miércoles, 11 de agosto de 2021

AGAPITO REGALADO CAIRÓS

En todas las ciudades de tamaño pequeño, medio y grande  siempre hay uno o dos errantes que, por merodear durante años por las calles más céntricas de la ciudad, del pueblo son conocidos, al menos de vista, por todo el mundo.

Estos habitantes tan peculiares y populares de las urbes, habitualmente son de avanzada edad pero sin llegar a ser viejos, visten ropas muy gastadas, pero con aspecto de haber sido de buena calidad en el pasado y suelen esconder sus rostros tras pobladas y descuidadas barbas u otra privación, que les dan un aspecto aún más triste y melancólico.

Agapito Regalado Cairós fue un personaje popular en la Villa de La Orotava, en muchas ocasiones formó dúo con su hermano Eustaquio Regalado Cairós popularmente conocido por “El Cojo Regalado”.

De estos hermanos populares, Agapito era el prototipo en la trastienda de la gracia y en la caricatura de la figura humana.

A igual que su hermano, Agapito era contrahecho y rechoncho, con su característico andar renqueante, deambulador y noctámbulo empedernido. Rompían la monotonía de los días en calma con sus voces de tenor y barítono, desgarronando trozos de zarzuela o entonando maravillosamente canciones canarias.

Empapado de lluvia o de sol a la luz de las estrellas o bajo el manto de la noche, al igual que su hermano Eustaquio su porte y sus ademanes son como un símbolo de la simpatía.

Ambos fueron capaces de dibujar una sonrisa en las gentes agobiadas por las preocupaciones y de esparcir la alegría, cual el labrador que siembra el trigo en la tierra pródiga, en las reuniones donde el buen humor agonizaba estrangulado por el cúmulo de problemas del diario batallar.

Me comentan que Agapito vivió en unos pobres cuartos de una mansión de la calle La Hoya (actual Hermano Apolinar) de la Villa de La Orotava, también lo hizo en unas casitas por debajo de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción.

Estos hermanos populares de la Villa, tuvieron mucho de vicios y poco de virtudes y aunque parezca paradójico no podemos catalogarlos como degenerados. Ellos fueron capaces de saborear la delicadeza de un trozo literario, de una partitura musical, y de regodearse con fruición báquica paladeando una copa de manzanilla o un vaso de mal vino.

Recorrían las pinas calles, entraban y salían de los cafés y de los guachinche lo mismo que los juglares de antaño - “datnos del vino si non tenedes dinero” -, cantaban y conversaban, y sus frases tienen destellos graciosos que animaban al ambiente.

Jamás  armaron camorras o disputas algunas, ni hubieron hombres capaz de alzar airado sus manos contra ellos, y si, de entregarlos su copa y su dádivas como si fuera una deuda contraída con estos hermanos populares cuya única misión fue hacer reír a sus semejantes. Y como el buen humor es tan necesario en este siglo atacado de neurastenia, de la crisis, el parloteo y la gracia picaresca de estos hermanos figuras populares, fueron cualidades que se cotizaron de buen grado.

Un monumento es el mejor homenaje que la Villa de La Orotava le debe de tributar a estos hermanos errantes, un servidor lo levantaría en la plaza de Constitución, muy cerca de este donde ellos en muchas noches de luna llena, de frio, de lluvia, le hicieron saltar la desparecida perra gorda sobre el mostrador de mármol a su amigo el también popular Pepe el del Kiosco, para que oyese su sonido a cambio de un mal vasito de vino.

El monolito a mi parecer debe de consistir en una parodia donde los dos hermanos (Regalado Cairos) se forjaron de actores con su cante en la bodega, simbolizándola con un casco de vino y por supuesto con su fiel acompañante guitarra, con la que alegraban los corazones de todos los orotavenses.

 

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU

PROFESOR MERCANTIL

 

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