Si hay un pueblo en Tenerife - y hay muchos en lista - que con todo
motivo pueda vanagloriarse de su acendrada religiosidad, ese pueblo es La
Orotava. y si en el ValIe de La Orotava hay tradiciones piadosas del más añejo
arraigo, la más recia, delicada y admirable es ésta de las Alfombras florales
en la octava del "Corpus Christi".
La Orotava es apacible, bella y aristocrática. Es la evocación
viviente de nuestro siglo de oro, viñeta imperial en piedra y tono de vida,
encuadrada en el marco esmeralda de los jugosos platanales. Remanso de quietud
bucólica y epicentro a la vez del sinecismo norteño, con sus rúas en recuesto,
sus jardines en flor que parecen rincones de los fabulosos países asiáticos.
Con sus viejas mansiones coronadas de heráldicos escudos, sus balcones
afiligranados colgados sobre los muros nítidos, con sus piedras milenarias
doradas por el sol de los siglos y la mole roquera de su Iglesia Matriz de La
Concepción, La Orotava es síntesis de lo típicamente insular y monumento, en su
conjunto, único en Canarias. Por las calles pendientes baja fresca y rumorosa
agua. El caserío es blanco como la nieve que tapiza al Teide en los inviernos.
La vegetación es ubérrima. Sobre los flancos montañosos que encuadran
el Valle se ha extendido un toldo de nubes que nos da grata sombra. Gentil y
garbosa, como una sultana de ensueños, endomingada, enfervorizada como una
novicia en vísperas de su profesión está hoy esta Villa de recio abolengo que
exhibe con orgullosa veneración las joyas artísticas de sus tapices de flores
alfombrando el recorrido que ha de hacer la procesión.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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