domingo, 18 de junio de 2017

TACORONTE, CORPUS CHRISTI, FIESTAS DE HONOR Y BELLEZA



El amigo de la ciudad de Tacoronte; NICOLÁS PÉREZ GARCÍA. Remitió entonces (2009) estas notas que tituló; “TACORONTE, CORPUS CHRISTI, FIESTAS DE HONOR Y BELLEZA”.
Publicadas en la PRENSA EL DÍA (SANTA CRUZ DE TENERIFE), EL DÍA 13 DE JUNIO DEL 2009: “…Este año se celebra con las últimas luces de la primavera, en tanto que el solsticio de verano se acerca inminente, cálido y luminoso como siempre. La fiesta de las alfombras quiere 'adornar la antesala de un estío que se deja acariciar por crepúsculos interminables en los días más largos del año. Aquí, en el cora­zón del pueblo, en el conjunto histórico ­artístico de Tacoronte que resuma antigüe­dad y tradición, el vecindario tiene. su cita ancestral con renovada devoción para con­feccionar alfombras y pasillos en una gran cadena de color y de honor para honrar al Santísimo. Cientos de vecinos de toda con­dición y edad relevando a generaciones pasadas y presentes transitan los viejos caminos de antaño, que acicalan y adornan con esmero para que no se pierda ningún resquicio de la identidad ganada a través de los tiempos.
La evolución imparable que nos invade no puede relegar las costumbres de ayer, mas al contrario revitaliza la noble ambi­ción de preservar y mejorar los valores here­dados de los antecesores. El Corpus Christi es jornada de un día, tan efímera como la flor que se rinde al decoro hasta marchitar su belleza por una causa digna del mayor encomio, pero no por ello deja de ser un día intenso y significativo por la estrecha rela­ción que surge entre la naturaleza humana y divina, sendos testimonios que se entre­lazan para homenajear al supremo Creador. Es una fiesta para compartir y disfrutar en franca camaradería y confraternidad, en la que se conjugan alicientes donde la natu­raleza es protagonista absoluta. Es .la expresión del color natural que embellece a esta ciudad-campo un domingo muy espe­cial, un día tempranero y activo que se deja acariciar por bellos senderos cromáticos.
Tras un largo y acuoso invierno, el campo tacorontero luce una frondosidad especta­cular desde las medianías montuosas hasta los cantiles costeros que se hunden en el mar para besar las olas del vasto océano. Las llu­vias han sido persistentes durante las siete lunas de rigor desde el equinoccio otoñal: dos estaciones en una que han hecho revi­vir escorrentías de cauces resecos y barran­cos profundos de monte. Las tierras de labrantío se han hecho aguazales y la vida dormida bajo rastrojos y barbechos emerge ahora con brío en la explosión de vida libre del tránsito vernal. Así se expresa la natu­raleza con su grandeza en la cadenciosa ladera de Tacoronte, cual alfombra confeccionada al azar en un gran ramillete ecléctico de todos los verdes que ofrece la gran huerta en complicidad con el Corpus Christi.
Hablando de alfombras, hemos de mirar al monte de Tacoronte, tapiz singular y majestuoso donde los haya, de donde se traen productos básicos para la fiesta. Desde los comienzos de la colonización de esta tie­rra, 1496-1497, los nuevos pobladores, que se posesionaban de estos parajes vírgenes junto a los guanches vencidos y sometidos, acudían al monte para procurarse los recur­sos indispensables con que subsistir, sobre todo el agua de la naciente que brotaba en un soto de la foresta. Aquella fuente natu­ral situada en un extremo del bosque fue pronto bautizada por el decir popular como Madre del Agua, sin dejar de manar hasta nuestros días, dando de beber al pueblo durante siglos. Hasta hoy nada ha cambiado, sigue allí en el monte de Toledo del barrio de Agua García, en realidad "Agua de Gar­cía", topónimo alusivo al entonces dueño del lugar, García de Morales. Apenas había otra agua en el pueblo, salvo pequeñas fuen­tes muy dispersas y extraviadas, por lo que fue necesario conducida hasta lo poblado por medio de las canales de madera que resistieron hasta mediados del siglo XIX.
El manto vegetal que cubre los altos de Tacoronte contiene una exuberante y rica flora de especies lauráceas, vestigios de la Era Terciaria, cuya pervivencia hasta nues­tros días ha sido posible gracias a un fac­tor climático especial: los vientos alisios. Ello hace posible el crisol de biodiversidad que subyace bajo la umbría arboleda. La naturaleza siampre fue graciable con esta tierra a través del celaje neblinoso que entolda y humedece constantemente sus laderas, propiciando la efusión hídrica de la lluvia horizontal para alimentar los acuiferos que dan de beber a la población y sus animales, así como a las áreas made­reras que aportan productos de primera necesidad.
En tomo al monte de Tacoronte, se dibuja una interesante historia. Los primeros pobladores y sus descendientes considera­ban al bosque de Agua García como cosa sagrada -sagrado bosque de las aguas-, dado que los recursos forestales no sólo suministraban elementos esenciales para el laboreo de los campos y para la vida dia­ria en los hogares familiares, sino también que además C9nstituían una protección dura­dera para la conservación de los manan­tiales. Los vecinos de aquel entonces com­prendieron en seguida la necesidad de ampa­rar y cuidar el monte, ya que sin él se per­derían elementos vitales para la subsisten­cia. De hecho, resultó beneficioso que en Tacoronte no se instalara ningún ingenio azucarero en la época del apogeo de la caña a comienzos del siglo XVI, pues ello hubiera supuesto la degradación y roturación de gran parte de la masa forestal. Como es sabido, en aquella época la madera y el agua eran los combustibles imprescindibles para mover la ambiciosa y pujante industria de Tacoronte adquirió renombre por el interés que mostraron algunos científicos. De tal manera quedó consignado en libros y en tra­tados de historia natural, tanto por la ori­ginalidad y pervivencia de una flora endé­mica y antigua cuanto por la singular belleza de todo el área vegetal que se extiende desde las cabezadas (últimos caseríos) hasta las cotas que coronan la cordillera dorsal de la Isla. Siendo el monte suministrador natu­ral de recursos para los aperos de labranza, complementos agrícolas y combustible para las necesidades más cotidianas, cons­tituyó también un bien codiciado de los jerarcas de la tierra, de los más pudientes e incluso miembros de la administración y municipios colindantes, con los que se sos­tuvo un pulso continuo. Desde principios del siglo XVI constan algunos intentos de apoderarse de manantiales y terrenos del monte de Tacoronte, tales son los casos del rico mercader genovés Mateo Viña y el canónigo Alonso de Samarinas en 1509. Debido a las quejas de los vecinos, el Cabildo (Ayuntamiento Mayor de la Isla) tuvo que intervenir enérgicamente para sal­vaguardar la subsistencia del vecindario, aunque más de un regidor que debía velar por aquel bien común intentó sacar provecho para su inte­rés particular.      
Monte y agua formaban una sim­biosis fundamental para el sosteni­miento de la vida cotidiana de los primeros pobladores, medios natu­rales que asimismo fueron esenciales en la sucesión temporal de otras generaciones. La preocupación tem­prana por la integridad del llamado "bosque de las aguas" permaneció como una constante necesaria hasta finales del siglo XIX, sufriendo a lo largo de cuatro siglos no pocos aten­tados por los depredadores de siem­pre y por cuestiones de tipo territo­rial, político y social. Pero el menos­cabo espoleaba aun más a unos veci­nos defensores a .capa y espada de tan preciado bien, ya que en ello les iba el sobrevivir. Eran plenamente cons­cientes' de que sin monte no podrían tener agua, y sin agua monte, ni labranza, ni animales de granja y labor, ni manera de vivir con tales carencias.
Pero hablábamos del Corpus Christi de la ciudad de Tacoronte, cuyo núcleo más activo centra el trayecto entre las dos iglesias prin­cipales, Santa Catalina y Santuario del Cristo de los Dolores, dos templos unidos por el bucólico camino de las acacias que desde 1949 lleva el nombre de Teobaldo Power, conocido por Camino Nuevo desde que se construyó en 1730 con fondos del Pósito. Las acacias que hoy lo jalonan se plantaron por el segundo decenio del siglo XX, sus­tituyendo los chopos que entonces había. A lo largo de la senda se mueve un enjambre de personas afanosas, -cada grupo dibujando su idea en un tapiz floral-, mientras que los más pequeños revolotean como piedras movedizas, aunque los más aprenden como buena semilla de futuro. Es un escenario especial donde abejea una maraña incesante, aparentemente desordenada, bajo los rayos de un sol liberador que filtra sus flecos radiantes entre la fronda verde y refrescante. Todos afanados y en cada mente bullendo un sentimiento común: cubrir de belleza el pavimento para rendir homenaje al paso del Santísimo Sacramento.
Declinando la primavera Tacoronte se hace alfombra por un día; el pueblo amalgama ingenio, arte y trabajo para escribir una her­mosa página eucarística. La jornada domi­nical da para mucho desde la bisoña aurora, hasta que el veterano atardecer se lleva todas las esencias y cromatismos florales en el carro de un crepúsculo que se desvanece len­tamente al igual que los pétalos. Cuando pro­cesiona el Santísimo el día también quiere despedirse tras el último horizonte, zigzagueando entre nubes de un poniente perfi­lado por el astro radiante. S¡;: agotan las luces de una jornada sonriente y triunfante para renacer más allá, desafiando al tiempo que no envejece, buscando, las sombras titu­beantes de la noche para resurgir al alba con su futuro inescrutable. Y atardeciendo tam­bién cambian las sombras del campo y se adormecen los sarmientos, madurando en silencio buenos vinos. En la distancia, el bos­que aquieta su hormiguero de vida hasta que, rayando la aurora, se despereza con sosiego, sin prisas, mientras el singular escenario natural se deja envolver por un sol vigori­zante. En la soledad del bosque no existe imaginación ni trasuntos del más allá; vive sus propias reglas en un hábitat especial; no quiere saber nada de erosión ni de conta­minación ni de gente malsana que lo ensu­cia y maltrata. Sólo quiere cumplir con su destino, fiel al servicio del común, a pesar del albur de una vida mundana que no siem­pre respeta el ideal de la civilización.
Como se ha dicho en tantas ocasiones, el Corpus Christi es una festividad muy anti­gua, cuyo origen en el orden católico se remonta hacia la mitad del siglo XIII. Como fiesta litúrgica, en Tacoronte se sabe de ella desde finales del siglo XVI, al cuidado de la cofradía del Santísimo Sacramento, que se instituyó en ese tiempo. Con anterioridad se tiene constancia de celebrarse dicha fiesta en la iglesia de San Pedro de Sauzal, cuando este beneficio parroquial tenía jurisdicción eclesiástica en toda la comarca de Acentejo. La cofradía del Santísimo Sacra­mento también tuvo asiento en la ermita de Santa Catalina, y permaneció vigente hasta mediados del siglo XIX, desapareciendo junto a otras cofradías debido a las desa­mortizaciones eclesiásticas dictadas por el Gobierno central.
De lo investigado se colige que en un tiempo muy lejano se mezclaba fácilmente 10 profano con 10 religioso, práctica erradi­cada por los obispos en sus visitas pastora­les a las parroquias. Nos lleva esta referen­cia al año 1602, cuando el prelado don Fran­cisco Martínez Ceniceros emite un mandato ordenando que la procesión del Santísimo se lleve a cabo con la mayor solemnidad, y anima la par­ticipación del pueblo según sus posibilidades. Asimismo, insiste en que delante de la sagrada forma no se representen comedias o act0s simi­lares de ningún tipo, salvo que estuvieran autorizados por el brazo ecle­sial.
El origen de la tradición floral está íntimamente ligado al sentimiento religioso desde un tiempo que se pierde en un pasado muy lejano. Hoy día, en el evento se cruzan la habi­lidad y la creatividad personal, donde la participación del pueblo es fundamental y necesaria para lograr objetivos en el plano personal y en el religioso. La manifestación alfom­brista ha acaparado el interés gene­ral y ha calado en una Sociedad que muestra inclinación por el disfrute de la sutileza y el ingenio, en un tiempo que fácilmente ente involucra lo serio con lo desenfadado, lo contestable con lo pla­centero.
Por lo que conocemos, la utilización de alfombras en la fiesta del Corpus Christi en esta Isla de Tenerife data del siglo XIX, siendo el ejemplo más notorio la primacía que ostenta la Villa de La Orotava desde 1847. Sin embargo, en 10 que respecta a Tacoronte, es en 1760 cuando se menciona que se utilizan ramas y flores en la fiesta, "según se acostumbra para la celebración de dicho día", dato que aparece en una reseña del investigador local Manuel Barrios Díaz, sin que se sepa cómo ni de qué forma se dis­ponían tales adornos. Sí que se habla de alfombras en el Corpus de Tacoronte del año 1898, en la calle del Calvario, donde un buen número de vecinos aparece enfrascado en diversos arreglos y adornos del trayecto pro­cesional…”

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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