Fotografías del principio del siglo XX,
correspondiente a una bella panorámica de la antigua e histórica entrada a la
Ciudad del Puerto de la Cruz a través de la calle Blanco, por la zona conocida
popularmente por el Barrio de Las Cabezas.
El amigo del Puerto de la
Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS. Remitió entonces (24/08/2021) estas notas
que tituló; “CALLE BLANCO:
RASGOS Y RECUERDOS (I)”: “…Han reacondicionado la calle Blanco, en el Puerto de la Cruz, tramos
comprendidos entre Cupido e Iriarte/Doctor Ingram, que sigue siendo apto para
la circulación rodada; y el que con carácter peatonal llega desde esta
intersección hasta el costado sur de la plaza del Charco. Desde la finalización
de las obras, disponíamos de algunos apuntes para hacer una entrada en la que
desmenuzáramos algunos rasgos característicos de su tipología constructiva y de
la gente que habitaba en aquella vía que recordamos con adoquines hasta unirse
con la explanada que antecede al refugio pesquero y todo el sector conocido por
La Marina.
El nombre (en realidad,
apellido) lo toma de Nicolas White, comerciante irlandés que llegó a ocupar la alcaldía
de la localidad en el último tercio del siglo XVIII. Hay numerosas fotografías
de la calle Blanco, desde distintos ángulos y en distintas épocas. La plaza, en
sí misma, es el gran punto de encuentro, paseo, reunión y las más diversas
actividades de los portuenses.
Pero bueno, el propósito es
recorrer la calle Blanco. Situémonos en los años cincuenta. Subamos entonces
desde el costado sur, donde por la derecha, en la casa que fue de Diego Arroyo,
Manuel Pérez regentaba su establecimiento de venta de comestibles, allí
despachó su hija Irlanda. Luego fue adquirido por Sixto Trujillo. Aparece la
pequeña mercería/textil/juguetería de Belén Hernández y Basilio González, una
tienda en la que mujeres de toda condición social hablaban sin parar desde
tempranas horas. La panadería Torrents, al lado, despedía un sabroso olor que
daba la vuelta a la manzana. Doña Teresa y doña Josefa se esmeraban en una
atención que se concretaba en el despacho de candeal, parisién o sobado. Muchos
años después –la modernidad apremiaba- llegaron los dulces y pasteles de
elaboración propia. Seguía el hospital veinticuatro horas que era el despacho
de don Celestino Cobiella Zaera, la consulta permanentemente abierta para
atender a un accidentado o una parturienta o un acatarrado que el galeno
prescribía a veces con sorna, como cuando mandó a un pescador a sanar en “casa
de las niñas”, en Santa Cruz. La meretriz, cuando pidió los cinco duros de
tarifa, se encontró una respuesta curiosa:
-Oiga, que me mandó don
Celestino por el seguro de enfermedad.
Junto a la consulta, estaba
Radio Bazar, donde Antonio García, antes de viajar a Venezuela, ya
experimentaba con los primeros receptores y amplificadores. Gregorio Padilla y
Agustín Armas, fieles colaboradores. Al garaje de la vivienda del doctor
Cobiella, integrado en una casona antigua, con una fachada pródiga en ventanas
que se poblaban los días de procesión. Era una fachada generosa. Era la casa de
los Bazo, donde vivía Manuel el Follito que
vendía tabaco, donde Juan Manuel Morales y Tita, siempre andaban atentos a los
preparativos de Carnaval y a las festividades del mes de julio. En la planta
baja, la venta de Sixto y
Carmen Trujillo. Luego acogió Arcón, donde
Plácido Bazo gestionaba la compra-venta de antigüedades y daba noticia de los
emigrados a Venezuela.
Siempre en este sentido
ascendente, llegamos a las estribaciones del “imperio” de Hernández Hermanos.
En una agencia de autorepuestos y recambios se formaron muchos portuenses, o lo
que es igual, encontraron su primer empleo. Antes de alcanzar otras
propiedades, como un gran garaje y la sección de recauchutados que llegaban
hasta una huerta próxima, estaba la casa que habitaron Agustín Cabo y Domingo
Hernández Martín, a la que seguía el domicilio de los Sotomayor y donde
convivió la familia de Pedro González de Chaves y Rojas, político y profesional
del turismo. Allí hubo durante un tiempo una tienda de juguetes. En la primera
planta de esa vivienda, que tenía un gran fondo, hubo prósperos y rentables
negocios ya avanzados los años setenta y hasta nuestros días.
Otra casa canaria que debió ser
utilizada como almacén y taller, antecedía a una edificación de tres plantas,
donde vivían Víctor Hernández y Nicolás Pestana, en tanto que se afanaba a
diario en su taller Tomás Hernández. En la venta de doña Marina, esquina a
Cupido, vivía la familia de Adolfo Expósito. Allí fabricaron y dotaron la
moderna sede la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE) que venía a
sustituir la vieja centralita desde donde transmitimos nuestras primeras
crónicas periodísticas desde la sede de Hernández Hermanos, llamando a cobro
revertido.
Blanco arriba, estaban las
casas de Polegre, Izquierdo, Reverón y Oramas. Hay que recordar el
almacén/molino de los Topham, una pequeña industria en la que los conductores
de camiones hacían malabares para poder acceder. Ahí surgiría una pequeña gran
superficie, de gran calado social para la zona del centro del municipio, con
una marca archiconocida, Mercadona, cuya
última etapa en este emplazamiento terminó dando a dos vías, Blanco y Nieves
Ravelo.
Algunas casas cedieron a la
transformación urbanística se convirtieron en edificaciones de viviendas,
apartamentos y locales, con diversos usos, desde gimnasios y despachos profesionales
a sedes de centrales sindicales. Y así, hasta alcanzar el chorro de Las
Cabezas, con forma de falo, inutilizado desde hace años pero adecuadamente
adornado cuando cada mes de mayo se celebran las fiestas fundacionales de la
localidad. Muy cerca, la venta de María Yanes Campolimpio, a la que recordamos sentada en su trono
controlando el despacho de cuartas de vino y platitos de chochos o frutos
secos.
(Continuará)…”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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