El amigo del Puerto de la
Cruz; SALVADOR GARCÍA LLANOS. Remitió entonces (25/08/2021) estas notas
que tituló; “CALLE BLANCO: RASGOS Y RECUERDOS (y II)”: “…Nos habíamos quedado en el chorro en
forma de falo en Las Cabezas.
Descendemos
Blanco, ahora por el lado derecho, que era el de lo impares. Atrás queda el
distribuidor de tráfico, popularmente conocido por ‘pulpo’.
Está
la casa de los Jordán y en la que vivió Molo Acosta, contiguas a la residencia
Plataneras, con un jardín visible desde la vía. Estuvo en funcionamiento hasta
hace unos años.
Siguen
los garajes de Hernández Hermanos que, durante muchos años, albergaron los
chasis, elementos de carpintería y enseres del Ayuntamiento. En ellos trabajó
Ramón Castilla Yanes, Pepín, que
calculaba paneles y altura de las figuras al milímetro para poder salir y
acceder a la vía.
Una
pequeña casa terrera, donde vivió Emilio Abreu hasta su fallecimiento, antecede
a la casona canaria que pertenenció a Matilde Rodríguez de la Sierra y luego a
Melchor Sotomayor, con un patio interior muy espacioso desde el que se
conectaba con un garaje habilitado como casa de comidas y restaurante desde la
primera década del 2000. Hace pocos años, Sebastián González Villavicencio,
el Chileno, preparaba
puchero los jueves y venían destacados profesionales de Santa Cruz y La Laguna
a saborearlo.
Esta
casona albergó en la planta inferior la sede de los laboratorios clínicos
Bonnet, luego trasladados al sur. Y en la planta de arriba, con una generosa
azotea para completar la edificación con una solares próximos al paseo Las
Damas, instalaron uno de esos espacios denominados ‘chill out’, aptos para el
sosiego, la relajación y la armonía musical y para la ambientación agradable
des desfiles de moda o similares.
Cruzamos
Cupido para admirar la mansión donde vivió el regidor ilustrado, José Agustín
Álvarez Rixo, y luego parte de la familia Hernández. Un espacioso garaje acogió
durante décadas las guaguas de Transportes
de Tenerife que eran objeto de reparación y revisión mecánica. El
patio interior era muy llamativo. Los balcones de la fachada, originales.
Cerrada desde hace muchos años, pero un elemento muy valioso en el patrimonio
urbanístico portuense.
Alejandro
Baeza arregló unos cuantos relojes en su establecimiento, abierto a la
modernidad para tratar de competir en el ámbito de la joyería. Y para que nada
faltara a la calle, en esa franja hay que consignar el uso turístico, con el
hotel (Onuba) de los Wildpret, recientemente rehabilitado, por cierto.
La
esquina con Iriarte se alcanza con la anterior sede del Ayuntamiento y del
desaparecido Juzgado de Paz. Allí estuvo también la sede de la policía local.
Los problemas de aparcamiento en la vía fueron creciendo a medida que avanzaba
el desarrollo turístico. En las dependencias, nada más entrar, nos
encontrábamos con una pizarra gigante en cuyo encabezamiento siempre figuraba
la farmacia de guardia del día. Eran los tiempos en que se llamaba a la policía
para saber donde comprar ácido acetilsalicílico, alcohol o mercuriocromo.
En
esa esquina, también, Darío Franco y sus confecciones. Sus camisas y sus
pantalones de dril. Sus telas para disfraces. Otros géneros sustituyeron a
aquella sencilla tienda, hoy Almacenes
Herreros.
En
la esquina de enfrente, el casino de los caballeros, desde cuyo exterior se
veía una mesa de billar donde los mayores jugaban sin gran entusiasmo. En el
sótano, el comerciante Sixto Trujillo instaló su depósito/almacén. Le seguía la
casa que perteneció al padre del librero Fernado Luis y que ocupó el
interventor municipal, Pedro Martínez. En la parte baja de la vivienda, un
local comercial donde funcionó durante mucho tiempo Sastrería Violán.
Ya
acercándonos a la plaza, las casas de Santiago Baeza González, durante unos
años alcalde de la localidad; y la que habitaron Prudencio Suárez y familia,
que ejerció como apoderado del Banco Exterior de España; y Pedro Montes de Oca.
En los locales de alguna de ellas, estuvo Radio Mundo, donde Antonio García se abría paso entre
amplificadores de sonido y aparatos de radio.
La
llamaban coloquialmente, “la casa del coño”, construida por Germán Reimers.
Cuando la edificaron, la altura de fachada, que incorporó años después a su
tipología líneas de madera, era tal que la gente miraba hacia arriba y
exclamaba: “¡Coñó, fuerte casa!”. Allí surgió hotel-residencia Isora, donde trabajó Julio
Pérez, entonces vinculado al incipiente desarrollo del hecho turístico y padre
del actual consejero de Presidencia, Justicia y Seguridad del Gobierno de
Canarias, Julio Pérez Hernández. También lo hizo, Gilberto Hernández Linares,
popular personaje del Puerto de la Cruz de los sesenta. Hay quien recuerda
antecedentes: la venta y los billares de los hermanos Agustín y Jorge
Rodríguez. Años después, por cierto, en la azotea de Isora, los alumnos del colegio
de segunda enseñanza organizaron unas cuentas fiestas escolares, con bailoteo y
todo.
En
la planta baja de Blanco,1 estaba Las Afortunadas, un comercio especializado en
ferretería que tuvo una fase boyante coincidente con el bum de la construcción en
la ciudad. El rostro circunspecto de Juan Méndez, desde que entraba en las
oficinas, era el reflejo de la seriedad con que se desenvolvía la empresa.
Otra
personalidad tenía Fernando Luis, propietario con su esposa Antoñita, de
Librería Tenerife, en la que emprendió, por cierto, una reacondicionamiento que
fue una auténtica transformación del género librero en aquella época. En la
librería leíamos los periódicos en voz alta para deleite de las señoras
mayores. Una reducida tertulia en torno a la figura de Juan Reyes Bartlett
caracterizaba a menudo el paso por el establecimiento. . Los lunes al mediodía
se formaban unas colas considerables de personas que venían a adquirir Aire Libre, un semanario
deportivo en el que Juan Cruz Ruiz y Santiago Rodríguez firmaban sus crónicas.
Fernando Luis, cuando llegaron los periódicos en lengua extranjera, llegó a
organizar un equipo de voceadores que distribuía los diarios y las revistas por
las calles y en los hoteles.
Al
lado, ya terminada la numeración de la vía, Agencia Ford, con Julio Cruz
González a la cabeza, y los hermanos Fermín y Alonso Rodríguez. A principios de
los sesenta, llegaron los primeros televisores, en blanco y negro, por
supuesto. Cuando cerraban el establecimiento, dedicado a repuestos y accesorios
mecánicos, dejaban uno encendido para que las personas que se concentraban en
el exterior –se hacía cola para guardar el puesto- pudiesen observar la
reducida programación de la época.
Seguía
la casa de Luis Reverón, con varios locales comerciales, uno de ellos, la
peluquería de Ignacio, al que sucedió en la misma su hijo Servando, donde los
sábados, como en otras de la localidad, no atendían a los niños. Kashmir, en la
esquina, junto al paseo Quintana, popular Canal de Suez, era el otro comercio
que resolvía los problemas de última hora en las jornadas de compras de
regalos. Antes, era muy frecuentado un establecimiento de ultramarinos,
perteneciente a Carlos popularmente conocido por Carlos Pisahuevos.
En
la desembocadura del citado paseo, pintaron un paso de peatones. Lógico: tanto
para subir como para bajar, cruzar Blanco se hacía cada vez más complicado. Por
eso, colocaron también unas vallas publicitarias. Y por si fuera poco, a
determinadas horas un policía local ordenaba y distribuía tanto el tráfico rodado
como el peatonal. En una palmera próxima ubicaba cada semana Santiago
Martín Cheché un
cartelón anunciador de los partidos de fútbol. La gente se detenía a leerlo,
sobre todo cuando el encargado tenía alguna ocurrencia y la plasmaba en el
cartelón. Una vez escribió ‘dicisivo’ y algunos escolares replicaron un par de
días, borrando la primera i tintada
en azul y dejándolo en algo ininteligible.
El
paso peatonal –a continuación, en la franja izquierda, se iniciaba el
estacionamiento de los taxis- era cruzado por cientos de clientes del Banco
Exterior de España, donde, entre otros, Aurelio Sanz, Salvador González,
Prudencio Suárez, Pedro Real y Pedro Lasso, que tenía en la misma edificación
su vivienda familiar, atendían con fruición a los clientes, tanto nativos como
visitantes. Desde el balcón principal, en la tarde-noche del Viernes Santo un
cura explicaba, con sonido amplificado, el sermón de las siete palabras,
mientras los pasos quedaban detenidos a lo largo de la vía, en una estampa de
gran belleza estética y fervorosa.
Cuando
aparecieron las boutiques, una quedó emplazada justo al lado del banco, Bo Ti Su, atendido por personal
muy popular y apreciado que solía lucir prendas de corte muy modernista en los
que ya eran ambientes sofisticados del Puerto. En la vivienda donde estaba,
residían los González de Chaves-Sotomayor. El zaguán, durante unos años, fue
utilizado como vestuario informal de algunos equipos de baloncesto: los
jugadores cruzaban la calle, sorteaban los estacionamientos de los taxis y se
ponían a jugar en la cancha de tierra de la plaza. Cuando la casa, que
conectaba por arriba con la plaza del Doctor Víctor Pérez (popular San Francisco)
cedió al desarrollismo y los Chaves-Sotomayor se mudaron, construyeron un
edificio en forma de media luna y al que sacaron el jugo comercial,
principalmente con un restaurante sueco que funcionaba en temporada invernal.
Ahí
terminaba Blanco en sentido descendente, en una de las casonas del
impresionante conjunto arquitectónico culminado en balconadas inigualables. En
ella estaba emplazada la firma inglesa Yeoward Bros, que resistió entonces hasta bien entrado el
siglo XX.
La
calle, ya dijimos que adoquinada, adornada con artísticos arcos y grímpolas
cada mes de julio, tuvo su adaptación peatonal a principios de los ochenta,
durante la fructífera gestión del primer gobierno local democrático. César
Manrique dirigió personalmente las obras ejecutadas por Losada. Las últimas
paradas de carreras de sortijas y los desfiles de carrozas y coches engalanados
se celebraron cuando el concepto de lo lúdico experimentaba ya los necesarios y
primeros cambios.
Actualmente,
han tratado de hacer más diáfano y con menos obstáculos físicos el tramo
peatonal. Ahora, terrazas y paraguas pueblan una vía que conserva una cualidad:
sigue siendo muy, pero que muy transitada.
(Fin)…”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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