Fotografía correspondiente al óleo en color que se conserva en el salón del
pleno del Excelentísimo Ayuntamiento del Puerto de la Cruz.
Nació en el Puerto de la Cruz en el año 1920 en una de las
casonas del muelle pesquero y falleció el jueves 10 de julio del año 2008.
La ciudad turística despidió al ex alcalde y empresario hotelero, Felipe
Machado del Hoyo-Solórzano (conde de Siete Fuentes), que falleció a la edad de
88 años, y que se caracterizó, entre otras cosas, por haber sido el impulsor
del acondicionamiento del litoral de Martiánez, que luego daría lugar, a lo que
se conoce como el buque insignia de la oferta de ocio, en 1967, y que
diseñarían los ingenieros Juan Alfredo Amigó y Luís Olcina y el artista
lanzaroteño universal César Manrique.
La muerte del militar, empresario, político y diplomático tinerfeño causó
hondo pesar en todos los estamentos de la vida social del municipio y
de la Isla. Felipe Machado del Hoyo destacó por su trayectoria humana
y profesional, estaba casado con doña María Luisa Galán Pérez de Marzán, y era
padre de tres hijos: Felipe, Ana Rosario y Juan Víctor, y tuvo seis nietos. Con
tan solo 16 años se enroló como voluntario en el Ejército, para participar
en la Guerra Civil, alcanzó el grado de teniente coronel, y se retiró en
1957, para dedicarse de lleno a la empresa. Su actividad se inició con la
fundación de la residencia Maga y el hotel El Tope, pero de forma paralela
ingresó en política en calidad de teniente de alcalde con Isidoro Luz
Cárpenter. Machado del Hoyo fue mandatario local desde 1963 hasta 1970, período
en que discurre actuaciones tan significativas como el remozamiento del litoral
de Martiánez, la celebración del Festival Internacional de la
Canción del Atlántico. A él le cupo el mérito de la adquisición del solar
para la construcción de las actuales casas consistoriales y haber conseguido
del empresario Guillermo Rahn la donación, entonces, de siete millones de las
antiguas pesetas para levantar el edificio. Los terrenos fueron comprados a don
Richard Yeoward. Su vocación de servicio a la comunidad le llevó a
crear la Agrupación Independiente Portuense (AIP), con la que
concurrió como candidato a la Alcaldía en las primeras elecciones
municipales de la democracia, el 3 de abril de 1979, logrando el acta de
concejal, y formó parte de la comisión permanente de la corporación, con
Francisco Afonso Carrillo, ejerciendo funciones de teniente de alcalde
hasta 1983. A pesar de las lógicas diferencias políticas tuvo gran
amistad con el resto de los integrantes de otras fuerzas políticas, incluso,
acabadas las sesiones plenarias se reunían para comer o charlar, según nos
cuenta su yerno Francisco Gómez, oficial jefe de la Policía
Local. Felipe Machado estuvo íntimamente ligado al sector turístico de
Tenerife, y de hecho, fue presidente de Ashotel (entre 1978 y 1992), y fundador
y primer presidente del Centro de Iniciativas y Turismo (CIT) del Puerto
de la Cruzen 1964. Asimismo, ostentó el cargo de cónsul de Lituania en
Canarias desde 1998. Quienes conocieron y trataron a don Felipe Machado del
Hoyo pudieron apreciar su talante humano, distendido y campechano. Siempre solía
decir que era un hombre del muelle, pues no en vano nació en la antigua casona
de ese entorno marinero.
Juan del Castillo y León amigo desde la
infancia de la calle el Calvario de
La Villa de La Orotava, publicó en el Diario Avisos del 19 de
octubre del 2008: “…En el pasado verano del año 2008 falleció en su
idolatrado Puerto de la Cruz, a los 88 años, Felipe Machado y del
Hoyo-Solórzano, conde de Siete Fuentes. Tuvo un entierro muy concurrido; con un
público variopinto, desde el coburgo profundo al ranillero anónimo, desde el
empresario al camarero. Especialmente emotivo fue el paso de la comitiva
fúnebre por su hotel El Tope. Apostado en la puerta, todo el personal le prestó
el último servicio: un ensordecedor aplauso. En la misa de corpore insepulto,
celebrada en La Peña de Francia, estaban en primera fila, como
arropando a la difícil familia, los regidores de otros tiempos: Felipe Machado
González de Chávez, Marcos Brito y Salvador García, junto a la inefable Eva
Navarro que representaba a la primera edil, la batalladora María Dolores
Padrón. F. M. nació un 16 de mayo. Era un Tauro típico. Llegó a teniente
coronel de Artillería, dejando la milicia para dedicarse al ejercicio de la
política y a la administración de su patrimonio. La época áurea fue la alcaldía
de su ciudad natal, en un próspero periodo de la era de Franco. Fundó, en 1964,
el primer CIT de Canarias. Presidente de Ashotel durante 14 años. En sus
últimos años, fue cónsul honorario de Lituania. Era también don Felipe, como
diría Conrado Brier, "un aguateniente honesto"; lo acreditan tantas
esquelas de comunidades de aguas que nos informaron, en vísperas de las Fiestas
de Julio, de tan irreparable pérdida. Por esto, le unía gran amistad con Pedro
Acevedo, el empresario que lleva en la cabeza todas las galerías y pozos
de la Isla. Pedro habla poco porque ha hecho suya la máxima del
Caudillo: "El hombre es esclavo de sus palabras y rey de sus
silencios". En fin, fue F. M. un exitoso hotelero, levantando un
establecimiento acogedor y bien situado, con habitaciones con vistas, como el
título de la novela. Y XI conde de Siete Fuentes (Puerto de la Cruz,
1920-2008). Título de Castilla otorgado por Carlos II el Hechizado (Madrid,
1661-1700) a Juan del Hoyo-Solórzano y Sotelo, castellano perpetuo del castillo
de San Miguel, en Garachico. Nuestro ilustre desaparecido lo poseyó por carta
de sucesión expedida a finales del siglo XX (BOE del 13 de febrero de 1997).
Heredó el nombre nobiliario de su pariente, Alonso Salazar de Frías (La Laguna,
1911-Puerto de la Cruz, 1993). Era doctor en Derecho, profesor de Internacional
en la cátedra madrileña de Antonio de Luna, amigo del Conde de Barcelona y de
su alter ego en la Isla, Leoncio Oramas. También maestrante de Ronda y
caballero de la Orden de Malta, cuyos llamativos uniformes lucía en
las bodas; a veces, acompañado de una eterna novia que tenía en Madrid. Jamás
mandaba el obligado regalo. Y era el último en marcharse, cuando los camareros
habían recogido, a la hora en que se alumbraba un nuevo día. Sus parientes
de la Villa lo llamaban el conde de Siete Güisquis. Al final, a
cambio de una pensión vitalicia, legó sus bienes a la diócesis. Repitió la
historia de su tío, el VII conde. Lo mejor de su patrimonio era el archivo
familiar que data de los tiempos de la Conquista. También pasó a los
curas la finca, ermita y casona donde vivía, La Fuente de Las Palmas,
ubicada en Buenavista del Norte. Los bienes han tenido trágico destino: del
archivo, con el pretexto de estar catalogándose, nunca más se supo. El predio
fue vendido para campo de golf. La ermita de la Virgen de La
Visitación, donde está enterrado el fundador de la villa, Juan Méndez el Viejo,
cerrada a piedra y lodo y sus cuadros tirados en un sótano del Seminario. Y
ejerció con eficacia el cursus honorem. Fue alcalde durante siete años
(1963-1970) de su ciudad natal. Ya había sido concejal antes y repitió luego,
con la Transición, en el primer mandato democrático. Aprovechó, con
sutileza, el boom turístico de los 60. Durante su alcaldía se produjo el salto
más importante de pueblo a la primera ciudad turística de Canarias. Su
formación castrense le empujó a actuar como un primer edil con firmeza. Rescató
para el pueblo el histórico castillo de San Felipe. El "ramo de
guerra" lo había adjudicado en pública subasta. Y tuvo que emplearse a
fondo con el capitán general Héctor Vázquez para que anulara la contratación. Y
tres botones más de su buen hacer. Impidió a toda costa que se levantara otro
Belair. Las obras del hotel San Felipe habían invadido el cauce del vecino
barranco de Martiánez. Detuvo, durante unas horas, al arquitecto; y no se
amedrentó ante las amenazas de Bartolomé March y su asesor jurídico, un tal
Gálvez. El Chueta se creía que España era una finca de la familia. Por algo, su
padre, Don Juan -"el último pirata del Mediterráneo"- había contratado
para el general el vuelo del Dragón Rapide desde Tenerife a Tetuán, en 1936. Y
puso en su sitio a los funcionarios. Alguno actuaba como tecnócrata, tomaba él
las decisiones que correspondían al nivel político. Como dicen los ingleses,
los servidores públicos a mano pero no arriban. Lo que coincide, curiosamente,
en buena medida, con la filosofía pragmática del alcalde de La Orotava,
Isaac Valencia. "A mí me han elegido los villeros para resolver sus
problemas", dice. Por eso, cuando el típico empleado pegista o el
cagatintas ordenancista le pone trabas, paralizando el expediente, lo llama a
capítulo, lo manda a sentar cortés pero fríamente y le espeta: "De este
asunto sólo tiene que decirme tres palabras, que está resuelto. Puede
irse". Hace años -en 1999, me parece-, en el septembrino veranillo de San
Miguel, durante una conferencia de Marino Barbero -el incansable y polifacético
Isidoro Sánchez había traído a la Fundación Humboldt- , en el Salón
de Sesiones de las Casas Consistoriales portuenses, mi fraternal amigo, el
profesor Pepe Moralejo, me comentó su extrañeza al observar la galería de
alcaldes de la estancia -obra del pintor José Carlos Gracia, al que deseo un
total restablecimiento- y hacerse notar, entre todos vestidos de paisano, uno
que lucía camisa azul -"la prenda militante", la llamaban- y
chaquetón blanco, a lo conde Ciano, típico uniforme del "Glorioso
Movimiento Nacional". Me preguntaba a mí que quién era y mayor fue su
asombro al contestarle yo que se trataba de un conde. La aristocracia cuadró
mal siempre con la Falange que se nutrió -en especial, en la primera
hora- de matones y macarras. Por supuesto, hablo de Felipe. Cambiando de
tercio, tenía un prestigio enorme en el mundillo del turismo de todo el
Archipiélago. Cuando yo era el mandamás del gremio en Tenerife, siempre que iba
a Las Palmas, los dos máximos protagonistas del sector en la Isla
Redonda me lo ponían por las nubes: Pantaleón Quevedo, eterno delegado -el
Opelio de la capital del Archipiélago- y Pepe Moriana, presidente de Ashotel, o
su homónimo, allí. En fin, en mi libro sobre El Puerto de la Cruz...-va a
salir pronto la segunda edición- lo llamaba "el Abel Matutes de
Canarias". Porque F. M. figura, por derecho propio, en el cuadro de honor
portuense de este complicado mundo: Enrique Talg, Gerardo Gleixner -los dos se
fueron de repente, sin despedirme- , Antonio Ascanio, Lorenzo Hernández, Pérez
Abreu. Que estos mal hilvanados renglones lleven mi tardío Pésame a su viuda,
María Luisa Galán Pérez de Marzán, condesa de Siete Fuentes. A sus hijos -en
especial a Ana Rosario, con la que tanto se identificaba- . Y a sus nietos -a
cuya cabeza está Francisco, el predilecto del abuelo, del que heredó la afición
a la caza-. El liberal y marinero Puerto de la Cruz, al que tanto adoro, y
más en los tiempos de vacas flacas, necesita hombres del fuste de Felipe
Machado. Un militar de dura crin, un empresario agresivo y un alcalde digno de
ser cantado en versos calderonianos. En suma, le son aplicables, en justicia,
los dos sustantivos que más valoramos los canarios: un caballero, un amigo, al
que le llegó "el día del último viaje…".
Escribió de Don Felipe Machado el Excelentísimo Señor
DON RAFAEL DE MENDIZÁBAL ALLENDE, Doctor y Licenciado en Derecho por la Universidad Central de Madrid.
Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense. Doctor honoris causa por la Universidad
Autónoma «Benito Juárez» (Oaxaca, México). Magistrado del Tribunal Constitucional. Presidente de Sala del Tribunal
Supremo. Presidente de la Audiencia Nacional. Juez ad hoc del Tribunal Europeo
de Derechos Humanos. Consejero del Tribunal de Cuentas y Contador Diplomado del
mismo. Vocal Permanente de la Comisión General de Codificación. Ha sido Subsecretario de Educación y Ciencia y de
Justicia, Director General de Justicia y Secretario General de Promoción de
Sáhara. Asesor del Presidente y del Gobierno de la República de Guinea
Ecuatorial. Director de la Revista Actualidad Administrativa-La Ley. Premio
Nacional de Periodismo África. Y Premio Nacional de Urbanismo. Que tituló “FELIPE MACHADO”: “… El hombre es hijo de sus obras. Cervantes lo dijo con
sencillez y él fue ejemplo de esa nueva nobleza, que no anulaba la anterior
nacida en actos de servicio y luego heredada, no pocas veces acrecentada por
los descendientes para emular a los abuelos. Pues bien, Felipe Machado del Hoyo
Solórzano es un ejemplo preclaro de la conjunción de las dos aristocracias, la
que tiene origen en el ADN y la que se gana por los méritos propios. Conde de
Siete Fuentes desde 1987, el undécimo de la estirpe, merced de la Corona de
Castilla concedida por el último Habsburgo, Carlos II de Austria el Hechizado a
Juan del Hoyo Solórzano y Sotelo, castellano perpetuo del Castillo de San
Miguel en Garachico, Felipe Machado, nuestro amigo por siempre, conquistó
también su propio señorío con su valor cuando fue necesario y su trabajo de
todos los días. En plena juventud, recién cumplidos sus dieciséis años, Felipe
se vio arrastrado al vórtice de un huracán de muerte y destrucción que conmovió
trágicamente los cimientos de la convivencia entre los españoles. España se
abrió en dos, escindida por un seísmo de odio y violencia, de odio destilado
lentamente como dijo Manuel Azaña, que había sido uno de sus más activos
alquimistas. Los veinticinco millones de españoles se dividieron en dos bandos y se organizaron en dos
zonas, la republicana la roja y la
nacional o fascista, ambas muy lejos de toda visión democrática. Cada uno luchó
por una España mejor (salvo los asesinos de las retaguardias) y lo hicieron con
un valor supremo reconocido por los espectadores que contemplaban la lid desde
Londres, Berlín, París, Roma, Moscú o Washington. No fue una guerra entre las
Brigadas Internacionales de la Komintern y la Legión
Cóndor o las Tropas Voluntarias Italianas, con la ayuda de la Legión y los
Regulares, caricatura despreciable y ofensiva hasta para quien la dibuja. Fue
una lucha entre media España y la otra media que pretendían animosamente el
exterminio mutuo.
Pues bien, en esta circunstancia histórica - dentro de la terminología
orteguiana - el casi adolescente Felipe tomó partido por una de las facciones,
la sublevada. El Comandante General de Canarias había volado hacia Tetuán para
hacerse cargo del Protectorado y del Ejército de África, dejando el
archipiélago bien asegurado. Consiguió la estrella de Alférez Provisional en el
Arma de Artillería y, con mayor graduación quizá, estuvo en la batalla del
Ebro, "fea" pero decisiva. El caso es que entre otras condecoraciones
le fue impuesta la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo y, una vez
advenida la paz, sirvió cerca de diez años en el Pirineo aragonés. Por allí
intentaron entrar en 1945 unos miles de milicianos comunistas que prácticamente
fueron aniquilados en pocas jornadas.
Cuando doblaba
la mitad del Siglo, a principio de la década de los cincuenta, Felipe Machado
guardó el uniforme y se retiró' voluntariamente de la milicia, llevando en la
bocamanga las dos estrellas de ocho puntas, los dos "huevos fritos",
de teniente coronel.
Entonces, con treinta y pocos años, regresa: a su tierra natal "al
paso alegre de la paz" -era su canción-, abriendo un nuevo capítulo en su
biografía, el, del trabajo diario en una doble vertiente, la personal y la
pública. Como empresario su actividad se centró en el 'sector turístico que,
por entonces, empezaba a levantar cabeza. Aun cuando nunca olvidara su veta de
agricultor y esa doble vocación en la vida privada la llevó a la política.
Desde 1953 fue teniente de Alcalde del Ayuntamiento de El Puerto de la Cruz,
llevando luego el bastón de Alcalde siete años, entre 1963 y 1970. Durante su
mandato consiguió el mayor desarrollo turístico para la ciudad y su comarca en
el marco de la "década prodigiosa" que cambió por completo la
estructura social y económica de España, cuyo crecimiento se hacía a un
promedio del 7,2 % anual hasta colocarse en el noveno puesto de los países
industrializados. El Alcalde Machado supo aprovechar la marea alta del boom
turístico y del desarrollo económico en beneficio de sus conciudadanos. Fue
fundador y presidente del primer Centro de Iniciativa y Turismo de Canarias en
1964 y de la Asociación Hotelera de Tenerife entre 1978~y 1992, durante-catorce
años, Consejero de la Cámara Oficial de Comercio Industria y Navegación y de la
Sociedad Anónima de Promoción del Turismo, Naturaleza y Ocio del Gobierno de
Canarias (Saturno) y vocal de la Mesa Nacional de Turismo de España. Para su
retrato al óleo en la galería de Alcaldes vistió la guerrera blanca y la camisa
azul de los falangistas. Yo que nunca lo fui, aprecio su coherencia tan
distante del cambio de casacas de tantos.
Un día aciago, ese día que a todos llega, la enfermedad, el terrible
cáncer, que también se llevó a otros compañeros del Grupo, hizo presa en él y
frenó en seco su marcha siempre animosa. Hizo frente a la adversidad con valor,
luchó lo que sus fuerzas le permitieron hasta que se dio cuenta, porque lo
supo, que todo era inútil y el fin se acercaba. Le vi con frecuencia en esa
última etapa, afable siempre y con la mirada de sus ojos claros dirigida ya
hacia el interior y hacia arriba. La vida le había tratado cruelmente,
hiriéndole en lo más sensible de su condición de padre. Por fortuna, no le
faltó la presencia constante a su lado de su compañera de siempre, su esposa
doña María Luisa Galán Pérez de Marzán ni el cariño de sus hijos Ana y Juan
Víctor. Desde el jueves 10 de julio de 2008, descansa en paz en la tierra de la
que fue hecho y bajo el limpio cielo de su isla, a los pies del Teide. Gracias
Felipe por tu amistad.
La prensa canaria se hizo eco del discreto mutis por el foro de Felipe
Machado no limitándose a dar la noticia escueta, sino acompañándola de una
reseña biográfica y la correspondiente fotografía, como Tenerife Norte
del día siguiente con el titular ''La ciudad despide hoy al alcalde que
impulsó el Lago de Martiánez" o en el Diario de Avisos, del sábado
12 anunciando su funeral de "córpore insepulto" en la iglesia de
Nuestra Señora de Francia en el Puerto de la Cruz. La semana siguiente el 19,
el mismo Diario daba acogida a un artículo de Juan del Corral, del que destacó
un comentario "cambiando de tercio, tenía un prestigio enorme en el
mundillo del turismo de todo el Archipiélago”. Por su señorío consiguió ser
tratado hasta el final con el respeto que merecía, teñido del afecto ciudadano
que también había sabido ganar…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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