El acérrimo viajero Richard F. Burton y su inseparable esposa Isabel
estuvieron en las islas Canarias entre 1861 y 1880. Ella sólo estuvo en 1863,
pero Richard visitó Canarias en muchas ocasiones, las suficientes como para
adquirir una visión de las cosas y la vida de los canarios nada desmedida ni
exagerada. Precisamente Burton no duda en identificarse en muchas ocasiones con
los isleños y manifestar su admiración por la cultura local. Especial interés
muestra por el mundo aborigen, la naturaleza insular y el desagradable episodio
protagonizado por sus compatriotas en julio de 1797 bajo el mando de Nelson.
Muchos han sido los viajeros y turistas que han visitado las islas a lo largo
de la historia, personas importantes en el mundo de las artes, la literatura o
la política, pero solamente un puñado destaca.
Uno de esos que podríamos elegir es la figura romántica de Richard F.
Burton, que hoy día es visto con nuevos ojos y su importancia está cobrando
nueva dimensión. En la Villa de la Orotava se hospedó en el entonces Hotel
Hespéride, que estaba en la hoy conocida casa de Brier, situada al final de la
calle La Carrera, exactamente frente a las famosas casas de los balcones.
Casona que antes de su gran incendio ocurrido en el año 1841, donde estaban las
casas consistoriales, cárcel, cuartel y escuelas.
Con anterioridad había sido el colegio de la compañía de Jesús hasta la
expulsión de España de los jesuitas. Con el incendio se perdió todo el archivo
histórico de la Villa y siendo Hotel después de su reconstrucción, se
hospedó Burton y su esposa Isabel, para subir al Teide.
El capitán Sir Richard Francis Burton (Elstree, Hertfordshire, 1821-Trieste
1890), escritor, militar, místico, científico, explorador, diplomático y agente
secreto del gobierno británico, es el paradigma del erudito aventurero del
siglo XIX, convertido en leyenda viva para sus propios contemporáneos. Fue el
primer occidental en ver la Piedra Sagrada de La Meca y en hacer el peregrinaje
(ataviado con el disfraz completo) de La Meca a Medina. Fue además cazador de
tesoros, y espía durante la guerra de Crimea. Entre 1883 y 1888 publicó sus
traducciones de las Mil y una noches, El jardín de las delicias y el Kama Sutra
(el “Tratado del placer”); se dice de él que llegó a dominar treinta y cinco
lenguas orientales. Y, sin embargo, escribía, en su madurez: “El gran solaz de
mi vida lo hallé en la sala de esgrima”.
Lo traemos a mi blog personal y altruista “EFEMÉRIDES”, pues fue huésped de
la Villa de la Orotava, al final del siglo XIX, se hospedó en el Hotel
Hespérides, en la calle la Carrera, edificio que fue colegio de los Jesuitas y
posteriormente, fue casa consistorial, cárcel, y escuela.
Hablaba más 30 de lenguas y otros tantos dialectos, trabajó como espía,
descubrió el lago Tanganica y fue el primer europeo que entró en La Meca.
Además, este aventurero inglés, nacido en 1821, tradujo libros desconocidos en Occidente
como "El Kamasutra" y escribió más de 40 obras.
Fue paradigma de los viajeros ilustrados decimonónicos, políglota
consumado, escritor erudito y aventurero por los continentes de la Tierra,
autócrata convencido, espadachín, espía, diplomático... En su Inglaterra natal
no quisieron rendirle los honores que, sin duda, mereció por sus proezas.
Nacido el 19 de marzo de 1821 en Elstree, Hertfordshire (Inglaterra),
pertenecía al seno de una familia de militares inscrita en la más rancia
ortodoxia británica. Sin embargo, el pequeño Richard adolecía de espíritu
disciplinado y pronto dio muestras de que su vida sería excitante.
Estudió en Oxford, lugar donde retó a duelo a su primer enemigo, tras
haberse burlado éste de su frondoso bigote. No en vano, con el tiempo fue
considerado el tercer espadachín del imperio británico, pues la esgrima era su
verdadera pasión. En 1842 eligió la carrera militar con un primer destino en
Sind (La India), donde permaneció siete años en calidad de oficial adscrito a
la Compañía de las Indias Orientales.
En ese lugar descolló en el aprendizaje de diversos idiomas locales, lo que
le proporcionó gran prestigio por su gran capacidad políglota. Según se cuenta,
llegó a dominar más de 30 lenguas y otros tantos dialectos. Esto incrementó su
curiosidad por el entorno que le rodeaba y, en 1853, fue el primer europeo
occidental que entró disfrazado de peregrino afgano en las ciudades de La Meca
y Medina, auténticos santuarios del islam prohibidos para los que no profesaran
la fe de Mahoma. En ellos observó con ojos de cronista las grandes reliquias
veneradas por los ismaelitas, verbigracia la misteriosa piedra negra de La
Meca, en la que el inglés creyó ver y, con razón, un meteorito.
Más tarde, se interesó por el continente negro explorando, en compañía de
tres jóvenes oficiales británicos, las latitudes pertenecientes al cuerno de
África. Durante esta aventura resultó herido; se hallaba en mitad de una
refriega entre tribus hostiles cuando una lanza somalí impactó contra su
mandíbula. Una vez recuperado, fue llamado por su gobierno para trabajar como
agente secreto en la guerra de Crimea, conflicto en el que prestó, gracias a su
innegable habilidad con los disfraces, un magnífico servicio.
Su aspecto físico era el de un hombre fornido de elevada estatura y tez
morena, por lo que muchos amigos le apodaban gitano. Esta morfología, junto a
su facilidad para hablar con pulcritud extrema y sin acento extranjero idiomas
como árabe o parsi, le permitió fundirse con las diferentes poblaciones y gentes
que iba visitando.
En 1857 regresó a África para iniciar, en compañía del capitán John Hanning
Speke, la enigmática búsqueda de las fuentes del Nilo. Un año más tarde, tras
múltiples vicisitudes y enfermedades, ambos exploradores descubrieron el lago Tanganica.
Pero Burton no sólo debe ser recordado por sus trepidantes peripecias
geográficas, sino también por ser un versado escritor capaz de transmitir
múltiples sensaciones heterodoxas en unos 40 títulos, alguno de ellos de
recuerdo imperecedero como Las montañas de la luna. Asimismo, realizó
traducciones muy bellas sobre libros orientales casi desconocidos hasta
entonces: El Kamasutra, El Ananga Ranga o Los cuentos de las mil y una noches.
Viajó constantemente buscando rendir homenaje ante las tumbas o lugares
transitados por hombres, como el explorador inglés Thomas Coryat o el poeta
portugués Luís de Camoens, que le inspiraron en su trayectoria vital. Es
difícil compendiar en pocas líneas todo el saber acumulado por Burton. Fue un
rebelde provocador que se enfrentó a la rígida sociedad victoriana invocando
los beneficios de la poligamia mientras luchaba contra la esclavitud, incluso
llegó a tener devaneos con las ciencias ocultas, por lo que algunos le tacharon
de alquimista satánico.
Lo cierto es que fue un experimentador nato, que sentía interés por todo en
una búsqueda constante del espíritu. Esto le llevó a merodear por diferentes
religiones: el cristianismo o el islam, aunque al final se decantó por el
sufismo oriental, mientras se casaba con la católica Isabel Arundell.
Su patria, lejos de grandes reconocimientos, sólo le concedió oficio de
embajador en lugares remotos como Sao Paulo, Damasco, Fernando Poo o Trieste,
donde falleció de forma repentina el 20 de octubre de 1890. Tras el óbito, su
mujer, en un gesto poco aclarado, quemó sus documentos y manuscritos privados,
con lo que evitó que se supiera más sobre su azarosa vida. En Inglaterra se le
negó la gloria que le pertenecía, cuando el gobierno no autorizó que su cuerpo
reposara en el panteón de hombres ilustres de Westminster. En todo caso, es un
simple detalle que no oscurece la biografía de este hombre amante del amplio y
misterioso mundo que le rodeó.
Un sujeto alto y de aspecto feroz anda por el cementerio de la ciudad india
de Surat -sede de la Honorable Compañía de las Indias Orientales- en busca de
la tumba de Coryat, un inglés nacido en 1577, que había llegado a pie hasta
Asia y tras una visita al Gran Mogol, se quedó a vivir en Surat, como sabio
mendigo. La tumba de Coryat no aparece y el oficial británico de cabeza rapado,
llamado Richard Burton, se queda sin cumplir uno de los fines de su vida,
localizar las tumbas de los hombres que le han fascinado, sean guerreros o
lingüistas sedentarios. Pronto estará en camino de un nuevo destino, voraz con
su propia leyenda, grafómano y despótico, escuchando los alaridos de los simios
y el tronar de las caracolas que llaman a los fieles a la oración vespertina,
de nuevo hacia otro acantonamiento y otra aventura, mientras los graznidos de
los pavos reales -así lo describió- se despiden del sol hasta el día siguiente.
Así conseguiría descubrir el lago Tanganika y entrar secretamente en La Meca.
Quizá por ser más aventurero que explorador, Richard Francis Burton fue un
hombre que continuamente parece estarse reinventando: Oriente fue su mejor
encarnación, como luego iba a conocer la gloria africana al pisar el suelo deHarar, la ciudad sagrada
del este de África, de donde no había vuelto ningún intruso occidental.
La reedición de El Capitán Richard F. Burton, de Edward Rice, pone de
nuevo en escena aquel gran experto en dramatismo, una especie de
"diccionario políglota andante" que en el futuro habría de brotar de
él como si Richard Francis Burton, por sí solo, fuese la fuente de la
protolengua, del lenguaje primordial, aglutinante y dotado de siete casos o
inflexiones, según su biógrafo. Otro estudioso de la personalidad de Burton ha
dicho que lo extraño es que, aunque tuviera el coraje de un hombre de la era
isabelina y una salvaje energía animal, el afán por la catalogación corresponde
al estilo victoriano.
El gnosticismo le atraía, frecuentó la práctica islámica y parece ser que
acabó más bien entregado a los misterios del sufismo, pero no sin dejar de
suponer que la idea de un Dios resulta fuera de lugar. Había visto la piedra
negra de La Meca y supuso que era un aerolito. El explorador autócrata odiaba
la esclavitud; el héroe victoriano creía en los beneficios de la poligamia;
tras la vía erótica del täntra, aparece el Burton sufí. En conjunto, sus
contemporáneos le odiaron bastante. Es de suponer que su gran cinismo le libró
de recibir más ofensas. Pasada ya la juventud, casarse con la bella y católica
Isabel Arundell fue una de sus más arriesgadas peripecias. Para entonces ya
estaba muy cansado y alcohólico. Ocupaba puestos diplomáticos secundarios, como
Fernando Poo y Trieste, donde muere.
Hacia 1867 ejerció en el Brasil el cargo de cónsul británico. Fue autor de
excelentes versiones de El jardín perfumado o Las Mil y Una Noches, traductor
de Camoens y Catulo, y autor de The Book of the Sword y de La Casida, publicada
ahora por primera vez en nuestro idioma.
Tal vez escrita antes (en 1854) que la famosa versión inglesa de las
Rubaiyyat de Omar Jayyam realizada por Edward Fitzgerald, tal vez influida por
ésta, La Casida se publicó en 1880, supuestamente traducida por "Frank
Baker", uno de los seudónimos de Burton, y atribuida a un peregrino persa,
Hach Abd el-Yazdí. El supuesto traductor le añadía unas extensas notas finales
en prosa, en las que analizaba y explicitaba el contenido filosófico y
teológico (más bien agnóstico o incrédulo) del poema. Burton no quiso admitir
públicamente la autoría de la obra, aunque su viuda sí lo haría póstumamente.
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
Muy interesante. Se lee muy bien.
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