sábado, 24 de junio de 2017

CUATRO SIGLOS DEL TEMPLO PARROQUIAL SAN JUAN BAUTISTA DE LA VILLA DE LA OROTAVA, (1604 – 2004)



La Fotografía corresponde a una tarjeta postal del año 1912, que conservo en los archivos de mi abuelo materno Bruno Abréu Rodríguez, puesto que esa niña de 4 años que baja por la acera izquierda de la popular calle de San Juan de La Villa de La Orotava es mi querida madre María del Carmen Abréu González con cuatro años de edad.

La parroquia de San Juan se en­cuentra ubicada en pleno casco his­tórico de La Villa de la Orotava, con­cretamente en el populoso barrio llamado  El Farrobo y cuya denominación obedece al portugue­sismo que en castellano servía para designar al algarrobo. No obstante este topónimo ha dejado de usarse en esta zona de La Orotava y se ha sustituido por el de Villa de Arriba o simplemente San Juan. Pero para conocer la historia de la parroquia hay que remontarse a sus orígenes como. Ermita integrada a la jurisdic­ción eclesiástica de la Concepción.
El origen de la iglesia de San Juan lo podemos situar a principios del siglo XVII, al ser el número de habi­tantes del barrio suficiente por aque­llas fechas como para demandar un lugar de culto propio y no tener que desplazarse a la iglesia de la Con­cepción a cumplir las obligaciones religiosas.
En el año 1606 se fundó una ermi­ta, pero sólo de forma documentada o sobre el papel. Don Francisco de Valcárcel, alfé­rez mayor y regidor perpetuo de Tenerife, cedió un terreno, en 1608, para que los vecinos hicieran esa ermita. La superficie cedida era de 21 x 12 metros. Y como los nobles de antaño estaban habituados a dar cosas materiales, que les sobraban, a cambio de "favores espirituales”, don Francisco puso como condi­ción que en esa ermita-iglesia se re­servara lugar para tres sepulturas destinadas a su familia. Con las contribuciones económi­cas de los vecinos y limosnas - ayudas de muy diversa procedencia, se inició la construcción el 15 de mayo de 1608. No cabe duda de que la mayor contribución vecinal sería la mano de obra, tan abundante, bara­ta y eficaz. Las obras duraron unos diez años. El documento que testifica la utilización de la ermita - iglesia para su fin, data de 1634.
El día de San Juan, de ese año, se celebran ceremonias religiosas en honor del Santo Patrón­ no de los labradores de la zona. A partir de esos años se regulariza la práctica de culto en el lugar. De la primitiva ermita apenas queda más que su pórtico: una portada de frontón partido que en la actualidad es impenetrable y de­cora la trasera exterior de la capilla mayor en la plazoleta de El Fa­rrobo.
Es digna de referencia la utiliza­ción que hacen los frailes agustinos de la ermita-iglesia de San Juan, hasta que se levanta su convento en la Villa de Abajo. En palabras de Viera y Clavijo "hacia 1645 ya esta­ban establecidos en el barrio de San Juan, utilizando su ermita como cen­tro conventual...”
Esta ocupación de los agustinos tuvo sus ventajas para la diversifica­ción de cultos, pues además de hon­rar al patrón San Juan se favoreció el culto a la Virgen de los Remedios, San José, Santa Lucía...
La distribución de las imágenes en el recinto religioso pone de mani­fiesto que en 1673, la Iglesia estaba adaptada al culto en toda su varie­dad. El retablo del altar mayor con tres nichos: en el centro Nuestra Señora de los Remedios, en: el lado del evangelio San Juan y en el de la epístola, San José. En otro altar Santa Lucía y un Niño Jesús pequeño. Hasta el año 1681, en el que se crea la parroquia de San Juan Bau­tista del Farrobo, la vida de la ermi­ta-iglesia y sus feligreses estuvo orientada a tener parroquia propia. Los pasos más destacados en este proceso fueron: La petición recibida por el obis­po de Canarias para crear dicha parroquia y que no podía aten­der por no quedar vacante nin­guno de los cuatro beneficios (o asignaciones económicas-parro­quias) existentes en la Concep­ción, una de las cuales podría pasar a San Juan. La propuesta de los tres beneficiados - párroco de la Concep­ción para que al haber quedado vacante uno de los beneficios, éste pasara a quedar integrado en El Puerto de la Cruz y San Juan. La propuesta del propio obispo de Canarias al rey Carlos II para la asignación de una "ayuda res­tringida" a San Juan pero depen­diendo de la Concepción.
La fundación en 1680, en San Juan, de una capellanía de misas rezadas. Por fin el 19 de marzo de 1681 se trasladó el Santísimo Sacramento en solemne procesión desde la Con­cepción a la ermita de San Juan. Con esta ceremonia quedaba plenamen­te establecida la parroquia, una vez creada sobre el papel a través de la Real Cédula del rey Carlos II, emiti­da el 15 de abril de 1680. Se dividía así la única parroquia existente, la Concepción, lo que provocó los enfrentamientos por fijar los límites parroquiales que quedaron estable­cidos en 1683.
En estos límites que­dó patente la diferencia de ambas parroquias: la parroquia matriz de la Concepción obtuvo en su jurisdic­ción todos los conventos así como la población pudiente; en cambio en San Juan vivía la población más humilde y empobrecida, incapaz de prestar apoyo económico a la pa­rroquia. Ermita de un campanario con las correspondientes campanas; un altar para el Ángel de la Guarda; una pila bautismal, un nicho para la Virgen de los Remedios, etc.
No sólo mejoraron el aspecto constructivo sino que la llegada de nuevas imágenes permitió que, a finales del siglo XVII, la iglesia con­tara con un conjunto de imágenes muy apreciable: San Juan, la Virgen de los Remedios, San José, el Niño. Unos veinte años después de hecha la iglesia se proyectó la cons­trucción de la torre, en principio con cubierta de tejas. En las cuentas pa­rroquiales de los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX aún figuran partidas para tal fin.
En los años sesenta del siglo XIX, se construyó el capitel de la torre, en forma de bulbo y terminado en pirá­mide; sobre ella una veleta. Todo el conjunto presenta un cierto estilo portugués.
En el siglo XX la iglesia sufrió pocas transformaciones estructurales por lo que el conjunto que podemos contemplar hoy es el mismo de me­diados del siglo XIX; es digna de re­señar la reforma que se realizó en la fachada oeste, en 1916, en la que se cubrió la antigua fachada al estilo tradicional canario y se colocó la ac­tual, o los retoques que se hicieron en los huecos de las campanas en 1946.
El templo consta de una sola y muy amplia nave, cubierta con arte­sonado de estilo mudéjar y crucero con "cúpula" artesonada, que se pro­longa hasta la capilla mayor. Visto desde fuera, el conjunto ar­quitectónico de San Juan ofrece una grata impresión de "controlada ma­jestuosidad" o "grandiosa modestia", con algún apunte de originalidad como la torre.
Destacable es también un peque­ño balcón de tea en la fachada norte y la puerta existente bajo este bal­concillo que en sus cojinetes centra­les recoge varios motivos de calave­ras con tiara, bonete, mitra y corona real en clara referencia a su uso como primitiva capilla mortuoria de la parroquia.
La Iglesia de San Juan Bautista destaca la imagen del Cristo de la Columna, obra Sevillana de Pedro Roldán.  El historiador  del Arte don Carlos Rodríguez Morales indica; que tras el proceso de restauración llevado a cabo por don Pablo Amador Marreros, con el que la pieza recupera valiosos aspectos mitigados por el paso de los años, se puede confirmar el alto valor artístico del Señor Atado a la Columna de la parroquia de San Juan Bautista de La Orotava, lo cual se supone que una mano genial  - la de Pedro Roldan -  intervino debidamente asistida por sus colaboradores (operarios).  Este proceder habitual en los talleres  de imaginería, conlleva un reparto de las distintas fases del trabajo en función de las especialidades de cada miembro.  Esquema que fue - sin duda - seguido en la realización del Cristo a la Columna de Farrobo (La Orotava), cuya calidad en el tallado acusa la intervención magistral de Pedro Roldán. La restauración de esta escultura de  soberbia anatomía y elegante misticismo, constituye un afortunado homenaje al imaginero sevillano cuando se cumple el tercer centenario de su fallecimiento (......)
Pedro Roldán y Onieva vivió el espectacular ambiente sevillano del periodo comprendido entre los años 1647-1699. Se mueve y trabaja en la ciudad hispalense, identificándose con el maravilloso conjunto   - síntesis de la Sevilla del XVII que es la iglesia de La Caridad, los templos del Sagrario, San Pablo, los pasos procesionales de las cofradías sevillanas. Dejando magnificas creaciones expresivas de la mejor imaginería. En la ciudad de Los Cármenes (Granada) Pedro Roldán y Onieva se apunta como aprendiz en el taller de escultura del que iba a ser su gran maestro Alonso de Mena, y de acuerdo a las costumbres de la época, vivió en casa del maestro, ascendiendo a oficial en dicho taller, en el que permaneció hasta su muerte, ocurrida en 1646. Años después decide regresar a su Sevilla eterna, encontrándose con la fama de los escultores Juan Martínez Montañés, Felipe de Ribas y José de Arce, todos ellos eran muy solicitados.  Sin embargo Roldán retornó con solo 23 años, con un espíritu emprendedor, porque la providencia le reservaba un papel importante en la trayectoria del arte sevillano, además monta su propio taller en la plazoleta de Valderrama, por el barrio de San Marcos, no adscrito a ningún otro taller. En el año 1651, traslada su taller y vivienda a unas casas de la colación de Santa Marina; allí nació su segunda hija, Francisca, y, en 1654, Luisa Ignacia, llamada con el tiempo a ser famosa escultora, como “La Roldana”.  En la colación de la Magdalena, donde vivió unos diez años, sus hijos Isabel (1657), Teresa (1660), los gemelos Ana Manuela y Marcelino José (1662) y Pedro de Santa María (1665), nacieron y se bautizaron en dicha parroquia. Murió cristianamente en los primeros días de agosto de 1699 a los sesenta y cinco años de edad y en la misma plaza donde residió al llegar a Sevilla, cincuenta y dos años atrás. Fue enterrado el día 4 de dicho mes de agosto en una cripta de la parroquia de San Marcos, debajo del retablo de nuestra señora del Rosario.  Un valioso testimonio para conocer la fisonomía de Roldán es el retrato hecho a lápiz rojo, de 23 por 17 centímetros. Aparece como hombre de no muy alta estatura, de contextura delgada, quizá de temperamento nervioso. Rostro barbado, grandes ojos vivos, nariz recta, frente amplia, cabello escaso y con franca expresión de bondad. Parece ser que es un dibujo de Roldán cercano a los sesenta años; y puede advertirse un natural cansancio, preocupaciones, acentuados por un pronunciado ceño y frente surcada de arrugas. Luisa la tercera de las hijas que falleció joven en Madrid donde había montado un taller, evidencia que su padre no se oponía a su espíritu emprendedor, aspirante y de religiosidad manifiesta, caracteres trasuntos en la mayoría de su obra. A pesar de este testimonio es cierto que Pedro Roldán fue cristiano devoto, movido por la espiritualidad del barroco trentino, y el ultimo de los grandes maestros de la escuela hispalense. Sus problemas familiares, los apuros económicos, fueron las inquietudes, que modelan su personalidad y definen sus caracteres hasta la culminación de  su obra.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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