viernes, 16 de junio de 2017

PREGÓN DE LAS FIESTAS MAYORES DE LA VILLA DE LA OROTAVA 2014



El amigo desde la infancia y la juventud de la Villa de La Orotava; NICOLÁS GONZÁLEZ LEMUS, se encargó de leer el pregón de las Fiestas Mayores de la Villa de La Orotava, en el salón noble de Pleno del Excelentísimo Ayuntamiento de La Villa de La Orotava el 24 de junio del 2014: “…Noble Reina de las Fiestas, Damas de Honor, Ilustrísimo Señor Alcalde… Miembros de la Corporación, señoras y señores.  Fue en el 2002 cuando el Excmo. Ayuntamiento de La Villa, siendo alcalde Isaac Valencia, me hizo la honrosa petición de encargarme el pregón del LUSTRO FUNDACIONAL DE LA VILLA DE LA OROTAVA, leído el día 10 de enero en la sala Teobaldo Power, dando comienzo así a toda una serie de actos  conmemorativos de la fundación de nuestro pueblo. Y fue precisamente Francisco Linares, entonces como concejal responsable del Área de Educación, Cultura y Deportes, quien me lo solicitó. Este año, ahora como alcalde-presidente de la corporación municipal, me ha honrado nuevamente, invitándome a ejercer de pregonero. Yo quiero hacer público esta noche mi agradecimiento a Francisco, nuestro alcalde, porque esta invitación a la lectura del pregón de las fiestas de la Octava del Corpus Christi y San Isidro Labrador, me brinda una nueva oportunidad de rendir un homenaje a mi pueblo, mi Villa, y porque no hay nada más entrañable y emotivo para un villero, un orotavense, que hablar de La Orotava. Gracias Francisco. El día en que me ofreciste el cometido de pregonero de la celebración de la Octava del Corpus Christi de 2014 me quedé perplejo, confuso porque cuando te di mi conformidad en realidad creí que me había precipitado. Por un lado, no me veía aún entre tantas ilustres personas del mundo de la historia, la ciencia, la literatura, el arte y la abogacía que han pasado por este estrado y que mi memoria retiene, y, por otro, porque hablar de La Villa suponía elegir entre un gran abanico de posibilidades. Haciendo un esfuerzo, el tema que he elegido para esta ocasión no es ninguno de los que se han tratado con anterioridad, sino uno novedoso: la modernidad y cómo el turismo contribuye a su fortalecimiento, porque el turismo es la quintaesencia de la modernidad, entendida esta como todo proceso de constelación de características propias de las sociedades modernas.  Vamos a ver como muchas de las actuaciones realizadas para alcanzar la modernización de La Villa estaban sujetas a razones turísticas.
Denominada en los folletos turísticos como ciudad atractiva, pintoresca e histórica, La Villa es hoy visitada por un gran número de turistas. El Ayuntamiento se vio obligado abrir una Oficina de Turismo, inaugurada el 27 de septiembre de 1996 en la calle Carrera del Escultor Estévez y trasladada al frente del Auditorio Teobaldo Power, antiguo Cine Orotava, en mayo de 2007, hasta hoy en día, para atender la demanda de los visitantes. La Orotava es el mejor reclamo, con el Puerto de la Cruz, para visitar el valle que lleva su nombre. Pero a pesar de la fama y el éxito turístico que ha obtenido, sorprendentemente no ha recibido una atención muy detallada. Vale la pena recordar que el turismo en La Villa existía ya antes que “este” turismo, porque La Orotava tuvo sus elementos catalizadores para ser visitada. Trato, esta noche, de desvelar algunos de esos elementos a lo largo del tiempo, claves del binomio turismo-modernidad. Una aventura interesante y bonita.
Tan solo hace unas décadas La Villa era un pueblo, como muchos otros de la geografía canaria, atravesado por la calle principal, la Carrera (como simplemente se conoce la Carrera del Escultor Estévez), con mucho tráfico rodado, vehículos aparcados y algunas que otras bocinas, mientras la riqueza inmobiliaria del casco histórico permanecía silenciosamente ausente. Hoy se ha transformado en un pueblo fascinante, absolutamente atrayente, abanderando una idea de desarrollo integral, sostenible y moderno. La calle sirve ahora de eje que atrae a numerosos turistas y visitantes ansiosos de contemplar, sin ruidos ni bocinas, sus hermosas fachadas, los interiores de las viviendas señoriales, allí donde puedan husmear, y disfrutar de su original perspectiva urbana. Turistas y visitantes, que no son pocos, que parecen haber caído del cielo porque surgen de repente en este micromundo que es La Villa, que se confunde con el movimiento material y confuso de las actividades comerciales. Ante sus ojos parece una ciudad viva. Es un espejismo. Error de mentes foráneas. La virtud de La Orotava es que es una ciudad tranquila a partir de la puesta del sol, entonces parece que todo se detiene. Solo es una ciudad viva cuando despierta. Es cuando todas las fuerzas vitales se imponen.
Es cierto que una hermosa vía como esta  no puede parecerse a ninguna otra en toda la corteza terrestre. Y he de añadir que tanto la extraordinaria variedad de sus formas arquitectónicas como la armoniosa concordancia que se ha formado a través de los siglos la hacen única. La calle es verdaderamente un río de historia. Cruzarla es entrar de pleno en la villa aristocrática de los siglos XVII, XVIII, XIX o de la burguesía del XX. Contemplar las formas geométricas altas y bajas de sus bellísimas fachadas, de muy variados estilos, ejemplos de la transformación del pueblo, de su devenir histórico, es un torrente de deslumbramiento por su esplendor, a pesar de su empinada cuesta. Pero luego está toda la otra Villa, la de las callejuelas, las plazas, templos, conventos, jardines, la que forma el gran cuerpo del casco histórico. Pasear por las calles, sin itinerario predeterminado, contemplando las bellas mansiones de la arquitectura tradicional canaria y las propias de la moda historicista y modernista (como las calificó nuestro profesor Alfonso Trujillo), es, tal vez, el mayor placer del que puede disfrutar el viajero por La Orotava. Enfilar una calle, meterse en la garganta de uno de los soportales, en definitiva caminar por donde al turista le lleven sus pies puede encontrarse a cada paso una grande o pequeña maravilla. Todo el exterior de la ciudad es un documento histórico que poco a poco se ha ido convirtiendo en un museo al aire libre. Es todo un atractivo turístico.
Pero La Orotava tiene una larga historia en el mundo del viaje, del turismo. Desde el mismo momento en que los conquistadores castellanos y extranjeros se establecieron en el valle, admiraron la mayor de las bellezas que jamás habían visto: el Teide. ¡Sí, el Teide, antes que la arquitectura!  Con él, comienza la invención del turismo en las islas. Como dice mi amigo Juan Cruz, el Teide es un faro que atrae al extraño. No en el presente, sino desde hace siglos.
Por la violencia de sus permanentes gases y vapores procedentes de su cráter, o por la tradición guanche, en la cartografía y literatura medieval, a Tenerife se le llamaba “Isla del Infierno”. Luego, en el siglo XVI  se llegó a creer que en el Teide  yacía oro, plata y otros minerales. El protagonismo  del oro y la plata se había extendido por todos los países europeos y sus obtenciones resultaban decisivas en los comienzos del capitalismo. Con el  descubrimiento de las minas en América  comenzó la búsqueda de los preciados minerales, ocupó la atención de comerciantes, navegantes y aventureros. Se les conocían como los buscadores de “oro de volcán”. Desde que Gonzalo Fernández de Oviedo, uno de los más famosos cronistas de Indias, ascendió el volcán Masaya (Nicaragua) en 1529 en busca de oro, el Teide ocupa el mismo lugar que ocupaban las montañas de las Américas. Se creía que en él había oro.  No había minerales preciosos, sino azufre, y empezó su explotación.
Además, por su imponente altitud se crea un nuevo mito en torno a la montaña de Tenerife: se le considera la más alta del mundo, por su colosal aspecto sobre las nubes en forma de rapadura de azúcar y su dominante posición en el océano. Por tal razón, fue la montaña guía de los primeros navegantes en su ruta por el Atlántico Sur, y fue la más representada en la mayoría de los mapas y grabados renacentistas y barrocos.
Avanzado el siglo XVIII, la excursión al mítico Teide, todavía envuelto en las brumas de la leyenda, era posiblemente el mayor de los gozos del viajero setecentista, a pesar de las dificultades que se presentaba para conseguirlo. Hoy en día es muy fácil con los medios modernos realizar la excursión, pero hace cientos de años se viajaba sobre una mula o caballo, transportando enseres en condiciones difíciles, sin tabletas ni móviles con WhatsApp. De todos modos, no había expedición europea hacia los Mares del Sur (hoy el Pacífico) que al arribar al puerto de Santa Cruz algunos de los expedicionarios no realizaran la excursión al Teide. ¡Locos ingleses!, era el grito de las lugareños cuando lo intentaban hacer en invierno o con el Teide nevado. 
En este decorado se van a realizar otras expediciones, expresamente a la isla, por el Teide. Naturalistas que consiguieron superar cualquier obstáculo, porque era su objetivo someter la montaña a sus deseos científicos. Mencionaré solo dos por su importancia: la del matemático francés Jean Charles Borda, que en 1776 visitó Tenerife por segunda vez para fijar la posición de las islas, momento que realiza la correcta medición del Teide (3.712,8 metros, la altitud más próxima a la real, 3.718 metros). La triangulación para lograrla la hizo desde los Llanos de La Paz, ya perteneciente a la familia Cólogan.
Y la de Alexander von Humboldt, que tal día como hoy, el 24 de junio de 1799, justo hace 215 años, el naturalista prusiano dejaba el valle después de hacer la ascensión al Teide, montaña que ansiosamente quería visitar para establecer, junto a los volcanes andinos, las bases de la vulcanología científica.
Y la figura de Humboldt resulta inseparable para el valle. La montaña está, irrefutablemente, unida por facilitarle pruebas geológicas para la elaboración de su nuevo Cosmos; el valle porque le inspiró la ciencia de la Geografía Botánica y La Villa porque lo tuvo como visitante distinguido contemplando el mayor de los símbolos del pueblo entonces: el drago de Franchy.
¡Sí, el drago! Si el legendario árbol distingue a Icod hoy, entonces fue el drago de La Villa. Impresio­naba a todos los viajeros por su enorme grosor. Se afirmaba que el tronco medía ya en el siglo XV de 15 a 18m de altura y su circunferencia, cerca de las raíces, unos 13,50m. Humboldt le dedicó un estudio en su obra Cuadros de la Naturaleza, fue dibujado por artistas y los grabados luciendo su silueta dieron la vuelta al mundo. Muchos viajeros le mostraron sus reverencias hasta que un huracán lo destruyó en 1867. Gran pérdida para La Orotava, pues la oferta turística quedó mutilada durante décadas.
La Villa asiste a la presencia en sus calles de muchos de los más distinguidos naturalistas, capitanes y navegantes de entonces, además de Charles Borda y Alexander von Humboldt. A estos tempranos visitantes setecentistas, que aprovechaban sus días de estancia para realizar una excursión para ascender el Teide, en el caso de Tenerife, o visitar el interior de cualquier otra isla, lo considero prototurismo temprano.
Tras la liquidación definitiva del Imperio napoleónico (en 1815) y el establecimiento de la Pax Britannica aparece el viajero decimonónico que visita las islas todavía sin equipamientos, ni infraestructuras, ni redes de servicios. Podríamos considerarlo prototurismo tardío, pero estamos ante los comienzos del turismo contemporáneo. La excursión al Teide atrae más que antes, pero ahora es anhelo de la mujer viajera. No eran liberales ni feministas, sino auténticas victorianas. Ladies británicas que estaban destinadas a ser puras amas de casa, cuidando de sus parientes mayores enfermos, haciendo croché, o asistiendo a las fiestas de té. Jóvenes que habían sido educadas para cumplir con el ideal de sumisión femenina: devoción a la religión y al atento cuidado del marido. La escocesa Jessica Duncam se dedicó por completo a su esposo, Charles Piazzi Smyth, en todas sus aventuras astronómicas, incluida en la del Guajara y Altavista en el verano de 1856; la inglesa Isabelle Arundell (en 1863), llamada la “viajera enamorada”, por el apego a su marido, Richard Francis Burton; la irlandesa Olivia Stone (en 1883), lo mismo que las anteriores, acompañando a su marido, el prestigioso periodista John Stone. Al problema del alojamiento existente en el propio Teide de estas intrépidas, se le añadía uno que era más difícil de resolver: la vestimenta. Entonces, la forma de vestir de la dama estaba modelada por una falda larga hasta los tobillos, el corsé,  las enaguas, camisa, pantalones hasta la rodilla y demás prendas aparatosas. Precisamente Annie Allnutt (en 1876), esposa del aristócrata lord Thomas Brassey, no pudo seguir más allá de Altavista por el sofisticado traje que vestía.
Pero, ahora las razones del viaje eran por el clima también. Para los visitantes, en el valle de La Orotava se encuentra el clima más agradable de las islas, donde se respiraba el mejor aire de Tenerife. Además, los viajeros le confieren al paisaje del valle su inconfundible identidad, de agradable jardín, de paisaje sublime lo consideró William Wilde cuando lo contempló el 11 de noviembre de 1837. ¡Que lugar más ideal para que se convirtiera en un centro turístico!, era la opinión de muchos. Sin embargo, nuestros bisabuelos apostaron por el cultivo de la cochinilla como único artículo básico de exportación y generó mucha riqueza, aunque coexistía con una economía pobre,  tradicional y de subsistencia. Cuando fracasó, la crisis fue dramática y tras intentos de recambio con el tabaco o azúcar, se toma conciencia de la importancia del turismo, y algunos propietarios apostaron por él. Es en este momento cuando el turismo irrumpe por primera vez en la imaginación de algunos adinerados.
Todos señalamos, con razón, al Puerto de la Cruz como cuna del turismo en Canarias, pero no hay que olvidar las tempranas iniciativas de La Villa, la “madre del puerto”, como la califica mi estimado amigo Melecio Hernández Pérez. La Orotava fue el primer municipio del archipiélago, si no del Estado español, que decide apostar por el turismo. El Pleno del Ayuntamiento villero acordó por unanimidad el 4 de junio de 1865 apoyar la solicitud de Nicolás Benítez de Lugo realizada el 27 de mayo al Gobernador Civil para formar ─leo textualmente─, “una empresa cuyo fin era la construcción de algunos albergues donde pudieran establecerse los extranjeros que bien por enfermedad o placer visitaban la isla durante el invierno y el verano”. Se señalaba en La Paz, todavía en la jurisdicción de la Iglesia matriz de la Concepción de La Orotava, como asevera mi buen amigo, el historiador Antonio Luque Hernández. Su petición no dio el resultado deseado, fue desestimada por la Administración, pero es un claro ejemplo de la voluntad decidida de las fuerzas vivas de La Villa por el progreso, por el turismo.
Al amparo de la confiscación de los bienes eclesiásticos tras la Desamortización no tardó el Ayuntamiento en tomar iniciativas para superar los deficientes desequilibrios estructurales, dando de nuevo ejemplo de su apuesta por la modernidad. Los alcaldes Antonio Díaz Flores, Luis Monteverde del Castillo y Tomás Román Herrera en la década de 1860 emprendieron medidas para establecer un mercado de despacho de carne, construcción del matadero en la plaza del Teide (se sobreentiende Cruz del Teide), o la construcción de un edificio para escuelas públicas y casas consistoriales, que después de dudas donde hacerlo, al final, el 13 de marzo de 1869, el Gobierno Civil autoriza la demolición del exconvento de las Monjas Clarisas del pueblo para construir en su lugar las casas consistoriales (donde hoy nos encontramos), según proyecto de Manuel Oraá. Pero el proceso de urbanización fue lento y las mejoras de las condiciones sanitarias e higiénicas fueron pésimas. Todo dependía del Ministerio de Fomento y aportaciones de particulares.
También, en esas primeras décadas, se establecen en La Villa los primeros hoteles del valle. El primero por José Govea Arbelo en la casa de Antonio Díaz Flores (donde estuvo el antiguo colegio de los jesuitas y el Ayuntamiento hasta el incendio en 1842) más tarde conocido como hotel Hespérides. Por sus habitaciones pasaron algunas personalidades inglesas distinguidas del siglo XIX: el capitán inglés sir Richard Francis Burton y su esposa Isabel, durante el mes que permanecieron en La Villa, marzo de 1863, encerrado él, probablemente, escribiendo sobre la visita a la isla o redactando algunas de sus obras. La otra distinguida personalidad fue la pintora  Marianne North, desde el 13 de enero hasta el 17 de febrero del año 1875, cuya preciosa obra de acuarelas sobre Tenerife se encuentra en Kew Garden de Londres. No podemos olvidar a George Graham-Toler, al que le debemos la construcción del primer refugio de Altavista en el Teide en 1890.
Y el segundo de los hoteles fue abierto por el italiano Luis Fumagallo, llamado Teide, en los Llanos de San Sebastián (hoy plaza Franchy Alfaro), conocido como hotel Suizo. Las paredes de sus habitaciones fueron también testigos de distinguidos huéspedes. Algunos pueden  sorprendernos. El Príncipe de Gales Albert Victor y su hermano George (futuro Jorge V, rey del Reino Unido y Emperador de la India) se alojaron la noche del 4 al 5 de diciembre de 1879. Se encontraban realizando un crucero alrededor del mundo en el barco de su majestad The Bacchante, cuando se acercaron a La Villa para ascender al Teide, objetivo que no lograrían porque se encontraba nevado y solo llegaron hasta Las Cañadas. Aquí también pernotó John y Olivia Stone y el prestigioso periodista inglés Isaac Latimer e hija, en 1887, o el gran geógrafo hamburgués Hans Meyer, en el transcurso de su cuarta expedición al Kilimanjaro en 1894. El alemán que decidió visitar la isla con libras esterlinas inglesas porque era la moneda que más aceptación tenía en Canarias, ya que el archipiélago estaba viviendo un acentuado periodo de britanización económica y cultural.
Por fin en el Puerto de la Cruz, entonces Puerto de Orotava, se formó en 1886 la Compañía de Hoteles y Sanatorium del Valle de La Orotava y abre su primer hotel-sanatorium en Canarias, el Sanatorium u Orotava Grand Hotel, el cual se conocería a lo largo de la historia como el hotel Martiánez. Ahí estaban hombres distinguidos de  La Villa, porque fue iniciativa de los grandes hacendados del valle, la mayoría residentes en La Villa: Estaban Salazar y Ponte, conde del Valle de Salazar; Luis Benítez de Lugo, Ricardo Ruiz Aguilar, o el hombre fuerte del Consejo de Administración, Antonio María Casañas González, que siendo alcalde de La Orotava, el 13 de septiembre de 1894 firmó una certificación muy singular, presentada a las ocho de la mañana del día 14 de septiembre en el Registro de la Propiedad de La Orotava, donde se hacía la inscripción del Teide y sus Cañadas al municipio de La Orotava. El mismo Antonio María Casañas González, seguiría siendo el administrador principal de la nueva compañía, la Taoro Company. 
Algunos se preguntarán, un hotel que se llamaba Sanatorium, ¿no tiene esto que ver con un establecimiento para la estancia de enfermos que necesitan someterse a tratamiento médico? Sí, pero es que entonces, el flujo de visitantes extranjeros que nos visitaban estaba formado por acaudalados británicos enfermos,  que padecían del pulmón, neumonía o tuberculosis y que los duros inviernos de Gran Bretaña le obligaban a alejarse de su país y pasarlo en climas más cálidos en la isla sureña de Tenerife, en su valle de La Orotava, o en Funchal, Madeira, su rival más directo, o en Las Palmas de Gran Canaria. Era un «turismo terapéutico». No todos lograron superar su enfermedad y sucumbieron. En noviembre de 1887 murió en el hotel inglés de Las Palmas el joven médico británico James Gray Glover. El 30 de enero de 1889 el mayordomo del hotel Marquesa le comunicó al vice-cónsul, Peter Reid, el fallecimiento del súbdito británico William Power. Cuando sucedía un caso de fallecimiento se le comunicaba a la autoridad consular más próxima del lugar para que se encargara de todas las gestiones burocráticas, incluida la repatriación al país de origen, si era deseo de la familia,  o se procedía a dar sepultura en sus campos santos anglicanos en las islas, las cherches, en el Puerto de la Cruz,  Santa Cruz y Las Palmas de Gran Canaria.
En aquellos años, la excursión favorita de los viajeros que ya empezaban a frecuentar el Puerto de la Cruz, como sucede hoy en día, era La Villa. Si se entraba por la calle del Agua, entonces carretera de herradura, a la izquierda se encontraba ahora el Ayuntamiento, situado en el antiguo convento de Santo Domingo (antes en el antiguo colegio de los jesuitas) y unas pocas casas más arriba el Casino de los Caballeros, para girar a la izquierda, bordear la plaza de la Constitución o la Alameda (hoy del Quiosco para descender por la calle del Calvario hasta llegar a la parada de carruajes y diligencias, además de Casa de Postas de Lorenzo y Pedro Buenafuente Segura, dueño de una cochera y caballerizas. Pedro Buenafuente había establecido un servicio de carruajes desde Santa Cruz y Puerto de la Cruz. Aquí llegaba el servicio de correos, y en 1888 comunicó con carruaje La Villa de La Orotava con La Villa de Icod, a pesar del mal estado de la carretera, que llegaba hasta San Juan de la Rambla, permitiendo así el servicio de correos hasta el municipio icodense. Afortunadamente se conserva el inmueble y recomiendo que se proyecte algún uso para evitar mayor deterioro y garantizar su futura conservación.
Entonces la ruta del visitante no comenzaba en la calle Carrera, como hoy, sino en la calle del Calvario, entrada de la diligencia cuando se venía de Santa Cruz, a partir de 1892 por la nueva carretera de “Las Cuevas”.
El pueblo en esa época era tranquilo, silencioso, era su “carácter exclusivo”, señala Alfred Samler Brown. Solo se oían los ecos del casco de los caballos o las herraduras de los mismos, o los de los carruajes. Y el clamor de turbas de chiquillos detrás de los muchísimos extranjeros que visitan La Villa pidiéndoles un cuartito, un cuartito. “¿No sería conveniente que se cortase tal costumbre por los guardias municipales?”, se pregunta la prensa local. “Asedian –continúa– con sus peticiones a los extranjeros no dejándoles un momento tranquilos”. 
En el contexto general de la Edad de Oro del Turismo, como lo ha definido mi viejo amigo Chano Hernández (además de enfermos también se trataba de turistas  de élite como el Gran Duque Nicolás de Rusia o el Príncipe Imperial de Alemana), La Orotava se incorpora al mismo tiempo que el Puerto de la Cruz. Asiste al establecimiento de una colonia extranjera. En el año 1891 era de 18 y cuatro años más tarde cifraría 34, incluyendo sirvientas, institutrices y niños. No se incluyen los residentes en los hoteles. Solo los que vivían en casas alquiladas. En aquella Villa Arriba de los años sesenta del siglo pasado yo oía hablar a mis padres y mayores del buen médico “Inglés” que residía en la calle León,  alabado por lo bueno que era y entregado a los pobres, como un Buenaventura Machado o Francisco Aceves, de nuestros años. Pues se trataba del médico escocés James Ingram, antes de trasladarse al Puerto de la Cruz.  Se estableció con su hermana Johanna, en 1895, año de su llegada a la isla, en la calle León, ñº  41. Hoy el Puerto de la Cruz le ha dedicado una calle en su memoria. Mantuvo el doctor Ingram estrecha relación con la señorita Nicol, enfermera que tenía una fonda “privada” en la calle de la Hoya, nº 13, después colegio de Santo Tomás, inaugurado en el curso 1953-1954 con 212 alumnos por iniciativa de José Estévez Méndez, y donde muchos estudiamos los primeros cursos de Bachillerato. 
Entonces el valle, concretamente el Puerto de la Cruz, estaba viviendo su primera Edad de Oro y todo giraba en favorecer el crecimiento turístico. La Orotava también quería incorporarse a la modernidad a través de mejoras para favorecer el turismo. Todas las iniciativas tomadas con anterioridad (establecimiento de mercado para despacho de carne, control sanitario, escuelas públicas, construcción del Ayuntamiento, etc.) se realizaban con lentitud y algunas ni se habían puesto en marcha. Sin embargo, el incremento de visitantes extranjeros al pueblo y la formación de una comunidad extranjera, fundamentalmente en el Puerto de la Cruz y en la propia Villa, van a tener una decisiva influencia  en el proceso de modernización. Muchas intervenciones de mejoras urbanas están determinadas  por la presencia de extranjeros en nuestro municipio. El alcalde Fernando Monteverde del Castillo se propone, sin demoras, realizar las mejoras de la plaza de mercado, las fuentes de suministro de agua,  el arreglo de las calles, “muchas de ellas cruzadas con atarjeas y arquillas peligrosas que provocaban accidentes a los transeúntes; ¡deben taparse enseguida si no se quiere que algún extranjero, de los que actualmente nos visitan se rompa alguna pierna en esas trampas abiertas!”, se lee en El Valle de La Orotava del 30 de septiembre de 1887. “No hacemos todo lo que debemos; no trabajamos porque esos extranjeros no se retraigan de volver a nuestra isla en el invierno que ha de suceder al presente, no hacemos verdaderos sacrificios por retenerlos”, anota en su editorial el mismo rotativo del 6 de febrero de 1888.
Algunas  obras las realizaran particulares en emplazamientos para la mejora de servicios al visitante extranjero: la mejora del camino Chasna de acceso al Teide realizada en otoño de 1889 se debió a Antonio María Casañas, al conde del Valle de Salazar, a Alberto Ruiz Aguilar, entre otros; el arbolado y acabado de la plaza de San Sebastián se debió a los donativos  de los más pudientes de La Villa, incluso las farolas de gran potencia de luz para la plaza, las encargó a Londres, con su propio pecunio, Alberto Cólogan y Cólogan, marqués de Torre Hermosa. Todos ellos vinculados a la incipiente industria del turismo.
Se toma conciencia de que una infraestructura hotelera de calidad es síntoma de una sociedad moderna. Por eso se pide, en 1887, el establecimiento de un Grand Hotel como el que tiene el Puerto de la Cruz:

[La Villa] carece de un buen hotel donde vengan a  respirar aire más provisto de ozono  los anémicos y enfermos de pecho que llegan al Gran Sanatorium en los primeros meses de la estación de invierno. Ya esta idea, que puede realizarse sin perjuicio de los intereses financieros  del Gran Hotel [en el Puerto de la Cruz], ha pasado por la mente de algunos hijos de La Villa, y nosotros hemos oído de labios de un distinguido médico...

que piensa en el progreso, la ventaja que supondría instalar un hotel  en La Villa “en la casa de una respetable señora que reúne a sus excepcionales condiciones de carácter, el mas acendrado patriotismo”. Se refería a la casa de la marquesa de la Quinta, Sebastiana del Castillo Manrique de Lara, en la plaza de la Constitución.
Y se aplauden las reformas emprendidas en los hoteles establecidos, en el Hespérides, aunque permaneció poco tiempo abierto porque el inmueble lo compró la familia Brier, y en el Teide del italiano Luis Fumagallo en la calle Calvario, con muy buena comida y un largo comedor. A su muerte, en marzo de 1890, se cierra. Poco después, su esposa, Rosario Medina, lo reabre hasta que lo adquiere la suiza Enriqueta Humberset en 1901. Por su origen llegaría a conocerse como el hotel Suizo, nombre que lo mantuvo su último propietario, Francisco Polo Verdugo, el cual lo convirtió en fonda y comenzó su declive. Cuando lo cogió Nazario García Pérez  fue probablemente la edad dorada de dicho establecimiento. En la misma calle había otras fondas, la de a José González Yumar, en el nº 66, y la de María Antonia Trujillo, en el nº 40, abiertas ambas a mediados de la década de los ochenta del siglo XIX, y que al parecer ofrecían solamente camas.
Años después se establecerían más hoteles: Jorge Pérez Ventoso, el médico del Martiánez y Taoro, alquiló su hacienda “El Ciprés” a Douglas Crompton, en 1895, para uso hotelero; y por fin, el mismo Pérez Ventoso alquiló su casa, heredada de la  marquesa de la Quinta Roja, en la plaza del Quiosco, entonces de la Constitución, a Eulogio José Méndez Machado (en 1906), para establecer el distinguido hotel Victoria.
En estas tempranas iniciativas para la modernidad del pueblo tuvo especial importancia el tendido eléctrico, ya desde el año 1887. El Ayuntamiento recibe correo de los señores Mourlon and Company de Bruselas para ver la posibilidad de realizar las instalaciones eléctricas en los pueblos más importantes de la isla. Sin embargo, por si no fuera La Orotava la elegida, Alberto Cólogan y Cólogan realizaba correspondencia con la Compañía Dalmau de Barcelona para establecer la luz utilizando como fuerza motriz el caudal de agua de los nacientes de Aguamansa. Profesores y electricistas que habían visitado los molinos harineros para ver si era posible utilizar la fuerza hidráulica, no comprendían como La Orotava, “teniendo los elementos que habían podido observar, no se alumbrara ya con luz eléctrica” –afirmaron los especialistas.  Se demoró el reclamo y solo en sesión plenaria del 12 de noviembre de 1892 el Ayuntamiento aprobó sustituir del alumbrado de petróleo por el eléctrico. Se adjudicó a la única sociedad que se había presentado, la “Sociedad Eléctrica de La Orotava”, presidida por Ricardo Ruiz y Aguilar y como vicepresidente Juan Cullen Calzadilla. Desde un principio contó con la autorización del Heredamiento de Aguas de La Villa. Ya la máquina de dos dinamos movida por dos turbinas de agua que le llegaba a cada una 75 litros de agua por segundo producían la corriente. Se inauguró el 1 de diciembre de 1894, la segunda ciudad en Canarias en dotarse de alumbrado eléctrico, después de la primera, Santa Cruz de La Palma. Precisamente los hermanos Isidoro y Dardi Sánchez están realizando una investigación sobre el centenario, que se cumple este año, del establecimiento de la luz en La Villa, patrocinado por el Ayuntamiento. Sin duda, un estudio importante sobre una de las apuestas más destacables de la modernización de La Orotava.
Otra iniciativa en esta primera Edad de Oro del Turismo fue la Exposición Provincial de Horticultura, celebrada en los jardines de la marquesa viuda de la Quinta Roja “para dar ejemplo al exterior de lo capaces que somos”. Comenzó su organización en la primavera de 1887 y se inauguró a las 2 de la tarde del 20 de mayo de 1888, en los jardines cedidos por la marquesa. Se clausuró a la una del día 7 de junio, haciéndolo coincidir con las Fiestas Patronales que estamos celebrando, de hecho se llamó Exposición Provincial de Horticultura y Fiestas de San Isidro Labrador. Algunos de los elegantes kioscos que se establecieron para la Exposición, los facilitó el Ayuntamiento de La Villa, su propietario, al hotel Taoro para adornar sus jardines.  A juicio del jurado calificador se le concedió la Medalla de Oro a la señora marquesa viuda de la Quinta Roja  por sus jardines y magníficos ejemplares de piteras y laureles de Canarias. 
Si en el siglo XVIII los atractivos de La Villa eran el Teide y en el pueblo el jardín de Franchy con su drago, o la propia Villa monumental hasta bien entrado el XIX, a partir de las últimas décadas del siglo fue el jardín de la Quinta Roja y su mausoleo después de su construcción en 1882, y ahí estaba la elegante, educada y correcta marquesa narrándole la historia de lo sucedido a todo extranjero que visitaba el pueblo. Tuvo una gran repercusión social en el pueblo. Se entraba por la calle León, y si el turista subía la enorme cuesta de la calle alcanzaba el otro centro poblacional llamado el Farrobo o San Juan, o si se prefiere Villa Arriba, habitada por artesanos y jornaleros, hasta llegar a la Piedad, fin de su ascenso, donde el conjunto de acueductos distribuía la conducción de las aguas a la población y se encontraban dos molinos –uno desaparecido–, el límite del casco urbano de La Villa, según mi buen amigo el profesor Juan Pedro Hernández. A partir de aquí comenzaba el área más deprimida del municipio, el campo propiamente dicho, donde abundaban los pajares, residencias del campesinado, algunos neveros o guías en la excursión al Teide. Luego solían bajar por la calle Castaño (hoy doctor Domingo González), que en 1892 Nicandro González Borges plantó árboles para decorar el espacio libre con la canal de tea elevada por donde fluía el agua del Heredamiento de La Orotava, que servía de fuerza motriz de los dos artefactos de molienda de los molinos harineros de su padre, Bernardino González Hernández.  Precisamente de González Borges y su obra, el colegio de los Salesianos, sabe bastante mi apreciado Juan Cullen Salazar.
Expondré otra para acabar, la tomada en febrero de 1888 para el establecimiento de una dependencia del Jardín Botánico del Puerto con destino para plantas de climas medios en el solar excedente del exconvento de Monjas Clarisas en La Villa por su importancia, no solamente para los residentes en el valle “sino que nos honra especialmente entre los extranjeros”, comenta en carta fechada el 27 de febrero de 1888 Antonio María Casañas González. Se llamaría La Hijuela del Jardín Botánico. En agosto de 1888 el Ministerio de Fomento dio 3.500 pesetas para la explanación del terreno contiguo a las nuevas casas consistoriales. Los diputados a Cortes Antonio Domínguez Alfonso y Miguel Villalba Hervás serán los encargados de presionar en Madrid para su puesta en marcha. El arbolado comenzó en los primeros meses de 1892.
 Y en el verano de ese mismo año La Orotava estuvo a punto de entrar por la puerta grande en la modernidad. Cuando se pide el establecimiento de un colegio de segunda enseñanza para La Villa, para el Eco de Canarias “por lo que deberían de luchar los diputados y periódicos de Tenerife es por el establecimiento de una Universidad en La Villa o en el Puerto de La Orotava” –relata el rotativo cubano. “Creemos –continúa- que en ninguna población del Archipiélago redundaría tan buenos beneficios al país que el establecimiento de la Universidad como en La Orotava”. Tan difícil se vio la posibilidad de apostar por una Universidad que ni siquiera se intentó. Proyecto universitario que se hizo realidad en el presente siglo,  muchos años después, con la apertura de la Universidad Europea de Canarias en la casa de estilo neogótico de la familia Salazar.
Desde esta temprana fecha el nombre de “Orotava” es considerado como uno de los más notables del globo por sus excepcionales prerrogativas climáticas, por la encantadora belleza de sus paisajes, por las atractivas estructuras urbanas, por sus riquezas de obras artísticas, objeto preferente de viaje por una corriente turística considerable. Esta comarca de la isla tenía tal fama y se había difundido tanto que la palabra “Orotava” fascinaba por su propio peso. La poderosa compañía naviera inglesa Pacific Steam Navegation, futura «Royal Mail», bautizó a uno de sus buques con el nombre Orotava. El Ayuntamiento de La Villa se dirigió al resto de los ayuntamientos del valle para acordar manifestar sus agradecimientos a la compañía por tal distinción.
Quizás nunca en la historia de la sociedad canaria, particularmente del valle de La Orotava, ha quedado tan fascinada por la modernidad, como cuando en el tránsito de siglo, el turismo asumió el papel de progreso relevante. Por tal razón, desde principios del siglo pasado comienzan a fundarse organismos oficiales para promocionar el turismo. Destaca el Comité de Turismo del Valle de La Orotava, formado en el Puerto de la Cruz el 29 de enero de 1912. Años después se formó la Junta Insular de Turismo, organismo que será el encargado del desarrollo del turismo hasta bien entrado el siglo, con la que el Ayuntamiento de La Villa contribuía con 300 pesetas para su mantenimiento. La declaración de la  Ley de Parques Nacionales de 1916, anima al año siguiente, en 1917, al concejal del Ayuntamiento de La Orotava, Juan Acosta Rodríguez, a solicitar la inclusión de Las Cañadas del Teide, que seguía siendo reclamo turístico, en la lista de espacios naturales protegidos. Y precisamente esto anima a proponerse la construcción de la carretera las Cañadas-Vilaflor. El gran artífice fue nuestro paisano Bernardo Benítez de Lugo, residente en Tomás Zerolo, nº 21, pegado a la casa de Fernando del Hoyo Machado, quien donó su valiosísima biblioteca al municipio, formando parte hoy del mejor fondo bibliográfico de la Biblioteca Pública Municipal de La Orotava, como Fondo Fernando del Hoyo-Laura Salazar, junto al de Antonio Benítez de Lugo y Massieu.
El 12 de enero de 1917 Bernardo Benítez de Lugo envió una carta al mayordomo de palacio del Rey en Madrid, para que le trasmitiera a Su Majestad su apoyo a la necesaria construcción de la carretera Orotava-Vilaflor ─según el texto, “para facilitar al acceso a Las Cañadas de los turistas enfermos que quieran disfrutar de su clima –por su sequedad y ausencia de nubes y riqueza en rayos violetas y ultravioletas, se creía el mejor–, alcanzar Vilaflor para tomar sus aguas medicinales, y aseguraría la defensa de la parte sur de Tenerife”. Vilaflor en aquellos años era el centro turístico de la clase media alta de La Villa. Entonces se levantaron voces por el peligro que correría la vía por los desprendimientos del gran muro de Las Cañadas y los corrimientos venidos del plano inclinado de las faldas del Teide. Ante la duda, el 26 de junio de 1918, Bernardo Benítez de Lugo escribe una carta al catedrático de Mineralogía y Cristalografía de la Universidad Central de Madrid, Lucas Fernández Navarro, gran conocedor de Las Cañadas, para que diese su opinión al respecto.  El académico contesta que no ve motivo para que la proyectada carretera pase por Las Cañadas. Convencidos los remisos, la carretera se realizó sin problema. No obstante, fue lenta. Para evitar la morosidad el 25 de octubre de 1929 se propone al Cabildo que se le construyera a Su Majestad [el rey Alfonso XIII] un Palacio en Las Cañadas, solicitud que se le hace saber,  por carta, a Miguel Primo de Rivera, para que de alguna manera auxilie a la Institución Insular a los gastos de la construcción del edificio. Por fin, la última liquidación presupuestaria fue en noviembre de 1931, y la carretera no se terminó hasta 1947.
Son los años en que el plátano llamó a la puerta de los propietarios locales después del efímero período de explotación de la cochinilla y les generaría la suficiente riqueza como para erigir las actuales construcciones que darían lugar a la formación de la nueva ciudad, el actual casco urbano, la que hoy luce sus modernistas fachadas, centro de gravedad turística de La Villa. Precisamente a Antonio María Casañas, La Orotava le debe mucho como villero comprometido por la mejora del pueblo, y como alcalde; pero por su cultura extranjerizante encargó a un arquitecto en Londres su casa estilo neogótico, comenzando su construcción en junio de 1889, llamada La Palmita. Contribuyó de forma decisiva en la introducción del neogótico en La Villa.  Sirvió de imitación para algunos propietarios, y junto con otros estilos, conforman las reliquias del actual paisaje urbano de La Orotava, bien realizados por Mariano Estanga y Manuel Oraá, aunque en La Orotava no se habla de arquitectos, sino que se habla de arquitectura.
Décadas en que nuestro pueblo recibe las visitas de los componentes del Congreso Geológico Internacional (en 1926), la del rey de Bélgica Alberto I y su esposa, la reina Isabel Gabriela de Baviera (en 1928), que, según mi querido amigo José Manuel Rodríguez Maza, a Felipe Machado le pidieron que confeccionara unas alfombras en la plaza a los distinguidos visitantes, y la visita del padre del surrealismo, André Breton, en mayo de 1935, cuando viajó a Tenerife con su mujer Jacqueline Lamba y el poeta Benjamin Péret para asistir a la Segunda Exposición Surrealista celebrada en el desaparecido Ateneo de Santa Cruz en la Plaza de la Candelaria. Todo un acontecimiento internacional.
 Sin embargo, la apuesta por el turismo quedaría ralentizada con los estallidos de las cruentas guerras mundiales y la deplorable Guerra Civil de España. Las armas productos de la modernidad se usan para destruir, y en España para matarse unos hermanos contra otros. Canarias no entró activamente en las contiendas, pero sí vivirían las consecuencias colaterales. Emigración, racionamiento y falta de trabajo para superar la penuria en que se vive, es el panorama social que reluce. El turismo se vio gravemente afectado, porque es un sector de la economía que exige Paz, mucha Paz.
Y precisamente restablecida la paz, comienza a gestarse la segunda Edad de Oro del turismo en Canarias; en la década de 1950 el Puerto de la Cruz asiste a la presencia de un considerable turismo escandinavo que elegía la visita a La Villa como su principal excursión. Era frecuente ver pasear a finlandeses, suecos, noruegos o daneses por sus calles, como su alteza real la princesa Carolina-Matilde de Dinamarca, prima del rey Federico IX, el periodista Finn Björneboe,  las pintoras Agda Homlsen, Malla Mikkola, o la escritora cubana Dulce María Loynaz. Contaban con la heladería y dulcería “El Valle”, en el edificio del Cine Orotava; “La Academia”, que se anunciaba como el mejor restaurante del valle, además de pensión, y la excelente dulcería del alemán Egon Wende, “Don Ego”, como se le conocía a la confitería y restaurante Taoro, y en la Villa de Arriba, el excelente restaurante “Cuesta Arriba” de don Isaac Cabrera, que pomposamente se proclamaba carlista, y con quien mantuve una cordial relación cuando era adolescente.
Este despertar turístico anima a las autoridades de La Orotava a tomar tempranas iniciativas para fomentar el turismo. En el año 1954, “para retener y satisfacer a los turistas que la visitaban”, nuestro alcalde Juan Guardia Doñate propuso construir un Parador de Turismo en medio de un jardín de plantas canarias en los extensos solares de la Cruz del Teide, cerca de donde vivía el erudito meteorólogo y botánico Oscar Burchard Kessels, nacido en Hamburgo en 1863 y desde el año 1904 establecido en la casa de la finca “Las Fanegadas” de Rafael Machado Salazar de Frías, hoy residencia particular de Mario Torres Hernández, propietario de la tasca-picoteo “Donde Mario”. Nunca se construyó. Manuel Cerviá Cabrera, subsecretario del Ministerio de Información y Turismo, apostó por construirlo en Las Cañadas. En esos años cincuenta se retoma la idea del teleférico, inaugurado en 1971, y es el momento en que La Orotava es declarada Conjunto-Histórico Artístico y esto le facilitó entrar por la puerta grande en la industria del turismo a partir de los años sesenta. ¿Cómo va a ser esto?, se preguntarán muchos. ¡Sí!
Con el desarrollo del modelo de turismo de “sol y playa”, consecuencia de la Ley de Estabilización de 1959, el Puerto de la Cruz se consolida como un centro turístico de costa, entonces de moda el bronceado y los baños de mar, pero asiste a su veloz destrucción del rico patrimonio urbano de la ciudad. Sin embargo, cuando cambia la moda, el gusto en el viaje es muy variable, ahí está La Villa. Afortunadamente La Orotava nada tiene que ver con rascacielos u hoteles dirigidos al cielo. Aquí no hay construcciones espectaculares ni record de Guinness. La propia estructura del pueblo lo evita. La proximidad de las casas a lo largo de las calles crea las sombras y su posición entrecruzada ayuda a los visitantes a disfrutarla. Ahora, La Villa está impregnada de una sensación añeja en el que el tiempo parece haberse estancado. Probablemente ese estancamiento ha sido y será el futuro del turismo en el municipio, porque como afirma Ottilio Brilli, “el viaje nunca acaba. Solo los viajeros se acaban. E incluso, ellos pueden prolongarse en la memoria, en el recuerdo, en la narración”.  En efecto, solo ellos, cuando están sentados en una plaza o en un banco observando sus alrededores, o de pie contemplando el ángulo de una calle, un balcón, estudiando las fachadas, o un monumento de La Villa, saben que el final de la visita es solo el inicio de otra. Que no se nos olvide que, precisamente la Villa de La Orotava es depositaria de una compleja tradición cultural, con un casco histórico valiosísimo,  cuya profanación equivale a despojarla de su propia identidad, de su interés turístico. Esa es su propia modernidad. La Orotava puede jactarse de vivir sin nostalgia de su pasado, no necesita postales antiguas, prácticamente sigue siendo como era.  El casco de La Orotava es su tarjeta de visita. Para nuestro estimado Juan del Castillo son las Alfombras la tarjeta de visita de La Orotava, su mejor carta de presentación, y para Manolo Rodríguez Mesa, las que han dado notoria fama a la Villa de La Orotava.
Y llegado a las Fiestas Patronales también nos encontramos con otro de los mayores recursos turísticos de La Villa. El jueves de la Octava del Corpus, La Orotava huele a jardín, porque el valle entero ha florecido para el día de la Octava del Corpus. Las rosas se mezclan con los lirios, con los claveles, con las azucenas, con las retamas... Las retamas se han resguardado ellas mismas para ofrecer sus mejores colores, sus mejores olores para el jueves; habrán abandonado su paraje natural, Las Cañadas, para mezclarse con las demás flores, con los otros aromas. Son las espléndidas fiestas de las flores, exclusivas de La Orotava. Tomás Zerolo escribió “nada hay más hermoso que el aspecto que ofrece desde la altura de los balcones esta viva tapicería…” El periodista grancanario, Francisco González Díaz, escribió cuando las vio por primera vez, en junio de 1954, “a quien como yo las contemplan por primera vez, tienen que parecerle originalísimas, tan originales que creo valdrían ellas por sí solas la pena de viajar a La Orotava por estos días alegres de junio para verlas y admirarlas. Arte verdadero, arte delicado preside su confección”.
Entre los muchos escritos publicados por los viajeros que han visitado La Orotava, adonde la curiosidad les llevó por distintas razones, resulta asombroso que ninguno de ellos, al menos de los que yo conozco, haya tenido una percepción más plausible, propia de este arte, como la que hizo un viajero inglés, del cual no sabemos su nombre porque firma como Mr. W. S.  Lamenta lo efímero que es el espectáculo que La Villa ofrece el jueves de la Octava del Corpus:

¡OH!, Qué gran lástima  que estos tapices no pudieran ser recogidos y guardarse como tesoros de arte! Nunca en mi vida de viajero incansable he tropezado con nada comparable a esto. Jamás pude imaginar que las flores  pudieran servir para pintar, porque pintar es lo que hacéis aquí con vuestras flores. No pude nunca sospechar que éstas tuviesen –vista en la planta– tal profusión de matices, tonalidades tan delicadas y extensas. Es una verdadera lástima que estos tapices no se puedan guardar.

Si las alfombras de flores constituyen un elemento artístico digno de admiración, no menos es el tapiz de la plaza del Ayuntamiento, desde hace algunas décadas configurada con tierras de colores naturales extraídas de Las Cañadas del Teide, ganadora del Guinness por ser la mayor alfombra del mundo elaborada con tierras volcánicas.  Pero antes en la plaza también se realizaba con flores, y cuando se realizó por primera vez en ella en marzo de 1906, con motivo de la visita regia a La Villa de Alfonso XIII, además en las calles de su recorrido, el Monarca quedó tan asombrado de la belleza de aquellas obras que no las echó en olvido. Prueba de ello, fue la idea de realizar una alfom­bra de flores de estilo y factura orotavense en la celebración de su boda con la Princesa Victoria Eugenia de Battenberg. El Conde de Romanones, que le acompañó en su visita a la isla,  se pone en comunicación con el alcalde de La Orotava, solicitando la presencia en Madrid de los mejores alfombristas. Pronto embarca la embajada artística villera: José y Agustín Monteverde Lugo, Lorenzo Macha­do Benítez de Lugo, Guzmán Code­sido Varela, entre otros. A la llegada a Madrid y en el momento de la presentación en el Ministerio, Romanones le dice a uno de sus subordinados que anun­cia la presencia de los orotavenses:

– Que pasen los jardineros.

Ante él, vestidos impecablemente, están los «jardineros». Romanones experimenta un sentimiento de asombro y de confusión consigo mismo, cuando comprueba que los «jardineros» son gen­tes en su mayoría de familias de raigambre aristo­crática. Su admiración sube entonces de punto. Con razón, las alfombras eran manifestaciones artísticas de los hacendados de La Orotava.
No hay ninguna manifestación de Fe y de Arte comparable a las alfombras de La Orotava, declaradas BIC en el 2007 y que aspira a ser declaradas, con todo merecimiento, Patrimonio de la Humanidad. Pero tampoco hay nada comparable como la Romería de San Isidro, donde se registra una masiva afluencia de romeros de todas partes, en mis años mozos partía de la calle de San Francisco y hoy comienza la manifestación folclórica en San Antonio. Numerosos turistas, tanto nacionales como extranjeros, cubren las calles para presenciar el paso de la interminable Romería.
Pero hoy La Villa vive la modernidad de los nuevos tiempos que vivimos. La modernización que comenzó con la transición democrática determinó el surgimiento de una nueva forma de vivir las Fiestas Mayores en La Villa: se democratizó lo que no estaba al alcance de todos, el Baile de Magos. Antes se celebraba el Baile de Magos en el antiguo Liceo de Taoro (hoy el club de Tercera Edad), solamente para sus socios, familiares e invitados. No había baile para el pueblo. El Baile de Magos era el único programa de las fiestas no callejero, de unos pocos. Muchos jóvenes romeros, y no tan jóvenes, se desconsolaban detrás de las vallas colocadas en la calle de San Agustín para evitar el acceso a las puertas de la Sociedad Cultural. No tenían ni música de orquesta, ni lugar donde divertirse. Solo la calle y los bares para emborracharse aquellos que se atrevían a salir, porque lo normal era salir el viernes por la tarde, después de la carrera de ciclismo “Vuelta al Valle” a las 15:00 horas, alrededor del centro urbano, para ver las Sortijas en jeeps Lang Rover descapotables engalanados alrededor de la plaza de Franchy Alfaro, y por último ir a los cochitos de «esmoches», como era mi caso, hasta bien cumplido años. Y así acababa el viernes para la mayoría del pueblo.
Sin embargo, en 1977, un año antes de la Constitución de 1978, algunos jóvenes organizamos un Baile de Magos Popular en la plaza del Ayuntamiento, ¡el primero!, no sin superar los obstáculos puestos por los munícipes de la última corporación franquista. Hoy, el Baile de Magos es un festejo multitudinario, sobresaliente, destacable por su animación y sano divertimiento, que traspasa los límites de la plaza donde se inició. Resulta difícil negar que estamos en el fin de una época y el comienzo de otra. El modelo de las fiestas anteriores se ha agotado. Las fiestas de ahora yo las considero Fiestas Patronales de la Modernidad, o si se prefiere, Fiestas Patronales de la Democracia, porque la corporación nacida de las primeras elecciones democráticas en 1979, con nuestro apreciado Francisco Sánchez García como alcalde, interpretando los deseos del pueblo, supo comprender la importancia del Baile de Magos Popular y lo asumió como suyo, garantizando su continuidad. Es el momento del nacimiento de una nueva era en nuestras fiestas. Ahora todos disfrutan de todo.
En sintonía con ese principio, algunos del mismo grupo de jóvenes organizamos, en el marco de las Fiestas de San Juan y el Señor de la Columna, como Asociación de Vecinos el Farrobo, una serie de actos culturales basado en la imagen, la poesía y la música, cuyos festivales Folclóricos y de Cantautor brillaron por la calidad de los invitados, que mi viejo amigo Felipe Hernández me refrescó la memoria: Silvio Rodríguez, Claudina y Alberto Gambino, José Afonso, su única visita a Canarias, la argentina Mercedes Sosa, la Voz de América,  primera visita a Canarias (en 1980), Olga Manzano y Manuel Picón, Interpretando la obra de Pablo Neruda "Los Versos del Capitán" (en 1981), concierto que coincidió con la visita del ex mandatario venezolano, Rómulo Betancurt (invitado a las fiestas del pueblo por la Corporación que presidía Francisco Sánchez García) porque, al igual que este año 2014, coinciden la semana de las fiestas del Corpus y San Isidro con la festividad de San Juan, suceso muy extraño, según Rodríguez Maza.
Ha resultado quimérico el unir los términos modernidad y democracia, al final de este pregón, por el progreso conseguido en las tres últimas décadas vividas en el Estado y, particularmente La Villa, por el restablecimiento de la democracia y el ingreso en la Unión Europea, que ha ayudado con una lluvia de sus fondos, favoreciendo la modernidad. Por su parte, el Ayuntamiento ha tomado iniciativas para ponerse a la altura de una ciudad moderna, sobre todo culturales, porque si el turismo es la quintaesencia de la modernidad, el deseo de aprender y la cultura son los pilares de una sociedad moderna. La existencia de la Casa de la Cultura, de una valiosa Biblioteca Pública Municipal, el mismo Archivo Histórico Municipal, la Fundación Canaria-Orotava de la Historia de la Ciencias, la instalación de museos, la recién apertura de una Universidad, son instituciones básicas para el progreso del municipio.
Sin embargo, la modernidad es un proceso lento, largo y exigente y como tal planteará más necesidades sociales y culturales en el siglo XXI, pero creo que se pueden resolver en el futuro con la ayuda del sistema de libertades, de práctica democrática, porque una sociedad moderna también se distingue por comportar un proyecto común, de participación, de incorporación de todas las sensibilidades en las tareas del progreso.

 Y esto es la historia que decidí contarles esta noche. No he tratado de hacer un recorrido enciclopédico de actuaciones, sino he destacado algunas para mostrar la importancia del turismo en la modernidad y, de paso, para mostrar ¡Qué historia!
Ningún lugar de la tierra ha sido visitado tanto, por tantos distinguidos viajeros como el valle de La Orotava, su Villa, su Puerto. ¡Que cantidad de exploradores, naturalistas, capitanes y hombres de mar, sobre todo británicos, lo han visitado y lo seguirán visitando!  Antes, La Orotava  asistió a la presencia de muchos viajeros, hoy asiste al deambular por sus calles de miles y miles de turistas, sorprendidos por la sugestiva estampa de la ciudad. Una villa que, a pesar de acometer nuevas e importantes obras, no pierde su singularidad, y menos su tradición, sobre todo cuando se acercan estas fechas tan señaladas. Ya La Villa no necesita el Teide para ser visitada. Tiene personalidad propia. Se ha convertido en el centro de gravedad del turismo insular. Ha alcanzado la madurez en este importante recurso económico.
De nuevo, gracias Alcalde, gracias Francisco, por haberme invitado esta noche a ocupar esta noble sala como pregonero, que no lo soy, sino un artesano de la cultura, por ello te agradezco que me dieras la oportunidad de compartir esta velada cultural en mi pueblo natal, con mi gente, mis conocidos, mis amigos, mis familiares. Todo un placer.  A todos, Felices Fiestas. Muy buenas noches…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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