El amigo de la infancia en la Calle El Calvario de La
Villa de La Orotava; JUAN DEL CASTILLO Y LEÓN. Remitió entonces (03/01/2011)
estas notas, que tituló “UN CABALLERO DE LA OROTAVA”.
PUBLICADAS EN EL “MIRADOR DE HUMBOLDT” ABC
(CANARIAS) el día tres de enero del 2011: “…SERÁ, CON EL TIEMPO, UN MITO DE NUESTRO PUEBLO, UNA
LEYENDA ÁUREA DE ESTA ÉPOCA DESCREÍDA QUE NOS HA TOCADO. EL 17 DE DICIEMBRE
2010, falleció, tras larguísima y sufrida enfermedad, Juan Zárate, muy querido,
en la Villa, por su bonhomía y espíritu casi beatífico. Para mí, era preceptivo
asistir a su entierro. La suntuosa Concepción estaba abarrotada, al igual que
las calles adyacentes. En el atrio del templo fue recibido por la Sacramental
de la parroquia —una de las más antiguas de la diócesis—, envueltos los
hermanos en sus vistosas y, a veces, apolilladas hopas. Emotivo cortejo el de
la familia doliente, avanzando por la nave central, con hijos y nietos
abrazados, dando guardia a los mayores: las dos hermanas vivas de Fina, Rosario
y Rosa; y en especial, ésta, hecha un dolor sin orillas.
La misa la celebró el párroco, don Antonio Hernández
—un lujo de La Orotava— que al terminar —algo insólito en esta liturgia— pidió
un aplauso para Juan que los fieles hicieron interminable y atronador. Su hijo
Agustín leyó una carta que desde Úbeda (Jaén) había enviado el salesiano Felipe
Acosta, al que el matrimonio apadrinó en su ordenación y primera misa;
orotavense que ejerce, fue compañero de colegio mío y provincial de la Orden.
Entre otras cosas, escribió: «Hemos compartido, muchas veces, la mesa pero,
sobre todo, hemos compartido la vida, sus inquietudes, la entrega y sus
preocupaciones por los hijos». Y su hija Mila, evocó la persona de su padre con
diez epítetos, como el número de hermanos: humilde, sencilla, austera, honesta,
serena, paciente, firme, generosa, valiente e íntegra. Solo conozco a tres de
los hermanos: Juan, Piko y Fina —Finita la llamaba él—. Tenía, tiene unos ojos
rutilantes. Con un color que varía según las horas: zafiro, aguamarina, verde
uva. Me deslumbraron, ayer, en la primavera de la vida. Y siguen haciéndolo,
hoy, cuando para mi es otoño.
Juan, al que bautizaron con muchos nombres —costumbre
de la familia— nació, en La Orotava, el 15 de diciembre de 1925, durante la primera
dictadura. Estudios primarios y bachillerato en los colegios de La Milagrosa,
con las Hijas de la Caridad, entonces en la calle Verde y en el colegio de San
Isidro —construido los años anteriores y abierto en 1919—, en la misma calle,
con los Hermanos de las Escuelas Cristianas. En el primero, como yo más tarde,
vistió uniforme azul con cuello marinero; en el verano, se aliviaba con blusa
blanca. Casó, en 1957, con Josefina Salazar, en la ermita de la hacienda de
Zamora (Los Realejos), propiedad de su padre, Fernando Salazar, presidente de
la Mancomunidad y de la Junta del Puerto, anfitriona de nuncios, blanca de las
sátiras de Gil Roldán, damnificada del innombrable Orbaneja, acaso el primer
contribuyente del Catastro... El semanario «Canarias», de la época, dedica al
enlace dos columnas, ilustradas con la foto de los novios, «pertenecientes a
las familias del mayor abolengo».
Una anécdota de su paso fugaz con las monjitas, en
1932. Las alumnas rezaban el rosario cantando. Hubo que hacerlo rezado por las
protestas de un vecino de la acera de enfrente, el alcalde Lucio Illada. Por
otra parte, con biografía meritoria, novelesca casi. Recientemente, ha sido
nombrado Villero de Honor. Título, por cierto, que se está choteando. Pero esto
es otra historia. En fin, en lo de la queja, todo un prezapatero. Botón de
muestra de lo bueno, en el mejor sentido machadiano, que era Juan. Por no saber
decir que no, salió avalista de un irresponsable «colateral» que puso en riesgo
su patrimonio, que casi le arruina. Pues, pasado este calvario, se lo tropieza
por la calle y lo saluda como si nada. Frente a tanto fariseo, nuestro hombre
sí que practicaba el evangelio de San Mateo: ponía la otra mejilla. El amigo
muerto se hizo un experto en arte, nos ha legado un catálogo de antología,
obligada consulta para especialistas. Su familia consorte heredó la magnífica
colección de José Bethencourt y Castro. Colección que lamentablemente, hoy,
está diseminada; hasta Australia ha ido a parar un cuadro. Mapfre, por
iniciativa de Alfonso Soriano, quiso reunirla en una exposición. Proyecto que
fracasó. En suma, Juan se enorgullecía como lo mejor de su patrimonio, de su
herencia, de una pintura atribuida a Antoon van Dyck. De grandes dimensiones,
representa a Cupido, el dios del amor.
Juan Zárate murió en la festividad de San Lázaro de
Betania, resucitado por Jesús al cuarto día. En la Villa, en el Valle, en la
isla es ya creencia popular que este siervo de Dios voló de súbito al cielo,
sin escalas, sin purgatorios. Y será, con el tiempo, un mito de nuestro pueblo,
una leyenda áurea de esta época descreída que nos ha tocado…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ
ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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