Fotografía correspondiente a la alfombra de la Casa de
“Monteverde”, en la calle Colegio de la Villa de La Orotava, pionera en el arte
efímero floral de la Villa. Final de la década de los años cincuenta del siglo
XX.
El misterio parece haber cruzado por la latitud de La Orotava
desde los tiempos más remotos. El preludio del arte floral orotavense tiene una
orquestación con la mitología de la antigua Grecia. Quizá sea el mundo del arte
alfombrístico aquel en que se ve con más claridad la necesidad del esfuerzo de
todos los villeros, del sacrificio de todos los villeros; quizá sea, en el
fondo, el más generoso de todos. Cada día es maravilloso lo que los orotavenses
consiguen en el arte, porque todos, absolutamente todos han prolongado lo de
antaño. Cada mejora, cada perfección, cada invento supone lo anterior y se
apoya en él como cimiento, es decir los artistas de hoy son unos verdaderos
herederos de los de ayer. El orgullo de progresar es pura vanidad si no va
parejo del orgullo de haber heredado el arte de las alfombras. Así se expresaba
un literato universal; “No hay que enorgullecerse de uno mismo, sino de ser
hombre y de haber recibido lo que los hombres han hecho”. Es evidente que a los
Campos Elíseos envió Júpiter a Menelao con aire siempre puro y refrescado por
las brisas llegadas del océano. Para Heródoto La Orotava termina en el Jardín
de las Hespérides, porque La Villa de la Orotava se improvisa en un inmenso
taller de tapicería, donde con las flores del Valle se hacen pródigos. Las florecidas
alfombras cubren las calles como espléndidas alcatifas del más puro estilo.
Frente a algunas casas extiéndese tapices de una magnificencia imperial. En La
Orotava nadie se cansa en contemplar las combinaciones de los colores, de las
sombras, del claroscuro, de los contornos, de la composición y de la
perspectiva del cuadro, porque un verdadero cuadro es aquello, donde hay
matices y perfumes, donde los pétalos olorosos hábilmente dispuestos imitan el
trabajo del pincel.
En la antigua Grecia, los mitos soplan en las velas de las
primeras naves que cruzan más allá de las Columnas de Hercúleas. En La Orotava
hay tradiciones piadosas del más añejo arraigo, la más recia, delicada y
admirable es la Alfombra floral en la Octava del "Corpus Christi". La
Orotava es apacible, bella y aristocrática. Es la evocación viviente de nuestro
siglo de oro, viñeta imperial en piedra y tono de vida, encuadrada en el marco
esmeralda de los jugosos y arrancados platanales. Remanso de quietud bucólica y
epicentro a la vez del cinismo norteño, con sus rúas en cuesta, sus jardines en
flor que parecen rincones del Jardín de las Hespérides. Con sus viejas
mansiones coronadas de heráldico escudos, sus balcones afiligranados colgados
sobre los muros nítidos, con sus piedras milenarias doradas por el sol de los
siglos y la mole roquera de su Iglesia Matriz de la Concepción. La Orotava es
síntesis de lo típicamente insular y monumento. Por las calles pendientes baja
fresca y rumorosa el agua. El caserío es blanco como la nieve que tapiza al
Teide en los inviernos. La vegetación es ubérrima.
La historia de las alfombras tiene un principio embellecido por
el mito y la leyenda. Nace de un modo risueño, pero misterioso, como es todo
nacer. Otro misterio es su mismo origen como tales aromas. Se puede decir de
ellas que son hijas del amor, de la fraternidad, y de la solidaridad. Sobre los
flancos montañosos que encuadran el Valle se ha extendido un toldo de nubes que
nos da sombra. Gentil y garbosa, como una sultana de ensueños, endomingada,
enfervorizada como una novicia en vísperas de su profesión está esta Villa de
recio abolengo que exhibe con orgullosa veneración el sartal de joyas
artísticas de sus tapices de flores alfombrado el recorrido que ha de hacer la
procesión. Las alfombras villeras son especies de porcelana china, un kiosco de
malaquita, un gran manto de tisú o la cola extendida de un vistoso pavo real,
que arrancan prosas magnificas de la pluma de Rubén Darío.
Pues un canto a los alfombristas desaparecidos no arrancarían de
su pecho estos tapices florales, donde con letras vegetales el poema gigante de
la fe de un pueblo, se convierte en un lirismo casi místico. La fabulosa India
fue la madre de las alfombras y tapices. En tiempo del poeta Homero eran de
elevadísimo precio, porque Homero era un poeta que hablaba de doncellas que
guardan manzanas de oro . Con hebras de seda o lana e hilos de oro y de plata
se iban tejiendo cuadros, blasones, estampas y paisajes al confeccionar
tapices. Servían luego de adorno o paramento sobre las paredes de los palacios.
Colgados de los muros de la iglesia formaban parte de su decoración. Bayeux,
Arras y Bruselas tuvieron famosas tapicerías. En España Carlos III fundó una en
Madrid, Turín, Tournay, Nottighan y Taifereg hacían famosas obras de arte. Pero
ninguna de estas ciudades se ha sentido artista en masa como esta Villa de La
Orotava donde chicos y grandes son confeccionadores de tapices. Su hilo de oro
es la ilusión, el fervor religioso. Brezo picado, cernido o torrefactado y
muchos pétalos de flores con sus materiales. Materiales frágiles y delicados,
efímeros como estas obras sin igual en el Mundo, que solo duran un día o unas
horas. Pero tiene la trascendencia de hacer vibrar a todo el Valle y de
envolverlo en un ambiente de inefable fe. Y esto es lo mejor de las alfombras:
el perfume de fe cristiana con que deja embalsamado a todo el pueblo. En el
antiguo Egipto, sobre todo en Heliópolis, era la alfombra el más preciado
adorno, pero tan solo de palacios y de templos. En La Orotava, toda la Villa es
templo y cada casa y cada corazón es un palacio donde habita Cristo con su
santa gracia. La policromía y galanura suntuosa de los tejidos orientales son aventajadas
en delicadeza por estos trenzados de pétalos y estos hilos de esmeralda
vegetal, de rubíes y azabaches.
La Casa de los Monteverde fue la iniciadora de este arte
singular en 1846. Doña María Tersa Monteverde y Bethencourt y Doña Pilar
Monteverde y del Castillo crearon la primera alfombra de flores. El anecdótico
Valladares fue el inventor de los “corridos”. Don Felipe Machado y Benítez de
Lugo fue el afamado artista autor de los primeros tapices en la plaza del
Ayuntamiento a la Divina Majestad. Su tradición de arte y aristocrática finura
aún perduran en la Villa. Y esta fina espiritualidad es la mejor ejecutoria de
este hidalgo y linajudo pueblo y de todo el Valle de La Orotava.
La riada humana que se ha concentrado en esta Villa, un poco
pasmada, pausadamente ha empezado a recorrer las calles pinas en un ansia
expectante de arte y religiosidad. Es un lento caminar, un río humano que fluye
por las aceras para ver tranquilamente las alfombras. Así van caballeros,
señoras, jóvenes y niños. En estos años de agitación febril dinamismo y lucha, ver un pueblo que camina
despistado por su eterno solar, produce un efecto inmenso. La riada humana
hormiguea por las calles contemplando los tapices, los admira, algunos los
fotografían, y luego elevan los ojos a lo alto y se quedan un momento
pensativo. Esas escenas eucarísticas estampadas sobre el pavimento de las
calles dejan un rastro de inefable dulzor en el alma. Ha salido la procesión.
Avanza sobre el alfombrado la custodia de plata y sobre ella Cristo Hostia.
Jesús ha dejado el hondo silencio del Sagrario y ha salido en su trono al
esplendor de las calles para recrearse y vez esta confesión de fe. El Santísimo
ha llegado a la plaza del Ayuntamiento. Un valiosos Tapiz alfombra todo el
rectángulo pavimentado. En cada Balcón y en cada azotea se arraciman y aprietan
los seres humanos. La riada humana que hormigueaba por las calles se ha
concentrado en la plaza. La fachada del Ayuntamiento es un ascua de luces
encendidas. La “Schola Cantorum” ha entonado el “Tantum Ergo”...
Todo está en perfecto silencio. Silencio que me enmarca el
recuerdo de dos alfombristas artistas y amigos que nos han dejado para siempre;
el impresionista del arte con el material volcánico José González Alonso, y el
entusiasta del arte floral proveniente del mayordomo Valladares, Jesús Ruiz
Hernández.
BRUNO JUAN ALVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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