Fotografía referente a un grabado hecho por un inglés en 1820. San Telmo, y
como fondo la fuente de Martiánez.
El amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS
remitió entonces (23/04/2020) estas notas que tituló; “VACUNAS
CONTRA LAS VIRUELAS”:
“…Hablamos de epidemias en el Puerto de la Cruz
durante el siglo XIX. También la hubo de viruelas. Veamos cómo las combatieron,
siempre con la ayuda de los testimonios aportados por Nicolás Pestana Sánchez.
El 26 de abril de 1804, a
resultas de un escrito cursado por el Marqués de Casa Cajigal, Comandante
General de las Islas y presidente de su Real Audiencia, relativo a la
introducción en el municipio del denominado “fluido vacuno”, el alcalde,
Bernardo Cólogan, convocó a los facultativos en medicina y cirugía residentes
en la localidad con el fin de combinar los medios más convenientes para
propagar dicho “fluido” contra el contagio de las viruelas.
Un día después, acudieron a la
cita el Síndico Personero, Tomás Cullen; los facultativos de medicina,
Juan Emeric y Diego Armistrong; y los practicantes de cirugía, Santiago Murga y
Juan Miranda. Quedaron enterados del contenido del oficio del Marqués de Casa
Cagigal, sobre este importante asunto de la vacuna como “…preventivo nuevamente descubierto contra las
viruelas naturales”, que deseaba se introdujese y estableciese en el
Puerto, para bien de sus vecinos.
El caso es que había que poner
en práctica un método adecuado de vacunación a fin de que la recibiesen
todos los nacidos después de que se acabó la vacuna o “fluido” que había sido
adquirida por el pueblo portuense mediante suscripción pública el pasado año
1803. Los facultativos dictaminaron que el mejor medio de conservar el
específico era administrarle por una inoculación progresiva, impidiendo que se
hiciese cómo y cuándo quisiesen los padres o personas interesadas y
proporcionando el número de los que se vacunasen cada vez al de los que hubiese
que vacunar según resultasen de los padrones, o listas, que se formarían.
El doctor Diego Armistrong se
hizo cargo de recorrer las inmediaciones del lugar con el fin de comprobar si
las vacas del país tenían o no el grano, o fístula, de que procede el pus
vacuno o de inocularlas del modo que insinuaba el Marqués de Casa Cagigal.
Así, los niños fueron vacunados
progresivamente, de tres en tres, o de cuatro en cuatro, prohibiéndose que a
ninguno se le administrase el remedio sin permiso del alcalde, bajo la pena de
10 ducados de multa a los facultativos en medicina y de 4 a los practicantes de
cirugía. El importe de estas multas sería aplicado a los beneficios de la misma
vacuna.
De resultas de la memorable
expedición de vacunas, insinuó el Alcalde Mayor de la Villa de la Orotava,
Francisco Javier Otal Palacín que tenía, igualmente, orden de hacer partícipes
de aquel beneficio a todos los pueblos dependientes de su jurisdicción.
Como el pueblo portuense no
esperaba que la ayuda de S.M. el Rey para la vacunación se hiciese extensiva a
esta provincia ultramarina, se hizo una suscripción pública y con su producto,
como ya se ha señalado, se trajo fluido vacuno en el año 1803, consiguiendo que
se vacunasen no solo los hijos de los ricos sino también que lograsen igual
beneficio los hijos de los pobres, que fueron atendidos a expensas de los
mismos suscriptores.
En este supuesto solo había de
vacunarse a los nacidos desde principios de agosto de ese año y parecía
prudente aguardar unos dos o tres meses más, a fin de que no acudiesen todos de
pronto y se acabase el específico.
Así estaban las cosas hasta que
tuvo que ausentarse de la isla y desplazarse a La Palma el doctor Armistrong,
facultativo con quien se contaba para este fin. Habiéndose prolongado su
estancia con motivo de haber visitado la isla de La Gomera para introducir allí
la vacuna, no fue posible dar principio a la obra hasta pocos días antes de
haberse recibido el oficio del Comandante General de la Islas de 11 de abril.
El alcalde costeó, en su mayor
parte, de su peculio particular, los gastos de esta nueva vacunación de niños
pobres, pese a que podía contar muy bien con la generosidad de sus vecinos,
que, por lo general, habían sido proclives a estos actos de caridad y
beneficencia y que distinguieron principalmente en las ocasiones en que se
manifestaron las viruelas.
Relata Pestana que era público
y notorio que en año 1782 un solo vecino abrió a su propia costa una especie de
hospital que atendió a más de 600 pobres. Este vecino fue Bernardo Cólogan Valois.
También se sabía que, en el año 1798, fueron inoculadas y mantenidas, por medio
de otra suscripción voluntaria, todas las personas que carecían de recursos
económicos para librarse del contagio de la viruela. Igualmente, se habían
practicado los medios sugeridos por el Ministro de Gracia y Justicia sobre
administrar el fluido a las vacas del país para ver de perpetuarse por este
medio. Diego Armistrong se trasladó, con este fin, a Icod el Alto, reconoció
las vacas que había por allí y comprobó que no estaban en el caso de poder
hacérseles la inoculación que se deseaba.
En el año 1803 fueron vacunados
146 niños de gente acomodada y 249 de familias pobres. Estos últimos gracias a
la suscripción pública…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ
ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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