Leído el día 20
de junio del 2017, en el Salón del Pleno del Ayuntamiento de la Villa de La
Orotava, por el hijo de la misma y Profesor Titular de Historia de América de
la Universidad de La Laguna, el amigo; MANUEL HERNÁNDEZ GONZÁLEZ. Que tituló; “LA
EVOLUCIÓN HISTORICA DE LAS FIESTAS PATRONALES DE LA OROTAVA”: “…En primer lugar quiero agradecer al
alcalde de La Orotava Don Francisco Linares García y a la corporación municipal
el que me haya designado pregonero de las fiestas patronales de la villa de
este año. Es para mí un honor el glosar la festividad mayor del pueblo que me
vio nacer, unas fiestas en las que algunos de mis familiares se han implicado
directamente a su lustre, entre los que quisiera resaltar la labor de dos tíos
abuelos y de un tío carnal. De los primeros hablaré de Felipe Casanova Machado,
cuya contribución al folclore insular no ha sido suficientemente reconocida y
cuya obra debe ser rescatada, que no solo inmortalizó junto a Tomás Calamita
Manteca La Orotava de principios del siglo XX en su zarzuela Cosas del pueblo,
sino que dio a luz la canción más universal de su romería Y esto no es una isa,
cuyos versos exaltan a la villa y a sus fiestas al decir en sus estrofas:
Allá
arriba el Padre Teide
Y
allá abajo el mar azul
Y en
el medio La Orotava
Tan
bonita como tú.
San
Isidro la romería más bonita
Que
hay en Canarias
Canción
que entre otras muchas de nuestro folclore vernáculo preservó en sus
grabaciones desde Venezuela otro hijo de la la villa, Ignacio Pérez González,
que junto con otras manifestaciones del folclore venezolano y canario, nos dejó
piezas interpretadas por nuestras más antiguas agrupaciones tales como la de
San Isidro, germen de los Coros y Danzas de la villa o la Eslava, que fueron
grandes impulsoras y rescatadoras de nuestras tradiciones, discos de vinilo que
han sido digitalizados por el Centro de Documentación de Canarias y América del
Cabildo de Tenerife gracias a la colaboración de Pedro Machado y Domingo Luis.
El
segundo de ellos es Norberto Perera Hernández, uno de nuestros más singulares
alfombristas, que, como subrayaba la prensa de la época, sería el continuador
de la labor innovadora de nuestros tapices de flores emprendida por el virtuoso
artista Felipe Machado, tras varias décadas de realizar el tapiz frente a la
casa de Brier. Llegaría a realizar en diciembre de 1933 una alfombra especial
para el documental de la Fox Fortunate Isles, dentro de su serie Las Alfombras
mágicas, que sería la primera iniciativa fílmica de divulgación internacional
de nuestras alfombras. Pero pasaría sin duda a la historia por sus alfombras de
la plaza del ayuntamiento entre 1934 y 1936, la primera de ellas de 1934,
dedicada a la central hidroeléctrica de la villa, la de 25 de tema eucarístico
y la de 1936, de tres grandes tapices, de dimensiones monumentales para esa
época con un medallón central de 15 por 10 metros y dos laterales de 12 por 11
cada uno, con una composición con alegoría religiosa y emblemas de la
Agricultura y la Enseñanza, que plasmaba la consecución por el ayuntamiento
presidido por Manuel González Pérez de un instituto para la localidad, cuya erección se frustraría por más de tres
décadas con la guerra civil. Una contienda que traería su depuración como
empleado de la empresa eléctrica municipal, pese a lo que Norberto Perera
seguiría participando en la confección de las alfombras de flores en diferentes
calles de su trazado procesional.
La
tercera persona con la que me unen vínculos familiares que quisiera reflejar en
este pregón es Jesús Hernández Perera, catedrático de Historia del Arte de las
Universidades Complutense y de la Laguna y rector de esta última, que con 23
años colaboró en la redacción del célebre programa del centenario de las
alfombras de 1947, una iniciativa que desarrollaría también por varias décadas
su hermano Domingo, oficial mayor y secretario del ayuntamiento villero. Su
tesis doctoral sobre la Orfebrería de Canarias, premio Menéndez Pelayo, la
primera dedicada a esta rama del arte en España, mostraría la verdadera
dimensión y valores artísticos de nuestras custodias y andas del Corpus.
Los
labradores orotavenses, a imitación de los laguneros, convirtieron en 1590 a
San Benito en su patrono, dedicándole para ello una ermita que sería más tarde
convento dominico de esa advocación. A comienzos del XVII la cofradía de
labradores de la Villa Arriba levantó otra a San Juan Bautista, convertida en
1681 en parroquia. La tardía canonización en 1622 de San Isidro, transformado
en patrón de la capital del Reino, hizo que se expandiera su culto. La de su
esposa, Santa María de la Cabeza, fue más tardía, siendo elevada a los altares
en 1697. En La Orotava tuvo lugar su
culto en el marco de un calvario erigido a la entrada de la villa. En 1669 Fray
Francisco Luis, en calidad de fundador de la orden tercera de penitencia
franciscana de la villa, solicita al cabildo de la isla unos terrenos sitos en
la dehesa comunal para ampliar su calvario erigido en el camino real de entrada
a la población, en las proximidades del llano de San Sebastián donde se
albergaba la antigua ermita que le dio nombre, ya erigida con anterioridad a
1524.
El recinto
del calvario era de forma rectangular, rodeado por una tapia. Se accedía a él a
través de una recia puerta de tea con celosía en su último tercio. Su patio en
su parte central se hallaba embaldosado. Dos hileras de bellos álamos plateados
daban en el siglo XIX sombra a las tres cruces del calvario que estaban
orientadas hacia el norte y que tenían como base una pequeña escalinata. En él
en 1695 el presbítero Luis Rixo Grimaldi Benítez de Lugo construyó una ermita
dedicada a Nuestra Señora de la Piedad. Como refiere en su testamento de 26 de
mayo de 1709 la había dotado con dos misas y la había fabricado a su costa “en
el calvario de dicha villa”. Una de ellas sería para “Nuestra Señora de dicho
título el Viernes de Dolores y la otra para “el glorioso San Isidro labrador
que está colocado en dicha ermita en su día”.
Para ornamentos y reparos le cedió un tributo de 50 reales. Junto con La
Piedad, un lienzo de Gaspar de Quevedo, lo llamativo es la existencia de esa
escultura de bulto del santo madrileño donada por el fundador. Hay constancia
de que el gremio de labradores ya le celebraba fiesta desde 1700. En el 15 de
febrero de ese año Juan de Lugo Navarrete, Manuel González de Abreu, Domingo
Yáñez y José Hernández se la hicieron con “víspera, misa, sermón y procesión”.
La
devoción a San Isidro era cada día más patente, hasta el punto de que era su
denominación más popular a principios del siglo XIX. Sus fiestas del Domingo de
Pentecostés, con su procesión hasta San Agustín, despertaban cada día más el
entusiasmo y el fervor de los villeros. Su mayordomo Domingo Calzadilla emprendió
la reforma de la ermita a principios del XIX. Gastó en ella más de tres mil
pesos. Construyó una sacristía y concluyó su retablo para el que tenía
compuesto, como recoge en su testamento,
de “8 tablones de pinsapo”. En él se colocaron las imágenes que había
encargado de “Nuestra Señora de la Soledad con su hijo difunto en los brazos,
la de Santa María de la Cabeza y la de San Isidro, para todo lo que dejo 200
pesos corrientes y 50 pesos que para este fin me ofreció Francisco Calzadilla
mi hermano”. Financia de esa forma la
Piedad, conocida por el nombre de Cristo del Calvario, un nuevo San Isidro y
Santa María de la Cabeza, las tres salidas del taller del imaginero orotavense
Fernando Estévez del Sacramento en fecha anterior a diciembre de 1814. Destina
“4 ducados al beneficiado por una misa cantada y función en el día de mi devoto
San Isidro, la que se ha de celebrar en su ermita y 5 pesos por el sermón”.
El
Corpus se celebraba a la usanza tradicional en la villa desde la misma
conquista, con sus enramadas, bichas, diablos, gigantes, papahuevos y santos.
En 1795 se obedeció una recomendación del obispo Tavira se dejó el culto
austero al Santísimo en las fiestas de la parroquia de la Concepción del Jueves
y la Octava, aunque permaneció en las del Domingo, encomendadas a dominicos y
franciscanos y en la de la parroquia de San Juan, celebrada el 24 de junio
desde 1777. Pero con el impacto de la desamortización, la decadencia de las
cofradías y la pérdida de rentas eclesiásticas, la festividad decayó. Las
alfombras fue una tradición que había surgido en el seno de la familia
Monteverde entre los años 1844 y 1846. Uno de sus miembros, la grancanaria
Leonor del Castillo y Bethencourt, hija del Conde de la Vega Grande, había
viajado con sus padres a tierras napolitanas, donde observó tales tapices
florales. En 1844 esa familia hizo una primitiva alfombra en la calle frente a
su habitación con moldes de arcos de pipas. Con ellos formaban arcos
concéntricos que cubrían de flores. Un ensayo que llevó en 1846 a realizar uno
nuevo a partir de un sencillo boceto por parte de Leonor del Castillo, María
Teresa Monteverde y Bethencourt y María del Pilar Monteverde del Castillo.
Durante esos primeros años fueron únicamente ellos los que adornaron con flores
la calle para el paso de la Sagrada Forma. Un antiguo sirviente de la casa se
le ocurrió que se podían rellenar con flores unos arcos de pipa y aumentar con
ello el espacio alfombrado. Al no colocarse juntos sino de tramo en tramo nació
la otra modalidad, los corridos o zaragatas.
A
finales de la década de los 50 comenzaron a realizar alfombras las señoritas de
Lugo Viña y la Marquesa de la Florida, conducta que fue poco a poco secundada
por otras familias de la elite por cuyas mansiones transitaba el Santísimo en
la Octava del Corpus. Este hecho explica que pocos años antes, en el Noticioso
de Canarias de 23 de junio de 1854, se glosen la fiesta de San Isidro del 5 y
la del Corpus de 15. A ésta última acudió mucha gente por la presencia de los
músicos del batallón de África y los de la compañía de aficionados de la villa,
dirigida por Lorenzo Machado, y del Capitán General y Gobernador Civil Jaime
Ortega. Se habla de que “como en toda la isla, es proverbial la pompa y
gravedad de las ceremonias de culto en la iglesia principal de esta Orotava”,
pero nada se dice de las alfombras. Como contraste se describe con todo lujo de
detalles los elementos sustanciales de la de San Isidro. La primera descripción
cronológica de la alfombra de los Monteverde nos la proporciona en 1858 Nougués
Secall. Un testigo le refirió que “las señoritas de Monteverde, que, según
dice, ya están instruidas en la pintura, forman un preciso tapiz con varios
dibujos de pájaros y otros caprichos en el que colocan flores (...). Quedó
admirado de la obra cuya habilidad consiste en distribuir con primor los
diversos colores, imitando con la delicadeza del trabajo y con una paciente
inteligencia los objetos que quieren reproducir sin otro medio para las
gradaciones que los diversos colores de las flores”.
En el
primer periódico orotavense, La Asociación, un artículo de 6 de junio de 1869,
nos muestra la primera descripción, que nosotros sepamos, de una fiesta de las
flores que supera el restringido marco inicial de la alfombra de los
Monteverde. El texto en cuestión se llama El Mes de Mayo, Mes de las flores.
Tras glosar las de la Cruz y las de San Isidro, señala: Después se manifiesta
la del Corpus, y aunque no debiéramos distraer al lector con la descripción de
una fiesta común que todos los pueblos e Iglesia Catedral celebran con más o
menos concurso y ostentación, sólo lo hacemos con el fin de decir haberse
participado en nuestra localidad por las muchas flores que adornaban la carrera
de la procesión era, pues, una prolongada alfombra. Y por último hemos tenido
el día 30 la sin igual fiesta exclusivamente de flores en la parroquia de San
Juan Bautista y sus alrededores”, pero sin procesión exterior.
En
1885, por iniciativa de Alberto Cólogan y de otros jóvenes, se pudo cubrir de
flores todo el trayecto de la procesión de la Octava. De fiesta común, como
señala La Asociación, se convierte en patronal. Paso trascendental en ese
proceso lo constituye la unificación de las fiestas patronales en 1892 con el
desplazamiento de la de San Isidro, la prevalente hasta entonces, desde la
Pascua de Pentecostés hasta el domingo posterior a la Octava. Surge desde
entonces en todo su apogeo la Fiesta de las Flores, que comienza a ser
registrada como un festejo llamativo y significativo de la villa, tal y como
reseña el Heraldo de Canarias lagunero de 9 de junio de 1896.
Hasta
1892, en que se cambia a su actual emplazamiento, la fiesta de San Isidro se
celebraba el Domingo de Pentecostés y no el 15 de mayo, su fiesta oficial. La
razón es su conexión, como el Corpus, con las festividades de invocación a la
fertilidad, y por tanto en consonancia con el calendario lunar y femenino.
Pentecostés rememora una fiesta hebrea análoga con un pronunciamiento
marcadamente agrícola relacionada con el fin de la cosecha que daba comienzo en
Pascua, que en la simbología cristiana ha pasado a coincidir con la bajada del
Espíritu Santo a los Apóstoles. No es, por tanto casual que las fiestas locales
del San Isidro villero y el San Benito lagunero coincidan, porque ambas
expresan el agradecimiento de sus labradores por la buena nueva de la cosecha.,
lo mismo que San Telmo con los pescadores y marineros con la estrecha
vinculación de las mareas con las lunaciones-
Como
contraste a la octava del Corpus, San Isidro es la fiesta con más ricos testimonios
documentales del siglo XIX, lo que prueba su carácter hegemónico. La víspera
por la noche recorrían las calles en un elegante y vistoso carro lleno de
flores cinco niñas de la elite simbolizando genios o ninfas. Iban adornadas con
ricos y vistosos ropajes. Recitan versos preparados para el momento. La carrera
finalizaba en el llano de San Sebastián con fuegos artificiales “de los colores
más lucidos y agradablemente diversificados”. Los campesinos con sus varas
gritan los aijides y cantan al son del tambor o la guitarra. Dos gigantes de
tres metros desfilan en el medio de las calles. Son construidos de cestería y
movidos por hombres. Van acompañados de los papahuevos, enanos vestidos a la
antigua. El recorrido entre San Agustín y el Calvario estaba embellecido por
dos soberbios arcos, multitud de flotantes banderolas pintadas de diversos
colores y con varias figuras de animales, rama alta, palmas y festones de que
pendían infinidad de farolillos de papel de diferentes formas y tamaño. El
suelo se alfombraba también con motivos florales.
En el
Domingo de Pentecostés por la mañana se verificaba la procesión. El clero
parroquial partía desde San Agustín al Calvario en busca de los santos patronos
que eran conducido por miembros de la cofradía de labradores cargando sus
célebres varas y cantándole aijides. Ascendían hasta el templo, donde se le
tributaba un sermón y bajaban de nuevo. Se conserva uno de 1808 oficiado por el
agustino lagunero Luis de San José Delgado, miembro de la comunidad agustina de
la villa por aquel entonces. Por la tarde doce niños de las familias
principales, seis de cada sexo, se visten con el traje típico campesino. Se
pone en juego una rifa de una yunta de bueyes. La descarga de voladores y el
vuelo de unos globos es la señal de la entrega del premio. A continuación un
corderillo blanco como la leche se presenta al público adorado con cintas y
flores de colores. Es rifado por los doce niños que regresan con dulces a sus
casas. Las indumentarias campesinas, que eran todavía trajes reales, aunque la
elite había comenzado su idealización, precisamente porque no los usaba, se mezclan con las lujosas de las damas
aristocráticas. En los bailes desde la tarde concurre numeroso pueblo que se
acompaña de castañuelas, guitarras y panderetas. Finaliza con dos vistosos
globos que permanecen casi fijos por espacio de media hora, brillando como
estrellas. Los turrones, los muchos ventorrillos, los juegos de toda clase en
el Llano y la Alameda, “las funciones hípicas (vulgo caballitos) y las representaciones
teatrales son al decir de la Asociación en 1869 motivos todos ellos que atraen
numerosa concurrencia comarcana que “puede disfrutar de ella según su carácter,
sus tendencias y su bolsillo”. Una eclosión festiva que mantuvo tales
características hasta la creación de la romería tal y como hoy la conocemos en
1936.
La
primera descripción amplia que poseemos sobre la fiesta es la del periódico el
Eco del Comercio de 2 de junio de
1855. En ella se dice que la procesión
desde el Calvario hasta el templo de San Agustín se daba comienzo con la marcha
de las yuntas de bueyes engalanadas con cintas y flores y conducidas cada una
por el labrador a quien había caído en suerte en años anteriores. Le seguían
“una multitud de labradores de los campos circunvecinos con sus trajes de
fiesta y llevando alegremente en la mano sus aijadas adornadas también de
flores. Iban también en ella la yunta de bueyes que había de rifarse a la tarde
entre doce labradores pobres de la jurisdicción y una corderita adornada de lazos
encarnados que debía adjudicarse en suerte en uno de los niños que esparcían
flores delante del santo. Por la tarde, a las cinco, salieron del convento de
Santo Domingo dos carros ricamente adornados, en uno representando al Dios
Baco, representado por un niño de Don Juan Lugo y dos pequeños sátiros y en el
otro a Júpiter rodeado de las cuatro estaciones. Recorrieron las principales
calles y se dirigieron al escenario de la fiesta.
La
británica Elizabeth Murray con anterioridad
a 1859, Mariano Nogués Secall en 1858 y en fecha indeterminada el poeta
romántico orotavense Rafael Martín Fernández Neda, que colaboró con sus versos
en el esplendor de la fiesta con su japa la japa lomita mía japa a la japa que
tiene el día, glosaron la fiesta. La escritora y pintora inglesa reflejó que
San Isidro era llevado en una solemne procesión y “con el fin de señalar su
marcado carácter agrícola, es precedida por una yunta de bueyes”. Planteó que
su celebración en Pentecostés se debía a que tenía lugar en una época del año
en la que abundan los mejores beneficios agrícolas y la mayoría de los
principales quehaceres han llegado a feliz término, las cosechas de cebada y
centeno en parte estaban almacenadas y las de trigo y maíz se acercaban a la madurez y los frutales estaban
listos para alcanzar su madurez y
proporcionar generosa fruta. Destacó las
figuras de dos feos gigantes que desfilaban por las calles en medio de un gran
griterío y entusiasmo. Eran de cestería y se movían por hombres que se
encontraban en su interior, le llamó la atención también los cuatro pequeños
vestidos alegóricamente como las estaciones. Su procesión recorre el domingo
por la mañana el trayecto desde la capilla de San Isidro hasta el convento
agustino. Dentro de su templo y con las imágenes colocadas en hornacinas se da
comienzo a una misa solemne con música sacra y un sermón en honor del santo.
Una vez concluida, las imágenes retornaban al Calvario. En la plaza proseguía
la fiesta en la que doce niños de las familias principales vestían con el traje
típico del campesino canario y se procedía a la rifa de una yunta de bueyes. A
continuación un corderillo blanco como la leche, engordado para la ocasión, se
presentaba al público adornado con cintas
y flores de todo color para ser rifado por esos doce niños, que regresan
a sus casas con gran cantidad de dulces y caramelos.
Murray
no proporciona, sin embargo, ningún dato sobre la hermandad de labradores. Es
el peninsular Nougés Segall quien en 1858 nos deja la más completa referencia
sobre ella. Muestra como con anterioridad a la fiesta se levantaban los arcos
con banderas y faroles hasta la cercanía de San Agustín y como se bailaba en la
víspera con tijeras, a cuyos extremos los danzantes llevaban fijados fuegos.
Unas veces alzaban este artificio y aparecía formada una estrecha luminosa,
otras en cuadrado, otras en círculo, levantándose en el aire esas cabezas o
apareciendo al nivel de la cabeza de los concurrentes. Al son de la música se
hacía visible en la noche ese fuego cuyo resplandor iluminaba los rostros de
los danzantes.
El
día principal salía la procesión desde la ermita inmediata al calvario que le
sirve de vestíbulo y que era en realidad un jardín. En ese punto introduce como
se hallaban delante de San Isidro “doce labradores pobres con pértigas muy
largas cubiertas de flores que a su final llevan en vez de lanza por remate un
ramo con espigas entremezcladas”. Puntualiza que “este país se presta a que el
adorno sea hermosísimo, campeando las magnolias, las azucenas, las rosas, los
lirios, las camelias y otras flores diferentes. Cada palo lleva colgadas cintas
y un pañuelo o tela en forma de gallardete o bandera”. La rifa de la yunta se
efectuaba entre esos doce labradores, “honrando con esa acto de caridad al
santo. Tras ellos seguían a continuación una porción de niños vestidos de
pastores al estilo del país y empuñando también varas floridas. Detrás de ellos
niñas con un disfraz semejante y canastillos de flores deshojadas que arrojan
sobre la tierra por donde pasan las imágenes. La iglesia agustina se hallaba
vistosamente adornada con palmas adosadas a las paredes o entre los huecos
entre las columnas formando unas nuevas naves con sus arcos. Todas ellas se
hallaban embellecidas con rosas, violas y pensamientos.
En la
tarde se efectuaba la rifa con un artificio de una casa que representaba la de
San Isidro con doce cintas. Cada labrador tiraba de una de la que suponía le
daría suerte, ganando el que tocaba aquella que hacía en pos de sí salir una
yunta gobernada por San Isidro. El vencedor gritaba alborozado, mientras que
los no favorecidos se arrojaban a su cuello y lo abrazaban cariñosamente y le
saludaban con gritos que todavía tienen el nombre del idioma guanche, porque se apellidan jijidos”.
La
fiesta de San Isidro con el paso del tiempo fue ganando en intensidad en lo
referente al lucimiento de sus festejos. Así en 1886, como recoge La Opinión de
25 de mayo de ese año, se celebraba en la Plaza de la Constitución la
exposición de ganado entre las 9 y las 11 y media de la mañana, rifándose en
ese período de tiempo un becerro entre los dueños del ganado conducido a esa
feria. A la una de la tarde, después de repartirse por los miembros de la
comisión de fiestas en el Llano de San Sebastián pan a los pobres, el Rey de
los aires ascendió un globo monstruoso montado en un asno, amenizando el acto
la banda de música. De dos a cuatro tocó en la plaza de la Constitución la
banda del Liceo de Taoro y a las 5 se daría paso a una carrera de sortijas en
el paseo del Calvario. Culminó la fiesta un paseo de 7 a 11 de la noche en San
Sebastián con elevación de globos de diferentes figuras imitando animales.
En 1887, como reseña La Opinión de 6 de junio de
ese año, la exposición de ganado excedió a lo que se esperaba, concurriendo más
de cien cabezas de ganado vacuno que llenaban de uno a otro extremo la alameda,
rodeada de una gran concurrencia de público. Un kiosco se hallaba colocado en
el centro de la plaza con arcos de verdura, espigas y ramaje, terminado por una
parte por el escudo de la capital y por otro el de La Orotava, dedicado todo él
por el Liceo al santo patrono
En 1891 se suspendieron las fiestas de San
Isidro y de las flores por existir entre sus vecinos una epidemia de viruela,
exponiéndose a extenderla con la llegada de vecinos y curiosos de otros
pueblos. El crecimiento protagonismo de la fiesta de octava de Corpus que, por
esas fechas ya había completado con tapices y corridos todo su itinerario,
decidió a la corporación municipal a dictar un decreto para unificar a las dos
en una fecha próxima y convertirlas de ese modo en fiestas patronales de la
localidad. Se había planteado que de esa forma con la unión de las dos en 1892
se contribuiría a redundar en beneficio de ambas, pues de ello derivaría mayor
concurrencia, por lo que era imprescindible, como reseña La Opinión de 22 de
febrero de ese año, una pronta resolución municipal al respecto.
Esta
primeras fiestas patronales la festividad de San Isidro fue desplazada dos
domingos más tarde, celebrándose el domingo antecedente a la octava de corpus.
El decreto de la corporación, reproducido en La Opinión de 16 de junio de 1892,
comprendía la procesión el domingo anterior a la octava a las 10 de la mañana
desde su ermita al exconvento agustino por las calles Verde y del Agua. A ella asistían
junto con la música, una comisión del ayuntamiento, labradores vestidos al uso
del país con sus largas varas encintadas y niños en romería. Tras la función
religiosa, oficiada por el párroco Santiago Benítez de Lugo, se efectuaba en la
plaza de la Constitución la rifa de un novillo entre los labradores y la
bendición del ganado exhibido con acordes de la música y repiques de las
campanas. Una vez concluida San Isidro fue conducido a su ermita en procesión
por la calle del Calvario con la misma comitiva.
Sin
embargo, al año siguiente, se optó por su traslado al domingo posterior a la
fiesta de las flores, como se ha mantenido hasta la actualidad. La fiesta se
mantuvo de esa forma hasta que en 1936 el Liceo de Taoro la transformó en la
romería que hoy conocemos con un itinerario descendente desde San Francisco en
su fiesta principal. Esa entidad cultural de la villa la convirtió en el
prototipo por antonomasia de ese paseo festivo, con sus carretas reproduciendo
escenas de la vida campesina, sus parrandas folclóricas y su desfile de
animales, modelo que su éxito rápidamente expandió por toda la geografía
insular, que lo expandió a otras localidades como La Laguna, Garachico o
Tegueste.
Los
labradores siguieron con la prerrogativa de conducir al santo en procesión,
adquiriendo ese derecho trasmitido de padres a hijos, llevando como antaño las
célebres aras y cantando en honor de sus santos patrones sus aijides, pero sin
tener ningún estatuto ni respaldo institucional, solo basándose en la tradición
familiar y la devoción por su patrono hasta que decidieron constituirse como
hermandad. Una asamblea general el 12 de julio de 1997 aprobó tales estatutos,
que fueron refrendados por el obispado de la diócesis el 19 de mayo de 1998.En
ellos se recoge que su finalidad era contribuir a la solemnidad de las fiestas,
custodiar las imágenes, cargarlas y ofrecer la colaboración necesaria para su
culto y la dignidad de las fiestas en estrecha obediencia y comunión sincera
con los párrocos y con el conjunto de las autoridades eclesiásticas, una
función que los labradores han ejercido generación tras generación durante tres
siglos.
En
1892, como reseñamos, se configuran las fiestas patronales tales y como las
conocemos en la actualidad, aunque en 1897, por las obras de restauración de la
Concepción, las alfombras no se erigieron en la villa de abajo y se dio todo el
protagonismo a las fiestas de San Juan Bautista por coincidir ese año la octava
con la festividad de su patrón, desplazándose San Isidro a principios de junio
a su antigua celebración de Pentecostés. Tal realce alcanzan que en 1901 el
periodista grancanario Francisco González Díaz refleja que la villa encantadora
improvisa “en inmenso taller de tapicería, donde con las flores del Valle se
hacen prodigios que no sabe mi pluma describir. Las floridas alfombras cubren
las calles como espléndidas alcatifas del más puro estilo; mil caprichos
ornamentales, delicadezas, filigranas, atraen y cautivan los ojos. Frente a
algunas casas, extiendense tapices de una magnificencia imperial”. Por esos
años destaca particularmente el arte de Felipe Machado y Benítez de Lugo, que
introdujo los medallones e incorporó cereales y legumbres en sus tapices. Fue
la primera persona que realizó el tapiz de la plaza del ayuntamiento, erigida
en 1913. Acaeció ese hecho en 1919
cuando contaba 83 años de edad, trabajando en ella ininterrumpidamente
hasta 1929. Fue precisamente esa monumental alfombra la que más
transformaciones ha sufrido en el tiempo. Sería un nieto de Felipe Machado, el
arquitecto Tomás Machado Méndez Fernández de Lugo, artífice del tapiz del
centenario en 1947, el que asentaría de forma definitiva su mayor rasgo de
originalidad, el empleo de tierras volcánicas del parque nacional de las
Cañadas del Teide. A partir de ese año los tapices cubrirá ya toda la plaza.
Aplico en ella también las ventajas de la perspectiva caballera con la
aplicación de la corrección óptica. Un arte que se consolidará en el empleo de
tierras volcánicas con Pedro Hernández Méndez que, como reflejó Antonio
Sebastián Hernández Gutiérrez, alcanzó una exuberancia cromática y un gran
efectismo al incorporar las transparencias, los
sfumatos, la mezcla óptica y el trompe-l’oeil. Ese recurso se consolidó con el
hallazgo por este artista de un filón de tierras blancas con el que se
posibilitaría que nubes, nieblas y vapores de todo tipo se plasmasen dentro de
las composiciones para desarrollar algunos rompimientos de gloria que hacían
las delicias de los espectadores más exigentes.
Nuevas
generaciones de alfombristas continuaron creando obras de arte efímero en
nuestras calles y plazas con el empleo de flores y tierras volcánicas
contribuyendo a fraguar lo que constituye sin duda una de las más señeras
manifestaciones de la identidad villera: sus fiestas patronales de San Isidro y
la Octava de Corpus, cuyos rasgos, adaptados y transformados por el paso del
tiempo y la evolución de la sociedad, son un cumplido testimonio de la
idiosincrasia de La Orotava y de la forma de ser de sus habitantes…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
No hay comentarios:
Publicar un comentario