El amigo y compañero de docencia en el IES La Orotava Manuel González Pérez
del Barrio de San Antonio; AGAPITO DE CRUZ FRANCO escribe en su libro “LA OROTAVA CURRÍCULO VITAE”, paginas: 44,
45 y 46: “… El Museo Sacro de La Concepción. Del
cruce de culturas que ha existido en Canarias a lo largo de los siglos, da idea
el Museo Sacro de Ntra. Sra. de La Concepción de La Orotava. Escondido del
tiempo y de la sociedad en la cabecera del templo, y tras años de
almacenamiento, este auténtico “Tesoro”, fue organizado en siete salas y
clasificados sus materiales por el ayuntamiento. Una labor institucional más
allá de lo meramente religioso y que constituye toda una apuesta cultural por
proteger y conservar un legado donde la historia habla a través del arte y del
patrimonio de diferentes épocas. Patrimonio que nos abre el alma cosmopolita y
transoceánica de la Villa y sus gentes. Porque si en sus calles, sobre los
adoquines centenarios, el gótico y el neogótico conviven con el barroco, el
mudéjar, el neoclasicismo, el regionalismo del pasado siglo, la arquitectura
del agua o la popular, o en la palabra se mezclan las lenguas en cientos de
canarismos con sabor a mar, tras los muros de este templo navega, dormida bajo
el volcán, el alma antigua de un pueblo. Escrito en tela, metal, madera y
piedra, la historia de La Orotava cruza a través de las salas de tejidos y
bordados, de plata dorada y oro, del coro, de la sala de la plata no dorada, la
de mobiliario litúrgico, la de imaginería y la de la propia sacristía, con una
impresionante lámpara de cristal de la isla veneciana de Murano en esta última.
Italia ha dejado también aquí su impronta en más obras como la Magdalena
Penitente, creada por Domenico Fetti, 1618 –una de las mejores obras de arte
que hay en Tenerife–, así como con la factura del tabernáculo genovés del altar
mayor –de Guiseppe Gaggini, 1820–, el púlpito, las pilas o el mausoleo del Marqués
de El Sauzal, en la derecha de la parte delantera del templo éste último,
elementos todos ellos hechos con mármol de la provincia italiana de Carrara.
Desde Italia viajamos a Filipinas desde donde llegaron unos preciosos trajes
para la escultura del Niño Jesús, bordados en oro y seda, traída de este
archipiélago cuando formaba parte del Imperio español. Y de Filipinas a México,
siguiendo al Galeón de Manila por la ruta que abriera el agustino Andrés de
Urdaneta, para encontrarnos con unos preciosos aguamaniles o diferentes
bandejas de plata mexicana. Portugal aporta una pieza única de finales del
siglo XV en estilo manuelino. Se trata de la custodia y es de oro, perlas,
topacio y oro blanco. Existe un cáliz que fue traído de Inglaterra y que sólo
se usa en el día de Jueves Santo. Se le conoce como el de los tres clavos y es
del siglo XIX. Pero hay también otro cáliz de la escuela madrileña –de estilo
Felipe II– con medallones. Se usa el Domingo de Resurrección y en la fiesta de
La Inmaculada que da nombre a esta iglesia. De Cuba son las maravillosas
lámparas de cristal de roca del siglo XVII, y de Barcelona un conjunto de
flores de bronce. Hay un guadalmesí, una tela de arte árabe, de quinientos años
de antigüedad traída directamente de Granada, cuando la conquista de esta
ciudad por los Reyes Católicos y del que sólo hay dos en Canarias. De esta
identidad universal que recorre toda La Orotava –aunque fuera ya de este museo–
hay que mencionar muchas imágenes de artistas andaluces de la iglesia de San
Juan Bautista de El Farrobo citados en un artículo anterior, así como su imagen
de San Juan Bautista, de la escuela genovesa del siglo XVII o el más antiguo de
los órganos de las islas, que fue realizado en Hamburgo en 1723 por Otto
Dietrich Richborn y del que –junto con éste de la iglesia de San Juan– sólo se
conserva otro ejemplar en Brasil. Se halla también, en este templo de claras
reminiscencias portuguesas y mudéjares, la talla de San José enviada desde La
Habana. Por otra parte y en la iglesia de Santo Domingo se encuentra la pintura
de la Virgen de La Consolación, del siglo XVI, traída de Amberes, Países Bajos.
La cultura de la muerte se halla presente
en el museo con una ancestral calavera que se usaba antiguamente en los
funerales para ponerla en el altar y debajo una tabla para decirle a la gente
lo efímero que es la vida. Pero sobre todo, se conserva una caja fúnebre de
madera muy decorada del siglo XVIII y que se usaba para colocar en ella al
difunto, cuando las familias eran pobres. Luego al enterrar a la persona se la
sacaba de la caja y se la depositaba en la tumba sin la caja para usarla de
nuevo para otra persona. Los artistas locales están presentes, como parte de la
obra del escultor Fernando Estévez nacido en la calle La Carrera, con el diseño
de la parte baja de la plataforma que sustenta la custodia del Corpus Christi
que se saca en procesión, del siglo XIX, diseño que sería realizado por los
orfebres orotavenses José Domingo Acosta y su hijo Felipe Acosta Bencomo. A
propósito de esta pirámide de plata decir que la parte de arriba es anónima y
del siglo XVIII, mientras que la custodia que la corona, también del siglo
XVIII, es obra del cordobés Damián de Castro quien la realizara en 1768 junto
con el viril de oro en el que van engarzados esmeraldas, diamantes y rubíes.
Del citado Fernando Estévez son también las esculturas de Santa Clara, Santa
Elena, San Pedro y la Virgen de Candelaria. Habría que nombrar además otras del
siglo XVIII de Luján Pérez, de Las Palmas, como La Dolorosa, el San Juan y La
Magdalena. Y junto a ellas algunas más antiguas como El Entierro de Cristo, del
siglo XVI o La Inmaculada del XVII, entre otras. Hay que hacer mención a la
maqueta de la iglesia de La Concepción de 1942, donada por los carpinteros de
la Villa. De la Guerra Civil hay 10 ó 12 carcasas o vainas de bombas, que dejó
un regimiento de soldados como exvotos por salir ilesos en esa guerra. La tela
ocupa un lugar protagonista en este museo, no sólo por vestidos civiles, como
el que perteneció a una mujer de la nobleza orotavense de estilo victoriano de
hace 160 años y donado por la familia del Hoyo, sino por la ingente cantidad de
trajes eclesiásticos –bastante pesados– de plata y bordados en oro que trajo
para acá el orotavense Deán Calzadilla y que pertenecieron al primer obispo de
Tenerife, el gallego Luis Felguera de Sión. Hay que añadir a esta riqueza
cultural e histórica el Tisú de plata del siglo XIX que se saca en la
festividad del Corpus Christi, un collar de perlas del siglo XVIII y el
pectoral de San Agustín (también del siglo XVIII) de plata dorada, esmeraldas y
un rubí en el centro. Era del obispo Vicuña que casualmente murió aquí el año
de la erupción del volcán de Arafo en 1705. Citar de igual modo los libros del
siglo XVII y XVIII del coro, hechos de cuero y con enormes letras en latín, el
baldaquino o trono procesional con motivos del Apocalipsis de San Juan del
siglo XVIII y que sólo se halla en Canarias. En este sentido hay que decir que
hay tronos de plata de Meneses, una fábrica madrileña ya desaparecida cuya
plata tenía la cualidad de no ennegrecerse nunca. A propósito de la sala de la
plata significar que todo lo que hay en ella es de los siglos XVI al XIX y que
los atriles son de arte barroco. Quedan más cosas en el tintero pero baste esta
pequeña muestra para dejar constancia del valor de este museo, oculto casi en
una iglesia, que por sí misma también lo es. Un edificio que tiene su origen a
finales del siglo XV, coincidiendo con la fundación de La Orotava, que fue
tomado como el epicentro desde el que serían trazadas las primeras calles y en
el que se produce una considerable ampliación en 1546. Sin embargo –fuera de
parte de la fachada de la cara norte– fue totalmente reconstruido entre 1768 y
1788 (debido a haber quedado afectado por los sismos del volcán de Arafo en
1705) por el maestro de obra Patricio García, y con planos del arquitecto
madrileño Ventura Rodríguez, los cuales se conservan en el Archivo Parroquial.
Desde 1948 es monumento nacional.
Entre otras cosas sobresale su fachada barroca
con curiosidades como una esfera con la isla de Cuba grabada en la piedra en
uno de sus lados y en el otro, otra con las Islas Canarias, ambas en su parte
superior. Esferas reflejo sin duda de aquellos indianos, emigrantes a América
en aquella barquilla de dos proas que diría Pedro Lezcano, y que al volver
donaban dinero a la iglesia para su construcción, dejando estos símbolos en su
memoria. Lo mismo sucede con motivos agrícolas que hay en el interior del
templo, como por ejemplo la planta de la canela o las plataneras del púlpito,
esculpidas en una época que no había aún plátanos en Canarias. Otro detalle de
la fachada es su balcón, el cual es algo propio de Canarias en donde esta
costumbre de la arquitectura popular aparece también al fabricar las iglesias.
Su estilo barroco, que completa una ondulante crestería frontal combina con
unas torres coronadas con sendas cúpulas bulbosas y una elegante cúpula sobre
tambor, con un interior neoclásico, de impresionantes columnas y arcos, así
como con la presencia mudéjar de la sacristía en la parte posterior, lo que
convierte a la parroquia matriz de la Villa en un conjunto arquitectónico en el
que conviven tres corrientes artísticas…”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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