El amigo del Puerto de la Cruz; MELECIO HERNÁNDEZ PÉREZ, remitió
entonces (2010) estas notas que tituló; “CARMEN
GARCÍA O LA TRUNCADA CARRERA DE UNA VIRTUOSA VIOLINISTA”.
Pubicadas en la PRENSA EL DÍA
(Santa cruz de Tenerife), el día siete de Agosto del 2010.,: “…Las
hermanas García López crecieron en el seno de una familia acomodada y en medio
de un ambiente familiar y musical favorables, pues, en su casa, su padre, un
entusiasta melómano, tocaba el piano y regularmente el violín que las pequeñas
escuchaban con interés hasta apasionarse por la música.
No pasó
desapercibida esta precocidad al advertir su padre las predilecciones de cada
una de ellas: Carmen el violín y María Luisa el piano. Ambas fueron las hijas
habidas del matrimonio formado por Manuel García Montes de Oca y Ana López
Brito. De la primogénita, María Luisa, me ocuparé en otra ocasión.
Nació
Carmen García López el 4 de abril de 1900 y desde su más tierna edad recibió de
su progenitor las primeras enseñanzas musicales y posteriormente la educación
artística de la notable profesora Isabel Josa de Ramos, que impartía clases de
solfeo y piano en su domicilio de la calle Sol nº 35 (hoy Dr. Ingram) del
Puerto de la Cruz. La pequeña, por sus aptitudes musicales, pronto
brillaría como una de las alumnas más aventajadas. Otras condiscípulas
como Paquita Izquierdo, Amelia Perera, África Borges obtuvieron también
resultados satisfactorios, siendo de destacar Clementina Álvarez, que llegaría
a excelente pianista y profesora con talento pedagógico.
Con ocho
años hizo su debut en público. Por las fiestas del Gran Poder de Dios era
tradicional la celebración de un concierto con las más adelantadas alumnas de
Isabel Josa, que solía cosechar éxito de artistas y organizadores. La
participación de Carmen en las primeras ediciones, dada su corta edad, se
limitaba a la interpretación de cantos líricos y a los once años ya ejecutaba
al violín difíciles partituras con verdadero
arte.
Desde sus
inicios guardaba parangón con su hermana mayor María Luisa, con la que formó
tándem en la mayoría de los conciertos y festivales musicales celebrados en
beneficio de la Asamblea de la Cruz Roja que data de 1896, y el Hospital, que
había sido fundado en 1908. El marco principal de sus actuaciones fue el
Thermal Palace, el teatro del ex convento de las monjas Catalinas y las
sociedades recreativas y culturales de la localidad portuense, además de otros
escenarios de la geografía isleña, y ocasionalmente en Las Palmas en el
Gabinete Literario y el teatro Pérez Galdós.
A los doce
años, viendo su padre el increíble progreso de la niña siguiendo el método del
francés Jean Delphin Alard (1815-1888), solicitó del profesor Amalio Puebla
clases de violín para su hija, ya que la jovencita había superado con creces a
su padre, por cuanto en seis meses y medio aprendió ella sola, sin profesor,
cinco de los ocho cursos en que el maestro Arista clasificó el método Alard.
Ello venía
a significar que había aprendido las ocho posiciones del violín, el perfecto
cruzamiento de los dedos cuando se encuentran quintas disminuidas, a fin de
evitar trastornos en la marcha ordinaria de la mano izquierda el grado de
fuerza en el Portamento, cuando se hace a una nota superior y su disminución
cuando es a una inferior; la seguridad digital en los estudios cromáticos; el
impulso de la mano derecha en la ejecución del Gran sttaccato, del Martillado y
del Saltillo; la afinación en la doble cuerda y finalmente, las escalas para
adquirir un buen mecanismo en todos los tonos y en toda la extensión del
instrumento.
Amalio
Puebla tenía fama de ser muy escrupuloso en la enseñanza de la música, y
llegado el caso, impertinente inflexible, intransigente y testarudo hasta en
los menores detalles relacionados con el arte. Al comprobar Puebla la
extraordinaria habilidad de la precoz artista frente al violín, manifestó que
al tomar el violín adopta una posición admirable, perfecta, irreprochable y,
por consiguiente, ha salvado el gran escollo de las posiciones viciosas del
cuerpo, de las manos y de los brazos. También añadió “que en treinta años de
carrera no había conocido un caso igual”.
Valiéndome
de testimonios orales y hemeroteca pública he comprobado que desde 1912 a 1919,
periodo que he considerado indispensable para seguir sus pasos, la prensa
tinerfeña y la grancanaria suscribieron elogiosas crónicas referidas a su
persona y a su arte. Convergía la crítica en su virtuosidad, pues con pocos años
manejaba casi a la perfección el violín y ejecutaba obras con la precisión de
consumados violinistas, pese a contar con “un instrumento de construcción
imperfecta”. Esto no fue óbice para poner de manifiesto sus excepcionales e
indiscutibles disposiciones. Las columnas periodísticas le auguraban un
prometedor futuro. Incluso que era un verdadero fenómeno, ya que no nos podemos
explicar el prodigio que ha realizado esta niña con los triunfos que
incuestionablemente ha conquistado y ha de conquistar en este difícil arte.
Otras autorizadas opiniones escribieron interesantes comentarios: desde que
“interpreta ópera como una verdadera maestra haciendo filigranas con las
cuerdas” a que “la artista angelical ejecuta el violín de manera prodigiosa,
que entusiasma y subyuga con su arte exquisito”, pasando por que “en su labor
hay esa delicadeza de los espíritus escogidos que sienten hondamente la belleza
y saben comunicarla como una ofrenda de arte soberano”, hasta que “cautivaba al
público con la agilidad y delicadeza de su genial interpretación”, y un largo
etcétera.
En el
terreno anecdótico se cuenta de cuando el capitán de Artillería y acuarelista
Francisco Bonnín Miranda mantenía una tertulia en su vivienda de la calle
Valois nº 40 del Puerto de la Cruz, donde tuvo abierta una academia de dibujo y
pintura (acuarela y óleo) hasta el año 1915. Allí se reunían los jueves un
grupo de pintores y músicos e incluso literatos, tanto aficionados como
profesionales. En cierta ocasión fue invitada la violinista Carmen para que
ofreciera un concierto en atención a la visita de un primer violinista de
orquesta sinfónica. La artista interpretó al violín las famosas Csardas del
compositor italiano Vittorio Monti. Al final, el agasajado personaje de origen
asiático, ante la magnífica ejecución de una de las composiciones más célebres
del italiano, impulsado por los celos y la envidia tuvo una reacción violenta
al arrebatar del atril la partitura y romperla en trozos mientras abandonaba
encolerizado el lugar, sin despedirse del anfitrión ni de los presentes.
Extrañamente,
pese a todo, el progenitor de Carmen que entonces era interventor del
Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, cuando su hija estuvo propuesta para ser
pensionada con el fin de cursar estudios en el Conservatorio de Barcelona no lo
consintió, lo que impidió desarrollar toda la capacidad de la precoz
intérprete, truncando así su carrera de sublime violinista.
La Primera
Guerra Mundial había estallado. Y España, con su neutralidad, sufre la crisis
de la ruina, la miseria, el hambre y la desolación. Por supuesto, Canarias no iban
a ser menos; y, remitiéndonos al Valle de La Orotava y en particular al Puerto
de la Cruz el panorama se había dibujado desolador. La actividad portuaria
permanecía paralizada; la bahía solitaria sin la presencia de los vapores fuera
de la bocana como la más elocuente expresión de su inactividad comercial. Sus
calles sordas y vacías, sin ese bullicio de los pueblos que se encumbran con el
trabajo y con las transacciones mercantiles. En el muelle reposaban los frutos
en espera de vapores que los transportaran a los mercados extranjeros; y lo que
es más triste aún, cientos de obreros sin trabajo, de mujeres y niños pidiendo
limosna por las calles o invadiendo las cocinas económicas en solicitud de
alimentos con que saciar el hambre.
La falta
de recursos trajo consigo el aumento de enfermos refugiados en el Hospital, y
ello obligó a la Junta de señoras del humanitario establecimiento, presidido
por Elena Carpenter de Luz, a organizar veladas para recabar fondos,
sucediéndose en fechas posteriores nuevos espectáculos. Una de ellas tuvo lugar
en abril de 1915 en el Thermal Palace con la intervención de valiosos artistas,
entre los que se encontraba Carmen García. Interpretó divinamente al violín el inspirado
y sentimental nocturno Abendlied, de Robert Shumann y una composición
musical de Oscar Strauss. Cerró el festival con un brillante discurso el
letrado y poeta Luis Rodríguez Figueroa. También en agosto, en el salón-teatro
del mismo establecimiento, cuyo aforo era de quinientas butacas, merece
destacarse la velada literario-musical patrocinada por el Comité de los
Exploradores por iniciativa del músico portuense Juan Reyes Bartlet. Un elenco
selecto de magníficos artistas ejecutó con precisión diversas obras, que por su
extensión omito reseñar, además de las compuestas por Reyes Bartlet, Serenata,
Nuela a contarte mi sufrimiento y Canción de la muñeca. Carmen García intervino
al violín con Celebre Minueto, de Boccherini y A una morena, de García Sola. La
parte literaria corrió a cargo de Sebastián Castro Díaz, Manuel Bethencourt del
Río y Luis Rodríguez Figueroa.
Este tipo
de veladas, incluido el tan en uso té-concierto con idéntico fin benéfico,
prolongó las actuaciones en tiempos difíciles. Independientemente, se
propalaron a otras poblaciones de Canarias, fundamentalmente La Orotava, La
Laguna y Santa Cruz de Tenerife, donde la participación de artistas locales
contribuyó a un mayor realce, si cabe; incluso, en Las Palmas, entre otras
actuaciones con el homenaje al cantante tinerfeño Luis Armas de Miranda.
El alto
nivel interpretativo y musical de que gozaba la artista portuense a los 19 años
urgía de un violín de más calidad. Y así es como se adquiere en Madrid en
agosto de 1919 un “Storine” fabricado en la ciudad italiana de Cremona en 1798.
El instrumento fue examinado por Alfredo Castelo, profesor violinista de la Agrupación
La Sinfónica. Su importe ascendió a 692 pesetas (4.15€). Actualmente este
valioso ejemplar se conserva en poder de sus descendientes en buenas
condiciones.
Carmen
García López casó con el industrial Antonio Castro Díaz en 1923. Sin abandonar
las actuaciones para la que era reclamada frecuentemente con fines benéficos o
culturales, siguió participando activamente poniendo su talento musical al
servicio de la sociedad. Una de sus últimas actuaciones fue de carácter
luctuoso, con motivo del pase del cortejo fúnebre de las cinco víctimas del
accidente de Las Cañadas del Teide de 1947. Desde el balcón del antiguo
Ayuntamiento, esquina calle Blanco con Iriarte, y en medio de un silencio
sepulcral, su violín arrancó las notas más sentidas y dolorosas, mientras sus
ojos se anegaban con sus propias lágrimas. Muchos recordamos aquella
espeluznante y magistral interpretación.
Enferma de
gravedad y aún contando con la medicina más avanzada de la época, la
penicilina, que le fue hecha llegar desde Inglaterra en el avión que por
primera vez la transportaba a la isla, falleció sin remisión el 6 de abril de
1951, si bien a ello contribuyó el error médico al recomendar el aire marino en
lugar del aire puro y seco de Las Cañadas del Teide, como venían haciendo los británicos
enfermos llegados a Tenerife en el siglo XIX por recomendación expresa de sus
galenos, dadas las reconocidas propiedades terapéuticas del clima canario…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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