Fotografías propiedad del amigo ZOILO LÓPEZ
BONILLA (auto fotografía). Natural de la Cuesta (La
Laguna) - Puerto de la Cruz, actualmente residente en el Bajo Ampurdán-Cataluña.
El
amigo del Puerto de la Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS, remitió entonces (09/07/2020),
estas notas que tituló; “SEMILLAS EN LAS BASTILLAS”: “…“Dicen que el tiempo guarda en las bastillas
las cosas que el hombre olvidó
lo que nadie escribió,
aquello que la historia
presintió
y vuelan las gaviotas a la
tierra,
trayendo la vida que han robado
al mar...”.
Sirvan estos versos del
cantautor y poeta chileno Fernando Ubiergo para acercarnos al tributo que Zoilo
Lobo quiere rendir a los años 70 del pasado siglo, una de las épocas doradas
del Puerto de la Cruz. Zoilo, que en realidad no se apellida así, sino que ha
fusionado las primeras sílabas de López y Bonilla, fue sujeto activo entonces,
cuando los efluvios de París del 68 se entremezclaban con las suecas, con las
extranjeras en general, que, con más desenfado y mayor osadía, venían en busca
de bondades climáticas y de la diversión que intuían desde la distancia y
hallarían en un punto alejado del Atlántico donde la calidez, la nobleza de la
gente y la tolerancia en pleno franquismo habían propiciado un paraíso idóneo
para vacaciones o lo que fuese.
Sujeto activo, en este caso, de
un estilo de vida más bien desordenado y alternativo que privilegia el arte y
la cultura por encima de los convencionalismos sociales, surgido si se quiere
como reacción hacia los valores o intereses de la sociedad burguesa y atribuido
generalmente a artistas y escritores, Zoilo Lobo se dio a la bohemia, sí, llevó
este estilo de vida. Creativo, rebelde, sensible, inconformista, excéntrico,
indiferente o ubicado al margen de las convenciones sociales, optó por una vida
laboralmente irregular y afectivamente liberal, sin ataduras, interesado en el
cultivo del alma a través del arte, en este caso fotográfico que, además,
estaba ahí, en la calle, al alcance, en cualquier paso, en cualquier
contemplación del cosmopolitismo que ya entonces lucía la ciudad, bien ganada
su condición de turística.
Fue el Puerto de entonces, era,
el lugar de la animación y del bullicio por antonomasia, al menos en la isla.
Se llegó a decir, emulando uno los atributos de New York, solo que salvando las
distancias, la ciudad que nunca dormía, tal era, en efecto, su animada vida
nocturna. En ese ‘Puerto Cruz la nuit’ tan especial, la pieza que completaba
aquel desenvolvimiento casi idílico, en el que no se perdieron del todo las
señas costumbristas e identitarias, Zoilo dejó un sello gráfico que hemos de
agradecer.
Porque la historia de esa época
está aún por escribir, o se ha escrito parcialmente, todo lo más con crónicas
volanderas, comentarios interpretativos y reportajes que, a pesar de todo,
sobrepasaron la actualidad hasta convertirse en referencias o soportes válidos
para conocer cómo éramos, quiénes éramos, cuál era el ambiente que creamos y en
el que convivíamos. Cuando éramos felices así y no lo sabíamos.
Menos mal que Zoilo Lobo,
cuando ya la década declinaba, se la llevó a Barcelona, a un nuevo hogar, a una
nueva vida, a un nuevo rumbo que dio con la licenciatura en Bellas Artes y
Grado en Historia del Arte por la Universidad de Barcelona. Se llevó cantidad
de negativos y revelados en blanco y negro que plasman personajes, arquetipos,
adelantados a su tiempo, gestualidad, estilos, modas, estrafalarios, atrevidos…
estampas, en fin, de los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúe –fue
entonces cuando muchos descubrieron al poeta universal, don Antonio Machado- y
de aquel mundo que se descubría sobre la marcha y de las innovaciones, de
aquella simbiosis diaria en la que nativos y visitantes coexistían
respetándose, en la que nadie se sentía extraño y en la que casi todo era
posible porque no faltaba de nada.
Durante décadas conservó, sin
gran alarde clasificatorio o archivístico, aquellos testimonios gráficos, sin
saber que un día habría unos espectaculares saltos tecnológicos e irrumpirían
las redes sociales como fenómeno que habría de cambiar para siempre la
velocidad y el alcance de la comunicación. Cuando llegó ese día, seguro que con
profundo sabor nostálgico, Zoilo se convirtió en un narrador visual, esto es,
una persona que, en una red social, comparte imágenes y videos las cuales
generan interacciones. Si lo que se quiere es una imagen narrativa, la
expresión del personaje, la acción y la sensación deberán estar presentes.
Cuando se pretende que la ilustración se transforme en otra forma de escritura,
se puede hacer teniendo en cuenta la expresión de los personajes, la acción que
realizan, los sentimientos o sensaciones que transmiten los personajes o la
escena en el lector y hasta la composición creativa.
Al autor de estas treinta y
cinco fotografías, independientemente del rulo o bucle que puede seguirse en la
pantalla y que nos da idea de la cantidad y calidad de su trabajo, imbuido de
esa condición de narrador visual, con arreglo a los requisitos que hemos
mencionado, le dio por insertar en una red social, facebook, parte de una serie que parece inacabable,
pletórica de vitalidad y de diversidad. Los años dorados de la ciudad. Y a
partir de entonces, el Puerto redivivo. El que gusta de forma perenne y que
necesita de estos estímulos gráficos y el que atrae a quienes, más jóvenes,
vivieron otros momentos, acaso igual de gozosos y hasta más desenfrenados pero,
desde luego, menos originales y menos bullangueros y ajetreados.
Por eso ha habido una reacción
tan favorable, tantos usuarios encantados con las inserciones que se contemplan
con nostalgia pero con fruición, con curiosidad y con ánimo del presentimiento
histórico que verseara el chileno Ubiergo porque las gaviotas, permitan la
licencia, siguen volando a la tierra trayendo la vida que han robado al mar.
Hoy nos damos cuenta del valor
de aquel joven vanguardista de los sesenta y los setenta, años que homenajea,
cuando, siempre con máquinas fotográficas al hombro o colgando del cuello, bien
vestido, lucía ropa de marca con elegancia. Fue de los primeros que combinó
chaqueta o americana con vaqueros o bluyines. Frecuentaba ambientes juveniles,
estudiantiles y sociales que se ponían de moda simplemente con una canción o
alguna vestimenta modernista. En San Telmo y Colón, en El Peñón o en el muelle,
sobre todo, al mediodía, por la tarde y por las noches. Su recordado y
malogrado hermano Pepe, con mucha sensibilidad musical y cinematográfica, fue
auxiliar de notaría.
Varios días, semanas ya, de una
narración visual; para los portuenses extraordinaria, de verdad. Con fotos de
amigos, de rostros, de reuniones, sueños de otrora, de acontecimientos lúdicos…
Los usuarios locales de facebook han
estado encantados. Muchas veces
me pediste que te contara esos años, tituló Juan Cruz Ruiz una de
las mejores entregas de su fértil memoria. Fue una época que merecía quedar
plasmada. Por eso hay que agradecerle a Zoilo López Bonilla dos cosas: una, que
haya conservado fotos y negativos; y otra, que haya decidido darlos a conocer
en esta época de comunicación digital e instantánea, cuando unos rememoran,
otros reviven y los portuenses ya tienen una rica fuente a la que acudir para
entender cómo fue una ciudad en su época de un inusual esplendor.
Sus decisiones han impulsado el
retrato de una época. Porque esta es la memoria gráfica de un Puerto de la Cruz
en la que no podía faltar un momento de su Carnaval sano y sandunguero, en
cierto modo anticipo de las cabalgatas del orgullo cuando no se habían
inventado y ya la sensibilidad gay se palpaba con miramiento y con valentía a
la vez. Era cuando Pepito ‘el de las flores’ se ganaba la vida vendiéndolas en
la calle mientras doña Pepa, tu madre, se recreaba con su arte. Y cuando un
mago portuense lucía su porte en la romería mientras cualquier sitio de la
avenida Colón, junto a la brisa atlántica, era bueno para el descanso, no
importa que la pose de sirenita sea la de un joven de barrio o si Tato Perera
exhibe cara de James Dean en La Playita en tanto Leocadio Perdigón y Pedro
Garhel salen de los baños, ya desaparecidos, de la plaza Urquinoaona en
Barcelona. Sale a buscarles Julio González García, Julito, el niño grande del
Puerto según le definieran en una red social, la bondad plasmada en aquel
rostro que delataba algo más que un síndrome de Down.
Era la ciudad de genios como
Pepe Ozores, el gallego de socio en ‘Paprika’ pero que había heredado título
nobiliario de marqués; y como Imeldo Bello, que sabía amenizar las fiestas de
César Manrique después de que agotara el tiempo en el taller engendrando arte.
Después, el grupo generacional,
Baixas, Lelo, Paco Pérez, Rafa y Frosterus, que pareciera una línea delantera
de las que se memorizaban entonces. Pero preferían degustar, allí en la vieja
casa de la esquina de Puerto Viejo a Pérez Zamora, las comidas que ellos mismos
hacían antes de escuchar música e improvisar canciones.
La parte final de la colección
es, si nos permiten, de ahora mismo, aunque algunos ya no estén entre nosotros.
Zoilo nos devuelve a Momo, a Mario, a Antonio Serrano ‘el mejicano’, a Polo, a
su hermano Pepe, doblado por alguna razón, a Luis Espinosa, a Vicente, a
Sebastián, mejor dicho, ‘el chileno’, padre del actual alcalde, esperando desde
un ventanal de la Casa de la Aduana la llegada de la Virgen al muelle.
Hasta que la noche del 3 de
abril de 1979, cuando la democracia vino al pueblo para quedarse, el autor
captó el saludo y el gesto de dos caballeros de la política: Paco Afonso,
ganador de aquellos comicios; y Celestino Padrón, su adversario, que había sido
su profesor y por eso le saludaba y felicitaba de forma efusiva, dejando para
la memoria una prueba de cómo había que conducirse en democracia desde
entonces.
Allí se acababa la bohemia de
Zoilo Lobo. Al menos, la que había encarnado en el Puerto de la Cruz. Emprendía
la ruta de Barcelona y hasta allí se llevaba un bagaje personal que le animó a
cursar estudios universitarios de Historia del Arte. Y cargó también con las
fotos y los negativos de una ciudad y de una etapa irrepetible. Fotos y
negativos que han hecho trayecto de ida y vuelta. No importaba que durante aquella
década la economía se estancara y que se rompiera el sistema monetario que
regía desde la Segunda Guerra Mundial; ni que los países productores de
petróleo declarasen un boicot a quienes habían apoyado a Israel en la guerra de
Yom Kippur; ni que el precio del petróleo se multiplicara por cuatro ni que la
inflación llegara a extremos disparatados.
Zoilo y su generación salieron
de la crisis para emprender rumbos que, se supone, nos acercaban a la
modernidad y al progreso. Decía el poeta que en las bastillas guarda el tiempo
unas semillas. Hoy ya sabemos cómo germinan las semillas gráficas de la
historia. Suerte que el autor no olvidó las cosas que conservó aunque nadie las
escribiera. Ahora han hablado…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ
ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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