Quizás a algunos les parezca un tópico oír decir que la infraoctava
del Corpus en La Villa
de La Orotava
es un espectáculo siempre nuevo, afán para el que le contempla sin interrupción
años tras años. Pero no es tópico, ni exageración. Es que sucede lo mismo que
con la contemplación del paisaje único de Las Cañadas del Teide. La primera
visita apenas si nos inicia en el asombro abruma todavía el peso de la
grandeza. Sólo en sucesivas y detenidas contemplaciones, va uno captando la
armonía del conjunto y la perfección de los detalles. Y cuantas más veces se
vuelve al espectáculo más se profundiza en la forma y en el fondo. En las
técnicas de un arte original y en las motivaciones de ese arte efímero. En la
combinación malabaristas de la geometría y el color y en el dogma a nivel de
catecismo y de alta teología que se desarrolla en los tapices. Lección de arte
y de piedad es la ruta de las alfombras en La Orotava del Corpus. Arte
que se enriquece todos los años, que evoluciona con nuevas aportaciones. Piedad
sencilla y profunda que no pide explicaciones de por qué ha nacido, permanece y
crece. Porque es, diríamos con natural; ha pasado a ser masa de su sangre como
una virtud heredada. Y una virtud imán de voluntades, atracción de múltiples
esfuerzos; desde el que recoge, desmenuza y deshoja, hasta el que dibuja, el
que pinta sembrando en el suelo, el que riega para que luego se pise y
destroce, se rompa y se afee, con gozo y orgullo de los artistas devotos. Desde
las vísperas jardineras de este gran día. Jardinera porque los jardines rinden
su fruto poético de flores. Y el pueblo, en esa noche de Octava de Corpus
Cristi, va deshojando los pétalos y clasificándolos en colores. Los artista
dibujan sobre el telar de las calles su sorprendente, bella tapicería floral.
Hay en el aire como un susurro de enjambre en una monumental colmena. Con las
primeras horas de la mañana comienza el trabajo de este extraordinario obrador
artesano. Aroma agridulce del brezo tostado, para conseguir diferentes matices;
pétalos perfumados cubriendo el pavimento, haciéndose pavimento, trama y
urdimbre de este telar de Penélope que, cada año, se extiende sobre las calles
de la Villa de La Orotava, en esta ocasión
abren sus puertas a todo el mundo: propios y extraños, pueden cruzar sus
galerías y salones, a nadie se pide permiso para llegar hasta el balcón y
contemplar la "alfombra" que se extiende a los pies de aquél. Este es
un día en el que hay un pueblo en el mundo que regala su arte incomparable. Al
atardecer, entre vuelos de palomas, repiques de campanas, cánticos eucarísticos
y nubes de incienso, sale de la
Parroquia de La
Concepción su Divina Majestad, rodeada de luces y platas,
espigas y pámpanos, en el Sol, rutilante de oros, del Ostensorio. Marcha, a
través de las calles, pisando pétalos; las flores del Valle se han deshojado de
amor, formando el más rico presente que pueblo alguno ofrenda al Dios del amor.
La Orotava,
corte del Mencey Bencomo, queda, después, sumida en su melancólico sueño de
nobles y campesinos, entre frutos y terciopelos.
La historia de estos tapices florales se remonta al año 1846, en
el que tuvo la feliz idea una dama del distinguido y rancio solar de La Villa, doña Leonor del Castillo
de Monteverde, quién hizo una alfombra de flores frente a su casa solariega, en
la calle del Colegio. A doña María Teresa Monteverde y Betancourt correspondió
hacer el diseño de aquella obra floral. Fue trazada sobre el pavimento, tarea
ésta en la que colaboró también doña Pilar Monteverde y del Castillo. Sobre
esta primera alfombra de flores pasaron las andas del Corpus en 1.847,
iniciándose con ello lo que andando los años, vendría a ser la famosa fiesta de
las alfombras, que tanto renombre internacional ha adquirido para La Orotava y, por extensión,
para Tenerife. Con el transcurso del tiempo los dibujos se fueron
perfeccionando, y ya en 1.849 figuraban, aparte las generales líneas
ornamentales, dos palomas perfectamente logradas. Por el 1.851, esta Alfombra
de la casa de Monteverde presentaba el simbolismo de las virtudes cardinales
con la siguiente leyenda: "Creo, Amo, y espero". Ya se notaba una
notable mejora de contrastes, lograda
con el sombreado a base de la menudo hoja del brezo sometida a diferentes
grados de torrefacción, con lo que se obtenían tonos diversos; esta de ahora ya
se hizo sobre brezo verde cortado en trozos pequeños. El año 1.853, un
sirviente de la casa, apellidado, según se dice, Valladares, tuvo la idea de
hacer a continuación de la alfombra y a lo largo de la calle unos círculos con
flores de diversos colores, cuyo ejemplo fue seguido más adelante, dando así
origen a los tapices llamados "corridos". Posteriormente a partir de
1865 otras distinguidas familias siguieron el ejemplo, incrementándose tan
piadosa y artística costumbre hasta alcanzar el auge e importancia que en la
actualidad posee. De entre los primeros alfombritas, además de los miembros de
la casa Monteverde, merece especial mención don Felipe Machado del Hoyo, cuyas
alfombras de la Plaza
del Ayuntamiento destacaban por la perfección de sus dibujos, su originalidad y
limpieza de ejecución. Fue él quién, por vez primera en la citada plaza,
confeccionó una alfombra con motivo de la visita de don Alfonso XIII en 1906.
Con ocasión de la boda del monarca, se desplazaron a Madrid varios
alfombristas, quienes realizaron en la plaza de toros de la capital de la
nación una monumental alfombra de 2.500 metros cuadrados.
Sin embargo, la primorosa obra no alcanzó feliz término, pues un temporal de
viento la destruyó cuando estaba caso concluida. Bastantes años después, Madrid
volvió a ser escenario de esta singular manifestación artística. El
desaparecido alfombrista don Pedro Hernández Méndez, llevó a cabo la confección
de un gigantesco tapiz hecho a base de tierras de colores naturales extraído
del Teide. Esto se efectuó con ocasión de la Feria del Campo madrileña.
BRUNO JUAN ALVAREZ ABREU
PROFESOR MERCANTIL
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