Que dura la vida del camionero, de aquí para allá
con la interminable labor de conectar cosas con lugares. El paisaje y la ruta,
su único destino, la perseverancia de cumplir su objetivo su única inspiración.
Solidarios unos con los otros, conscientes de la labor que deben cumplir,
sabiendo el peligro que día a día los aqueja en sus pesados rodados; los que,
hora tras hora; aseguran el plato de comida para su familia. Sólo basta
repetir: ¡Qué dura la vida del camionero!
La urgencia de abastecer de alimentos Y
mercaderías a la Villa de la Orotava, como el trajinar de llevar los plátanos
de este Valle al muelle de Santa Cruz era tan urgente, como urgente era que las
calles del viejo Santa Cruz se
ensancharan y dejaran entrar de una
sola vez a aquellos románticos camiones que hacían una larga cola desde la Cruz de Señor para aplacar de una vez la
foto panorámica del viejo muelle chicharrero. Alegría, amor Y paz, pensaba que
era lo que transportaban esos camiones, pero en realidad lo que se encontraba
en el interior de sus cubiertas, eran piñas de plátanos envueltos en papel para
ser trasportadas a tierra peninsular.
Don Sotero Álvarez Brito era hombre eminentemente
honesto, de carácter estoico y parco en palabras, pero enamorado del oficio que
se convirtió en su medio de vida, el transporte.
Nació en Villa de La Orotava en el año 1897 y
residió toda su vida en la calle El Calvario de esta localidad, donde le tocó
soportar muchas vicisitudes, entre ellas
la escasez de una guerra o la pérdida de dos hijos por enfermedad cuando ya
disfrutaba de su jubilación.
Aprendió a conducir a la temprana edad de 17 años
de la mano de don Enrique Ascanio y Méndez,
con un vehículo
marca Martine, que éste había traído de un viaje a Inglaterra. A su vez, Sotero
enseñaría a conducir a los hermanos de don Enrique y don Alonso Ascanio.
Quedándose a trabajar con don Tomás
Ascanio en la finca del empaquetado La Charca de Agua, conduciendo coches como
el Rapi o el Martine.
Más tarde, Sotero comenzó a conducir un camión,
no sin antes enseñar el oficio a otro pupilo de nombre Alejandro, el cual se
quedaría a cargo del coche.
El camión que conducía Sotero por aquel entonces era de marca AES, tenía ruedas
macizas y se empleaba para realizar el transporte relacionado con la actividad
del empaquetado. Allí también enseñó a
conducir a un señor llamado Martín. Contaba Sotero anécdotas ocurridas durante
su vida laboral como la que sucedió mientras él y Martín interrumpieron un
viaje a Santa Cruz, con sus camiones cargados de plátanos, para almorzar en el Pinito.
Don Tomás, que acostumbraba a
situarse en el patio del empaquetado para ver subir los camiones por la Cuesta
de la Villa, al no verlos pasar, se echó a andar para ir a buscarlos y los
sorprendió en la bodega saboreando unas
viejas con un buen vaso de vino. Cuál fue su sorpresa, cuando don Tomás, lejos
de echarles una reprimenda, bromeó y.les reprochó que no le hubieran invitado a
comer con ellos.
Después de unos cuantos años trabajando con don
Tomás, tuvo la oportunidad de comprarse un camión marca Chevrolet, lo que le
permitió independizarse. Más tarde cambiaría
su camión por otro de la misma marca, pero de mayor tamaño. Con éste comenzó
una nueva etapa, trabajando para el empaquetado de la FAST.
Por aquel entonces, un 29 de abril del año 1931, contrajo matrimonio con Marina
García Santos, mujer de carácter alegre y bondadoso que dedicó abnegadamente su
vida al cuidado de su esposo y de sus hijos.
De esta unión nacieron cinco hijos, Maximiliano, Sotero (ejemplar
presbítero, que falleció muy joven mientras ejercía su
sagrado misterio, hombre intelectual de las letras, de las artes y la música), María del Carmen, Antonio y
José Andrés. A tres de ellos inculcó su padre el cariño por la profesión, que
también se convirtió para ellos en su sustento. Maximiliano y Antonio se
dedicaron al transporte en Venezuela, país al que emigraron desde muy jóvenes,
y José Andrés en Tenerife.
Sotero y Marina convivieron durante más de cincuenta años y tuvieron
la oportunidad de celebrar sus bodas de oro con todos sus hijos, yerno, nueras
y la mayoría de sus nietos. También trabajó Sotero para la empresa de don Diego
Álvarez, siguió enseñando a conducir a más gente y volvería a cambiar su camión
dos veces más, un Chevrolet matrícula TF5502 y un Austin matrícula TF, 8296,
con el que se acabó jubilando. Este
último camión se lo dejó a su hijo José Andrés, que también ha dedicado toda su
vida al mundo del transporte y que actualmente se encuentra jubilado.
Don Sotero, que por cierto fue el número 51 del carné y que a su
renovación por error se le puso el número 141, falleció silenciosamente en su
cama un domingo día 8 de mayo del año 1983 a los 86 años, y hoy su recuerdo
perdura en sus hijos, sus nietos, que en múltiples ocasiones han hablado de él
y de su esposa Marina a sus biznietos y la gente quejo conoció. Nos ha dejado
la lección del amor al esfuerzo del trabajo y a su oficio, así como la
generosidad de enseñarlo a otras personas.
Con el paso de los años por ese viejo camino del norte de Tenerife, el
amanecer, el atardecer hasta que solo la luz de las estrellas logra alumbrarlo,
se recuerda el paso de este eminente camionero villero, algo novedoso lo
reconoce, tras vislumbrar su viejo camión: que ha asombrado a todos los amantes
de aquellos viejos camioneros.
Presiento qué ese gran hombre muy amigo de mi padre Juan Álvarez Díaz,
cuyos suministros (la gasolina) le unían una gran adhesión, vendrá de nuevo a
arreglar y poner en ruta su viejo camión. Solo espero que algún día se
reencuentre con mi papá y con sus compañeros del volante y de la carretera en
esa inmensa montaña que se llama El Teide.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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