A Luís Perera, le conozco desde los tiempos infantiles, fue monaguillo del templo Parroquial y Matriz de Nuestra Señora de La Concepción, y compañero de pupitre en la Academia Mercantil Atlántida de la Villa de La Orotava.
Los destinos
posteriores fueron indiferentes, yo emprendí el camino de las ciencias
mercantiles y empresariales, y él, los procedimientos de la electrotecnia. Pero
jamás supe que conllevara de forma inédita, y recóndita, precisamente la
práctica del dibujo, del arte y de las tonalidades.
Siempre me lo
tropezaba, nos saludábamos, intercambiábamos reputaciones relativa a una vida empresarial,
evidentemente sobre la electricidad, claro que le llamábamos Luís “El
Electricista”, y ahora naturalmente tengo que cambiarle la nombradía por Luís
“El retratista del impresionismo”. Y hablo del impresionismo, por la
concordancia de las palabras expuestas en el boceto del recordado catedrático
de la Complutense madrileña, el orotavense Don Jesús Hernández
Perera, que transcribe a Luís con otra luz, impresionado por la acogida que
merecieron sus exposiciones en Barcelona, retornando de nuevo a la Sala
Llorens, -del veinte de abril, al diez de mayo de 1995-, con una nueva
colorista edición de sus lienzos florales, interpretados con el cromatismo
diáfano y rutilante con que convive a diario bajo la luz atlántica de las Islas
Canarias. Vuelve a insistir en el contraste que en los inicios del
impresionismo advirtió Claude Monet en los de amapolas, y con ágil empleo de la
espátula hace vibrar entre el verde de los cereales las humildes corolas de
esta papaverácea. Ganan mayor cercanía y tactilidad las hortensias, en Canarias
llamada “flor de mundo”, que con sus esféricos racimos de tonos azules, malva o
blanco, evocan la galanura de aquella dama francesa de nombre Hortense a quien
la debió el naturalista Commerson que la importó de China. Pero trae asimismo
nuevos estudios de otras flores, extraídos de vergeles orotavenses o de los
jardines de Pedralbes, como esos cohetes explotando en azules intensos los
agapantos, que en la isla portuguesa de Madeira se alinean a lo largo de
kilómetros de carreteras y caminos, saludando al caminante con helénica
síntesis de “ágape”, amor, banquete fraternal de los primeros cristianos, y de
“anthos”, flor, la flor de la amistad. O los flotantes nenúfares, cercanos al
lado azul que los árabes nombran “nilúfar”, con sus pétalos blancos, a veces
sonrosados, también amarillos que, al extremo de largo peciolos surgidos de
rizomas nudosos y feculentos, ganan desde el fondo de los estanques y remansos
acuáticos la superficie del agua rodeados de hojas redondas como platos. También
resurge en ellos la sabia lección de Monet y sus cambiantes “Ninfeas” de la
misma familia que los nenúfares.
Rafael
Kyoga-Berliner, escribía de Luís Perera, y su expresión en la Sala
Llorens de Barcelona: que sus paisajes revelan una vocación intimista que
se nos hace patente gracias a la atmósfera global que los envuelve y, asimismo,
por la incidencia de una acuidad visual que es el común denominador a la
captación que hace de distintas temáticas que con éxito aborda. Emerge del
trabajo de Luís Perera una dimensión poética que se nos antoja necesario
subrayar y que se infiere en la generalizada capacidad inherente a una línea de
fuerza que hace de los valores ópticos y de las impresiones atmosféricas una de
sus constantes más significativas. La pintura de Luís Perrera ilustra,
perfectamente, esta integración a un espacio intelectual y estético que, a
nivel sociológico y psicológico, nos parece útil subrayar.
Julián Duffor,
desde la Sala Gaudi, también de la ciudad Condal indica: Que Luís Perera,
es a través de una representación objetiva próxima a un realismo lírico que su
pintura, representa un Arte, que se apoya en un muy cuidado dibujo que acierta
a combinar su caligrafía con la del color que la viste entonando aquello que
pertenece a la descripción con lo que -sin olvidar los necesarios acentos
cromático- nace del sentimiento. Sí, es una pintura sensible -sensible y bien
estructurada- la que Luís Perera lleva a cabo en su directa y legible obra:
equilibrio de dibujo y color que no pretende otro mensaje que representar unos
temas queridos con orden, rigor y sensibilidad. Mi compañero de profesión el
Profesor Mercantil Antonio Salgado, dice que: Luís Perera es un autodidacta, se
queda con las cosas agradables que atesora la vida. Es un pintor bucólico que
se recrea con los caminos vecinales, con esas casitas de tejas ocres
festoneadas de verodes; con el color malva de nuestros árboles autóctonos; con
esas cascadas de bouganvillas y geramios esparcidos por esas trochas que
parecen no haber sido holladas por el hombre. En sus óleos, Luís deja patente
su sello campestre; parece huir de las ciudades, del bullicio, de la
masificación, del ruido... Se encuentra mucho más a gusto parece más distendido
con nuestros frondosos palmerales costeros, que en sus cuadros parecen vibrar,
ofreciéndonos esa brizna de aire que desintoxica el ambiente. A Luís,
polifacético y sonriente, le gusta los tonos claros, parece como jugar con el
verde y con el rojo, que vierte en sus valles y sus llanuras, que deja patente
en esos campos de pródigas amapolas, que parecen rivalizar con las más austeras
de Renoir. Luís Perera, que allá, en la Ciudad Condal, concretamente
en la Sala Gaudí, dejó “la reciente impronta de su debut en el color, en
la sensibilidad y en la fluidez cromática”, como bien apuntó el presentador de
su obra, José Antonio Montesdeoca, ahora aquí, en la lagunera galería de arte
Olka, seudónimo que oculta a una de nuestras vernáculas voces de oro; aquí,
decíamos, este joven artista orotavense nos ha abierto las ventanas de nuestros
campos, de nuestros rincones recoletos, de esas parcelas que, ojalá, perduren
para goce visual y terapéutica de unos personajes cada vez más esterados por el
agobio, la fatiga y el materialismo en pos de una supervivencia. La paleta de
Luís Perera también ha sido generosa con nuestras peñas y rocas, que incluso
parecen minimizar al padre Teide, al que el artista aleja en el vacío como
queriendo atenuar su sempiterno protagonismo. Idéntica paleta se ha detenido,
con evidente ternura, en el quicio de esa puerta teñida de color esperanza,
donde una anciana recoge la tibieza del sol mañanero, envuelta en un manto
azabache de pliegues hiperrealistas. El artista, que también juguetea con el
blanco, ha captado el estilo y la esbeltez de ese edificio extraño, diferente y
bello, que posiblemente, muy pronto, sea pasto de la voraz piqueta municipal.
Luís Perera,
ha comenzado relativamente tarde su dedicación concienzuda a la pintura y el
inicio él lo relaciona indiscutiblemente con la ciudad de Barcelona y la sala
Gaudí, donde expuso parte de su obra. Allí fue donde le surgieron cambiar su
anterior estilo académico por tendencias más impresionistas y la utilización de
la espátula como medio técnico descriptivo. A Luís, la afición le viene por la
vía familiar, ya que su padre es un reconocido escultor sudamericano, Antonio
Otazo, el pintor Master en Sátira, el pintor que se hizo artista para librar de
tantos errores a la Humanidad. Así y todo, Luís admite que su acceso
al mundo del arte ha sido tan rápido y precipitado que ni se lo cree. Tanto es
así que ya tiene reservada para el inmediato la sala Llorens de Barcelona.
Concretamente ha relacionado su decisión de dedicarse de lleno a la pintura a
su amistad con el escultor Ezequiel de León Domínguez, en cuyo estudio perfiló
lo que en la actualidad es su estilo.
Nuevamente el
ilustre y académico Don Jesús Hernández Perera, habla de los paisajes de Luís,
Tanto los paisajes isleños como ahora sus apuntes barceloneses, intentan y
logran aprisionar la luz, bien del Mare Nostrum o del Océano, como envolvente
de un lugar y un momento que la retina capta y el pincel interpreta, con
parsimonia y fruición, sin pesadumbres ni dramatismo, con optimista
espontaneidad. Le importa transmitir su interés por las construcciones prestigiosas
de Antoni Gaudí como Casa Batlló, La Pedrera, el Parque Güell o la
Sagrada Familia, sin apurar el diseño con tal de no truncar la simpatía con que
envuelve el conjunto, solo interponiendo balcones y cornisas para que sean la
luz y la sombra las que pauten el espacio con la diafanidad de un Utrillo.
Cuando evoca los rincones campestres en los que el verde vegetal emerge en
suave volumetría, descompone la vibración lumínica en toque impresionista y
aplica a la atmósfera mediterránea la teoría de los colores complementarios,
demostrando cómo la técnica con que Monet transcribió la fresca y húmeda luz de
Normandía puede ser válida también aquí y ahora, como demuestran sus amapolas y
geranios, en un chisporroteo de rojos vibrantes en mitad de los bancales plenos
de clorofila. Luís Perera, nacido en la Villa de La Orotava,
forjado a sí mismo como artista, trae otra vez a Barcelona, otra muestra de sus
trabajos, después de las anteriores acogida, merecidas del éxito rotundo.
En sus cuadros
se refleja una y otra vez la vocación floral. Perpetuada de generación en
generación en La Orotava gracias a las más variadas especies
botánicas que existen en la Villa, esa vocación que movió a las señoras
de la Casade Monteverde, hace casi un siglo y medio, a cubrir las calles
del recorrido de la custodia del Corpus con las vistosas alfombras de flores,
primera iniciativa que luego se extendió a todo el Archipiélago. Luís se
aprovecha de la experiencia de los impresionistas y alcanza con el empleo de la
espátula una gran agilidad lírica que plasma con delectación morosa otorgando a
los paisajes un aire poético.
Lo que parecía
ser un gran electricista, se culmina en el renacer de un Renoir villero, un
Renoir casi inédito, que ha sabido convertirse en artista, tarde pero preciso.
Luís Perera, si es, como lo retratan los intelectuales y conocedores del arte,
estoy seguro que pronto tendremos, una índole impresionista, porque
impresionistas son los lienzos del amigo villero, que trasmite la ilustración
desde La Orotava de Fernando Estévez, a la Barcelona de
Antoni Gaudí.
La carta del
ex catedrático de la Complutense de Madrid el ilustre villero
don Jesús Hernández Perera para el pinto Luís Perera. Un pintor joven con
los ojos habituados a la luminosidad del Atlántico y a los panoramas húmedos y
el cromatismo templado por el sol tibio de su isla natal Tenerife viene
nuevamente a mostrar sus óleos en el continente, después de captar rincones
de la Ciudad Condal y de la campiña catalana bajo otra luz, la del
Mediterráneo. Luís Perera nacido en la Villa de La
Orotava forjado a sí mismo como artista trae otra vez a Barcelona,
a la Galería Roglan otra muestra de sus paisajes, después de la
acogida que mereció el pasado año su primera exposición individual en la
Sala Gaudí (septiembre de 1990), y el éxito obtenido el mes de marzo
último con sus paisaje tinerfeños en la Sala Olkade La Laguna.
Tanto los paisajes isleños como ahora sus apuntes barceloneses intentan y
logran aprisionar la luz, bien del Mare Nostrum o del Océano como envolvente.
De un lugar y un momento que la retina capta y el pincel interpreta con
parsimonia y fruición, sin pesadumbres ni dramatismos con optimista espontaneidad.
Le importa transmitir su interés por las... construcciones prestigiosas de
Antoni Gaudí como Casa Batlló, La Perrera., el Parque Güell o la
Sagrada Familia, sin apurar el diseño con tal de no truncar la simpatía con que
envuelve el conjunto, solo interponiendo balcones y comisas para que sean la
luz y la sombra las que pauten el espacio con la diafanidad de un Utrillo.
Cuando evoca los rincones campestres en los que el verde vegetal emerge en
suave volumetría descompone la vibración lumínica en toque impresionista y
aplica a la atmósfera mediterránea la teoría de los colores complementarios,
demostrando cómo la técnica con que Monet transcribió la fresca y húmeda luz de
Normandía, puede ser válidér también aquí y ahora, como demuestran sus amapolas
y geranios, en un chisporroteo de rojos vibrantes en mitad de los bancales
plenos de clorofila.
El concierto para las flores de Ángel Lorenzo Perera; Artísticamente, Luís
Perera nace y probablemente muera en un campo de amapolas. La pintura es y
seguirá siendo su modo de vida, ya forma parte de su anatomía como la nariz o
los ojos. Los agapantos, margaritas y amapolas, componen el conjunto de las
notas en el delicado pentagrama del paisaje... ¿oyes la música? Subiendo la
montaña del Guajara, llegas a la cima para inmortalizar el panorama plasmándolo
sobre el lienzo con tu peculiar estilo. Al descender traes escobón, tagasaste y
retama inundando el estudio con su olor característico que penetra en tus
cuadros... ¿percibes el aroma?
La casa donde nació y la que ha sido su taller de color y terminará siendo
su sala de arte para iluminarnos a todos de la bellezas de sus pinceles. El
edificio con el número 3 de la calle es de la segunda mitad del siglo XVI y fue
fabricado con un aspecto distinto del que hoy tiene. Presenta una fachada de
alto y bajo, con cierta asimetría en sus vanos. En la superior tiene cuatro
ventanas de guillotina y antepechos de cojinetes. En la baja, la entrada
principal, otra puerta y dos ventanas. Posee buen patio y amplio jardín. Fue
erigida por Magdalena Grimaldi Rizzo, hija única y sucesora del regidor genovés
y conocido empresario azucarero Doménico Rizzo -cuya familia
se apellidaba originalmente Rizzo, pero al está integrada en -el albergo
Grimaldi, a partir de del año 1576, aún en relación con el país de origen, pasa
a llamarse Grimaldi Rizzo.-, que, viuda de Diego Benítez Suazo de Lugo, repitió
matrimonio con el caballero portugués Diego de Cospedal. Con el tiempo gozó
esta casa Miguel Germina Cospedal de Grimaldi, capitán de milicias y alcalde
de La Orotava, conocido benefactor del hospital de la Santísima
Trinidad, y después fue de su hijo Francisco de Cospedal Grimaldi y Hoyo,
esposo de su prima Magdalena de Cospedal, Grimaldi y Montalvo. Hija y heredera
de éstos fue María de Cospedal Grimaldi y Rizzo, mujer del capitán de
infantería José Ferraz de Caraveo, quien en 1657 hizo constar su condición
hidalga. De ese matrimonio procedió Miguel de Caraveo Grimaldi Ferraz y
Cospedal, - coronel del regimiento de Garachico, casado en la isla de La
Palma con Dionisia Teresa de Lazcano, que transformó esta morada tal como
se ve hoy. Aquí vinieron al mundo sus hijos José Hipólito Caraveo de Grimaldi
(1687-1762), militar y literato, que ganó fama de extraordinario soldado en
las guerras de Orán y Nápoles, llegó a ser mariscal de campo de los reales
ejércitos, comandante general de San Roque y gobernador de Pamplona, donde
falleció; y Miguel Caraveo de 'Grimaldi, coronel del regimiento de dragones de
YiIcatán. Luego, al morir sin descendencia en 1853, Aureliano Caraveo de
Grimaldi, nieto del coronel Miguel Caraveo de Grimaldi, sus sobrinos, los Pacheco
Solís, enajenaron la propiedad.
En esta morada, entonces habitada por su familia, nació Elisa González de
Chaves y González de Chaves (1914 -1966), fundadora y directora del primer
colegio para sordomudos de Canarias. Y aquí vio la luz, el 19 de octubre de
1950, el pintor Luís Perera Luís.
La entonces Juez decana de La Orotava CarmenRosa Marrero Fumero
escribía en el matutino El Día del jueves 10 de marzo de 2005; No sé si
será por la belleza que destila cada uno de sus rincones, o por el embriagador
sabor añejo que regalan a cada paso sus calles y balcones, o por el
encanto de sus numerosas fuentes cristalinas, o quizás por todo ello
conjuntamente, pero lo cierto es que esta hermosa Villa de La
Orotava ha sido la cuna de numerosos artistas que la honran. Cuando llegué
a esta villa como juez, destinada por voluntad propia, lo que más recordaba
eran mis visitas de niña, cuando mis padres venían en búsqueda de los famosos:
y renombrados dulces de las hermanas de "las manos buenas", que, si
no yerro, creo que así se las llamaba por su destreza en el arte de la
repostería. Lo que ignoraba hasta ese momento era la grandeza moral y talla
humana de la gente y de esta ciudad, que he ido constatando poco a poco. Me ha
satisfecho especialmente encontrar esa grandeza en la gente de a pie, en la
gente trabajadora que cada día se gana el pan más duramente. Ejercer esta
profesión te convierte en un termómetro del pueblo, de sus gentes, y yo, que
siempre he sido una observadora nata, aprendo día a día de las gentes de esta
villa, de su generosidad, de su desprendimiento, de su solidaridad. Es curioso,
pero no recuerdo cuándo ni dónde conocí o me presentaron a una persona que la
villa de La Orotava vio nacer y respecto a la que inmediatamente me
percaté que esta ciudad ha de sentirse especialmente orgullosa: Luís Perera.
Don Luís Perera es persona, personaje y artista. Quién no le ha. visto en los
días de lluvia bajo su gran paraguas, resguardo a veces de niños y mayores, con
su bufanda alrededor del cuello y su ágil figura caminando por las. Calles
de La Orotava. Quién no le ha oído saludar cálidamente a todo el que
conoce, que suele ser todo el que pasa a su lado. Y quién en esta villa no ha
recibido de sus manos una felicitación de Navidad con unos brazos abiertos
(como a modo de refugio, de saludo, o de alegría, aún no lo sé, y creo que tal
vez ni él mimo lo sepa), con una dedicatoria que en sí misma es toda una obra,
porque la pluma de Luís Pecera es una niña juguetona, que dibuja mayúsculas de
ensueño viajando por el texto y minúsculas reverentes que las siguen, sumisas,
al final de un trazo lineal que las atrae. Confieso que nunca he sido amante
fiel del arte de la pintura, mas lo cierto es que jamás me había perdido en un
cuadro como me perdí aquel día. Ese día terminé de entender lo que desde el
principio había intuido: que Luís Perera no era un artista, era un sentimiento
plasmado en su obra.
Me quedé embelesada ante aquel impresionante perfil del padre Teide en su
más cautivadora imagen de primavera, con decenas de retamas en flor a sus pies,
reverenciando su altivez. He de reconocer que perdí la conciencia de estar ante
un lienzo de dimensiones descomunales, que cubría toda una pared haciendo que
ésta se fracturase en mil pedazos para transportar al espectador a lo más alto
de Tenerife en un viaje instantáneo. Me perdí en aquella imagen y fue
difícil regresar a la realidad: Mirar aquella obra era sentir la brisa
seca de Las Cañadas acariciándote la piel del rostro, oler el perfume fresco de
la retama en flor y percibir bajo tus pies el tacto de la piedra caliza sin
haberte movido siquiera de La Oratava. Muchas veces le he pedido a Luís
Perera que me permitiera ver aquella obra de nuevo para comprobar si la magia
se repetía, descubriendo para mi sorpresa que de nuevo aquel cuadro me
arrastraba Jada sí con sólo mirado, despegándome una vez más de la realidad.
Siempre le decía que era su mejor obra, porque atravesaba la pared sin permiso
de su autor y también sin su permiso aprisionaba al espectador dentro de sí,
más allá del lienzo. No era una obra: era "la obra", digna del hogar
del mismo Dios. Sin embargo, después de mucho tiempo pensando que aquél era el
mejor cuadro que Luís Perera había creado, me percaté súbitamente de que la
mejor obra no es la que se pinta, sino la que se derrama literalmente por el
lienzo: sobre un caballete de madera, imponente y sobrecogedora al tiempo, descubrí
la más hermosa que jamás había conocido. Un paisaje solitario de tonos pastel
evocaba un sentimiento incalificable desbordado de esperanza y fe. Sobre el
lienzo de mármol, un nombre de mujer con el mismo apellido que el autor. Bajo
el nombre, las personas que más la amaban, y a su lado, un tajinaste azul
mirando hacia el horizonte, expectante y solo. Reconocí inmediatamente en el
tajinaste a Luís Perera, y en el horizonte, a la mujer que le había
regalado la vida. Sucumbí al silencio, que siempre es mejor que la palabra
cuando es imposible expresar el sentimiento que te embarga: aquélla era, sin
lugar a dudas, la mayor obra de Luís Perera. Y la mujer que la inspiró, un
impresionante paradigma de nobleza, pues sólo una mujer así puede inspirar una
obra de tal calibre. Esa obra es, sin que su autor fuera consciente de ello en
el momento de creada, la puerta del Paraíso, homenaje póstumo a la entrega de
una madre. Y sé que sólo puede haber venido del Cielo……
Exposiciones individualidades: Sala Gaudi, Barcelona, septiembre de 1990.
Olka Galería de Arte La Laguna, mayo 1991. Roglain Galería de Arte,
Barcelona, julio 1991. Sala Llorens, Barcelona, abril 1995. Galería Raami,
Helsinki – Finlandia, febrero 1998.
Exposiciones colectivas; Sala Exposiciones del C.O.A.C. Santa Cruz de
Tenerife, julio 1990. Salón del c.c. Patio Llimona, Barcelona, mayo 1995. Sala
Elizalde, Barcelona, 30 de mayo de 1996.
BRUNO JUAN
ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
No hay comentarios:
Publicar un comentario