El amigo de la Villa de La Orotava; MANUEL HERNÁNDEZ GONZÁLEZ remitió
entonces (2014) estas notas que tituló; “LOS ORÍGENES DEL CULTO DE SAN BENITO A
SAN ISIDRO EN LA VILLA DE LA OROTAVA”: “… Significativamente los santos
protectores especializados del agro sólo tuvieron desarrollo en el Antiguo
Régimen en la isla de Tenerife. Es bien significativo que al más extendido
desde el siglo XVIII, San Isidro, no se le diera culto en las restantes islas
hasta el siglo XX. Así acontece claramente en La Palma y en Gran Canaria. San
Benito es en Tenerife desde el mismo siglo XVI, desde los albores de la
conquista, el santo por antonomasia de los campesinos. Ermitas bajo esa
advocación y con esa finalidad fueron erigidas en La Laguna y La Orotava, donde
ese gremio creó antes de 1590 una ermita en lo que más tarde sería convento
dominico de su patronazgo. Otro tanto ocurrió en el Realejo de Arriba, donde
por lo menos desde 1594 se le daba culto en la parroquia y para el que en fecha
indeterminada anterior a 1676 se le construyó una ermita junto al calvario que
ha llegado a nuestros días.
El origen de la ermita lagunera y este culto campesino
tan peculiar está relacionado con el voto que el cabildo le hizo en 1532. El 11
de junio de ese año, día de San Bernabé, se perdieron las sementeras. El de
Pascua de Pentecostés “se echaron suertes para sacar santo por patrono y
defensor de las sementeras y salió San Benito y el cabildo prometió hacer tres
fiestas cada año, la una su día, otra el segundo día de Pascua de Pentecostés,
otra a 11 de julio, día de su traslación. Como tal se recoge en las
ordenanzas de Tenerife, “por cuanto después que le cupo la suerte todo el
pueblo e isla lo tienen por abogado, y ha hecho muy buenos temporales y tenido
muy buenas cosechas”. No obstante, como manifiesta el propio Núñez de la Peña,
“es patrono de las mieses y los labradores le hacen fiesta”. No figura dentro
de las fiestas sufragadas por esta institución, por lo que corrió a cargo del
gremio de labradores. Debemos de tener en cuenta que este ermitaño, patrón de
los benedictinos, era un santo más monástico que popular y nada tiene que ver
su devoción en otras zonas con tal impronta agraria.
Posee un templo de grande dimensiones cuyo techo según
tradición recogida por Núñez de la Peña se hizo con un solo árbol. Debió
construirse en fecha posterior a 1535, porque en ese año Inés de Herrera,
esposa del Adelantado, deja en su testamento una limosna destinada a su fábrica.
En 1554 debió de estar concluida con el altar dedicado a San Bernabé.
No es casual que su festividad como patrón de los
labradores y las sementeras fuera la Pascua de Pentecostés en coincidencia con
la recolección, ofreciendo al santo los frutos de la tierra. Su fiesta mantuvo
las características consustanciales a las del NE insular. Juan Primo de la
Guerra nos ha dejado una excelente descripción de la de 1802: “Por el capellán
Don Tomás del Castillo supe ayer de la función que en la noche antecedente se
hizo en La Laguna en la ermita de San Benito (martes de Pascua de Pentecostés,
8 de junio ese año), cuyo culto está al cuidado de los labradores. Hubo
entremeses y navío y mucha concurrencia. El corregidor dio la orden de que
soltaran las mantas y garrotes todos los pastores o boyeros. Este traje en la
actualidad se ha hecho sospechoso y temible”.
La fiesta mantuvo las mismas características durante
el siglo XIX y las primeras décadas del XX. Una reseña del Heraldo de Canarias
lagunero de 13 de junio de 1896, recoge que en la víspera tuvo lugar “la
histórica librea que acompaña a las toscas carrozas que en forma de navíos
recorren algunas calles”. La velada culmina con fuegos y globos aerostáticos.
Por la mañana se celebraba la función religiosa y procesión en la que
intervenía un orador sagrado y en la que tocaba la Banda La Fe. La de 1905 fue
“muy animada y concurrida”. Hubo barco y librea la víspera, música en la
función y procesión por la mañana del día del santo y fuegos artificiales por
la noche.
Como reseña Manuel Picar, sobre los años 1868-72,
seguía predominando ese espíritu satírico y burlesco, en las que se ironizaba
catárticamente sobre los problemas y desvelos cotidianos: “los muchachos
quemaban gufos, los hombres ponían plumas, el Diablo vendía panecillos
bendecidos y Cascarilla echaba lobas (...) y vendía santitos de estaño y
amuletos confeccionados con ajos y alcanfor dentro de corazones de tafilete”.
Las plumas, según el mismo reseña, eran palos largos guarnecidos de rama y los
gufos amasados de pólvora en forma cónica”.
San Benito fue invocado y procesionado en rogativa
ante la gravedad del azote de la sequía. Junto con otras ocasiones en que salía
con otras devociones locales se le efectuó rogativa exclusiva en 1731 y en 1751
se le tributó fiesta tras un septenario. Si bien San Plácido era el
especializado en La Laguna en la extinción de las cigarras por haberse echado a
suertes y resultar elegido el domingo 7 de abril de 1607 debido al azote de las
langostas, también se contaba por parte de los campesinos con su mediación. Así
describe Anchieta una conjura contra ellas: “Salió el tercio con los clérigos y
muchos seglares y fuimos por el lomo arriba en procesión a San Benito, que
sacaron los labradores, y prosiguió el tercio hasta más allá del calvario, dos
tiros de piedra, y allí, puestos los dos santos frente a las suertes (San
Plácido y San Benito), donde está la cigarra, no muy atravesadas hacia la
ladera, se hizo el conjuro por Don Isidoro Pestana, que sirve el beneficio”.
Esta ceremonia consistía en la colocación de una cruz en lo alto del lugar,
mientras los jornaleros contratados al efecto, armados de buitrones, azadones y
espuertas de dispersaban en busca de la langosta. Se recogía una cantidad
considerable para emplearla en la ceremonia, que tenía como uno de sus
requisitos el esparcir por el aire el animal dañino. Desde finales del
siglo XVII había entrado en decadencia en la isla como patrono de los
labradores, aunque ese patronazgo se mantuvo con plena pujanza en La Laguna.
San Isidro le viene a reemplazar de forma progresiva en localidades como el
Realejo Alto y La Orotava, que cuentan con imágenes y le dan culto como patrono
de los labradores desde 1676 y 1695 respectivamente. A San Isidro se le supone
nacido en el siglo XI. Fue canonizado muy tardíamente en 1622. De patrón de
Madrid pasó a serlo de los agricultores, hecho éste que no queda al margen del
centralismo madrileño. Si en las Sinodales de Cámara y Murga de 1629 no es
fiesta de cumplimiento obligatorio, sí lo es en las de Dávila y Cárdenas de una
centuria después. Sus ermitas se construyen por doquier por los pagos de
raigambre agrícola de la isla. Fue de esas fiestas campesinas que se celebraban
en los entornos del barrio de San Benito de donde nació la Romería de ese santo
en 1948 conforme a los patrones establecidos en la de San Isidro orotavense de
1936 por la Sociedad Cultural del Liceo de Taoro. Aunque por sus
características diferenciadas la librea lógicamente no se incorporó a la
escenificación de lo que se ha venido a llamar el tipismo vernáculo, aunque,
como hemos visto, estuvo presente en su trama festiva hasta fechas bien
recientes, si lo hicieron dos elementos sustanciales de la fiesta del no, los
barcos y la danza de las cintas. Ésta última consiste en unos arcos adornados
de flores y de lazos de variados matices sujetos a un mástil. En su parte
superior lleva un penacho de flores a modo de corona. A su vera se danza
el tajaraste al ritmo del tambor y las castañuelas. Existe documentación de su
existencia en sus deferentes formas desde el siglo XVI. Las de cintas son muy
comunes en localidades como Güímar, Fasnia, las Mercedes, La Orotava, etc. Las
de varas son propias de la comarca de Abona, en los barrios granadilleros de
Las Vegas y Chimiche. Los arcos son una peculiaridad teguestera, que fue
trasladada en este siglo por sus vecinos a Guamasa, donde también se ha
mantenido hasta nuestros días.
A continuación
de la danza, aparece la librea. Manuel Picar, alma viva de las costumbres
de la comarca, en Agenere expresó que en el NE de Tenerife estaba
constituida por “una cuadrilla de tropa figurada en las fiestas de los
suburbios”. Existen testimonios sobre los combates entre los navíos y el
castillo que datan de 1699. En ese año, en la víspera de la fiesta de los
Remedios lagunera tuvo lugar uno, desde el cual “se representaron loas para la
mayor devoción de dicha imagen y alegría de los fieles, haciendo batería de
dicho castillo y navíos”. A la noche siguiente, para su mayor ostentación
y fervor de los devotos se dispusieron “cuatro comedias que se efectuaron con
gusto y aplauso de todos”. El martes de la octava por la noche salió “una
compañía con diferentes libreas y danzas” y el día 20 se formó otra a caballo,
vestidos de libreas, con la que se puso fin a las fiestas con la
colocación en las paredes y en la puerta de una tarjeta dorada con un Víctor y
en ella una quintilla.
Los barcos
tirados por una yunta de bueyes eran sin duda uno de los rasgos definitorios de
la fiesta del NE de Tenerife que forma parte de la Romería de San Benito. Los
navíos de los tres barrios compiten entre ellos en su vistosidad, rapidez y
espectacularidad de sus fuegos. Cotteau dice de ellos que “simulan
pequeños navíos aparejados de mástiles y velas y empavesados hasta la saciedad”.
Sus orígenes son típicamente campesinos, como sostiene Rodríguez Moure. Darias
es de la opinión que son unos navíos de tierra adentro que navegan sobre ruedas
y que no son de vocación marinera, sino que son el fruto de una obsesión del
pasado en la lucha contra las constantes invasiones, ataques piráticos, plagas
y epidemias que proceden del exterior. Con su actuación ejemplifican una
batalla naval de un mundo campesino de tierra adentro que siente bien de cerca
la angustia del mar y lo que trae consigo.
Su
manifestación más genuina era sin duda sus carreras, que tenían lugar
tras la procesión. La descripción de Cotteau de 1888 tiene gran carga
expresiva: “durante media hora las campanas se han echado al vuelo, produciendo
un ruido ensordecedor, pues las carreras van a comenzar. ¡Singulares carreras!
Los carros-barcos, tirados por dos bueyes, corren cada uno a su vez. Un
campesino joven, simplemente vestido de una camisa y un calzón corto se hace
con una mano de un cuerno de los bueyes y con otra blande un palo. Es preciso
que se mantenga en esta posición, mientras que sus camaradas hostigan a la
yunta y la excitan con sus gritos salvajes para acelerar la carrera. El
trayecto no es largo, pero muy difícil, porque se trata de enfilar una calle bastante
estrecha que tuerce repentinamente”.
La británica
Elizabeth Murray, que dejó ímprobos detalles de su profundo conocimiento de las
manifestaciones festivas comarcales del siglo XIX, las describió con precisión
en Las Mercedes. Los tres barcos veleros estaban adornados con llamativos y
coloreados pañuelos que colgaban como banderas de sus mástiles. Cada carrera,
comenta “es llevada por una tripulación de media docena de marinos
representados por la clase rural de la vecindad. Cada uno una un sombrero adornado
con vistosas cintas, pareciéndose más a un bandolero que a un marino. Uno o dos
llevan un fusil sobre sus hombros. La yunta de bueyes a la que va unida, si el
tiempo lo permite, realiza una corta carrera. En verdad es un espectáculo
peligroso, puesto que yo misma he visto a personas a punto de morir cuando los
barcos se apresuraron hasta la meta”. Esta diversión campesina, sin embargo, no
era bien vista por las clases acomodadas. El alemán C. Faustowski en 1889
dice al respecto que “en la fiesta de la patrona de aquel pueblo, que se
celebra el 8 de septiembre, hay lo que llaman correr barcos, que es una
diversión un poco pesada”.
SAN ISIDRO.
Los labradores orotavenses, a imitación de los laguneros, convirtieron en 1590
a San Benito en su patrono, dedicándole para ello una ermita que sería más
tarde convento dominico de esa advocación. A comienzos del XVII la cofradía de
labradores de la Villa Arriba levantó otra a San Juan Bautista, convertida en
1681 en parroquia. La tardía canonización en 1622 de San Isidro hizo que se
expandiera su culto. En Los Realejos ya se le ofició como tal desde 1676 y su
fiesta es de obligado precepto en las Sinodales de Dávila de 1734. En la
villa tuvo lugar en el marco de un calvario erigido a su entrada, con
recinto de forma rectangular, rodeado por una tapia. En él en 1695 el
presbítero Luis Rixo Grimaldi Benítez de Lugo construyó una ermita dedicada a
Nuestra Señora de la Piedad. Como refiere en su testamento de 26 de mayo de
1709 la había dotado con dos misas y la había fabricado a su costa “en el
calvario de dicha villa”. Una de ellas sería para “Nuestra Señora de dicho
título el Viernes de Dolores y la otra para “el glorioso San Isidro labrador
que está colocado en dicha ermita en su día”. Para ornamentos y reparos le
cedió un tributo de 50 reales. Hay constancia de que el gremio de labradores ya
le celebraba fiesta desde 1700. En el 15 de febrero de ese año Juan de Lugo
Navarrete, Manuel González de Abreu, Domingo Yáñez y José Hernández se la
hicieron con “víspera, misa, sermón y procesión”. La devoción a San
Isidro fue cada día más patente, hasta el punto de que era su denominación más
popular a principios del siglo XIX. Sus fiestas del Domingo de Pentecostés, con
su procesión hasta San Agustín, despertaban cada día más el entusiasmo y el
fervor de los villeros. Hasta 1892 en que se cambia a su actual
emplazamiento, se celebraba el Domingo de Pentecostés y no el 15 de mayo, su
fiesta oficial. La razón es su conexión, como el Corpus, con las festividades
de invocación a la fertilidad, y por tanto en consonancia con el calendario
lunar y femenino. Pentecostés rememora una fiesta hebrea análoga con un
pronunciamiento marcadamente agrícola relacionada con el fin de la cosecha que
daba comienzo en Pascua, que en la simbología cristiana ha pasado a coincidir
con la bajada del Espíritu Santo a los Apóstoles. No es, por tanto, casual que
las fiestas locales del San Isidro villero y el San Benito lagunero coincidan,
porque ambas expresan el agradecimiento de sus labradores por la buena nueva de
la cosecha.
Como contraste
a la octava del Corpus, San Isidro es la fiesta con más ricos testimonios
documentales del siglo XIX, lo que prueba su carácter hegemónico. La víspera
por la noche recorrían las calles en un elegante y vistoso carro lleno de
flores cinco niñas de la elite simbolizando genios o ninfas. Iban adornadas con
ricos y vistosos ropajes. Recitan versos preparados para el momento. La carrera
finalizaba en el llano de San Sebastián con fuegos artificiales “de los colores
más lucidos y agradablemente diversificados”. Los campesinos con sus varas
gritan los aijides y cantan al son del tambor o la guitarra. Dos gigantes de
tres metros desfilan en el medio de las calles. Son construidos de cestería y
movidos por hombres. Van acompañados de los papahuevos, enanos vestidos a la
antigua. El recorrido entre San Agustín y el Calvario estaba embellecido por
dos soberbios arcos, multitud de flotantes banderolas de diversos colores,
figuras de animales, rama alta, palmas y festones de que pendían infinidad de
farolillos de papel. El suelo se alfombra también con motivos florales.
En el Domingo
de Pentecostés por la mañana se verificaba la procesión. El clero parroquial
partía desde San Agustín al Calvario en busca de los santos patronos que eran
conducidos por miembros de la cofradía de labradores cargando sus célebres
varas y cantándole aijides. Ascendían hasta el templo, donde se le tributaba un
sermón y bajaban de nuevo. Por la tarde doce niños de las familias principales,
seis de cada sexo, se vestían con el traje campesino. Se ponía en juego una
rifa de unas yuntas de bueyes. La descarga de voladores y el vuelo de unos
globos era la señal de la entrega del premio. A continuación un corderillo se
presentaba al público adorado con cintas y flores de colores. Era rifado por
los doce niños que regresaban con dulces a sus casas. Las indumentarias
campesinas, que eran todavía trajes reales, aunque la elite había comenzado su
idealización, precisamente porque no los usaba, se mezclaban con las
lujosas de las damas aristocráticas. En los bailes desde la tarde concurría
numeroso pueblo acompañado de castañuelas, guitarras y panderetas. Finalizaba
con dos vistosos globos que permanecen casi fijos por espacio de media hora,
brillando como estrellas. Los turrones, los muchos ventorrillos, los juegos de
toda clase en el Llano y la Alameda, “las funciones hípicas (vulgo caballitos)
y las representaciones teatrales son al decir de la Asociación en 1869 motivos
todos ellos que atraen numerosa concurrencia comarcana que “puede disfrutar de
ella según su carácter, sus tendencias y su bolsillo”. Una eclosión festiva que
mantuvo tales características hasta la creación de la romería tal y como hoy la
conocemos en 1936.
Nuevas ermitas y fiestas se expanden por esos años
como en el pago lagunero de ese nombre o en Granadilla, cuya ermita se fundó en
1675 en cumplimiento del testamento de María del Castillo, viuda del capitán
Marcos González del Castillo. En las últimas décadas, imitando el modelo orotavense
de 1936, han proliferado por toda la faz insular imágenes y romerías de esta
advocación en una sociedad paradójicamente cada vez más urbanizada y que
utiliza desde el mundo de la ciudad los románticos ideales agrarios como
nostalgia de un tiempo ancestral idílico y como supuestas señas de
identidad...”.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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