Según el amigo de la infancia de la Villa de La Orotava; ANTONIO LUQUE
HERNÁNDEZ: “…Fiestas Mayores no Fiestas Patronales,
porque la Villa de La Orotava está desde su origen bajo el patronazgo de
la Santísima Trinidad —de ahí el nombre del Hospital, primera fundación
benéfica del lugar, ya funcionaba en 1511—. En la antigüedad las fiestas
mayores eran las de la Circuncisión y la Invención de la Cruz. La de Corpus
adquirió protagonismo sólo a partir de la consolidación de las Alfombras de
Flores y la de San Isidro es mucho más moderna…”.
Las Fiestas de San Isidro Labrador en la Villa de La
Orotava en el año 1854. Se celebraba entonces por separado con la fiesta
del Corpus, ya que ambas se unificaron en el año 1892.
Decía la prensa local, que en la víspera del cinco de junio de 1854 por la
noche, recorrieron las principales calles del pueblo en un elegante y vistoso
carro, cinco niñas de las primeras familias, que representaban otros tantos
genios o ninfas más por su encantadora belleza que por los ricos y vistosos
ropajes que adornaban su infantil y gracioso cuerpecito. Un inmenso gentío
obstruía el paso por las calles, y aun en el llano de san Sebastián donde
terminó la carrera.
La diversión concluyó con fuegos artificiales de los colores más lucidos y
agradablemente diversificados. En el día de las fiestas por la mañana estando
lujosamente adornadas la ermita del santo e iglesia de san Agustín y embellecido
el espacio que media entre ambos templos con dos soberbios arcos, multitud de
flotantes banderolas pintadas de diversos colores y con varias figuras de
animales, rama alta, palma, infinidad de farolillos de papel de diferentes
forma y tamaño. Y el suelo expresamente alfombrado de cuanto produce la
abundante y variada flora del valle. Se verificó la procesión desde la ermita a
san Agustín con la mayor pompa y lucimiento, el cual se debió en mucha parte a
haber marchado y tocado en ella el bien disciplinada tropa y brillante música
del batallón de África, cuyo digno jefe y distinguida oficialidad se han hecho
acreedor a nuestra más sincera gratitud por la fina atención.
En la misa que se celebró en el último templo tocó la compañía de
aficionado de esta villa que dirige don Lorenzo Machado, rivalizando
notablemente con la del batallón y manifestando en su perfecto desempeño tanto
las buenas disposiciones y adelanto de sus individuos como el loable celo y
delicado gusto de su director.
Predicó el benemérito párroco del Realejo de Arriba doctor don Domingo
Chávez, bastante conocido en la villa por su elocuencia, y sumamente alabado
por los señores peninsulares que le oyeron.
Por la tarde hubo la misma concurrencia: Se divirtió el pueblo con cantos
del país acompañándose de castañuelas y guitarra y panderetas: se verificaron
las rifas acostumbradas del par de bovinos para los labradores y cordero para
los niños que vestidos de indumentarias típicas formaron siempre el cortejo del
santo en la procesión y asisten a estos juegos, con la acostumbrada alegría.
Y terminó la
fiesta casi a las oraciones, con la pausada y majestuosa elevación de dos
bonitos globos que manteniéndose casi fijo por espacio de media hora y
brillando como estrellas en el inmenso espacio de los cielos, cualquiera se
hubiera figurado en tiempos mitológicos que las dos más bellas ninfas del carro
de la noche anterior Julia y María, habían sido trasladada al alto Olimpo, para
iluminar el firmamento y ocupar él mas distinguido lugar entre las constelaciones.
El año 1854, en España
se instaló el Romanticismo reexaminado, donde en lo soterraño se inicia la
Restauración, comienzan a apagarse sobre este haz triste de España los
esplendores de ese incendio de energías; los dinamismos van viniendo luego a
tierra como proyectiles que han cumplido su parábola; la vida
Española se repliega sobre sí misma, se hace hueco de sí misma. (José
Ortega y Gasset, Vieja y nueva política, 1914).
En historia literaria las precisiones cronológicas sólo sirven para fijar
un anclaje seguro en la superficie del caudaloso cauce de corrientes que
circulan entre los fenómenos de media y larga duración. Señalar el año 1854
como un año bisagra en el que se volvió a pensar y discutir qué fuera el
fenómeno romántico es una forma más de seguir pagando un tributo al discurso
didáctico que se teje en torno a la datación de circunstancias particulares de
los escritores, de las fechas marcadas por las imprentas y por los
acontecimientos sociales que manifiestan alguna clase de implicación en la vida
literaria. Si propongo esta fecha como punto de referencia significativo en la
crítica a posteriori del romanticismo, además de las circunstancias de la vida
pública española, es por la coincidencia de que en ese año aparecieron varios artículos
importantes dedicados a la revisión analítica del gran movimiento artístico y
cultural. Como es sabido, el romanticismo español fue cuestionado desde el
mismo momento en el que Böhl, el primer divulgador del romanticismo germánico
en España, comenzó a escribir sobre la nueva escuela y el teatro de Calderón.
Los debates se encresparon en los momentos más calurosos de su presentación
en sociedad en el curso de los años treinta y siguió siendo una cuestión
ampliamente disputada en el curso del siglo XIX. Como los testimonios relativos
a este perpetuo examen del romanticismo son suficientemente conocidos, sólo
añadiré dos que encuentro en sendas novelas realistas en las que se reconstruye
la atmósfera cultural de aquella etapa histórica que en Historia política se
conoce como los años del reinado isabelino, un tiempo en el que se sintió la
prolongada combustión de la llamarada romántica como el lento extinguirse de
los rescoldos de una hoguera. Y utilizo de forma muy deliberada la imagen de la
"llamarada" romántica que se troqueló en pleno auge del romanticismo
y ha seguido siendo empleada generosamente para caracterizarlo hasta llegar a
la imagen orteguiana, "llamaradas de esfuerzo", que
caracterizó a los románticos españoles.
La precisión cronológica es muy vaga en las dos narraciones, pero la nota
de mortecino apagamiento resalta sobre las imprecisiones. Con mirada irónica
anota el narrador que describe el arte pictórico de don Francisco Bringas, en
el primer capítulo de La de Bringas: "Aún no se hacía leña de los árboles
del romanticismo". Según el que cuenta Su único hijo: "Por la tienda
de Cascos había pasado todo el romanticismo provinciano del año cuarenta al
cincuenta".
Significación histórica del año 1854 Desde la estricta perspectiva de la
recepción crítica aplicada al fenómeno romántico, su permanente dinámica
evaluadora ha permitido sostener que en 1837 ya se había consumado la fase
expansiva para iniciarse la "pervivencia del
romanticismo" es la tesis de Allison Peers o que
"1845 parece ser el año del examen de conciencia" . No es propósito
proponer otra fecha para fijar un nuevo hito en la revisión crítica del
romanticismo ni creo que sirva para mucho remover la sucesión cronológica de un
fenómeno cultural de larga duración que asentó en el mundo occidental el clima
de la modernidad en su sentido más radical.
El año 1854, en consonancia con el tema que nos ha convocado,
como un momento singularmente representativo de la crítica que verificó el
romanticismo español sobre sí mismo. La pertinencia de la fecha está
justificada no sólo por lo que ese año supuso en el proceso político de la
Historia contemporánea sino también por la peculiar posición personal de los
críticos en cuyos textos de ese año voy a detenerme. En otro lugar he mantenido
que ese año es el que registra la formación de la primera bohemia artística
madrileña a raíz de la llegada de Bécquer a Madrid y también ha sido utilizado
recientemente como frontera demarcativo para un pormenorizado estudio
descriptivo del proceso romántico vivido en Aragón.
Literariamente hablando, el año 1854 no fue especialmente productivo, al
menos en la aparición pública de obras resonantes. Del repertorio de Van
Thieghem podemos retener la publicación de las novelas Der grüne
Heinrich(Gottfried Keller), Les filies du feu (Gérard de Nerval), Fabiola
(cardenal iseman) y Hard Times (Charles Dickens), de los Essais de critique
généralede Renouvier o de los Versi de Ippolito Nievo; en España son mucho
menos significativos los textos aparecidos en esa fecha5. Sin duda, el
acontecimiento cultural de más alcance para el desenvolvimiento de las
literaturas del Sur fue la fundación del Félibrige, efectuada por los siete
escritores occitanos que vertieron en los odres de los viejos jocs florals el
vino joven de la literatura provenzal recuperada. El efecto que esta iniciativa
tuvo en la vida literaria y política española fue inmediato, y lo ha estudiado
con todo detenimiento Francisca Soria en su crónica del "floralismo"
aragonés del XIX. La recuperación hispana de esta venerable práctica medieval
fue iniciada por Víctor Balaguer en la Barcelona de 1859 y por más
oscuros varones en la Córdoba del mismo año. Y a propósito de este
conjunto de manifestaciones literarias, no me parece inferencia gratuita la que
establecía Tubino entre lo que él llamaba "la marcha del
provincialismo" (este es, el nuevo cultivo literario de las otras lenguas
españolas) y el "alzamiento de 1854". Porque el año 1854 es
singularmente relevante en la historia española del XIX por los acontecimientos
políticos que lo cruzan. La llamada "revolución de julio", avatar
nacional de las tormentas del 48 que habían recorrido la
Europa todavía inserta en las prácticas del romanticismo, fue una falsa
revolución o una revolución traicionada. Raymond Carr ha resumido de mano
maestra los alcances de este movimiento político, al que considera "un
pronunciamiento de generales conservadores, apoyado por políticos civiles, y
acompañado de una revuelta popular que dio al descontento de los oligarcas la
apariencia de una revolución democrática nacional".
BRUNO JUAN
ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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