El amigo de la ciudad de Tacoronte; NICOLÁS PÉREZ GARCÍA. Remitió
entonces (2009) estas notas que tituló; “TACORONTE,
CORPUS CHRISTI, FIESTAS DE HONOR Y BELLEZA”.
Publicadas
en la PRENSA EL DÍA (SANTA CRUZ DE
TENERIFE), EL DÍA 13 DE JUNIO DEL 2009: “…Este año se celebra con las últimas luces de la primavera, en
tanto que el solsticio de verano se acerca inminente, cálido y luminoso como siempre.
La fiesta de las alfombras quiere 'adornar la antesala de un estío que se deja acariciar
por crepúsculos interminables en los días más largos del año. Aquí, en el corazón
del pueblo, en el conjunto histórico artístico de Tacoronte que resuma antigüedad
y tradición, el vecindario tiene. su cita ancestral con renovada devoción para
confeccionar alfombras y pasillos en una gran cadena de color y de honor para
honrar al Santísimo. Cientos de vecinos de toda condición y edad relevando a
generaciones pasadas y presentes transitan los viejos caminos de antaño, que
acicalan y adornan con esmero para que no se pierda ningún resquicio de la
identidad ganada a través de los tiempos.
La evolución imparable que nos invade no puede relegar las
costumbres de ayer, mas al contrario revitaliza la noble ambición de preservar
y mejorar los valores heredados de los antecesores. El Corpus Christi es
jornada de un día, tan efímera como la flor que se rinde al decoro hasta
marchitar su belleza por una causa digna del mayor encomio, pero no por ello
deja de ser un día intenso y significativo por la estrecha relación que surge
entre la naturaleza humana y divina, sendos testimonios que se entrelazan para
homenajear al supremo Creador. Es una fiesta para compartir y disfrutar en
franca camaradería y confraternidad, en la que se conjugan alicientes donde la
naturaleza es protagonista absoluta. Es .la expresión del color natural que
embellece a esta ciudad-campo un domingo muy especial, un día tempranero y
activo que se deja acariciar por bellos senderos cromáticos.
Tras un largo y acuoso invierno, el campo tacorontero luce una
frondosidad espectacular desde las medianías montuosas hasta los cantiles
costeros que se hunden en el mar para besar las olas del vasto océano. Las lluvias
han sido persistentes durante las siete lunas de rigor desde el equinoccio
otoñal: dos estaciones en una que han hecho revivir escorrentías de cauces
resecos y barrancos profundos de monte. Las tierras de labrantío se han hecho
aguazales y la vida dormida bajo rastrojos y barbechos emerge ahora con brío en
la explosión de vida libre del tránsito vernal. Así se expresa la naturaleza
con su grandeza en la cadenciosa ladera de Tacoronte, cual alfombra
confeccionada al azar en un gran ramillete ecléctico de todos los verdes que
ofrece la gran huerta en complicidad con el Corpus Christi.
Hablando de alfombras, hemos de mirar al monte de Tacoronte,
tapiz singular y majestuoso donde los haya, de donde se traen productos básicos
para la fiesta. Desde los comienzos de la colonización de esta tierra,
1496-1497, los nuevos pobladores, que se posesionaban de estos parajes vírgenes
junto a los guanches vencidos y sometidos, acudían al monte para procurarse los
recursos indispensables con que subsistir, sobre todo el agua de la naciente
que brotaba en un soto de la foresta. Aquella fuente natural situada en un
extremo del bosque fue pronto bautizada por el decir popular como Madre del
Agua, sin dejar de manar hasta nuestros días, dando de beber al pueblo durante
siglos. Hasta hoy nada ha cambiado, sigue allí en el monte de Toledo del barrio
de Agua García, en realidad "Agua de García", topónimo alusivo al
entonces dueño del lugar, García de Morales. Apenas había otra agua en el
pueblo, salvo pequeñas fuentes muy dispersas y extraviadas, por lo que fue
necesario conducida hasta lo poblado por medio de las canales de madera que resistieron
hasta mediados del siglo XIX.
El manto vegetal que cubre los altos de Tacoronte contiene una exuberante
y rica flora de especies lauráceas, vestigios de la Era Terciaria, cuya
pervivencia hasta nuestros días ha sido posible gracias a un factor climático
especial: los vientos alisios. Ello hace posible el crisol de biodiversidad que
subyace bajo la umbría arboleda. La naturaleza siampre fue graciable con esta tierra
a través del celaje neblinoso que entolda y humedece constantemente sus
laderas, propiciando la efusión hídrica de la lluvia horizontal para alimentar
los acuiferos que dan de beber a la población y sus animales, así como a las
áreas madereras que aportan productos de primera necesidad.
En tomo al monte de Tacoronte, se dibuja una interesante
historia. Los primeros pobladores y sus descendientes consideraban al bosque
de Agua García como cosa sagrada -sagrado bosque de las aguas-, dado que los
recursos forestales no sólo suministraban elementos esenciales para el laboreo
de los campos y para la vida diaria en los hogares familiares, sino también
que además C9nstituían una protección duradera para la conservación de los
manantiales. Los vecinos de aquel entonces comprendieron en seguida la
necesidad de amparar y cuidar el monte, ya que sin él se perderían elementos
vitales para la subsistencia. De hecho, resultó beneficioso que en Tacoronte
no se instalara ningún ingenio azucarero en la época del apogeo de la caña a
comienzos del siglo XVI, pues ello hubiera supuesto la degradación y roturación
de gran parte de la masa forestal. Como es sabido, en aquella época la madera y
el agua eran los combustibles imprescindibles para mover la ambiciosa y pujante
industria de Tacoronte adquirió renombre por el interés que mostraron algunos
científicos. De tal manera quedó consignado en libros y en tratados de
historia natural, tanto por la originalidad y pervivencia de una flora endémica
y antigua cuanto por la singular belleza de todo el área vegetal que se
extiende desde las cabezadas (últimos caseríos) hasta las cotas que coronan la
cordillera dorsal de la
Isla. Siendo el monte suministrador natural de recursos para
los aperos de labranza, complementos agrícolas y combustible para las
necesidades más cotidianas, constituyó también un bien codiciado de los
jerarcas de la tierra, de los más pudientes e incluso miembros de la
administración y municipios colindantes, con los que se sostuvo un pulso
continuo. Desde principios del siglo XVI constan algunos intentos de apoderarse
de manantiales y terrenos del monte de Tacoronte, tales son los casos del rico
mercader genovés Mateo Viña y el canónigo Alonso de Samarinas en 1509. Debido a
las quejas de los vecinos, el Cabildo (Ayuntamiento Mayor de la Isla) tuvo que intervenir
enérgicamente para salvaguardar la subsistencia del vecindario, aunque más de
un regidor que debía velar por aquel bien común intentó sacar provecho para su
interés particular.
Monte y agua formaban una simbiosis fundamental para el sostenimiento
de la vida cotidiana de los primeros pobladores, medios naturales que asimismo
fueron esenciales en la sucesión temporal de otras generaciones. La
preocupación temprana por la integridad del llamado "bosque de las
aguas" permaneció como una constante necesaria hasta finales del siglo
XIX, sufriendo a lo largo de cuatro siglos no pocos atentados por los
depredadores de siempre y por cuestiones de tipo territorial, político y
social. Pero el menoscabo espoleaba aun más a unos vecinos defensores a .capa
y espada de tan preciado bien, ya que en ello les iba el sobrevivir. Eran
plenamente conscientes' de que sin monte no podrían tener agua, y sin agua
monte, ni labranza, ni animales de granja y labor, ni manera de vivir con tales
carencias.
Pero hablábamos del Corpus Christi de la ciudad de Tacoronte,
cuyo núcleo más activo centra el trayecto entre las dos iglesias principales,
Santa Catalina y Santuario del Cristo de los Dolores, dos templos unidos por el
bucólico camino de las acacias que desde 1949 lleva el nombre de Teobaldo
Power, conocido por Camino Nuevo desde que se construyó en 1730 con fondos del
Pósito. Las acacias que hoy lo jalonan se plantaron por el segundo decenio del
siglo XX, sustituyendo los chopos que entonces había. A lo largo de la senda
se mueve un enjambre de personas afanosas, -cada grupo dibujando su idea en un
tapiz floral-, mientras que los más pequeños revolotean como piedras movedizas,
aunque los más aprenden como buena semilla de futuro. Es un escenario especial
donde abejea una maraña incesante, aparentemente desordenada, bajo los rayos de
un sol liberador que filtra sus flecos radiantes entre la fronda verde y
refrescante. Todos afanados y en cada mente bullendo un sentimiento común:
cubrir de belleza el pavimento para rendir homenaje al paso del Santísimo
Sacramento.
Declinando la primavera Tacoronte se hace alfombra por un día;
el pueblo amalgama ingenio, arte y trabajo para escribir una hermosa página
eucarística. La jornada dominical da para mucho desde la bisoña aurora, hasta
que el veterano atardecer se lleva todas las esencias y cromatismos florales en
el carro de un crepúsculo que se desvanece lentamente al igual que los
pétalos. Cuando procesiona el Santísimo el día también quiere despedirse tras
el último horizonte, zigzagueando entre nubes de un poniente perfilado por el
astro radiante. S¡;: agotan las luces de una jornada sonriente y triunfante
para renacer más allá, desafiando al tiempo que no envejece, buscando, las
sombras titubeantes de la noche para resurgir al alba con su futuro inescrutable.
Y atardeciendo también cambian las sombras del campo y se adormecen los
sarmientos, madurando en silencio buenos vinos. En la distancia, el bosque
aquieta su hormiguero de vida hasta que, rayando la aurora, se despereza con
sosiego, sin prisas, mientras el singular escenario natural se deja envolver
por un sol vigorizante. En la soledad del bosque no existe imaginación ni
trasuntos del más allá; vive sus propias reglas en un hábitat especial; no
quiere saber nada de erosión ni de contaminación ni de gente malsana que lo
ensucia y maltrata. Sólo quiere cumplir con su destino, fiel al servicio del
común, a pesar del albur de una vida mundana que no siempre respeta el ideal
de la civilización.
Como se ha dicho en tantas ocasiones, el Corpus Christi es una
festividad muy antigua, cuyo origen en el orden católico se remonta hacia la
mitad del siglo XIII. Como fiesta litúrgica, en Tacoronte se sabe de ella desde
finales del siglo XVI, al cuidado de la cofradía del Santísimo Sacramento, que
se instituyó en ese tiempo. Con anterioridad se tiene constancia de celebrarse
dicha fiesta en la iglesia de San Pedro de Sauzal, cuando este beneficio parroquial
tenía jurisdicción eclesiástica en toda la comarca de Acentejo. La cofradía del
Santísimo Sacramento también tuvo asiento en la ermita de Santa Catalina, y
permaneció vigente hasta mediados del siglo XIX, desapareciendo junto a otras
cofradías debido a las desamortizaciones eclesiásticas dictadas por el Gobierno
central.
De lo investigado se colige que en un tiempo muy lejano se
mezclaba fácilmente 10 profano con 10 religioso, práctica erradicada por los
obispos en sus visitas pastorales a las parroquias. Nos lleva esta referencia
al año 1602, cuando el prelado don Francisco Martínez Ceniceros emite un
mandato ordenando que la procesión del Santísimo se lleve a cabo con la mayor
solemnidad, y anima la participación del pueblo según sus posibilidades.
Asimismo, insiste en que delante de la sagrada forma no se representen comedias
o act0s similares de ningún tipo, salvo que estuvieran autorizados por el
brazo eclesial.
El origen de la tradición floral está íntimamente ligado al
sentimiento religioso desde un tiempo que se pierde en un pasado muy lejano.
Hoy día, en el evento se cruzan la habilidad y la creatividad personal, donde
la participación del pueblo es fundamental y necesaria para lograr objetivos en
el plano personal y en el religioso. La manifestación alfombrista ha acaparado
el interés general y ha calado en una Sociedad que muestra inclinación por el
disfrute de la sutileza y el ingenio, en un tiempo que fácilmente ente
involucra lo serio con lo desenfadado, lo contestable con lo placentero.
Por lo que conocemos, la utilización de alfombras en la fiesta
del Corpus Christi en esta Isla de Tenerife data del siglo XIX, siendo el
ejemplo más notorio la primacía que ostenta la Villa de La Orotava desde 1847. Sin embargo, en 10 que
respecta a Tacoronte, es en 1760 cuando se menciona que se utilizan ramas y
flores en la fiesta, "según se acostumbra para la celebración de dicho
día", dato que aparece en una reseña del investigador local Manuel Barrios
Díaz, sin que se sepa cómo ni de qué forma se disponían tales adornos. Sí que
se habla de alfombras en el Corpus de Tacoronte del año 1898, en la calle del
Calvario, donde un buen número de vecinos aparece enfrascado en diversos
arreglos y adornos del trayecto procesional…”
BRUNO
JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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