En todas las ciudades de tamaño pequeño,
medio y grande siempre hay uno o dos errantes que, por merodear durante
años por las calles más céntricas de la ciudad, del pueblo son conocidos, al
menos de vista, por todo el mundo.
Estos habitantes tan peculiares y
populares de las urbes, habitualmente son de avanzada edad pero sin llegar a
ser viejos, visten ropas muy gastadas, pero con aspecto de haber sido de buena
calidad en el pasado y suelen esconder sus rostros tras pobladas y descuidadas
barbas u otra privación, que les dan un aspecto aún más triste y melancólico.
Agapito Regalado Cairós fue un personaje
popular en la Villa de La Orotava, en muchas ocasiones formó dúo con su hermano
Eustaquio Regalado Cairós popularmente conocido por “El Cojo Regalado”.
De estos
hermanos populares, Agapito era el prototipo en la trastienda de la gracia y en
la caricatura de la figura humana.
A igual que su
hermano, Agapito era contrahecho y rechoncho, con su característico andar
renqueante, deambulador y noctámbulo empedernido. Rompían la monotonía de los
días en calma con sus voces de tenor y barítono, desgarronando trozos de
zarzuela o entonando maravillosamente canciones canarias.
Empapado de
lluvia o de sol a la luz de las estrellas o bajo el manto de la noche, al igual
que su hermano Eustaquio su porte y sus ademanes son como un símbolo de la
simpatía.
Ambos fueron
capaces de dibujar una sonrisa en las gentes agobiadas por las preocupaciones y
de esparcir la alegría, cual el labrador que siembra el trigo en la tierra
pródiga, en las reuniones donde el buen humor agonizaba estrangulado por el
cúmulo de problemas del diario batallar.
Me comentan
que Agapito vivió en unos pobres cuartos de una mansión de la calle La Hoya
(actual Hermano Apolinar) de la Villa de La Orotava, también lo hizo en unas
casitas por debajo de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción.
Estos hermanos
populares de la Villa, tuvieron mucho de vicios y poco de virtudes y aunque
parezca paradójico no podemos catalogarlos como degenerados. Ellos fueron
capaces de saborear la delicadeza de un trozo literario, de una partitura
musical, y de regodearse con fruición báquica paladeando una copa de manzanilla
o un vaso de mal vino.
Recorrían las
pinas calles, entraban y salían de los cafés y de los guachinche lo mismo que
los juglares de antaño - “datnos del vino si non tenedes dinero” -, cantaban y conversaban, y sus frases tienen
destellos graciosos que animaban al ambiente.
Jamás
armaron camorras o disputas algunas, ni hubieron hombres capaz de alzar airado
sus manos contra ellos, y si, de entregarlos su copa y su dádivas como si fuera
una deuda contraída con estos hermanos populares cuya única misión fue hacer
reír a sus semejantes. Y como el buen humor es tan necesario en este siglo
atacado de neurastenia, de la crisis, el parloteo y la gracia picaresca de
estos hermanos figuras populares, fueron cualidades que se cotizaron de buen
grado.
Un monumento
es el mejor homenaje que la Villa de La Orotava le debe de tributar a estos
hermanos errantes, un servidor lo levantaría en la plaza de Constitución, muy
cerca de este donde ellos en muchas noches de luna llena, de frio, de lluvia,
le hicieron saltar la desparecida perra gorda sobre el mostrador de mármol a su
amigo el también popular Pepe el del Kiosco, para que oyese su sonido a cambio
de un mal vasito de vino.
El monolito a
mi parecer debe de consistir en una parodia donde los dos hermanos (Regalado
Cairos) se forjaron de actores con su cante en la bodega, simbolizándola con un
casco de vino y por supuesto con su fiel acompañante guitarra, con la que
alegraban los corazones de todos los orotavenses.
BRUNO JUAN
ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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