Pregón de las fiestas Mayores de la Villa
de La Orotava que leyó el amigo de la Villa; SANTIAGO GONZÁLEZ SUAREZ, el
martes día 16 de junio de 2009
a las 21 horas en el Salón de Plenos del Ayuntamiento.
“…Felices Fiestas del Corpus y San Isidro!: “LA VILLA DESDE UN POSTIGO”: “Si
tuviésemos la fuerza suficiente / para apretar como es debido un trozo de madera,
/ sólo nos quedaría entre las manos / un poco de tierra.
Y si tuviésemos más fuerza todavía / para presionar con toda la
dureza / esa tierra, sólo nos quedaría / entre las manos un poco de agua.
Y si fuese posible aún / Oprimir el agua, / ya no nos quedaría
entre las manos / nada.”
El poema es de Ángel González y lo tituló ESTO NO ES NADA. Y
estos versos me sirven para iniciar la lectura de un pregón en mi pueblo,
reivindicando como les decía la otra noche a dos amigos, Agustín y Mercedes, el valor de la normalidad, de lo
cotidiano, sin sobresaltos, como si imperase el sentido común. Porque la vida
debemos llevarla con normalidad, al fin y al cabo es sólo eso. Y ese es
precisamente el significado que le ha dado mi gente a unas fiestas que nuestros
antepasados disfrutaron, y que las futuras generaciones deben seguir
disfrutando con la misma ilusión de siempre. Más allá de la intervención de
personajes ilustres o no, y de los
significados religiosos o tradicionales que tienen estas fiestas.
Alcalde, autoridades, familiares y amigos de La Orotava: gracias y espero
no defraudar en mi papel de pregonero en un pueblo que, como me dijo mi hermana
en cuanto Isaac Valencia me retó a dar el aldabonazo de salida de estas
fiestas, “esmérate, porque ya sabes que tu pueblo está lleno de pregoneros, y
si no lo haces bien, se va a saber enseguida” y es verdad.
Durante el trabajo previo a la redacción de este texto, algún
pregonero de los años 80, como el amigo
Juan del Castillo, quien además tuvo el
detalle de ofrecerme sus escritos y su
ayuda para este importante momento, me recomendó que no olvidase los detalles
familiares, que destacase mi experiencia vital….Mis familiares y vecinos me han
preguntado por el argumento de este día. Hasta el malogrado Cosme, como si se
hubiese adelantado a los tiempos, cuando llegué a la dirección de la Televisión Canaria
me llamó con la risita en la boca diciéndome que “Saso ya tenía a un futuro pregonero” y
acertó, como en otro montón de cosas.
También Juan Cúllen me ofreció su libro “Pregones de La Orotava” que tan bien
resume momentos como el que ahora estamos viviendo. Eva Fariña me pidió un
título, que finalmente me perdonó, en
los momentos previos a la redacción, ante el miedo de quién les habla a someterse a la tiranía de una frase, y quedarme sin poder realizar con
ustedes un recorrido, - en fiestas o no-
por casi cuarenta años de historia que han cambiado la Villa, pero que mantienen a
este pueblo velando por sus esencias y tratando de conservar el espíritu sano y
noble del mismo. Por el resto no se preocupen, todo lo malo…que diría el autor
de moda Stieg Larsson (ya saben, el de la trilogía Milenium), se combate desde
la educación y el civismo, algo en lo que trataré de aportar algún detalle más.
El maestro Kapucinski, recuerda que, en la vida, el buen
periodista debe ser también una buena persona, y claro, ya tenemos el debate.
En este salón de plenos hay muchos políticos y algún periodista. Los lectores,
oyentes o espectadores –muy entendidos por cierto en los últimos tiempos, casi
diría convertidos en tertulianos de la actualidad – convendrán conmigo en que
los unos no siempre piensan bien de los otros, y pónganle ustedes todos los
“viceversa” que consideren.
Mis padres, a quiénes les debo todo lo que he hecho en la vida – que no sé si es mucho o poco-, supongo que
dependerá del momento anímico en el que uno repasa su biografía, me han
enseñado siempre a ser persona y creo que eso es realmente la vida. Y eso que
nunca he visto a mis padres con un libro de este maestro del periodismo en sus
manos, pues más mérito tiene aún sus consejos desde el sentido común. El resto
son circunstancias, salud, golpes de suerte, trabajo, sacrificio, amor o
desamor, a lo que nos acostumbramos a fuerza de convivir con la normalidad.
Supongo que el papel del pregonero de este año es representar
con este relato a varias generaciones de la Villa. A algunos les ha tocado sufrir la
post-guerra de España, en un lugar donde no se oyeron tantos tiros, aunque los
hubo: los años donde se pasó hambre y dificultades; el fin de la etapa
franquista; la llegada de la democracia; el gran desarrollo de las clases
medias –con el boom económico e inmobiliario incluidos- y hasta la actual
crisis de la que, ni el propio premio nobel Paul Krugman se atreve a predecir
cuándo expirará.
Son pocas frases para describir tantas situaciones o tan sólo
enumerarlas, pero es así el periodismo y
es así como pasa la vida. Como quiera que este año le haya tocado a un
periodista leer el pregón, tengo la obligación de resumirlo sin aburrir y
además hacerlo con rigor. Esto último del rigor no estaba del todo logrado en
el mundo del periodismo. Ahora, con la llegada de los confidenciales y la
presencia de líderes de opinión hablando de todo –sepan o no- en las tertulias
de los medios, nos va a costar cada día más mantener el crédito de la
información y hasta el de la opinión pública o publicada.
Un amigo descreído que tengo me ha enseñado siempre a ver el
lado medio vacío de la botella y es por
eso, en parte, por lo que los optimistas nos creemos en la obligación de darle
la vuelta a las cosas. El espíritu luchador de este pueblo en general, -que ya
habrá entre el público quiénes piensen que hay mucho gandul y yo les digo que
no se preocupen que hay de todo en todos lados-…….es el que le ha permitido a la Villa llegar a una mayor
madurez democrática. De todas formas, habrá que insistir en ello para que no se
olvide. Esta evolución ha aportado un mayor bienestar social y hasta un
compromiso medioambiental que se ha dado en La Orotava, mucho antes de
que se firmase la carta de Alborg, y me refiero por ejemplo a la consigna
“salvar el Rincón” de la que sigo hablando con mi amigo Leoncio ante los
debates que sigue generando. Este tipo de discusiones desde hace tantos años,
lejos de resultar estériles o aburridos,
también han ayudado a madurar en
todos los sentidos, a valorar nuestras cosas, la tierra que dejaremos a
nuestros hijos y nietos, sin ir más lejos.
Pertenezco a una generación que vivió, a través de la mirada de
los adultos de entonces la incertidumbre
tras la muerte de Franco que para unos era miedo a lo desconocido, para otros
una alegría inmensa porque llegaba la libertad y para otros pocos, escepticismo
porque no confiaban en el cambio. Pero los años han ido pasando y por suerte,
somos testigo de las últimas páginas de la historia que nos ha tocado vivir y
los resultados son obvios.
Por ser fiel a la crónica de unos pocos recuerdos y si me
permiten el recurso, sentado tras un postigo de las antiguas casas terreras de la Villa desde donde se
observaba el pequeño universo que era la vida, aún tengo en mente cómo viví
la noticia de la muerte de Franco. Iba de la mano de mi madre y ya
estábamos en la esquina de la calle Nueva con la calle de los Molinos donde,
afortunadamente, todavía Chano y la familia permiten que no se haya perdido el
aroma del gofio, una calle Nueva que
entonces iba a ser remozada con asfalto, para regocijo del vecindario
porque habíamos dejado atrás el tiempo de los adoquines. En ese instante se
acercó, compungida y con la apariencia de tener siempre la misma edad –hay
gente que pareció ser siempre mayor- una de las religiosas del colegio La Milagrosa –no recuerdo
si sor Dolores o sor Encarnación-, donde mi madre me apuntó para que cursase
maternales. La Sor,
se bajó del micro del entrañable Toribio,
para darnos la noticia del día. La verdad es que para mí en ese momento,
la noticia fue que no había clase y no
que había muerto Franco. Más tarde, la
radio – siempre omnipresente- daba en cada parte –quién me iba a decir a mí que
iba a estar tan vinculado unos años después a la actualidad- los detalles que
veríamos en blanco y negro en los televisores. Unos aparatos que por entonces,
y más a menudo de los esperado, pasaban por las manos de especialistas como
Domingo el técnico que nos alegraba la vida con cada uno de sus arreglos, desde
un cambio de lámparas hasta las consecuencias
de los altibajos de la tensión eléctrica cuando hacían de las suyas –siempre nos decían que
había sido un fallo de Unelco en Las Caletillas o de la Corujera cuando se iba la
luz. Fíjense como es la historia que, en días como hoy, a unos meses de la
transición del analógico a la era digital, en varias generaciones nos hemos
acostumbrado a estrenar tecnologías: de la radio a la tele, del blanco y negro
al color en el año 75, al video y el mando a distancia con el mundial 82, pasamos de los muebles gigantescos en el
centro de la sala a las pantallas planas, hemos vivido una auténtica revolución
tecnológica desde que mi amigo Jaime,
con 13 años, ya era un experto y en los salesianos, Javi, Alberto o Juanje, lo
achacábamos a que había estado en la Casa Azul, y en la informática como en la lengua
inglesa, nos llevaban una buena ventaja. Entramos, como les decía, en la era digital, la alta definición y no ha
pasado ni medio siglo, demasiados cambios para tan poco tiempo, pero a esa
velocidad avanzamos y lo asumimos.
Son demasiados cambios para unos pocos años que estoy seguro,
están afectando a nuestras cabezas que viven pendientes siempre de lo urgente y
que se olvidan, nos olvidamos a menudo, de lo importante. Mi hija Alexia me lo
recuerda permanentemente con su presencia.
Y volviendo a la calle, donde se hacía gran parte de nuestra
niñez y primera juventud, a pesar de que, como dice Carlos Santos en Radio
Nacional, cada mañana, los mayores se van convirtiendo en jóvenes con
experiencia, allí me cogió el golpe de estado de 1981. Estábamos a punto de
entrar a un ensayo de la murga Los Triscones, en la Transversal San
José o Huerta del Castaño en la
Villa de Arriba y de nuevo la radio nos informaba de que algo
muy grave estaba pasando. Esta vez, la noticia de la supresión del ensayo de la
murga ya no fue lo más importante, fuimos más conscientes porque los rostros
cariacontecidos de los mayores así lo delataban. Riquelme, Julio Santana y Pepe
Roes nos trasladaron esta vez la noticia ante las caras de muchos nombres (mi
primo Miguel, Tito, Mili, Toño el director, Peye, Jose y así hasta cuarenta
chicos que queríamos recoger la herencia murguera que habían dejado los
Barrilitos, dirigidos por uno de los hermanos del hoy concejal y amigo Manolo,
los benjamines de la mítica Peña El Casco antes de que se convirtiera en
fanfarria).
Cuando Tejero ya había pegado los tiros al techo del Congreso y
mantenía encerrados a todos los diputados, donde también me ha tocado echar
algunas horas, mi amigo José, el hijo de Chano el de la Carnicería, y yo,
corríamos por la calle de San Juan hacia abajo con ganas de saber qué iba a
pasar. Recuerdo cierta ansiedad por llegar a la casa de mis padres. Como
millones de españoles, miles de canarios vivimos nuestra noche de los
transistores, entre el desconcierto y la incertidumbre, esperando un desenlace
del lado de la democracia. Algo que se apuntaba tras la aparición del Rey D.
Juan Carlos en TVE. Un final que llegó, afortunadamente, a las pocas horas, y
por suerte hoy recordamos los periodistas cada año en el mes de los carnavales.
Les hablaba antes de la suerte, porque como en todas las
generaciones, a muchos de la mía, si me permiten la expresión, “se les escapó
la guagua” y a mi también me gustaría dedicarles a ellos este pregón. A algunos se les escapó
la que iba desde Los Pollos hasta La
Piedad, -aquellas guaguas perreras rojas y con el techo
blanco, cargadas hasta los topes, con algún atrevido –yo nunca fui capaz de
hacerlo- colgado de la puerta trasera para que les ayudase a subir desde este ayuntamiento hasta la venta de Bárbara y
sin pagar un duro claro, por encima de San Francisco –sitio clave, por cierto,
en la vida de los villeros, porque allí arranca la Romería, allí cantamos
villancicos a los viejitos en Navidad, vimos la salida de la procesión del
Señor del Huerto y mi madre me mandaba a que llevase los calzados a Pedro el
zapatero, que siempre tenía una broma preparada. También se los dejábamos a
Santiago el zapatero –en una de las muchas cuatro esquinas de la Villa de Arriba, al que también dimos la lata, y es que a mi
madre nunca le ha gustado poner todos los huevos en la misma cesta, además así
ha fomentado, a su forma, la competencia….-
Decía que a muchos se les escapó la guagua porque también a
nuestros mayores les tocó estrenar la droga, la grifa le decíamos antes. A unos
les tocó estrenar los ácidos y algunos compañeros de clase, que se metieron
demasiadas cosas, estrenaron hasta la muerte o una vida atormentada que seguro
no había elegido.
El boom del turismo de los 70 lo descubrimos con los comentarios
en la calle de nuestras abuelas o vecinas: que si fulanito se pasaba
las noches en el Puerto bailando con las extranjeras, que si sutanito se
echaba una querida que trabajaba con él en el hotel, y más tarde, que si tal
chico dejaba el colegio porque le pagaban trescientas mil pesetas en el sur o
como el pobre Chis, que se mató en la autopista volviendo en moto cuando
trabajaba en Las Américas.
Las Américas, que
entonces, y también ahora en ocasiones, nos parecía que era como ir a Venezuela
porque creo que el sur de nuestra isla fue para muchos de mis coetáneos como la Venezuela de nuestros abuelos,
o la Cuba de
nuestros bisabuelos. El Sur estuvo siempre presente en el norte. Ese boom
turístico supuso un impulso económico importante, no me cabe ninguna duda, pero
también dejó un poco tarada a esta sociedad, tarados por el cemento, por la
voracidad del dinero y por la pérdida de valores. Todo forma parte del colás, y
hay que aceptarlo. Debemos aceptar los cambios sociales, económicos, pero
también aprender de ellos y, para evitar las diferencias, también en este ayuntamiento, nuestros gobernantes deben
insistir en ese asunto.
El futuro de los pueblos pasa por la educación y por la
transmisión de valores, no hace falta evangelizar ni dar doctrina, pero sí
fomentar el civismo y la buena
convivencia, para así afrontar con más fuerza la ruptura con la violencia, la
pobreza y hasta la depresión si me apuran, pero de abajo arriba, desde los más
pequeños.
Es cierto que esta semana volveremos a vivir las alfombras, el
baile de magos, la romería, las reses, la subida del santo, pero hay que seguir
luchando para que el pueblo siga cada día más vivo culturalmente. A todos nos
gusta que las calles se llenen de gente cada vez que se organizan exposiciones, conciertos o encuentros del
tipo que sea, y por ahí debemos insistir, unos preparando y otros participando.
La Orotava es
un pueblo novelero y “la novelería” nos puede dar mucho juego, en esto como en
las fiestas no tiene porque haber colores políticos ni ideológicos. En esencia,
todos sabemos lo que es bueno y lo que es malo para la Villa, para los villeros.
Han pasado unos años desde que jugábamos en el campo de La Garrota, hacíamos las
procesiones de la calle Nueva, donde cada uno llevaba su redoma de palo de
escobillón, la basa con la imagen de alguna virgen, la manga y el estandarte,
cuando don Domingo el cura y el pausado don Leandro, mandaban en las iglesias
de San Juan y La
Concepción. Tampoco ahora corremos LAS ANDAS DEL
CORPUS
por la calle León hasta
la casa de Antonio Santos, saltando y dando un golpe en cada señal de tráfico
que encontrábamos en el camino, algo que se convirtió en tal moda que los
guardias municipales de entonces se lo tomaban como ofensa personal, y lo combatían con espantotes en el mejor de los
casos.
En el colegio de Los Salesianos, donde tan buenos amigos,
profesores y compañeros hicimos –algunos de ellos están por aquí-, ya no pasea
don Santiago, que daba unos coscorrones tremendos a quiénes encontraba por el
pasillo sin respetar el límite de velocidad. También se acabó –afortunadamente-
el jarabe de palo.
Hoy, es impensable ver en
el callejón Limoneros –con una pendiente del 70%- jugar un partido de fútbol 3
para 3 como hacíamos Toño el de Eusebia,
Pepe el de Nina, Paquito Quintero el de Mary y Chagui el de Catuja, entre
otros, para enfado de los vecinos. Si lo miramos con perspectiva, que vecinos
tan tolerantes con nuestra edad y
vitalidad de entonces, hoy sería un disparate. De todas formas, alguna
reprimenda de Eugenia, Juana o hasta de la pobre Amparo, a la que le mandamos
un beso desde aquí porque dijo que quería estar con nosotros y no llegó… pues
eso, que nos llevamos alguna advertencia de las mujeres de entonces, y con
razón.
En la calle se hacía mucha vida. Volvíamos del colegio,
tomábamos el bocadillo –mi abuela MaFlora me hacía unos en su venta – que para
mí no era una venta ni de aceite y
vinagre ni de chochos y moscas- de carne jamonada que me sabían a gloria. Era
entonces el momento de aprovechar un ratito antes de que oscureciera. En la
calle también te llevabas las primeras tortas y descubrías quién era mejor y
peor persona. Las cosas han cambiado mucho desde que mi padre, que nunca me pegaba, hizo una excepción
aquella tarde en la que, después de llamarme a cenar diez veces, me subió a
nalgada por escalón para que descubriese el valor de las normas y vaya si lo
aprendí.
Hubo épocas de bicicletas, épocas de motos que espero que no se
acaben pronto, aunque como dice un amigo, en el mundo de la moto sólo hay dos
tipos de personas: las que se han caído o las que se van a caer, exceptuando
a mi tío Manolo, que tiene más de 70
años y todavía tiene la suya, lo que indica que tampoco hay que dramatizar.
También nos tocó vivir la época de éxitos de la UD Orotava. Entonces
se llenaba el estadio de Los Cuartos, no
había fútbol televisado y al Tenerife –al que felicitamos por el ascenso- le
llamábamos el Santa Cruz –cuando todavía lo presidía Pepe López y no había llegado la revolución de Javier
Pérez. Entonces, aunque muchos no lo quieran recordar, la Villa era de la Unión Deportiva
Las Palmas, y, además, el equipo
canarión ya se ocupaba de mantener a la afición fichando jugadores como Felipe
Martín o Luiso Saavedra en distintas épocas.
Las tardes de los domingos tenían un sabor muy especial. De la
mano del vecino Manolo Estrada nos sentábamos junto a la Peña El Casco en la zona
de sol, por la tarde. Durante la mañana,
íbamos a ver al juvenil A, a punto de subir de preferente a nacional con
Felipe, Isidro, José, Lima o Valdés.
Pero las tardes eran de
primera, y los últimos goles de Barrios como jugador o los muchos que marcó
Humberto Mesa, con Toño de capitán, poniendo orden en el centro del campo, y
Juanito el Holandés haciendo alguna subida al ataque, papel que con el tiempo
heredó mi amigo Salva, para nosotros era mucho más que Tercera División, claro
que siempre se oía en la grada “que antes hubo tiempos mejores, como los
de mi tío Chucho, luego Nolito o la
quinta de Moly”. Mientras tanto, de fondo,
siempre la polémica de si los Sánchez tenía que estar o no al frente del
club por supuesto, con Antonio Expósito como gran conocedor del entorno de los
copos. También ha habido personajes
incuestionables dentro del fútbol, la medicina y entre el vecindario, como don
Ventura, para el que nadie ha tenido nunca una mal calificativo ni un mal gesto
que en eso, este pueblo también es sabio.
Algunos de mis achaques de asma, que tantas noches en vela nos
hizo pasar a mis padres y a mí, me solidarizan con el amigo Juan Cruz a pesar
de que eran otros tiempos y él vivía en el Puerto. Don Ventura me hizo los
primeros diagnósticos, Pepe el practicante –que también nos dejo hace
poco- me puso las primeras vacunas y, a
partir de ahí, un largo recorrido por consultas y probando jarabes, como los
que mandaba Charito de Venezuela…y todo para esperar a la edad del desarrollo,
porque el asma…tuvo siempre que ver con la humedad, con la ansiedad o las
defensas, lo cierto es que nunca acaba de irse……..
Los preparativos de las fiestas siempre eran especiales, las
tías Lolita, Juana, Caridad, Chicha, Flori o Carmilla, bordando los justillos y
repasando los chalecos de mago. Había que dejarlos recargaditos, porque si no
parecían de alquiler, y eso no era para la gente de la Villa. Mi madre, como mi
abuela Catalina, se centraban en la repostería y en la buena cocina. El olor a
adobo se encargaba de abrirnos el apetito después de tomar el caldo que nos
sentaba las madres, algo revueltas con la acidez del vino, que entonces, no
tenía denominación de origen. Por estas fechas, cada vez que subíamos del
colegio, echábamos un vistazo a las alfombras de la plaza, como si todos
fuésemos licenciados en Bellas Artes, y siempre recuerdo la misma frase: “las
del año pasado estaban mejor” pero esto forma parte del espíritu crítico que
nos ha ayudado a superarnos y creo que, en este tipo de comentarios o análisis, las cosas no van a cambiar.
En las fiestas se rompía la distancia entre la Villa de Arriba y la Villa de Abajo, porque el
recorrido se hacía con un espíritu distinto, más ilusionante quizás. Para la
gente de la isla, los recorridos siempre fueron un límite, y ese concepto se trasladaba con
frecuencia a cada uno de nuestros pueblos. Por ejemplo, ¿cómo es posible que
viviendo a 5 kilómetros
de la orilla del mar, la gente fuese dos veces al año a la playa? En el puente
de agosto y el 25 de julio. Pues ejemplos como este se han dado hasta hace bien
poco.
En las fiestas las cosas nunca fueron así, los de abajo tenían que subir hasta la Cruz del Teide para arrancar
la romería, y los de arriba bajaban desde el viernes al baile de magos, la subida del Santo, las reses y a veces no
regresaban hasta el domingo.
En la plaza del Llano, donde muchos rompíamos las diferencias
entre los del BUP de los Salesianos y los del Instituto –porque durante los
primeros años también hubo esas diferencias- comentábamos entre Fabián, Pedro
Ramón, Rubén, Marcos o Migue si tal o cual amigo había bajado dos o tres veces la Romería, porque el
recorrido les sabía a poco. Yo reconozco que en los últimos años, antes de
meterme en los líos periodísticos, el reto entre Andrew Duncanson y yo, era si podíamos bajar delante
o detrás del camión de los bomberos, pero eso es ya más reciente.
Nosotros siempre fuimos más de timple que de tambores, pero es
verdad que en los últimos años, ellos
–los de los tambores- se han organizado mejor y, además, hacen más ruido.
Chucho Dorta fue el precursor, y algún empujón nos llevamos Jaime y yo por
tocar una isa cerca de su ámbito de actuación. Hoy, con el paso de los años,
también hay que reconocerle que tenía razón; que debemos seguir cuidando nuestras
tradiciones y que hay sitio para todos.
Supongo que la
Villa y las fiestas tienen material para cientos de tertulias
como las de Benjamín o Bruno, como la que se celebraba a cada rato en la Moncloa –no la de Madrid
sino lo que se ubicaba en la esquina de la calle San José por debajo del
Supermercado de Jesús Rocío, por encima de la tienda de Maria Carmen o frente
del supermercado de Nelly, como ustedes prefieran- donde también mi abuelo
Antonio fue ministro, a pesar de los hijos que tenía y de que nunca paró de
trabajar. La afición del postigo o la presencia en las esquinas son “deportes”
que también se han ido perdiendo pero, en esos lugares, también se han hecho grandes pregones de las
fiestas, antes y después de estas fechas.
Desde pequeño, cuando ya mi tía Lolita me llevaba con ella a
casa de Plácido para comprar bobinas, y a mi se me iban los ojos para los
cochitos rojos que todavía conservo, se percibían los primeros indicios de que
las fiestas se acercaban. Una semana antes, la iglesia de San Juan preparaba su
procesión del Corpus con mucho esmero. Hoy,
los vecinos de las calles por las que pasa esa procesión ya ha
conseguido cubrir las calles enteras de flores y alfombras, y, desde luego, es
el mejor anticipo de lo que está por llegar.
Y una semana después, en la octava del Corpus, ocurrían cosas
más molestas para mi manera de entender las fiestas. Era el momento de estrenar
la ropa y los zapatos, y ahí nos veíamos todos los de mi generación con los
pies apretados y cuidando el conjuntito –a mí me ponían casi siempre uno de
color beige - tanto la camisa como los pantaloncitos cortos. Había que evitar
ensuciarse para no tener que aguantar el
rapapolvo al volver a casa. También teníamos que pasar por la barbería de Pepe,
para cortarnos los rizos, no fuera que pareciésemos unos hippies en las fiestas, la imagen
familiar era muy importante. Vamos, que era como la serie de TVE Cuéntame pero
con las fiestas de San Isidro como decorado. Las turroneras también marcaban el
ritmo, y hasta las propinas de la familia se destinaban, ya entonces, a
reactivar el consumo durante esta semana, y eso que ninguno era economista.
Estas secuencias que he descrito, han sido algunas de las miles
que se han vivido en cada casa, de cada calle, de todos los barrios de la Villa que, por estas fechas,
cambian el ritmo vital, que son parte de nuestra memoria colectiva.
Este pregón es un homenaje a la normalidad, a los que forman un
pueblo junto a los más ilustres. La gente normal, los de la calle, también jugamos un papel. Saben ustedes que
mi oficio es contar el día a día, y que el periodista no tiene por qué saberlo
todo, pero sí saber a quién llamar para que se lo narre.
Quiero hacer un guiño a los magníficos historiadores que tienen La
Orotava, Manolo Hernández, Antonio Luque, Sebastián Hernández
o a las personas de las que también hemos aprendido como Paco Negrín,
encaminándonos siempre hacia el libro
adecuado. Hoy podemos disfrutar de sus textos y también de lo que estudian e
investigan cada día para que nada se pierda. No esperemos a valorar a nuestra
gente cuándo ya no esté entre nosotros.
Les animo a ello, de verdad.
Y me gustaría acabar recordando de nuevo los últimos versos del
poema de Ángel González, como si lo nuestro, nuestra Villa, nuestras fiestas,
fuese el agua y quisiésemos disfrutarla y agarrarla para que nunca pasase pero
siendo conscientes de que la vida puede con todo y por eso hay que vivirla….. “Y
si fuese posible aún / oprimir el agua, / ya no nos quedaría entre las manos / nada”
/ Muchas gracias a todos, ¡Viva San Isidro y Santa María de la Cabeza! / ¡Felices Fiestas,
que lo disfruten!...”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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