El amigo
de la Villa de Los Realejos JERÓNIMO DAVID ÁLVAREZ GARCÍA, remitió entonces
(02/07/2021) estas notas y fotografías, que tituló: “UN INDUSTRIAL DE REALEJO
ALTO Y LA HISTORIA DEL SEGUNDO ELEVADOR: PERSONAJES, FUENTES Y TÉCNICAS”.
Publicado en el Programa de Fiestas del Carmen 2021 de
Los Realejos: “…Es la mecánica la parte de la física que estudia el movimiento
y reposo de los cuerpos, las fuerzas que lo producen y la relación entre estas
que actúan sobre los entes en contrapeso. El griego Arquímedes inició su
ciencia; trabajó sobre las leyes del equilibrio de las palancas y realizó
estudios de hidrostática permitiéndole enunciar su célebre principio. La
domesticación animal revolucionó el transporte del hombre prehistórico y la
invención de la rueda lo tornó exponencial; así serían los desplazamientos
terrestres hasta la Revolución Industrial, a lomo de animales y en carros.
Los autores del
Diccionario de Historia De Bernardi y Guarracino, compatriotas de Giovanni
Agnelli, cofundador en Turín en 1899 de la Fabbrica Italiana di Automobili
Torino (FIAT), nos conducen al mundo de la automoción. Durante el siglo XIX,
varios ensayos de máquinas autómatas de transporte con propulsión a vapor,
fueron desechados ganando la batalla el motor de combustión interna. La
invención decisiva de Gottlieb Daimler fue la introducción de la gasolina
(quien fusionó su patente con Carl Benz). La producción industrial de
automóviles avanzó desde 1888 en el primer mundo y a inicio de siglo se añaden
innovaciones que hicieron de estos un producto técnicamente maduro hacia 1920;
en Europa y Japón se convertiría en un fenómeno masivo tras la Segunda Guerra
Mundial. Eminentes ingenieros y sus firmas destellan en el olimpo de la
automoción, destacaremos a: Henry Ford, Soichiro Honda, Louis Renault: General
Motors Company, Mercedes Benz, BMW (Bayerische Motoren Werke) Fábrica de
Motores de Baviera en su traducción castellana, y la Sociedad Española de
Automóviles de Turismo (SEAT); en España han pasado a la Historia los camiones
y autocares Barreiros y Pegaso, entre otras marcas.
Gilberto Alemán en su
estudio Rincones & Recuerdos de Santa Cruz de Tenerife. Llega el automóvil,
data la llegada de los primeros vehículos y guaguas a Tenerife en 1902. La isla
asume estos nuevos portentos técnicos y en 1927 la cifra de automóviles
matriculados asciende a más de dos mil unidades. Dos años más tarde el
consistorio capitalino autorizó la libre circulación de autobuses, primer paso
de la Unión de Transportes Urbanos cuyos coches serían conocidos como
las“guaguas perreras”. En 1938 existía un servicio diario de guaguas, cada
media hora, entre los municipios del Valle de La Orotava. Las empresas de la
automoción en Tenerife las recopila Juan Naval Pérez en su obra Tenerife y el
automóvil; señeros serán los Hernández Hermanos establecidos desde los años
veinte del pasado siglo, en Puerto de la Cruz y Ahlers & Rahn (sociedad heredera
de Jacobo Ahlers).
El Archivo Histórico
Municipal de Los Realejos cataloga a los primigenios propietarios y vehículos
que circularon en el pueblo. Quedan en el recuerdo de los vecinos como
exponentes del transporte público: Andrés Toste Pérez y su Fiat matrícula
TF-878, (véase E. DOMÍNGUEZ en La Voz de Los Realejos, octubre 1996), su
sobrino Eliseo Toste y José García el Morisco en San Agustín; Luciano Dévora,
Dámaso Febles Torres y Jesús Hernández Molina, el taxista en Realejo Alto y el
crusantero Simeón Armas Martín, (en su guagua viajaba el público del orotavense
Cine Atlante, del que era proyeccionista). A ellos agrego sus pertinentes
mecánicos: Manuel Pérez Siverio y su taller de recauchutados, Cesáreo López
Toste, mecánico y empresario de transportes; el tornero Domingo Valeriano Vega
Hernández y su socio Vicente Pérez Padilla, Carmelo Plasencia Pérez, el
portuense Manuel Melián y Francisco González Hernández con sus talleres de la
Calle del Agua y Puerto Franco; en la siguiente generación engrosará la
relación el biografiado, Manuel Hernández Febles.
Desde los primeros pasos
fundacionales de Gordejuela, el pago de San Agustín, denominado así por los
cenobios agustinos que en él radicaron, estaba adscrito a jurisdicción de ambos
Realejos. De entre sus moradores traemos a la memoria a Sor Jesús María de San
José Álvarez de Castro, última monja que habitó el convento femenino; donde
recibió a la viajera E. Murray (1815-1882), quien la retrató en su obra
literaria y pictórica. Su óbito inscrito en el Libro 7º de Difuntos de la
Parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, se redactó en esta forma: “En
veinte y seis de diciembre de mil ochocientos sesenta y un años, el Beneficio
de esta Iglesia Parroquial de Nª Sra de la Concepción del pueblo del Realejo de
Abajo condujo al cementerio del mismo, para su enterramiento, al cadáver de sor
Jesús María de San José Álvarez de Castro, religiosa [exclaustrada] que fue del
Monasterio de Recoletas de este expresado pueblo, que falleció el día de ayer
de ochenta y siete años de edad, vecina de este dicho pueblo, hija legítima de
Don Nicolás Álvarez y de Doña Inés Rosalía de Castro, naturales de Güímar, tan
sólo se administró el sacramento de la extremaunción, por haberse insultado,(1)
y para que conste lo firmo. Juan Crisóstomo Albelo, Colector”. El incendio del
Convento acaecido en 1952 y su pronta y sorprendente propagación observada
desde Realejo Alto, propició que sus vecinos bajaran a tropel en ayuda (o por
curiosidad). El alcalde Óscar González Siverio agradeció el gesto por escrito a
su homólogo de Realejo Alto, Nicolás González del Carmen quien lo publicó en la
prensa. Entenderá el lector que lo acaecido durante el siniestro ha quedado en
la tradición local aportando fuentes orales y reflexiones, que resultan de oneroso
registro, aparte de otras informaciones en rotativos insulares coetáneos.
(2)
Retomo la frase inicial
del párrafo anterior, para advertir cómo los vecinos de la franja oriental de
San Agustín y barrios cercanos (Barros, Carrera, Jardín, Toscal y Longuera),
eran feligreses de Santiago y recibían sepultura en El Mocán, en su Cementerio
de San Agustín, como acreditan las tumbas, entre otras, de la familia
Hernández-Siverio. Los relaciones epistolares, entre Realejo de Arriba y San
Agustín se custodian en el Archivo Histórico Municipal de Los Realejos: así
leemos cómo en la primera mitad del siglo XIX, el clérigo Ignacio Llarena y
Franchy rematador del Agua del Convento Agustino de San Juan Bautista, envió
una airada misiva al alcalde de Realejo de Arriba. En ella acusaba al regidor
de no impedir los robos de agua perpetrados por sus vecinos, por otra parte era
lógico, lamentaba el sacerdote, pues el mismo alcalde participaba en ellos. Los
pleitos del agua prosiguen en las actas del Ayuntamiento de Realejo Alto, donde
se aportan numerosos registros de la cotidianidad del barrio: en el año 1887,
Miguel Chaves Albelo, primer munícipe en ese momento, despachó los oficios
remitidos por el Ayuntamiento de Realejo Bajo, donde se protestaba por
"las inmundicias y materias putrefactas", procedentes de la
carnicería de ese pueblo que contaminaban del agua de consumo, añadiendo el
lavado de ropa en las atarjeas; se exigía impedir tal abuso. La presidencia del
Consistorio la ostentaba Pablo García García en 1918, cuando se nombró al
vecino de San Agustín, Vicente Siverio Bueno, secretario municipal. Con la
llegada de la Segunda República en 1931 asume la alcaldía el político
progresista, natural del citado pago, Manuel Espinosa Chaves, hijo de los
preclaros representantes de su burguesía, Agustín Espinosa Suárez y Elena
Chaves Estrada. En la década de los cuarenta el alcalde de Realejo Alto, a la
sazón, Miguel Cedrés Borges, autorizó al mayordomo de la Cofradía de Nuestra
Señora del Carmen, el referido Siverio Bueno, “enramar” la Calle San Agustín y
una subvención municipal. Por último, bajo la interinidad de Cristóbal Borges
Hernández (1953-1954) se renovó el alquiler de la escuela de niños de San
Agustín y supervisó el informe de la citada anteriormente, agua pública del
convento.
Dicho todo lo anterior,
el lector evidenciará en la siguiente anécdota el ejemplo más llamativo de la
división administrativa que acontecía; narrada por Adelina Estévez González
(1939) queda expuesta en esta forma: a finales de los años cuarenta falleció un
vecino con domicilio en la vivienda, sito esquina de la Calle San Agustín con
Calle de La Virgen. Al momento de la salida del féretro, sus convecinas
expectantes ansiaban certificar si sería sacado por la puerta de la Calle San
Agustín, pues significaba que correspondía a la jurisdicción de Realejo Alto y
enterrado en El Mocán; o bien, por la ventana de su fachada del callejón de La
Virgen, perteneciendo a la jurisdicción de Realejo Bajo y con sepultura en San
Francisco, aconteció la segunda opción; el hecho bien ilustra el ambiente
social.
La Carrera, como se
advirtió, antiguo pago de Realejo de Arriba, es cuna de la familia paterna del
biografiado; su padre Agustín Hernández Siverio casó con María Remedios Febles
Fuentes, vecinos del Camino de San Benito. Manuel Feliciano Hernández Febles
(Manolo el de los escapes), nace en Realejo Alto en 1945 y procreó con María
Candelaria Delgado Anceaume dos hijos, quienes han colmado su merecido retiro
con cuatro nietos. Tras adquirir la educación primaria trabajó con su padre en
su popular molino, y más tarde comenzó a fabricar tubos de escape de manera
autodidacta. En 1967 finalizado el servicio militar abre su taller ubicado en
Calle San Isidro; desde ese momento el auge de su actividad mecánica y comercial
(tubos de escape, chapa y cerrajería) avalada por su firma Fadem Canarias, se
desarrollará por el norte de la isla y otros puntos de la provincia. En el
cambio de milenio inaugura una nave de fabricación y montaje de tubos de
escapes; pero subrayamos ante todo, su diseño de máquinas como se verá aquí, y
escapes (homologados por Ministerios de Industria y Ciencia). Aún jubilado
desde 2010 prosigue su actividad creadora en la actualidad. De este ingeniero
nato destacan las capacidades técnicas para el dibujo y el diseño, o la
aplicabilidad de las leyes físicas a la vida cotidiana, que manifiestan su modo
de interactuar con los demás.
El culto al Carmelo Realejero lo analiza José Javier Hernández
García en su clásica obra y detalla el precedente del actual ascensor: existía
en la capilla del Convento de Agustinas un ejemplar rústico denominado
popularmente elevador o husillo, su función era subir el trono y en su
elevación asomaba tras el expositor. El husillo de construcción similar a los
del lagar canario para el prensado de la uva; produciría con su efecto el
regocijo del público, que nosotros equipararemos al sentimiento actual. El
artilugio poseía una bandeja donde se ubicaba la talla, cojinete ascensor,
tuerca y arandela giratorias y el husillo. Construido en tea, el husillo se
introducía en un cuadrado excavado en el suelo del presbiterio. Un puente de
tablas desde la bandeja a la base del nicho en el retablo, ubicaba en él al
trono. Este precursor y otros que aún persisten en la geografía insular, como
en Los Silos para Nuestra Señora de la Luz, nos trasladan al elevador analizado
aquí, diseño de Manuel Hernández donde manifiesta su devoción; confirmada con
la donación por promesa personal, de un manto que apreciamos en la foto, color
beige con motivos florales en azul y dorado, encargado a una casa de bordados
de Córdoba.
El párroco emérito Juan
Manuel Batista Núñez (1941) fuente oral de primer orden, corrobora lo acaecido
durante la gestación del proyecto. Confirma cómo en la idea de ampliación y reforma
del camarín de la iglesia, ejecutado entre 1995 y 1996, y del que dio cumplida
referencia La Voz de Los Realejos; se propició el anhelo de recuperar la
función que poseía el antiguo husillo. Por ello, unos años después, se solicitó
a Manuel Hernández el diseñó de la máquina, quien donó los materiales y su mano
de obra. Así se deduce de la inexistencia de apuntes contables que denoten
costes a la cofradía; en tanto sus correspondientes actas no reflejan la orden
para construir el elevador, pero sí el acuerdo de 25 de marzo de 2001 que reza:
“el Lunes de Pascua se traerá a Manolo Febles para que baje a la Virgen desde
su Camarín al trono”, como certificó el párroco Marcos A. García Luis a quien
suscribe.
Nuestro protagonista es
responsable de la conservación técnica y de su manipulación durante las
sucesivas bajadas y subidas del trono en las Fiestas de Julio. Las
características de esta, su obra de ingeniería mecánica, quedan explicadas por
el biografiado en estos términos: este elevador, movido por energía eléctrica y
no por fuerza manual como el antiguo husillo, se rige por un motor ubicado a
pie del camarín y se acciona con mando a distancia. Su bomba hidráulica tiene
capacidad para soportar la carga de cuatro toneladas, aunque actualmente y
añadiendo al de su propia estructura el peso de las andas e imagen, eleva unos
750 kilogramos; ha sido construido en acero galvanizado. El montacargas se
proyecta desde un foso excavado en roca viva a 50 centímetros de profundidad en
el suelo del presbiterio; una vez finalizada la maniobra, de un minuto de
duración, queda totalmente oculto y asimilado por el piso del altar. La torreta
de elevación, junto a un anexo añadido por nuestro biografiado para completar
todo el trayecto hasta la altura del nicho del camarín, es la pieza central de
la maquinaria, sobre el cual se depositarán los caballetes metálicos o “burras”
y el trono con sus andas. Al llegar a la paralela con el nicho, del que dista
unos 80 centímetros, son unas correderas fijas con sus rondanas las que permiten
que el simple impulso de una persona traslade el trono hasta su interior. El
conjunto se acompaña de diversas pletinas y pasadores de seguridad que evitan
que el trono descarrile de su recorrido previsto u oscile durante este. El
mecanismo eleva las andas hasta una altura que sobrepasa los dos metros desde
el suelo del presbiterio, alcanzado así la hornacina. En el interior del
camarín existe un segundo dispositivo hidráulico que ubica el trono
definitivamente.
El cometido del nuevo
elevador es similar al del desaparecido husillo, pero con modalidades técnicas
y sistemas de seguridad adaptados a la mecánica de finales del siglo XX. Este
montacargas rescata la esencia técnica del husillo y contribuye a la
teatralidad innata en la devoción popular y la solemnidad litúrgica en los
cultos. En los últimos años se manifiesta la vigencia de esas funciones, y
queda probada la utilidad y capacidad del elevador, señal de la valía
profesional del protagonista, que ya se ha adelantado. Manuel Hernández Febles con
su nombre y actividad profesional figura en la historia industrial y económica
de Los Realejos, así como en la devoción a Nuestra Señora del Carmen.
Agradezco la
predisposición del biografiado y su familia, la atención del párroco don Marcos
Antonio García y la colaboración de don José Cesáreo López Plasencia y don
Javier Lima Estévez.
Notas.
1. Indisposición repentina que priva de sentido o
movimiento, accidente cerebro vascular, apoplejía.
2. Si el lector deseara profundizar en la intencionalidad
del incendio, teoría compartida por el propio obispo Pérez Cáceres, véase
GONZÁLEZ DEL CARMEN, Nicolás, “Historia contemporánea de Los Realejos, La
Fusión”, en Los Realejos a través del tiempo; nº 16, mayo-junio de 2013, p.11 y
MÉNDEZ HERNÁNDEZ, Juan, en Los Realejos dos pueblos y un sólo corazón
(1814-1955), 2005, p. 91.
Foto 1. Manuel Hernández Febles en el momento de la
maniobra del trono. M. CARMEN HERNÁNDEZ DELGADO.
Foto 2. Talleres Siverio en Los Barros, década de 1930.
ARCHIVO MUNICIPAL DE LOS REALEJOS/JOSÉ DAMIÁN PÉREZ
Foto 3. Francisco González Hernández en su taller. DOMINGO
GONZÁLEZ HERNÁNDEZ…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABREU
PROFESOR MERCANTIL
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