El amigo y compañero de docencia en el IES La
Orotava Manuel González Pérez en el Barrio de San Antonio; AGAPITO DE CRUZ FRANCO, remitió (2013) estas
notas que tituló; “BAJO LOS ECOS DE UN
TAMBOR DE CABRA”: “…A Jesús Eustaquio
Dorta, Chucho Dorta "Benahuya", en el tercer aniversario de su muerte.
Me senté junto a él a la sombra de los últimos almendreros
camino ya de Las Coloradas. Hurgaba en la madera con un punzón, mientras
observaba aquellos parajes a punto de ser destruidos. Benahuya -así se hacía
llamar-, hijo de la lava, heredero de todos los volcanes, nacido del corazón
mismo del Echeyde, meditaba en silencio. Fuera de la Fuente del Tizón, en la Cruz de Tea, no había agua a
lo largo de todo el Camino Chasna. Los eres de Charco del Pino y del Pino Lere,
sólo existían en la memoria colectiva, y, las cabras, muertas de sed, habían
terminado por desaparecer. Los cabreros y agricultores habían decidido emigrar
a Las Américas, recalando como camarlengos para la industria turística, o como
jardineros para el Geríátrico de la Unión Europea Periférica (PEU, en sus siglas en
inglé...). Ante la falta de agua, Benahuya no entendía cómo aparecía ésta mucho
más abajo, para bañar lo que se conocía como campos de golf. Según él, lo de
los eres, tenía mucha relación con lo que yo le contaba sobre la flota pesquera
canaria, varada en los cruces de carreteras y autopistas. Ambas cosas, la
desaparición de los eres, y los barcos de pesca anclados en el piche, le
llenaban de inquietud. Por sí misma -pensaba-, el agua no deja de manar, y a
los barcos de pesca no les da por largarse tierra adentro...
Rumiando todas estas cosas, caminaba vereda arriba, mientras
urdía poemas interminables con la palabra sencilla de las gentes del pueblo: "Pobre Chipude / sin gota de agua
/ mi mujer no puede / lavar sus enaguas".
"Quiero trabajar contigo / en tu faena diaria / pa fabricar todos juntos / la libertad de Canarias"
"Quiero trabajar contigo / en tu faena diaria / pa fabricar todos juntos / la libertad de Canarias"
"¡Viva
la noche San Juan! / ¡Que vivan las fogaleras! / ¡Viva el baño de las cabras! /
¡Que vivan las ranilleras!
Cuando llegaban las fiestas, acudía a ellas con sus arcanas
ropas y los pequeños baifos. A veces, gesticulaba entre la multitud y ensayaba
ritos que nadie conocía llamando a Achamán, a Magec y a muchos otros seres de
antaño que ya nadie recordaba y que a buen seguro debían estar emparentados con
los antiquísimos Osiris, Horus y la propia Isis. Santos y dioses, con quienes
incluso tenía cierta confianza como cuando le gritó en Tamaimo al Padre de la Virgen María
en plena procesión: "Ahí van San Joaquín que es un palanquín y aquí se
queda San Chucho".
Aquel mitad Hermano Pedro, mitad Mencey Loco, gustaba vestirse
con pieles de cabra, collares de huesos y sandalias de Chasna. Morral, añepa,
tamarco y manta esperancera, caminaba siempre en dirección a los cuatro puntos
cardinales, guiándose únicamente por el sonido del bucio de Carlos El Benijero. Cuentan incluso que una vez lo
vieron en Cuba gritando por la independencia de Canarias junto a Secundino, y
al mismo tiempo, caminando desde el Puerto de la Cruz a El Rincón detrás de un
rebaño cabras para salvar este paraje, protestando por la tala de los castaños
de la carretera de Aguamansa y montando un chiringuito en su casa de la plaza
El Llano de La Orotava
al paso de la Subida
del Santo. Pues como decían de él: "...imita la ligereza de los lagartos y
la seriedad longeva de las cabras, pero ves y no ves su figura cuando crees
poder apresarlo en el encuadre de la mirada, pues ya se te ha escapado bajo su
sayo de borrego, haciéndose invisible de tanto verlo..."
Cuando se jartaba de leyendas, este contador de la tradición
masacrada, aparecía de forma mágica en los bochinches norteños, entre ríos de
vino nuevo y timples de la media noche. Timples que huían con él hacia la vieja
Masca donde con sus notas al viento rendía tributo al monocultivo económico del
turismo.
En la época del Beñesmén, se descolgaba por los barrancos de las
Islas, y gritaba a los cielos palabras de otros tiempos, mientras de entre las
rocas milenarias, asomaban sus cabezas los últimos guanches que, invencibles,
repetían a través de él, el juramento sagrado de los menceyes:
-"AGOÑE YACOROM YÑATZAHAÑA CHACOYAMET"; Masticaba
luego unos rezos que al parecer tenían que ver con historias de pueblos que
hablaban una lengua perdida y que había aprendido de su madre, y a su vez ésta
de su abuela y así sucesivamente hasta perderse entre la leyenda y antiquísimos
ancestros que habían llegado de tierras rebeldes y desconocidas, pues, los
seres humanos decía, pertenecen a una tierra, aunque van y vienen y pueblan y
despueblan los valles y las cumbres, según sus necesidades. Pero pertenecen
siempre a una tierra. Viajaba así hacia tiempos remotos que se daban la mano
con nómadas irreconocibles ya en él y por él, y, a su manera también él un
nómada entre las tierras altas de los hielos del Círculo Polar, las
cosmopolitas calles parisinas, los viñedos dionisíacos de las praderas griegas,
las Islas Cícladas, y aquel espeluznante espectáculo de una nueva Canarias
amasada con cementos "Teide" y luz de humo.
Más tarde, la última vez que lo ví, iba como siempre envuelto en
pieles de cabra y cantando loas a la
Virgen del Carmen, esa que sacan al mar los marineros del
Puerto una quincena después de la
Noche de San Juan. Noche mágica iluminada por hogueras
solares que dan paso en la madrugada siguiente al baño y purificación de las
cabras en el mar, y en donde Achamán parecía acudir desde su remota morada ante
la llamada solemne y espectral de aquel pastor sin rebaño y guía turístico para
cuantos seres engullía el Puerto de la Cruz. Porque confieso que, cuando le veía en las
mañanas de San Juan ante aquellas multitudes humano-caprinas, saliendo como un
Neptuno de entre las aguas, no sabía con exactitud quiénes eran los turistas y
cuáles las cabras traídas de la mano de Pablo el Abejón, Adrián el de San
Nicolás, Fidel el de la Charca
y sus hijos, Moisés del Realejo, Manolo, Zenobia ... y tantos otros viejos
pastores guanches del Valle de Taoro.
De este soñador de otros mundos, como lo definiera Edmundo del
Ródano, recuerdo con una sonrisa las conmemoraciones de la Batalla de Acentejo,
donde, imbuido de un quijotesco sentimiento de utopías milenarias, la
emprendiera a palos y pedradas con los celebrantes que representaban al
Adelantado y sus huestes. O cuando se convertía en el centro de la Fiesta bien en plena
Romería de La Orotava
enredado en isas, folías y saltonas, bien en la explanada de Malpaso brincando
bajo los pitos de la Virgen
de los Reyes o junto al Roque santo y peregrino de Garachico. Y también, cuando
cargado de energía positiva visitaba los vestuarios del Tenerife para darles
suerte o saltaba al campo de fútbol con su cabra "La Luisa" para denunciar
la extinción de la raza caprina en las Islas sin olvidar su grito de rabia y
tristeza en los eriales del suroeste, junto a los bajíos costeros de Alcalá,
bajo la mirada perenne de la
Pirámide de Chimayachi.
Incómodo para algunas Instituciones, popular hasta la
desesperación y derrotado por él mismo, la soledad fue su último acto de
protesta. El resto, ya es historia. Se iba septiembre en la época en que todo
Tenerife era Vilaflor, mientras los alisios descargaban con toda crudeza la
noticia de su último latido en los altos de La Orotava. Se fue como
había vivido, con la mirada elevada de los guerreros viejos -"que no te
baja la vista ni al agacharse", -según afirmaba de él Alberto Omar-. Dicen
que, desde la cumbre, se escuchó al atardecer un tintineo de siete estrellas
verdes camino del Sol de los Muertos. Sobre el horizonte imposible de San
Borondón. Bajo el sonido monocorde de un Tambor de Cabra y los ajijídes de un
bucio, que, rasgando el viento, le acompañaban hacia el más allá con el último
rayo verde...”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
No hay comentarios:
Publicar un comentario