Fotografía en color del amigo desde la infancia en la calle El Calvario de
La Villa de La Orotava; Juan del Castillo y León, el cual acompaña a María Luisa
Fuentes Melían, en la Romería de San Isidro correspondiente al año 2010.
El amigo de la infancia de la calle El Calvario de La Villa de La Orotava; JUAN
DEL CASTILLO Y LEÓN, remitió entonces (2009) estas notas: “...El lector pensará
que me estoy refiriendo a la célebre infanta María Luisa de Borbón, duquesa de
Montpensier, que regaló a Sevilla, a la que adoraba, una parte importante de
los jardines de su palacio de San Telmo: 400.000 metros cuadrados. De ahí el
nombre del mundialmente conocido parque hispalense. Otros, amiguetes míos
pensarán, malévolamente, que voy a escribir de una archivera que padecí, en mi
época de Cultura. Se creía la virreina de la biblioteca. Por eso, yo bauticé a
la dependencia con el nombre de Parque de María Luisa.
No, amigos. Mi María Luisa, de la que escribo
temblorosamente casi, más con el sentimiento que con la cabeza, es una prima
mía que nos dejó a las puertas del otoño, justo el día del Cristo de La Laguna.
Guapa, simpática, sociable, siempre con una palabra amable para quien se tropezara;
que rubricaba con una sonrisa trasparente. Una de las estampas más reconfortantes
del paisaje urbano de La Orotava, en mi niñez, era aquella chica tan
espectacular, del brazo de Eutimia Rodríguez-la Timita de mi generación, la
Mima de las niñas - bajando por Los Tostones, con enormes tacones, dando serios
tropezones. Alta de todo: de estatura, de miras, de sensibilidad, de virtud.
En suma, respondía por el nombre de María Luisa Fuentes Melián (La Orotava,
1933-La Laguna, 2009).
Pertenecía a una familia de la antigua aristocracia
local. Los Fuentes venían de Vilaflor; y los González de la Isla Baja,
emparentados con los cimeros Bethencourt y Castro (dato facilitado, como tantos
del artículo, por otro primo, el historiador Antonio Luque). Estirpes que han
dado al país nombres importantes: Bernardino González (+ 1874), uno de mis
popes, a quien la memoria popular recuerda todavía con este dicho: "don
Bernardino, barbas de macho, por cuatro cuarto, ató a un muchacho";
Cayetano Fuentes, primer ingeniero de Caminos, Cánales y Puertos de la Villa y
autor del 'plano del Valle de Orotava'; Fernando Fuentes Acosta, secretario del
Ayuntamiento, factótun de la visita a la Villa, en 1864, de don Enrique de
Borbón, lo que recogió en una memoria. Su nombre se perpetúa en una recoleta
plaza de la Villa de Arriba, donde hoy se ubica el pintoresco busto de Rómulo
Bethencourt con su enorme cachimba de quita y pon; Saturio Fuentes
González, patriarca de una saga de boticarios que
continúa con el mismo nombre su oficina de farmacia funciona desde 1879 - , y
consejero del primer Cabildo, en 1913; su abuelo materno, el acaudalado Pedro
Melián Hernández (La Habana, 1879-La Orotava, 1962) que compró a Gabriel
Pimienta y Ríos, en 1908, la Casa Azul, la casona más emblemática del entorno;
y en fin, su padre, Isidro Fuentes Perdigón (La Orotava, 1899-1962), juez de
Adeje e Icod de los Vinos, dejando en ambos sitios una estela de caballerosidad,
como me comentaba, recientemente, mi amigo el doctor Pedro de las Casas. Y con
sabrosa anécdota.
La tertulia nocturna del Casino de los Caballeros
necesitaba, a diario, tocar la luz del patio central para que se encendiera.
Sólo alcanzaban a la bombilla los hermanos Fuentes: Isidro y Pedro. Una vez al
llegar el Vizconde pregunta al tío Isidro: ¿Te toca encender? y el interpelado
contesta: Hoy le corresponde al notario. Éste era elegante pero canijo por lo
que recrimina al papá de María Luisa: Isidro, ¿Le he ofendido yo a usted
alguna vez?
María Luisa estudió en el Colegio de la Milagrosa.
Luego la pusieron interna en La Asunción donde duró tres días. Moraba a La
Orotava y a sus inseparables amigas: las primas María del Carmen y Conchita,
Paquita, Loreto, Lolita, Vilita... Sus atractivos eran un imán para los
pretendientes. Recuerdo a dos. Guillermo Olózaga que luego se casó con la hija
del general Mezzián. Esa es otra historia. Y el pintor granadino Carlos
Jiménez Herrera. Vino por un mes y se quedó un año.
Arrastrada por la tía, la guapetona de la familia se
fue a Madrid de secretaria de Pedro de la Barreda, en la Clínica de la
Concepción. En la Villa y Corte conoció al que fue su marido, José Luis Díez
Taladriz (La Magdalena, León, 1931). Un vocacional estudiante de arquitectura
y antiguo alumno de los jesuitas, en Areneros, lo que imprime carácter. Se
casaron, en 1962, por todo lo alto. Es decir, en el Parador de Las Cañadas.
Tuvieron tres hijas - Mavi, María Josefa y Victoria - ayer brillantes estudiantes
y hoy competentes farmacéuticas, siguiendo la tradición familiar por ambas
ramas.
Después de estar de aquí para allá, por fin y
despacito Taladriz levantó su casa en los llanos de la Paz. Tiene algo de
construcción romana de columnas de hórreo, rodeada de escaleras de
caracol. La nota autóctona es la cubierta: simula un sombrero de paja del
traje típico de La Orotava.
Dos botones de muestra del señorío de María Luisa. Mis
tíos, los Barreda lucían en su casa madrileña un soberbio óleo sobre lienzo, de
la alfombra orotavense de los Monteverde, datado en 1951, obra del pintor
gaditano Ángel Romero Mateos (Cádiz-1875-Santa Cruz de Tenerife, 1965),
discípulo de Sorolla. Los dueños siempre me decían que el cuadro seria para
mí: Juan Antonio, la pintura debe estar en Canarias y tú eres pintiparado el
adecuado para conservarla. Al morir los tíos, se lo dije a los familiares más
cercanos y se limitaban a fruncir el ceño. Hasta que un día, en la piscina del
"Tigaiga", le saco el tema a María Luisa. Me comenta que se acordaba
perfectamente de la promesa: la repetían los dos siempre que ibas a comer allí.
A los pocos días, el cuadro estaba en mi casa. Tras ser restaurado por Silvano
Acosta, hoy enriquece mi modesta pinacoteca. Por supuesto, lo colgué en el corredor.
El otro detalle es cercano. La última salida de mi
prima fue a mi casa a la última Romería. Apenas podía caminar, veía con
dificultad, en fin la muerte ya había hecho presa en su corazón. Pero fue tan
prudente al saber que yo, este año, con la que está cayendo, quería pocos
invitados, que no me dijo que la trajo su hija Fefa para que se quedara, sino
que la dejó recogiéndola al anochecer. Eso es prudencia, discreción, clase.
Contrapunto de lo que me ocurrió con un ex ahijado - el ex está de moda: ex
novio, ex pareja, ex compañera sentimental- que allanó -en sentido penal-la
casa con una comparsa de rondones... En fin, el niñato treintón presume de
tener muchas campanillas; yo no le conozco otras que las de la perrita de la
abuela...
Volviendo a María Luisa, tuve esporádicos contactos
con ella en los últimos días. Una tarde del julio marinero del Puerto de la
Cruz que bajé a La Paz a acompañar a María Rosa Alonso - vive el siglo casi en
una residencia vecina - me acerqué a su casa. Le llevé unas frutas pues la
diabetes que padecía le impedía comer dulces. Y el 25 de agosto, festividad de
San Luis, rey de Francia, como todos los años, la felicité. Estaba ya yo malo y
la llamé haciendo de tripas corazón. En suma, la añoro desde que se fue
profundamente. Ejercía también de fan literaria mía, pendiente siempre del
corredor. Y muchas Noches hablábamos largamente por teléfono. De lo divino y
de lo humano. Ella me contaba desde los ficus trenzados que le habían regalado
sus yernos, los Martínez, hasta de los chismorreos de sus nuevas amigas
portuenses: la eternamente joven y guapa Julita Ríos, Lola la de
"Tobogán", como ella la bautizó -: apasionada de la fe Bahai. El
punto final de la charla, casi siempre, era una maldad mía. Como ésta: "¿Qué
tal tu cuñado Ángel? ¿Te amenaza con venir?
A los amigos, los escoge uno, a la familia no, es
el adagio como dicen en Cuba - isla a la que, familiarmente, tan vinculada
estaba -, María Luisa Fuentes no era mi prima, ni mi confidente. Era mi
hermana.
Acaso, por eso, me siento, ahora, desarropado,
inseguro, solo...”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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