Fotografía
correspondiente al final del siglo XIX, del templo parroquial y plaza empedrada
totalmente de Nuestra Señora de la Concepción de La Villa de La Orotava.
Don Miguel
Buenaventura Espinosa de los Monteros y Rodríguez, nació en la
Puerta de la Güira -Isla de Cuba- el 14 de Julio de 1.838,
administrándoles incontinente el Sacramento del bautismo. Apenas contaba cuatro
años, cruzaba el Atlántico en unión de su padre Don Miguel Espinosa de los
Monteros y Padrón y demás familia, con dirección a la isla del Hierro de donde
era natural el autor de sus días, permaneciendo en ella hasta los doce años,
edad en que de allí salió para ingresar en el colegio de San Agustín de Las
Palmas de Gran Canaria, bebiendo en esta a grandes tragos la doctrina práctica
de la fraternidad, de la filantropía y del sentimiento de lo bello que en alto
grado poseía su madre Dª. María de Regla Rodríguez de Apórtela. Esta Señora fue
la cariñosa mentora de su niñez; ella, quien le enseñó a leer y a escribir, e
infiltró en su espíritu soñador y entusiasta el deseo vivísimo del saber y de
poder ser útil a la sociedad. Estudió los cincos primeros años de la segunda
enseñanza, sin contar uno dedicado exclusivamente a las clases propias de la
primera instrucción, en el indicado colegio de San Agustín, viniendo luego a la
ciudad de La Laguna para cursar en el Instituto provincial el último
año del Bachillerato, donde también se gradúa. Pasó luego a la península en el
año 1857, estudiando los tres primeros años de medicinas en la Universidad de
Cádiz y los tres restantes en la central de Madrid, terminado su carrera en
1.861 con inmejorables notas, expidiendo por tanto el título de Licenciado en
Medicina y Cirugía. Regresó seguidamente al lado de su madre y cuando creyó
hacerla feliz con su trabajo, una enfermedad terrible la arrebata de su lado,
dejándole sumido en la mayor tristeza, porque, no lo dudemos, el corazón
de Espinosa reunía todo lo inmejorable y durante su vida, solo lo
consagró a su familia para él tan querida, sí que también, a cuantos tuvieron
la alta honra de tratarle.
Como médico
ilustrado y práctico, mereció siempre el aprecio y distinción de toda su
clientela, sin que por ello dejara de tropezar en el camino de su profesión con
profundos desengaños a pesar de haber sido siempre un verdadero esclavo de la
ciencia; desengaños más que nada, sufridos por su generosidad, consecuencia y
rectitud que dispensaba a sus amigos. Ocupó uno de los mejores puestos
entre los literatos de este archipiélago, bastando para juzgarle, la lectura de
su notable trabajo sobre elegancia leído en la Academia
Médico Quirúrgica de Canarias, de la que era miembro, el magnífico
discurso que así mismo leyó en la velada efectuada en el teatro de esta Villa
el día 7 de Julio de 1.893 relativo a la influencia de la mujer en el
desarrollo físico, intelectual y moral de la humanidad, que elevó más tarde a
la categoría de folleto y dedicó a las madres de familia, y el libro
manuscrito, que como única herencia dejó a su desconsolada familia, con
el rubro “Ecos de mi infancia o Un libro para mis hijos”.
Poeta por
inspiración, escribió los dramas Moraima y El Último Abencerraje, así
como muchísimas poesías, entre otras. El Reo en Capilla y El Torrero de
Cayo Lobo, que honra nuestro parnaso canario. Desde joven se dedicaba al arte
del periodismo difundiendo con su bien cortada pluma las ideas democráticas,
llevando algunas veces las pasiones del corazón humano al terreno ardiente de
la polémica violenta y acalorada; pero aún allí, juraba ante Dios, ante los
hombres y ante el recuerdo de su madre que no procedía nunca de mala fe y que
sostenía sus ideas impulsado únicamente por la fuerza del convencimiento.
Publicó y dirigió en la Villa de La Orotava los periódicos
El Cosmopolita, La Voz de Taoro y el Semanario de Orotava y en Santa Cruz
de Tenerife, donde vivió corto tiempo, la notabilísima revista de
higiene La Salud y El Ramillete. También colaboró en los
periódicos La Federación, El Memorando, Diario de Tenerife, Revista de
Canarias, La Orotava, El Valle de Orotava, El Teide, El Acicate de la
Habana, y en otras publicaciones de Madrid cuyos títulos no se recuerdan.
Desempeñó los cargos de Médico municipal de San Miguel, Guisar y la
Orotava, del Hospital de la Santísima Trinidad de La
Villa y de la Sociedad de seguros mutuos La Previsión.
Fuepresidente del Liceo Taoro, de la secciones de literatura y declamación del
mismo y miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País de Santa Cruz
de Tenerife, del Gabinete Instructivo de la Capital y de la Cruz
Roja.
Escribía Pedro
Bethencourt y Picó, un artículo sobre este erudito doctor, titulado
“HESPINOSAII”, decía: Sea cual fuere el juicio que se forme de sus opiniones
políticas, La Orotava reconoce que él, hombre ilustrado y honrado, y
que atesoró entre otras virtudes, la de La Caridad; se hizo muy digno del
aplauso, y de la consideraciones públicas. Para sus amigos no había muerto,
porque vivirá en ellos su memoria que durará lo que duró su existencia. ¿Como
olvidar nunca su acrisolada virtud y aquellas acciones en que resplandecía su
bondad y su ilustración? No se pudo nunca dejar de recordar sus últimos
momentos en los que en medio de su agonía aun dirigía cariñosamente palabras a
sus hijas dándoles el postrero adiós. En aquellos supremos momentos hubiera
querido darle vida a toda costa; hubieran deseado apartar de sus queridas hijas
el cruel dolor que sufrieron por su ausencia eterna, huérfanas, de su
idolatrado y amante padre. Desde el lugar donde moras, ruega por los que en la
vida le fueron buenos, pues mientras necesitaron sus inspiraciones, que como
espíritu inmortal, podía sobrenadar en el piélago de la eternidad, donde todo
se confunde y donde desaparece la vil materia.
Cándido León
redactaba sus honras fúnebres: El día 19 marzo de 1.898 fue de verdadero duelo
para La Orotava. Impresionando aún todos los ánimos por la sentida muerte
del Dr. Espinosa, parece que la naturaleza quiso también tomar parte en el
cuadro lúgubre y triste de aquellas horas. El cielo, diáfano generalmente,
cubierto de negros nubarrones arrojando sobre el Valle torrenciales lluvias y
desencadenándose amenazadora tempestad, dado el estado del ánimo, se tradujo en
señales de despedidas dadas por la naturaleza en la fulgurante luz del rayo y
el imponente ruido del trueno. Cesó la tempestad; y el pueblo de La
Orotava acudió representado en todas sus clases sociales a rendir el
último tributo al infortunado Espinosa. Pocas veces en nuestra vida, o más bien
dicho, en ninguna, se presenció un acto que causara tanta impresión como el
cortejo fúnebre que acompañaba a la última morada el cadáver de Espinosa. De
una parte el triste aspecto de todo el pueblo reflejado en los semblantes, con
la cabeza inclinada disputándose el llevar el féretro en sus hombros, y de otra
el lúgubre tañido de las campanas y los acordes de la
Charanga militar, cuyas bien interpretadas notas conmovían el abatido
espíritu y hacían brotar de los ojos abundantes lagrimas. El duelo fue
presidido por una comisión del Ayuntamiento a quien acompañaba además
comisiones del Colegio de segunda enseñanza “Taoro”, de los casinos, de
la redacción de Iriarte del Puerto de la Cruz, representantes de la prensa
de la Capital de la Provincia, ciudad de La
Laguna y Villa de Icod, y redacción del Hespéride y Semanario Orotava. El
féretro iba totalmente cubierto de coronas, con sus correspondientes
dedicatorias, entre las cuales se recuerdan: La redacción de Iriarte, El
Ayuntamiento de La Orotava, El “Liceo de Taoro” su digno ex - presidente,
Los profesores del Colegio “Taoro” a su querido compañero, Recuerdo de sus
hijos y hermanas. A Espinosa “Hespéride”, El Semanario de Orotava a su
Director. Ya en el Cementerio; allí, donde concluyen todas las miserias de esta
vida, sin poder articular los labios, ese último adiós que pugnaba por brotar
desde lo más íntimo del alma, solo tuvieron fuerzas para acercases a la fosa y
depositar en ella un puñado de tierra regada con el llanto y con la angustia de
una eterna despedida.
Eduardo
Dolkowsky desde La ciudad de La Laguna, escribía: Que carecía de la
elocuencia necesaria para expresarse de la dolorosa impresión que le causó la
muerte de Miguel Espinosa. Era un hombre honrado en el más alto sentido de la
palabra, y sus actos correspondieron a los ideales por él sustentados. Su
pérdida fue por entonces irreparable evidentemente para sus hijos doblemente
huérfanos. Porqué ¿quién puedes remplazar a una madre y a un padre? Por eso hay
dolores que ni siquiera el tiempo logrará mitigar. Los consecuentes
conciudadanos de Espinosa, deudores a sus valiosos servicios, allanaron a los
hijos del muerto el penoso camino de la vida. Los amigos del hombre
cuya pérdida se lloraba, lo echaron muy de menos, y especialmente en las negras
horas de tristeza y desesperación, cuando cansados de la mentira y de la
suciedad moral que les rodeaba, le hicieron insufrible en la vida, buscando un
alivio a su acongojado corazón y en estrecharle la mano a ese hombre de bien.
BRUNO JUAN
ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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