Fotografía de
la izquierda corresponde al momento en que la señorita; Angelita Hernández Martín "Miss
Orotava 1965" camina por la pasarela del brazo del
entonces Alcalde de la Villa; don Juan Cúllen y Lugo, en el acto de los
Festejos Populares celebrados en la noche del 15 de mayo del año 1965. Los
dos pajes que hacen escolta a la belleza, el de la derecha es el entonces
niño orotavense tan inquieto Orlando Álvarez Padrón, y el de la izquierda
desconozco su identidad.
Fotografía de
la derecha corresponde a la bellísima señorita; Candelaria González Aguiar,
representante del sector del Barrio Los Pinos, elegida Reina de los Festejos
Populares 1965.
El entonces
ex-Alcalde de La Orotava Subjefe Provincial del Movimiento don JOSÉ ESTÉVEZ
MÉNDEZ, escribía un artículo titulado ALFOMBRAS SÍMBOLO DE UN PUEBLO CREADOR: “…La Villa de la Orotava, parte importante e integrante de esta avanzada
atlántica de nuestra Patria que son las islas Canarias, se ha distinguido
siempre por algo que el Creador le concedi6: su situación privilegiada en el
fértil Valle de su nombre, a los pies mismos del coloso Teide, faro y antorcha
de rutas de todas las generaciones.
La Villa
irradió siempre cultura - y señorío. La laboriosidad de sus hombres hizo
posible que los mejores frutos de sus campos fueran siempre manjares codiciados
en el Viejo Mundo. Nombres orotavenses aparecen en lugar preeminente en la
historia de la isla, de nuestra Patria y en, la para nosotros tan
querida, Hispanoamérica.
Repartidas en
múltiples publicaciones y trabajos inéditos está la historia de la Orotava,
historia que hay que recopilar y publicar para estudio, conocimiento y ejemplo
de las actuales y futuras generaciones.
Pero si La
Orotava ha sido y es conocida por todo lo anteriormente expuesto, lo que
verdaderamente la ha hecho singular, lo que le ha dado un sello especial
es una obra nacida de la casualidad -como casi todas las grandes obras -
hace más de cien años, alimentada y vivificada por la unidad y desprendimiento
de unas familias y de unos hombres abnegados, y ofrecida con verdadero amor a
aquél que tan desprendidamente nos hadado lo que poseemos: Las Alfombras
de Flores y de tierras naturales, como tapices delicados por los que anda el
Señor en su recorrido triunfal en la Octava del Corpus.
Ciento
dieciocho años de historia; ciento dieciocho años de esfuerzo, de unidad, de
preparación,...; ciento dieciocho años de deshojar flores que, colocadas
con arte y amor, generaci6n tras generación en las calles de la zona histórica
de la Villa, han ido creando una escuela, han ido formando una conciencia, han
ido sembrando una estela de prestigio inigualable que hace de la Octava del
Corpus, lugar propicio a la meditación, centro de reunión de los que
buscan algo que merezca la pena vivir, porque el arte -en cualquiera de sus
manifestaciones, pero sobre todo en esta originalísima de las Alfombras-
ofrecido a la mayor gloria de Dios, es algo importante de lo poco que alos
hombres hoy nos eleva dentro de un mundo materializado y egoísta.
Lo de las
Alfombras hay que vivirlo para creerlo,Pero hay que vivirlo no como una
fiesta más; no como un espectáculo más.
El
Alfombrista, que es capaz de hacer hablar a las flores o a las tierras
naturales de la isla, quiere que su obra, que solo dura unas horas -y aquí está
la grandeza de su esfuerzo, de su ofrecimiento y de su desprendimiento-
penetre intensamente en la retina y en el corazón de todos los visitantes, no
solo para distracción en su cotidiano quehacer, sino para elevación de su
espíritu, para recreo de su alma ansiosa, para restablecer una verdadera
corriente espiritual entre los hombres.
Si las
Alfombras se hubiesen hecho solamente como espectáculo ya hubiesen
muerto. En Cristo el que les ha dado y les seguirá dando vida. Es él el que
anima y prepara a los hombres para que no decaigan en esta gran obra. Es él el
que ayuda al alfombrista cuando decae e ilumina a las nuevas generaciones para
que continúen tan hermosa tarea.
Por eso no hay
miedo a la continuidad, aunque muchos caigan en el camino, aunque
muchos se desalienten, aunque algunos busquen el efímero aplauso exterior.
Recorriendo,
alegres pero silenciosos, el trayecto procesional desde muy
temprano para recoger la experiencia de este día maravilloso; ordenando
todo lo visto; meditando sobre el arte en sí y sobre lo que los
motivos representan y viviendo intensamente el paso de Cristo vivo sobre
la obra creada para El, estamos seguros de que, cualesquiera sean las
ideas o los credos de los visitantes, algo valioso se llevarán en sus
almas, pues se llevarán testimonios de unidad, de fe, de trabajo, de arte, de
desprendimiento, de caridad, de amor; algo que es muy importante para la
convivencia entre los hombres.
Las
generaciones futuras al estudiar esta manifestación de arte y de fe
no cabe duda que mostrarán el mismo asombro, respeto y admiración que todos
sentimos hacia las grandes obras de arte, en todas sus manifestaciones
realizadas por las generaciones pasadas.
Pero no
solamente las. Alfombras han dado renombre a La Orotava. Existe otra
manifestación de arte· que también ha popularizado el nombre de la Villa: su
Romería de San Isidro. Romería que es expresión de un sentimiento popular,
explosión de ancestrales manifestaciones folklóricas, exaltación del
campo canario; todo sabiamente dirigido y ordenado y que, en su recorrido por
las calles de la Villa, va sembrando la admiración y la alegría.
También en
esta manifestaci6n artística colabora todo el pueblo. Es la unidad que hace
milagros. Es la participación activa de grandes y pequeños, volcando toda la
gracia, todo el colorido y toda la esencia de nuestros campos en apretado haz
de sano esparcimiento, en auténticas manifestaciones de nuestras tradiciones
populares.
¡Qué símbolo
más hermoso que esa rústica carreta, simbolizando motivos del campo canario,
tirada por una pareja de ganado vacuno, dirigida por un auténtico boyero y
transportando alegres romeros con el rico colorido de nuestros trajes típicos,
esparciendo al aire las alegres notas de la guitarra y el timple y electrizando
el ambiente con los aires de isas y folias¡.
Personalidades
tan importantes en la vida nacional como Montero Galvache, García Viñolas,
Muñoz Alonso, Jaime Foxá, Blas Piñar, han cantando de manera incomparable, en
estos últimos años, el homenaje de la Villa de la Eucaristía y las bellezas de
nuestro Arte, como Mantenedores de la Fiesta de Arte de la Octava del
Corpus. ¡Ellos nos trajeron lo mejor de su espíritu y se han llevado,
con nuestras tradiciones, nuestra admiraci6n, agradecimiento y afecto!
¡Hijos de La
Orotava que habéis sabido poner tan alto el nombre de la Villa: Que Siempre
tengáis presente lo que por la fe, el arte, la unión, el esfuerzo y el
desprendimiento se ha creado; cuidarlo y mejorarlo como el mejor tesoro!
¡Amigos
visitantes de la Orotava: Ya nuestro Alcalde os ha invitado. Las puertas las
tenéis abiertas. Llevaos con nuestro agradecimiento el rico tesoro de nuestras
tradiciones y que ellas os produzcan la felicidad, la alegría y la paz que los
hombres tanto deseamos!...”
El señor DON
BLAS PIÑAR escribe un artículo publicado en el diario YA de Madrid.
Titulado UNA CIUDAD QUE HUELE A JARDÍN: “… Pero en Tenerife no lo es todo el paisaje. La isla
tiene tradición y arte. Y una de las fiestas en que el arte y la
tradición, unidos a la fe, se suman de un modo ejemplar es la que cada año
celebran los orotavenses o "villeros" con ocasión de la octava
del Corpus Christi.
La víspera,
toda la ciudad es una colmena de trabajo. Huele a jardín. Parece que los
edificios hubieran sido fabricados con pétalos reducidos a polvo o prensados y
amasados con paciencia infinita, al modo de las cuentas de rosas con que hacen
los cartujos de Las Huelgas sus famosos rosarios. Tal es la fuerza del aroma
penetrante, que lo embalsama todo y orea la casa, el aire y los hombres.
Ese aroma
sale, en verdad, de los lugares donde las mujeres, afanosas. y hábiles,
arrancan y depositan los pétalos: geranios de todas las gamas, claveles,
margaritas, hortensias, rosas, vinagreras, girasoles.
Cajas de
madera recogen la tierna mercancía. Va clasificada según los tonos y está
a disposición de los vecinos, que acuden por ella para dibujar las
alfombras.
Mientras, en
algunas calles de reducido tránsito, los camiones que suben al Teide acarrean
el brezo, que, picado, pulverizado y aun torrefactado, hará posibles las
intensas pinceladas verdes y negras de los tapices callejeros.
De estos
tapices, el más grande, el más suntuoso, el de más llamativa concepción
teológica es el de la plaza Mayor. Este tapiz gigante no es de pétalos, que
fácilmente se ajan o marchitan, sino de tierras volcánicas. Por esa razón,
y por sus extraordinarias dimensiones, se concluye antes de la octava del
Corpus Christi.
Las tierras
volcánicas del Teide dan a la paleta del autor de este cuadro que se dibuja
sobre la plaza Mayor hasta doce colores distintos. Y llegué a pensar
que en una disputa lejana y cósmica entre el mundo de las flores y el mundo
geológico, para la ofrenda a Cristo sacramentado, triunfó la tierra mineral y
fría. Fue entonces cuando el intenso, oculto, extraño y desconocido laboratorio
del Teide hizo fuego en su entraña, transitó susvísceras y vertió hacia fuera,
entre rojas llamaradas y horribles estruendos, las cenizas de color, imprecando
a los jardines y diciéndoles: "¡Yo le amo más!"
Apenas amanece
el día de la octava, los vecinos entran en acción. Las calles, empinadas y
bellas, se cubren de alfombras de pétalos. Se llaman "corridos"
porque unas siguen y empalman con las otras. Es un itinerario floral para la
Eucaristía. Millares de forasteros acuden para admirarlas. Van por la acera,
apretuja dos, despacio, recreando la mirada, el olfato y la piedad. Basta una
indicación para que alguien invite a un balcón canario el mismo de tantos
lugares de la América hispana para contemplar mejor y más despacio la belleza
fugaz de cualquier alfombra.
Por la tarde, próxima
la caída del sol, sale la Custodia. La procesión es breve, pero llena de
unción religiosa. El pueblo, respetuoso y recogido, presencia el paso del
Señor. Mueren los pétalos, se deshacen las figuras trabajadas con amor.
Es el homenaje
a Cristo, Señor y recapitulador de todo, que al que se humilla y muere lo
ensalzará luego cuando vuelva a presentar a su Padre la creación
rescatada.
La procesión
llega a la plaza Mayor. La tierra volcánica siente ahora la alegría muda de su
Dios presente. El Cortejo se abre. Anochece. La custodia, en el centro. Las
blancas casullas, los capisayos rojos, los cirios, el incienso. El Señor sube
hasta el Ayuntamiento. El Pastor habla. Silencio total. Y luego, sobre los
hombros, la hostia blanca que bendice.
La procesión se
ha recogido. Quedan en el aire la devoción y el perfume, que entran a raudales
cuando, a plena noche, se hace en un teatro la exaltación verbal del Sacramento
a la Eucaristía…”
BRUNO JUAN
ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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