domingo, 22 de agosto de 2021

DON SOTERO ÁLVAREZ BRITO, CAMIONERO


Que dura la vida del camionero, de aquí para allá con la interminable labor de conectar cosas con lugares. El paisaje y la ruta, su único destino, la perseverancia de cumplir su objetivo su única inspiración. Solidarios unos con los otros, conscientes de la labor que deben cumplir, sabiendo el peligro que día a día los aqueja en sus pesados rodados; los que, hora tras hora; aseguran el plato de comida para su familia. Sólo basta repetir: ¡Qué dura la vida del camionero!

La urgencia de abastecer de alimentos Y mercaderías a la Villa de la Orotava, como el trajinar de llevar los plátanos de este Valle al muelle de Santa Cruz era tan urgente, como urgente era que las calles del viejo Santa Cruz se ensancharan y dejaran entrar de una sola vez a aquellos románticos camiones que hacían una larga cola desde  la Cruz de Señor para aplacar de una vez la foto panorámica del viejo muelle chicharrero. Alegría, amor Y paz, pensaba que era lo que transportaban esos camiones, pero en realidad lo que se encontraba en el interior de sus cubiertas, eran piñas de plátanos envueltos en papel para ser trasportadas a tierra peninsular.

Don Sotero Álvarez Brito era hombre eminentemente honesto, de carácter estoico y parco en palabras, pero enamorado del oficio que se convirtió en su medio de vida, el transporte.

Nació en Villa de La Orotava en el año 1897 y residió toda su vida en la calle El Calvario de esta localidad, donde le tocó soportar  muchas vicisitudes, entre ellas la escasez de una guerra o la pérdida de dos hijos por enfermedad cuando ya disfrutaba de su jubilación.

Aprendió a conducir a la temprana edad de 17 años de la mano de don Enrique Ascanio y Méndez, con un vehículo
marca Martine, que éste había traído de un viaje a Inglaterra. A su vez, Sotero enseñaría a conducir a los hermanos de don Enrique y don Alonso Ascanio. Quedándose a trabajar con don  Tomás Ascanio en la finca del empaquetado La Charca de Agua, conduciendo coches como el Rapi o el Martine.

Más tarde, Sotero comenzó a conducir un camión, no sin antes enseñar el oficio a otro pupilo de nombre Alejandro, el cual se quedaría a cargo del coche.

El camión que conducía Sotero por  aquel entonces era de marca AES, tenía ruedas macizas y se empleaba para realizar el transporte relacionado con la actividad del empaquetado. Allí también enseñó  a conducir a un señor llamado Martín. Contaba Sotero anécdotas ocurridas durante su vida laboral como la que sucedió mientras él y Martín interrumpieron un
viaje a Santa Cruz, con sus camiones cargados de plátanos, para almorzar en el Pinito. Don Tomás, que acostumbraba a
situarse en el patio del empaquetado para ver subir los camiones por la Cuesta de la Villa, al no verlos pasar, se echó a andar para ir a buscarlos y los sorprendió en la bodega  saboreando unas viejas con un buen vaso de vino. Cuál fue su sorpresa, cuando don Tomás, lejos de echarles una reprimenda, bromeó y.les reprochó que no le hubieran invitado a comer con ellos.

Después de unos cuantos años trabajando con don Tomás, tuvo la oportunidad de comprarse un camión marca Chevrolet, lo que le permitió independizarse. Más tarde cambiaría su camión por otro de la misma marca, pero de mayor tamaño. Con éste comenzó una nueva etapa, trabajando para el empaquetado de la FAST.

Por aquel entonces, un 29 de abril del año 1931, contrajo matrimonio con Marina García Santos, mujer de carácter alegre y bondadoso que dedicó abnegadamente su vida al cuidado de su esposo y de sus hijos.

De esta unión nacieron cinco hijos, Maximiliano, Sotero (ejemplar presbítero, que falleció muy joven mientras ejercía su
sagrado misterio, hombre intelectual de las letras, de las artes y la música), María del Carmen, Antonio y José Andrés. A tres de ellos inculcó su padre el cariño por la profesión, que también se convirtió para ellos en su sustento. Maximiliano y Antonio se dedicaron al transporte en Venezuela, país al que emigraron desde muy jóvenes, y José Andrés en Tenerife.

Sotero y Marina convivieron durante más de cincuenta años y tuvieron la oportunidad de celebrar sus bodas de oro con todos sus hijos, yerno, nueras y la mayoría de sus nietos. También trabajó Sotero para la empresa de don Diego Álvarez, siguió enseñando a conducir a más gente y volvería a cambiar su camión dos veces más, un Chevrolet matrícula TF5502 y un Austin matrícula TF, 8296, con el que se acabó jubilando.  Este último camión se lo dejó a su hijo José Andrés, que también ha dedicado toda su vida al mundo del transporte y que actualmente se encuentra jubilado.

Don Sotero, que por cierto fue el número 51 del carné y que a su renovación por error se le puso el número 141, falleció silenciosamente en su cama un domingo día 8 de mayo del año 1983 a los 86 años, y hoy su recuerdo perdura en sus hijos, sus nietos, que en múltiples ocasiones han hablado de él y de su esposa Marina a sus biznietos y la gente quejo conoció. Nos ha dejado la lección del amor al esfuerzo del trabajo y a su oficio, así como la generosidad de enseñarlo a otras personas.

Con el paso de los años por ese viejo camino del norte de Tenerife, el amanecer, el atardecer hasta que solo la luz de las estrellas logra alumbrarlo, se recuerda el paso de este eminente camionero villero, algo novedoso lo reconoce, tras vislumbrar su viejo camión: que ha asombrado a todos los amantes de aquellos viejos camioneros.

Presiento qué ese gran hombre muy amigo de mi padre Juan Álvarez Díaz, cuyos suministros (la gasolina) le unían una gran adhesión, vendrá de nuevo a arreglar y poner en ruta su viejo camión. Solo espero que algún día se reencuentre con mi papá y con sus compañeros del volante y de la carretera en esa inmensa montaña que se llama El Teide.  

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

 

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