Fotografías:
1.- Biblia impresa por Gutenberg. 2.- Imagen del insigne dramaturgo inglés
Shakespeare. 3.- El Príncipe de los
Ingenios Miguel de Cervantes Saavedra.
El amigo
del Puerto de la Cruz; MELECIO HERNÁNDEZ PÉREZ, remitió entonces (Abril 2017),
estas notas sobre el día del “LIBRO” que tituló; “EL LIBRO EN SU HISTORIA Y EN
SU DÍA”: “…El principal protagonista de este artículo según
el DRAE es ese “conjunto de muchas hojas
de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen” y que
comúnmente entendemos por libro. Siendo así, me parece oportuno, repasar su
historia y la del Día del Libro.
Antes de que se extendiera por todo el mundo la celebración de
dicho día que se conmemora cada 23 de abril, con la mirada puesta en remotas
civilizaciones de la Edad Antigua,
los tiempos de la evolución del texto escrito o del libro a lo largo de la Historia, se origina a
partir de la aparición de la primera escritura grabada en planchas sobre
arcilla y que fueron utilizadas por los pueblos mesopotámicos allá por el
cuarto milenio a. de C.
En la era del soporte de los rollos de papiro de origen vegetal
usados por los egipcios, griegos y romanos, le siguieron progresivamente entre
otros materiales el pergamino (que se obtenía de la piel de animal) o el papel
(introducido en España por los árabes hacia 1140). A mediados del siglo XV el
gran invento de la imprenta de tipos móviles de metal del alemán Gutemberg,
hace posible la aparición en 1456 del primer libro importante impreso: la Biblia, pulcramente
editada. A lo largo de dicha centuria esta innovación se extiende por toda
Europa y los libros comenzaron a multiplicarse casi con la misma rapidez que
los censores políticos y religiosos ordenaban quemarlos en piras públicas. Ya
se sabe que la quema de libros y destrucción de bibliotecas tiene una larga
historia y pertenece a la censura, el fanatismo, la guerra y la estulticia.
China conocía desde principios del siglo XI un tipo de impresión
similar de bloques móviles, sin que de ello se tuviera conocimiento en Europa,
si bien el país asiático desde el siglo VI
a. C. ya imprimía textos utilizando caracteres incisivos con un punzón.
Y se cree que siendo la mujer de Gutemberg veneciana, pudo haber tenido noticia
del invento chino a través de las muestras de tipos de imprenta que llevó Marco
Polo a Venecia de su viaje por el Oriente.
Gutemberg pudo inventar, copiar o imitar la primea imprenta que
se conoció en Europa, pero lo que no imaginaría es que cinco siglos más tarde,
avanzadas tecnologías puestas al servicio de la humanidad, crearan el libro
electrónico de menor coste y mayor versatilidad; por tanto el más serio
competidor del libro convencional, máxime con la extendida piratería
reproductora que pone hoy en riesgo de quiebra buena parte de la industria
editorial, generadora de riqueza y empleo. Pero me sumo a Humberto Eco cuando
afirma que el libro de papel no desaparecerá, pero sí que perderá relevancia.
Es muy interesante ver cómo las etapas de los tiempos marcan esa
tendencia preocupante en cuando al negocio del libro. Decía el crítico de arte
Eduardo Westerdahl, en parte de su artículo dedicado al Día del libro en
Tenerife, bajo el epígrafe Del libro y de las letras regionales (La Prensa, 07-10-1926) lo que
sigue: “Atribuyese generalmente la decadencia del libro al mal llevado negocio
editorial que ha hecho de la literatura recreo para gente adinerada. Sin
embargo, es este un motivo demasiado débil, puesto que, si en la lectura se
encontrara verdadero placer, no sería difícil suprimir cualquier otro gasto, de
menos rendimiento intelectual y moral. Las verdaderas causas hay que buscarlas
en las modalidades literarias de los últimos tiempos, en la cinematografía y en
el desborde vital de la trasguerra. O de otra manera más simple—ya que debo
escribir en simple—a la necesidad de vivir la literatura y no de leer la vida…”
Siguiendo con la historia del Día del
Libro, la original idea centrada en el autor del Quijote se debe al escritor y
editor Vicente Clavel Andrés, un valenciano radicado en Barcelona que falleció
en 1967. La propuesta de Clavel no se haría efectiva hasta 1926, fecha en que
el rey Alfonso XIII firma el Real Decreto por el que se instituye oficialmente la Fiesta del Libro Español. Y
así es como se dedica un día a enaltecer y difundir el libro, básicamente con
el aliciente de su venta en la calle y descuento significativo en su precio y,
asimismo, la protección oficial y económica a la creación de bibliotecas
populares.
Sin embargo ese día no fue precisamente el que conocemos hoy,
sino que después de varios errores, polémicas y desacuerdos, incluso en la
diversidad de expresiones lingüística, se instaura definitivamente el 23 de
abril de 1930 como Día del Libro, por estimar era la fecha en que murieron en
1616 dos de los más grandes escritores de la literatura universal: Cercantes y
Shakespeare, si bien sendos genios no dejaron este mundo el día 23, ya que El
Príncipe de los Ingenios falleció el 22, y el insigne dramaturgo inglés el 23
de abril, pero del calendario juliano, que corresponde al 3 de mayo del
calendario gregoriano.
Con el propósito de fomentar la cultura y proteger la propiedad
intelectual, la Unión Internacional
de Editores, a través del gobierno español consigue que la UNESCO fije en 1995 el 23
de abril Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, para rendir homenaje
universal al libro y sus autores.
La creación de actividades sobre los libros depende
fundamentalmente del apoyo que reciba de los medios interesados como autores,
editores, libreros, educadores y bibliotecarios, entidades públicas y privadas,
organizaciones no gubernamentales y medios de comunicación, movilizados en cada
país por conducto de las comisiones nacionales para la UNESCO, así como las redes
de escuelas y bibliotecas y cuantos se sientan motivados para participar en
esta Fiesta Mundial.
Por todo lo cual, debemos de ser todos, y en particular los más
jóvenes, los llamados a descubrir el placer por la lectura y a respetar la
insustituible contribución de los autores al progreso social y cultural. Mi
grito es que no haya un pueblo ni un barrio sin biblioteca, o en su defecto un
servicio de biblioteca móvil; ni un hogar sin libros, porque como dijera
Benjamín Franklin: “Carecer de libros propios es el colmo de la miseria”. Bien
sé que hay en esta terrible crisis otras miserias en este sangrante y
desgarrador mundo.
Pero hoy hablamos de libros. Los niños sienten curiosidad y amor
por los libros si los tienen a su alcance. Disculpen que personalice, pero en
mi casa hubo una biblioteca que cuando tuve uso de razón conocí muy mermada,
pues con el golpe militar de Franco, mi padre fue detenido y preso por su
condición política, procediéndose entonces a requisar sus pertenencias, entre
otras, gran parte de sus libros, especialmente los de lomo rojo, tal era la
ignorancia de aquellos inquisidores. Solo quedaron algunos ejemplares que un
previsor amigo de la familia enterró apresuradamente en la huerta de la casa.
Esos despertaron en mí el apetito por la lectura y la vocación por la
escritura, y la adquisición de libros
desde muy temprana edad, pese a las escasas posibilidades económicas. Así que
le debo muchas satisfacciones al libro, y coincido con el escritor argentino
Adolfo Bioy: “Que parte de mi amor a la vida se lo debo a mi amor a los
libros.”
El libro tuvo asimismo gran repercusión en el turismo desde las
primeras décadas del siglo XIX con la llegada de eminentes médicos ingleses,
entre ellos el padre de Oscar Wilde; pero uno de los impulsores del turismo en
Canarias y en particular en el Puerto de la Cruz, fue la obra Las Islas Canarias y el Valle
de La Orotava,
edición española traducida del francés de su autor Gabriel Belcastel, quien
llegó al Puerto de la Cruz
en 1859 con su hija enferma donde recuperó la salud. Esta publicación motivó
una gran reacción propagandística y divulgadora de la benignidad del clima y
las virtudes naturales del valle y su Teide, esa montaña que de siempre atrajo
a la comunidad científica mundial, y que sigue siendo el máximo exponente
turístico del archipiélago canario.
Como queda probado, la presencia del libro es parte
consustancial de nuestras vidas, de ahí que solicite del Excmo. Ayuntamiento
del Puerto de la Cruz,
la inclusión en la nomenclatura del callejero la dedicada al libro o día del
libro, en honor y reconocimiento de los portuenses a ese fiel compañero, puesto
que el libro en el desarrollo de la vida cultural y social de los pueblos es
una de las herramientas fundamentales por sus transmisión de conocimientos,
enseñanzas y experiencias reales e irreales…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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