El
amigo de Tacoronte; NICOLÁS PÉREZ GARCÍA, remitió entonces (2015) estas notas
que tituló; “EL SAUZAL, CENTRO RECTOR ECLESIÁSTICO DE ACENTEJO, AÑO 1533”:
“…Los
caminos mundanos de todo tiempo van dejando huellas. Hoy queremos desandar la
historia para reencontrarnos con un pasado lejano que sobrevive gracias al
tesoro documental que dejaron los escribanos al servicio de la Iglesia, fiel
protectora del saber, la cultura y acontecimientos plasmados en antiguos
legajos. Nos remontamos al siglo XVI para recrear e ilustrar la evolución de
una sociedad incipiente que, igual que hoy, también se ilusionaba con el futuro
y el bienestar.
La
Villa de El Sauzal es un municipio que puede presumir de privilegios, tal como
la belleza natural de un pequeño territorio que se hace grande por la armonía y
el encanto de su peculiar orografía, y particularmente por su historia en el
contexto inicial del poblamiento de esta zona de Acentejo. El menceyato guanche
de Tacoronte, hasta 1496, integraba en sus límites un territorio equivalente a los
actuales pueblos de El Sauzal, La Matanza, La Victoria, Valle de Guerra,
Guamasa y Tacoronte. La primera ermita que se edificó fue la de Santa Catalina
entre 1504 y 1507, mientras que la de San Pedro de El Sauzal se levantó hacia
1515, siendo la advocación del lugar Nuestra Señora de los Ángeles desde 1505
en su otra ermita cercana a los acantilados.
En
aquellos años el culto religioso estaba desatendido y los pocos moradores que
había sumidos en la vida bucólica y pastoril, mayormente apartados e ignorantes
de las creencias. Los dueños de las tierras que fueron favorecidos con datas y
repartimientos residían por lo general en la Ciudad (La Laguna), mientras que
en los campos de labor el duro trabajo descansaba en manos de aparceros,
colonos, medianeros, peones, esclavos.
Con
respecto a El Sauzal, poco después de la derrota de los guanches, el adelantado
Alonso Fernández de Lugo se adjudica una importante data en el lugar, y por el
año 1500 suscribe un acuerdo con el madeirense Alfonso Bello, por el cual éste
se compromete a roturar, despedregar, aflorar aguas y tener sus tierras
preparadas para cultivos y plantíos de viña. En contraprestación, Fernández de
Lugo se compromete con ciertas concesiones y privilegios, según se advierte en
este texto un tanto arreglado para mejor lectura y comprensión: «Sepan cuantos
esta carta de público instrumento vieren […] por virtud de los poderes que de
sus altezas tengo de las tierras, aguas que se dice el Çauzalejo, que es en la
isla de Tenerife, abaxo de las tierras de sequero que a nombre Tacoronte vera
la mar al tiempo que yo las tomé e en mí estaban […] por sacar las dichas aguas
e la tierra salvaje, yerma e estéril, fui convenido e igualado con vos Alonso
[Alfonso] Bello, portugués, que sois presente, a sacar las dichas aguas,
despedregar e desmontar e roçar y plantar viduños, árboles y otras plantas e
por esto vos prometí de dar cierta parte de las dichas aguas e tierras […] lo
cual todo por mi visto, yo e doña Beatriz de Bovadilla, mi muger vos hicimos e
otorgamos una carta que es firmada de nuestros nombres e synada de escribano,
por la cual vos dimos e donamos en pura e perfeta donación una parte de las
dichas tierras e aguas»
Alfonso
Bello cumplió su parte del contrato y al cabo de cuatro años recibió buena
parte de las tierras del Adelantado, convirtiéndose así en uno de los mayores
propietarios de El Sauzal.
En
1533 se establece un beneficio en la ermita de San Pedro de El Sauzal, primera
parroquia de las tierras de Acentejo, con jurisdicción eclesiástica sobre
Tacoronte, La Matanza y La Victoria. Hasta entonces los curas de las parroquias
eran designados por conducto real, cargos que recaían frecuentemente en
castellanos, gentes bien relacionadas en la Corte. Tal sistema acarreó que los
titulares de las parroquias no residieran en ellas y se limitaran a nombrar
sustitutos, cobrar las rentas decimales y repartirlas con el cura titular. Se
gobernaba a la Diócesis desde la distancia, situación que provocó reclamaciones
que llegaron a la Corona, registrándose algunos casos en Tenerife.
Resolvió
la cuestión el rey don Carlos I mediante cédula real promulgada en Monzón
(Huesca) el 5 de diciembre de 1533, ordenando que en adelante los Beneficiados
Curados (curas de almas) se proveyeran con gente de la tierra, o hijos de la
pila, con destino a personas bautizadas en su feligresía. En la cédula real se
establece la nueva conformación parroquial de las islas, y en lo concerniente a
Tenerife queda dispuesto que el beneficio de San Cristóbal de La Laguna se
divida en ocho: cuatro en Nuestra Señora de los Remedios y otros cuatro en
Nuestra Señora de la Concepción, ambos en La Laguna; éstos últimos, uno en
Santa Cruz, otro en El Sauzal, otro en Taganana y otro en Güímar.
Fue
una determinación favorable aunque se produjeron protestas en algunos pueblos
al considerarse con mejor derecho, surgiendo disensiones entre Güímar y
Candelaria y entre El Sauzal y Tacoronte. Es razonablemente asumible que Candelaria
reclamara titularidad parroquial por encontrarse allí la Virgen de Candelaria,
y que Tacoronte hiciera lo propio al contar con ermita más antigua y mayor
entidad de población y territorio. Asimismo parece obvio que en la elección de
los beneficios influyeran importantes terratenientes, hacendados o personas de
relevancia, práctica muy común en la época.
Una
de esas personas relevantes e influyentes era Alfonso Bello, con clérigos en la
familia, siendo más que probable que hiciera valer su relación con las altas
instancias. Por su parte Tacoronte tiene a Sebastián Machado como vecino más
notable, importante propietario que había donado el terreno para construir la
ermita de la que fue su primer mayordomo, sin embargo, no consta que intercediera
para ganar el favor de las autoridades, ni siquiera intervenir en las
reivindicaciones vecinales posteriores. En su mayor parte el vecindario
protagonizó las protestas y demandas.
Así
hasta 1544, cuando el obispo benedictino
Fr. Alonso Ruiz de Virués se hace eco de las peticiones de los feligreses
tacoronteros y concede licencia para que un capellán —asalariado— oficie misas
en Santa Catalina, aunque sólo eso, pues para lo demás los vecinos están
obligado a acudir a la iglesia de San Pedro los primeros días de las tres
pascuas, el Domingo de Ramos y la Semana Santa, Corpus Christi y procesión de
San Pedro en su fiesta, y además recibir los sacramentos y llevar los difuntos
para su entierro. La parroquia titular que regenta su cura, don Sebastián
Piloto, defiende su jurisdicción eclesiástica con todo derecho, y de este modo
lo subrayan los vicarios y provisores del obispado en sus visitas, aunque
muchas veces se ven con dificultades para sortear un conflicto que aflora con
frecuencia.
El
prelado Virués es bastante explícito en su mandato fechado el 9 de abril de
1544: «[…] que porparte de los veçinos e moradores del termino detacoronte que
es del venefiçio deSanpedro del Sauçal anejo a los venefiçiados de la ciudad
desan cristobal nos fue fecha Relaçion diçiendo que por la distançia queay
dedonde ellos biben ala yglª parroquial desanpº dondeson obligados aoir misa
los domingos e fiestas erresçibir los Santos Sacramentos padeçen mucho trabajo
edetrimento entienpo deibierno edesus sementeras edeir con sus mujeres e hijos
criados al suso dho [beneficio de San Pedro] e nosfue pedido que para su
consolaçion e Remedio les probeiesemos ele diesemos liçençia para que en la
hermita de Santa Catalina que esta en el dho termino detacoronte pudiesen tener
un clerigo que a su costa les dijese misa los domingos e fiestas de guardar
para que oyendola los dhos veçinos cunpliesen con el preçepto de la yglª y
obligaçion que tienen […]»
Su
ilustrísima accede también a que en la ermita de Santa Catalina se entierren
cuerpos de esclavos y niños menores de 10 años, administrar el bautismo sin
óleo y crisma, que se imponen en la iglesia de San Pedro… y para todo lo demás…
«…los dhos veçinos detacoronte guarden con el dho venefiçiado eiglesia desanpº
del Sauçal todoloque pareçiere preheminençia parroquial es debido e contribuian
enlos Repartimientos dela fabrica deladha yglª juntamente con los otros
parroquianos […]»
Con
el paso de los años los feligreses de Tacoronte insisten en sus
reivindicaciones y consiguen algunas prerrogativas. Se registra nueva visita en
1550 por parte de don Juan Viñas, maestrescuela (encargado de enseñar las
ciencias eclesiásticas) del Cabildo Catedral. Es en este año cuando se trasluce
la intención de derruir la primitiva ermita de Santa Catalina para hacer una
mayor que contenga capilla y cuerpo de iglesia. A tal efecto, don Juan Viñas
señala en su carta de visita: «[…] que las personas que de aqui en adelante se
enterrasen en la dha Hermita o Capilla paguen alguna limosna para la dicha
yglesia porque es pobre e porque al presente se ha de derrocar [echar por
tierra] la Capilla vieja, e se ha de hacer la nueva»
Así nace
la nueva ermita con cuerpo de iglesia tras el añadido de una nave rectangular
orientada de norte a sur, cuyas obras aparecen concluidas en 1557. El mandato
del obispo don Diego Deza de fecha 8 de noviembre de 1558 señala que el cura de
San Pedro se desplace a Tacoronte para determinados oficios, y en caso de no
acudir a tiempo sea el capellán de Santa Catalina quien lo haga llevándose las
obvenciones que procedan.
En
1560, el licenciado Aceituno ratifica que los vecinos de Tacoronte cumplan sus
obligaciones con la parroquia de San Pedro. El 27 de febrero de 1567, un
visitador cuyo nombre no es posible conocer, autoriza a los feligreses
tacoronteros para que no asistan a El Sauzal hasta la próxima visita episcopal.
Esta orden un tanto extraña es revocada al año siguiente por el licenciado Juan
Salbago, que ordena se cumpla lo mandado anteriormente por los prelados don
Alonso Ruiz de Virués y don Diego Deza, y el licenciado Aceituno.
El
desencuentro entre las dos iglesias no conoce tregua, lo que da lugar a una
seria reconvención, según se desprende de la carta de visita del obispo Fr.
Juan de Azolaras en 1570: «Primera mente su Reberendissima señoria dijo que por
quanto abisto por esperiençia que entrelas yglesias parroquiales y las Hermitas
ay çismas y dibisiones y otras diferençias y discordias entre los curas y
capellanes y entre los vecinos delos dhos lugares entanta manera quedello
Resultan escandalos y otros in conbenientes por tanto que amonesta en el Señor
alos dhos curas y capellanes […] sopena que seran grabe mente castigados por su
Sª opor sus bisitadores y suçesores y ansi mismo manda quelos veçinos guarden
el Respeto que son obligados a su cura y a la yglª parroquial [de San Pedro] en
los dias queles esta mandado sopena queseles quitara los pribilejios y
licencias queseles andado como apersonas que usan mal deellos y ansi lo mando»
Transcurre
un decenio cuando el obispo don Cristóbal Vela entre otras cosas manda que en
el ermita de Santa Catalina se puedan decir todas las misas cantadas que se
quiera, excepto los días que haya obligación de asistir a la iglesia de San
Pedro.
En
las visitas posteriores se percibe una creciente desvinculación entre las dos
iglesias, y en 1604 Santa Catalina obtiene autonomía tras el nombramiento de
cura propio, el bachiller don Baltasar Díaz Llanos, con “congrua sustentación”
(con renta) a costa de los beneficiados de la Ciudad (La Laguna). Esta decisión
obedece no sólo a las reiteradas peticiones de los clérigos y feligreses de
Tacoronte, sino también porque la ermita de Santa Catalina cuenta con cuerpo de
iglesia y con mayor capacidad que la de San Pedro, según explica el notario apostólico
Baltasar Hernández bajo órdenes del obispo don Francisco Martínez Ceniceros.
En
adelante, la parroquia de San Pedro no ceja en la defensa de sus derechos y por
largo tiempo mantendrá un pulso con el curato de Santa Catalina a lo largo de
todo el siglo XVII, y también, en menor medida, con las otras ermitas de
Acentejo.
Como
se ha visto, lo que pudiéramos conceptuar como pleito eclesiástico, se
convierte en pleito vecinal. En medio de intervalos de tranquilidad, llega el
momento en que los dos pueblos vecinos se involucran en acusaciones y denuncias
ante la autoridad episcopal, que en alguna ocasión hace comparecer a los
párrocos para avenirlos a la concordia. Fueron varios los convenios
formalizados entre ambas parroquias, mediando incluso compensación económica.
El
obispo don Francisco Sánchez de Villanueva y Vega hace comparecer a los dos
sacerdotes, don Ramón Serdán por parte de El Sauzal y don Juan Gutiérrez por
parte de Tacoronte. En el acta levantada el 12 de enero de 1651 consta: «[…]
dixeron y asentaron entre si que asi por escusarlo como por unirse
hermanadamente en la Paz y concordia que desean y dar un buen exenplo a sus
feligreses anbos a dos de man comun conbienen y hazen pacto y consierto entre
si lo primero de que el dho Benefiçiado de tacoronte en reconosimiento del
derecho que debe a la ygleçia del Sausal le dara y pagara todos los años al
Benefiçiado de ella que es o fuere quatro sientos reales en contado de moneda
corriente»
Pero
no bastó este acuerdo ni otros, porque al cabo se sucedieron nuevos
incumplimientos y encuentros entre partes. Las diferencias, cada vez más
mitigadas, cayeron en manos del licenciado don José Antonio Fernández de
Ocampo, párroco de Santa Catalina en la segunda mitad del siglo XVIII, que puso
fin a la cuestión….”
BRUNO JUAN ÁVREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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