El amigo de la ciudad de
Tacoronte; NICOLÁS PÉREZ GARCÍA. Remitió entonces (2015) estas notas que
tituló; “TACORONTE,
CORPUS CHRISTI PAISAJE DE COLOR Y ARMONÍA”: “…El día de la fiesta de las
alfombras, en su jornada matutina y laboriosa todo aparenta ser un laberinto,
pero el animado decorado de piezas que encajan y desencajan acaba por recobrar
finalmente el equilibrio estético, el compendio armonioso que se persigue.
Rayando el alba algunos alfombristas madrugadores ya llevan un buen trecho de
su trabajo; son los que comienzan su labor en penumbras mientras que en las
primeras horas del fresco amanecer la mayoría se va incorporando hasta formar
el enjambre humano y colorista que se adueña del singular paisaje.
Por otra parte, tras dos
semanas de trajín se dan los últimos toques al icono alfombrista, el gran tapiz
de la plaza del Cristo que lidera la primorosa exposición artesanal en homenaje
al Corpus Christi, cuando en las inmediaciones la jornada envuelta en arrebato
se sumerge de lleno en la tradición. Es un día de convivencia especial y de
incontables secuencias, en un espacio abierto donde la reciprocidad y el
compañerismo aúnan simples valores que se dejan llevar por la sensibilidad,
donde todos y cada uno persiguen una meta común en colaboración con la
naturaleza, y con la mirada puesta en el fundamento que se conmemora.
En este paraje histórico
de Tacoronte que es centro cívico y religioso de la ciudad, la festividad del
Corpus se abre a la imaginación que escapa con entera libertad a ras de tierra,
cada obrero dando vida a su idea a través de la flor, la semilla y los más
diversos materiales para adornar lo que será un sendero de homenaje en honor
del Santísimo Sacramento. Para el observador, la heterogénea y variopinta
actividad le hace meditar acerca de la inercia vital de un pueblo que por un
día se vuelca en una misión de conjunto fiel a la costumbre secular, reviviendo
el simbolismo inequívoco de la idiosincrasia que se apega con el paso de los
tiempos.
El Corpus Christi es
efeméride de un solo día, una jornada breve, placentera y llena de intensidad,
una fiesta de color y armonía que en lo más íntimo concilia sentimiento
religioso, habilidad y creatividad personal, en un escenario de contrastes y
con un común denominador. El origen de la celebración se pierde en un pasado
muy lejano, cuya evolución a través del tiempo ha devenido en la incorporación
de las alfombras y tapices que han hecho de la fiesta un evento más popular y
participativo, consecuencia de ello el ingenio que nace espontáneamente y llega
a sentar cátedra y escuela para los más pequeños que son el futuro, los
llamados a ser depositarios de lo mejor de sus padres y abuelos.
Siempre es primavera
cuando se conmemora el Corpus Christi. El calendario transporta la fiesta a la
época más esplendorosa de la ciudad-campo tacorontera, calificativo que ostenta
un municipio que es más pueblo que ciudad, tal es el semblante que pregona su
lozana campiña saturada de viñedos entre una rica teoría de cultivos. Será un
sentimiento patrio pero siempre me ha admirado la estampa graciable que ofrece
Tacoronte desde su majestuoso monte hasta la costa acantilada, privilegiada
atalaya que visiona el bucólico rincón pescador de El Pris y el atractivo
enclave residencial y turístico de Mesa del Mar, al abrigo de imponentes
escarpaduras.
En este pueblo norteño
de Tenerife son muchos los elementos que juegan con la fiesta de las alfombras.
Todavía quedan veteranos que no han dejado de participar desde hace muchos
lustros, hoy con la sapiencia de los años vividos, instruyendo y aconsejando.
Los jóvenes garridos aportan el impulso, los precoces chavales aprenden de la
experiencia y ejemplo de sus antecesores, la mujer borda la galantería de la
flor y realza el detalle delicado. La grandeza y la pequeñez son la ofrenda que
hace importante la fiesta. La plaza mayor jalonada de enormes árboles se hace
lienzo retador para el esforzado artista, que plasma en ella lo mejor de su
ingenio y capacidad.
Las calles adyacentes a
la plaza y el Camino Nuevo bajo su fronda de acacias se transmutan en un río de
gente que concita el reencuentro de amigos y familias en franca armonía
cromática, todos bregando en noble contienda con una faceta artística muy
popular en nuestro suelo isleño. Fuera del ambiente activo y casi trepidante del
escenario alfombrista existen otros tapices que la madre naturaleza dibuja con
maestría sin par. Es otra estampa plena de tonalidades la que ofrece un paisaje
vestido de todos los verdes, la “verde sinfonía” que recitara el esclarecido
poeta Emeterio Gutiérrez Albelo en alusión a Tacoronte; o aquella de la costa
acantilada que se luce entre turquesas de la mar generosa y bravía, o la del
lejano e inmutable horizonte que nos brinda y hurta tantos ocasos abigarrados
más allá del Atlante.
Siente bien respirar el
aroma de las flores y observar el ajetreo vocacional de los alfombristas.
Siente bien percibir las logradas formas de miríadas de pétalos y contemplar
los eslabones de cuadros que trazan una senda muy especial. Detrás de todo ello
un trabajo previo muy importante, la búsqueda de diversas especies vegetales
por montes, barrancos y riscales, a veces muy lejanos. Luego la paciencia y la
constancia logran esbozar los pequeños proyectos artísticos que acaban en una
huella efímera pero elocuente, una ringlera de imágenes pictóricas compitiendo
entre rabiosos colores y elegantes matices.
Una singularidad del
Corpus Christi de Tacoronte es el marco que acoge la celebración. Las dos
iglesias principales del término quedan enlazadas por un sendero floral entapizado
de homenajes para honra y gloria de la Sagrada Forma en su peregrinar
vespertino, cuyo entorno de sabor tradicional se rodea de la prestancia
ecológica que enseñorea el lugar. En este escenario late el corazón del pueblo
desde hace siglos. También la calle del Calvario fue epicentro del pueblo, por
donde antaño discurría el cortejo eucarístico hasta que el paseo de las acacias
le robó el protagonismo. Están ya lejos aquellos tiempos en que al igual que
ahora también los proyectos se escondían tras los sueños y lograban hacerse
realidad.
La memoria de viejas
épocas guarda algunos apuntes de incipientes manifestaciones florales en honor
del Santísimo por la fiesta del Corpus, siempre puntual el jueves siguiente al
domingo de la Santísima Trinidad. Se tiene noticia de los primeros
protagonistas que se comprometían con las celebraciones del pueblo, hoy para
nosotros modestos actos que en el decurso de los años han devenido en
acontecimientos de mayor categoría. En el lejano siglo XVIII, año de 1760, se
hace mención a la rama y flores que se acostumbra poner en la celebración del
Corpus Christi, parca referencia que no aclara cómo se disponen tales
ornamentos, pero que nos ilustra sobre la costumbre de antaño.
A fines del siglo XIX sí
se menciona que un grupo de jóvenes conforma una alfombra mediante moldes a ras
de tierra en la calle Calvario, en una extensión de cientos de metros, y que un
muchacho no deja de refrescar las flores con un regador. Y que otros tramos de
la misma calle se adornan con brezo y que en las casas se trabaja con
entusiasmo deshojando flores, poniendo colgaduras y haciendo otras cosas con
gran entusiasmo y alegría. Aquí ya se citan nombres, los primeros que conocemos
acerca de las alfombras de Tacoronte. Se menciona a la maestra doña Lola
(Dolores Alemán, casada con Nicolás Bonilla), a José Izquierdo Domínguez
(1864-1937), hombre entusiasta como pocos que no sólo se ocupa de su cometido
como secretario de la Corporación Municipal, sino que se ilustra en el arte
musical y que acabaría organizando y dirigiendo la banda del pueblo; y a otros
como Ambrosio Alonso González (n. 1863; padre de Elfidio y María Rosa Alonso),
Indalecio Hernández y Nicolás García. Todo esto ocurre en 1898 siendo alcalde
del lugar otro gran tacorontero, José Domínguez Ramos (1845-1940), que muy
pronto ocuparía la presidencia de la Diputación de Canarias. Era a la sazón
párroco de Santa Catalina don Damián Martín Hernández (n. 1845), que en el
tránsito de un siglo al otro permaneció más de 40 años en el pueblo.
En los primeros decenios
del siglo XX, la fiesta del Corpus no acaba de consolidarse y su discurrir es
discontinuo. Se habla de arreglos florales en los pórticos de las iglesias.
Luego las noticias refieren la década de 1930 cuando aparecen otros artesanos
de las alfombras, como el maestro de escuela Maximiliano Gil Melián
(1911-1989), la pintora y pianista Juanita Dorta Acosta, el vecino Cristóbal
Castro, el caricaturista José Morales Clavijo (1910-1978), y también algún
retazo del pintor surrealista Óscar Domínguez (1906-1957). De aquel entonces no
se dispone de muchas noticias al respecto, pero hay quien asegura que las
expresiones florales tienen mayor empuje a partir de 1932 de la mano del citado
Maximiliano Gil, que diseña y elabora una pequeña alfombra de flores —se supone
que por primera vez— en la plaza del Cristo recién pavimentada de cemento.
Algún periodista subraya
que durante la Guerra Civil española y siendo alcalde Tomás Sánchez Pérez
(1878-1962) se produce un notable impulso de la fiesta de las alfombras,
interviniendo el Ayuntamiento con los gastos de transporte de las ramas de
brezo desde el monte y el picado y molido de las mismas para complemento de los
tapices y pasillos. Y se asegura que en este tiempo fue gran entusiasta e
impulsor Cristóbal Castro, vecino de Santa Catalina, supliendo su falta de
conocimiento artístico con trabajo, ideas y buena disposición. De él se dice
que fue el primero en utilizar cereales en el largo pasillo que se
confeccionaba desde la puerta sur de la iglesia matriz hasta el cruce de la
calle del Durazno con el Camino Nuevo. Este pasillo sigue siendo hoy uno de los
motivos distinguidos de todo el tendido alfombrista.
El buen párroco don José
Pérez Reyes (1903-1955), que recaló en Tacoronte a comienzos de 1943, también contribuyó
a la solemnidad de las alfombras. Se estima que a mitad de dicha década es
cuando se cubrió de tapices todo el trayecto del Camino Nuevo o Camino de las
Acacias (hoy calle Teobaldo Power), que asciende desde el templo de Santa
Catalina hasta el Santuario del Cristo de los Dolores. Por estos años
interviene con asiduidad otro pintor tacorontero, Valerio José Padrón
(1929-1978), que emigraría a Venezuela para sobresalir con la acuarela. La
alfombra grande de la plaza se hacía con tierras de colores de Los Azulejos
(Las Cañadas del Teide), hasta que por razones ecológicas se utilizarían otros
materiales basados en la toba volcánica, el granito, marmolina y otros.
Son varios los cronistas
que sitúan la consolidación de las alfombras en los años cuarenta, con carácter
de continuidad desde entonces, destacando a Tacoronte como segundo pueblo de la
Isla en importancia después de La Orotava. A partir de aquella década de la
posguerra ha sido evidente el afán de superación y la mayor implicación del
vecindario como lo demuestra el número de tapices en la actualidad, casi 80, y
el mayor preciosismo y artística alzada de la alfombra de la plaza sobre una
superficie de un millar de metros cuadrados.
En la singladura de este
pueblo de Tacoronte por el siglo XX las etapas se suceden con variado signo, a
veces con éxito y otras no tanto. Sin embargo, en los últimos decenios de
nuestro tiempo se ha experimentado un avance notable en muchos sentidos, con
marcada distinción en el aspecto cultural, y esta fiesta del Corpus Christi
tiene mucho de cultura, y por supuesto de compromiso comunal, ya que el
auténtico protagonismo emana de un pueblo que ha sabido implicarse. Para que
esto ocurra es preciso que haya cauces de estímulo y apego por todo aquello que
tienda a mejorar el lugar donde se vive y convive…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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