etc. En aquel tiempo, estábamos acostumbrados a que todo eso lo regalaban, pero ellas nos enseñaron que de eso nada, que allí si ibas a por algo, lo tenías que pagar.

Conocí viviendo allí, en la parte alta al matrimonio Teodoro Sanabria, empleado de la eléctrica y músico de la banda, Magdalena Toste, y a sus hijos. No sé si fue antes o después a su hijo Maximiano y familia, y entrando a la casa a la derecha lo tenía alquilado Agustín un latonero con su taller.

Recuerdo que mi madre me mandaba con la cocinilla para que la destupiera (qué tiempos), y a la izquierda también alquilado, el taller de Zapatería de Santiago Bello, y en un cuarto independiente hacia la calle estaba la lonja. Lo tenía alquilado a Jesús y Encarnación, y su hijo Estratonico, que en aquel tiempo vivían en el torrejón. Después se la traspasó a Jerónimo, el perrinche; ignoro si hubieron otros inquilinos. Más tarde, vino un hermano de Cuba que se llamaba D. Amarito, era pequeño de estatura y muy gracioso.

Cómo siempre, podrán observar qué yo hablo solamente de mis vivencias. Maximiano padecía de asma severa, siempre llegaba a la venta cansado. Susana su señora, era una extraordinaria mujer amable cariñosa a la que yo por su forma de ser la admiraba; aparte de ser un buenos cliente, éramos amigos.

Había que vernos como nos reíamos recordando una anécdota que le paso a Maximiano: resulta que en la huerta de la casa tenía un duraznero de esos tempraneros, y se llenó de frutos, y ya casi maduros se comió uno, y no le gusto; le pareció amargo, y ruin, y me lo comentó en la venta. Me trajo unos cuantos para que los probará, y le dio unos pocos a mi cuñada María del Carmen que tenía la venta pegado a la casa. Al día siguiente, me pregunto si me había gustado, le dije la verdad que a mí me parecían buenos, y él creía que yo estaba vacilando, y me dijo “¿quieres más?”, y le dije que “sí” y apareció con un bolso lleno, diciéndome que le había llevado otro a María del Carmen.

De regresó a la casa le dio por comerse uno de los pocos que le quedaban al árbol, y se sorprendió de lo buenos que estaban, dijo “me cache en la porra ya me extrañaba a mi aquellos dos satélites que me decían que estaban buenos que se podían comer”. Cada vez que venía a la venta le decía para seguir la fiesta “¡qué no te quedan duraznos!” Una cosa es decirlo yo, pero era morirse de risa oírselo contar a él…”

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

 

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