Fotografía
colección particular tomada de mi cámara.
El amigo del Puerto de la
Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS. Remitió entonces (19/08/2021) estas notas
que tituló; “CONVERSACIONES NOCTURNAS EN LA PLAZA”: “…La noticia del alcalde de la localidad gaditana de
Algar, José Carlos Sánchez Barea, que va a solicitar a la Unesco la declaración
de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad para las conversaciones que,
tradicionalmente, mantienen los vecinos en el exterior de sus casas o
viviendas, con el fin de recuperar la socialización humana frente al uso
imparable de las nuevas tecnologías, la noticia, decíamos, ha refrescado la
memoria de las que durante muchos años –y no eran específicamente en verano-
mantuvimos algunos portuenses en la plaza del Charco, unas veces en las vacías
mesas del antiguo bar Dinámico y otras, en los bancos de los alrededores.
Fue
un punto de encuentro de distintas generaciones de portuenses que se convirtió
en un hábito social. A la salida de la última sesión cinematográfica o a las
once de la noche, como hora prefijada sin que nadie la hubiera señalado,
jóvenes y menos jóvenes, solteros y casados, nos concentrábamos en aquella
popular plaza para hablar, eso sí, de lo divino y lo humano. De fútbol y de
cine, de las cosas del pueblo, de las andanzas de personajes populares, de
algún suceso, de carnavales, de aeronáutica, de automovilismo o de algún
acontecimiento que había trascendido la atención de los participantes.
Eran
conversaciones al fresco, o con los abrigos que se lucían cuando aparecía el
relente o ese aire frío o cuasi frío que entraba desde el refugio pesquero.
Cualquiera sugería, cualquiera opinaba, cualquiera era desmentido, cualquiera
apelaba al raciocinio, cualquiera exageraba, cualquiera ironizaba… Todos
hablaban hasta convertir el ejercicio en una costumbre inveterada que se
prolongaba durante meses. Las horas se hacían cortas y ni siquiera las
campanadas de la Peña –todavía sonaban de madrugada- frenaban las
conversaciones, de las que derivaban, por supuesto, algunos dichos
verdaderamente cómicos, inspirados, un ejemplo, por Gilberto Hernández el Oreja, que recordaba
antes de irse “poner las fundas a las palmeras”.
Vimos
amanecer en más de una ocasión en aquella suerte de cenáculos que, muy de vez
en cuando, eran alterados por el desplazamiento improvisado a algún
establecimiento de las localidades limítrofes que tenía horario de madrugada.
Curioso, porque aquello servía igual como cena o como desayuno. Hasta que la
costumbre se impuso, el refugio era el bar Rolón, al lado del Olympia, donde
Manolín o Ruperto González despachaban dulces o pachangas. En cierta ocasión,
hubo un mano a mano entre Juan Roberto Ríos y Juan Raya, a ver quién comía más.
Fue una competición, claro, a mandíbula batiente. No hay constancia del
resultado definitivo; pero sí se sabe que se agotaron las existencias.
Los
bancos de la plaza fueron testigos de conversaciones donde se fraguaban riesgos
automovilísticos, en la época que la afición al motor era creciente. El ya
citado Gilberto Hernández llegó a promover en dos noches una especie de rallye
entre quienes habían adquirido coches, más o menos tuneados. A Juan Pedro
González, empleado de farmacia, le hizo preparar una hoja de ruta para el
control de tiempos en determinados puntos de la Carretera General del Norte,
pasando por Las Dehesas, donde Paco Torres y Antonio Rodríguez Fraser rivalizaron sin piedad y
estuvieron a punto de chocar. Cuando llegaban los pilotos a la plaza, una salva
de aplausos alteraba el silencio de la noche.
Fueron
los tiempos en que un festival de aeromodelismo se vivía con pasión, con tanta,
que hasta Miguel Ángel Torres tenía que aparecer trajeado para cumplir con el
protocolo que le había sido asignado. Eran las noches en que se hablaba hasta
de quiénes se habían ausentado de una procesión. O del redoble imponente a las
cinco de la madrugada, cuando salía la imagen del Cristo crucificado.
Que
nos perdone Sabina pero daban las once, las doce, la una, las dos y las tres, y
allí estábamos, activos, al calor de conversaciones y habladurías, de chistes y
chismes, los que contaba sin agotarse Pedro Rodríguez Perdomo y los que
improvisaba Julio Hernández. Cuando surgía la figura de Juan Eugenio Ríos
Machado, el Marqués, y
se colocaba a cierta distancia intentando distinguir a los presentes, se
escuchó rotunda la pregunta desde una de las pobladas mesas:
-¿Qué
haces marqués, oteando
el horizonte?
Ni
el cumplimiento de los deberes militares interrumpía la asistencia de muchos
fieles a la cita nocturna. De vez en cuando, cuando aparecía alguien no
habitual, se incorporaba con una bienvenida que era de Juan Francisco González:
-¡Buenas
noches! ¿Qué dice el hombre? ¿ No fumas inglés?
Y
si algún conocido pasaba sin detenerse, era Gilberto quien recomendaba:
-¿No
te paras, nené? Anda, a recogerse, que ya es hora.
El
anecdotario se desgranaba sin pestañear. Tiempos, tiempos… Cuando para alargar
aquellos ratos memorables, bajo los laureles y las palmeras, alguien exclamaba:
-¿Dónde
vas ya, muchá? Un cigarrito más y nos vamos.
Hasta
mañana…”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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