Nos cuenta el amigo; JUAN
ALEJANDRO LORENZO LIMA Doctor en Historia de Arte por la Universidad de Granada
y licenciado por la de La Laguna, en su trabajo biográfico “EL CALVARIO. SIGLOS
DE HISTORIA, ARTE Y RELIGIOSIDAD EN LA OROTAVA”, en las paginas; 76, 77, 78,
79, y 80. En las que habla de un mayordomo abnegado de La Villa de La Orotava; DOMINGO ATANASIO
CALZADILLA Y OSORIO y sus importantes
donaciones para la Villa: “…Domingo Calzadilla fue uno de los clérigos más
piadosos y adinerados de cuantos vivieron en La Orotava de su tiempo, aunque
no supo ni quiso progresar en los estrechos márgenes que posibilitaba la
carrera eclesiástica a finales del siglo XVIII.
Cuando falleció
en enero de 1816 era un personaje
respetado, ya que, entre otras ocupaciones, hasta pocos meses antes sirvió como
capellán, colector y servidor interino en la iglesia matriz de la Concepción.
En fecha previa había sido vicario parroquial e incluso desempeñó las
ocupaciones de visitador y beneficiado", por lo que no debe soslayarse su
actitud a la hora de atender todo tipo de ministerios eclesiásticos durante la
década de 1790. De hecho, en un
informe remitido entonces al obispo Tavira, el párroco de la Villa de Abajo
informaba que era el séptimo capellán de su templo, además de «confesor de
hombres y mujeres que estudió con formalidad Latinidad, Filosofía y Teología».
Se revelaba también como «buen predicador y [un presbítero] de costumbres
eclesiásticas, capaz de desempeñar cualquier beneficio curado a que se le
destine», aunque no estaba «acomodado» por eludir los últimos concursos y
oposiciones a parroquias cercanas". Lo último no deja de ser cierto, pero
en esos momentos, al concluir el Antiguo Régimen, gozaba de una estabilidad
económica envidiable. Dicha coyuntura era resultado de su trayectoria vital y
de una dedicación a la Iglesia que pudo comenzar desde la infancia, cuando
debió integrarse por estrategia e interés familiar en el servicio de capellanías
impuestas o atendidas por sus parientes, antecesores y otros clérigos.
Nacido en marzo
de 1751, Domingo Calzadilla fue uno de
los hijos que José de Calzadilla y Magdalena Osario tuvieron en La Orotava
después de haber contraído matrimonio en febrero de 1749. Ya en la niñez ganó la protección de su tío abuelo Tadeo
Manuel Osario, quien antes de morir en marzo de 1760, cuando él no superaba los nueve años de edad, le nombró como
heredero de bienes y cantidades de dinero que otros familiares administraron en
su nombre". Ello le permitió ordenarse sin demasiados problemas y vincular
en su persona e intereses el patrimonio acumulado, cuyos beneficios no
dejarían de incrementar él y otros allegados con el paso del tiempo". Tal
fue así que acrecentó la rentabilidad de tierras dejadas por su padre al fallecer en marzo de 1779 y por su
madre años después, ya que, como era usual en la época, Magdalena alentó un
reparto «amigable y convencional» de la herencia antes de morir en marzo de
1800.
Sacó también gran rentabilidad a las capellanías e imposiciones
pías que otros parientes fundaron para la manutención de sacerdotes y
herederos de la familia. En este sentido, al mediar el siglo XVII' Domingo
García Calzadilla se había significado como un generoso mayordomo de la Virgen
de los Remedios existente en la parroquia de San Juan" y, por otra parte,
Juan García Calzadilla fundó en 1701 la ermita de San Bartolomé de La Corujera,
la que no dejaron de vincularse clérigos de los Calzadilla con
posterioridad". Entre esos descendientes se encuentra Domingo Atanasio,
porque, a raíz de lo que declara en su testamento de 1814, sabemos que durante
el último cuarto del Setecientos mejoró la vivienda y la viña de su ración
existente en Santa Úrsula, de modo que con el nuevo siglo -y siempre antes de
1810- sus misas en la ermita de La Corujera ya se habían reducido y no eran revidas
con regularidad". Además, fue titular del patronato y de la rica
capellanía de Inés López la Hermosa, al que perteneció, entre otros, el inmueble
de alto y bajo existente entre las calles de La Carrera y Rodapalla donde vivía
y que reconstruyó antes de 1788, de modo que el obispo Martínez de la Plaza
redujo el número de misas que debía atender hasta el mismo momento de su
muerte.
Lo importante ahora es valorar que este servicio regular al culto y a la
explotación de terrenos le granjeó un importante volumen de beneficios. Así,
en su declaración testamentaria enumera los bienes que había reunido a través
de compras o legados familiares, destacando en ese sentido algunas
adquisiciones que realizó a partir de la década de 1780 y la herencia recibida
por parte de su madre, no dividida hasta mayo de 1783. A ella pertenecieron
tierras en Tacoronte e Higa, al igual que una huerta de hortalizas situada «al
pie de la Hacienda de la Azadilla» en el Realejo Bajo. Sobre la última impuso
la celebración de una misa rezada a la Virgen de los Afligidos que recibía
culto en el convento franciscano de esa localidad, haciéndola coincidir con el
día de su fiesta u octava durante el mes de agosto".
Aunque en 1814 nombraba como herederos
a su hermano Mateo Calzadilla y al sobrino José de Calzadilla y Monte, dividió
entre el último y Fulgencio Melo Calzadilla - hijo de Fulgencio Melo y de su
hermana Catalina Calzadilla - gran
parte de los terrenos y otras propiedades que pudo acumular. No en vano, con
ellas debían costearse la celebración a perpetuidad de varias misas en la
ermita del Calvario, así como otras rezadas a la Virgen de la Candelaria en la
parroquia de la Concepción y al Cristo de la Cañita o Ecce Homo en el convento
agustino. Asimismo, dichos repartos beneficiaron a su sobrina San José Calzadilla,
quien acabaría profesando como monja de velo negro en el monasterio de San
José. Las atenciones al convento de religiosas dominicas tampoco fueron menores,
sobre todo antes del incendio que lo arruinó en 1815. De ahí que entregase a sus moradoras la «imagen de un Santo
Cristo venida de Lisboa» con su nicho forrado de terciopelo negro, un ropero de
pinsapo «hechura de la tierra», una taza grande de cristal «para que pongan en
ella las cédulas en las elecciones de la prelada», y un cuadro de San Lorenzo
con guarnición tallada y dorada que valoraba en 50 pesos".
Fue también un fervoroso devoto de San
Juan Nepomuceno, por lo que no es de extrañar que entre los cuadros de su
domicilio se encontrara una lamina suya". Junto a los eclesiásticos de la
iglesia de la Concepción cuidaba de una efigie de dicho santo que se había
colocado en ella a raíz de su consagración en 1788,
es decir, la misma que pudo adquirirse en Sevilla poco antes junto a
otras de similares características". De ahí que custodiase en su casa las
alhajas y demás atributos de plata, en cuya hechura había gastado sumas
considerables de dinero. Ordena que después de su muerte fueran depositadas en
la parroquia, aunque en primer lugar debía recibirlas el sacerdote y albacea
Ignacio de Llarena".
En agosto y en diciembre de 1813, mientras cantaba misa en el altar
mayor de la parroquia, Domingo Calzadilla sufrió ataques de perlesía que le
impidieron celebrar con regularidad en público. De ahí que a finales de ese año
pidiera oficiar de modo privado en un oratorio que fue habilitado para la
reserva del Santísimo en Semana Santa después de 1788, existente en la sacristía alta o camarín del templo. La idea
no convenció al mayordomo Domingo Valcárcel y Llarena, quien pronto se negaría
a ello y a otras peticiones que formulaba el «ya anciano vicario con el apoyo
de sus familiares y amigos»:". No contento con ese parecer, Calzadilla
escribió sin demora al obispo Manuel Verdugo y, ante una primera licencia dada
en Las Palmas el 20 de enero de 1814, tomó
la justicia por su mano y se personaría en dicha sala a la fuerza. El escándalo
desatado entonces entre los clérigos de la localidad fue mayúsculo, ya que en
sus muchas argumentaciones el propio vicario -y, sobre todo, tras un aval
interesado del médico Ignacio Vergara- advirtió que no podía cantar misa en el
presbiterio ni en otros altares del templo debido a las habituales corrientes
de aire. Contestado siempre por el mayordomo ante los problemas que tal
licencia ocasionaría en el futuro de cara al funcionamiento de la sala y a la
conservación de las alhajas de plata, el asunto se dirimió semanas después con
una restricción del prelado respecto a su primera idea". En todo caso, lo importante es que para defender su
opinión respecto a la buena salud del vi cario, en febrero de 1814 el
mismo Valcárcel argumentó que Calzadilla no sentía malestar «para ir con
bastante frecuencia de su casa a la ermita del Calvario y cuarto que allí ha
fabricado, sin embargo de quedar el Calvario en un paraje en que termina el
pueblo y sin que esté abrigado con edificio alguno de casas». De hecho, en él
«la brisa, que llaman parda, se hace tanto sentir» y no era favorable a sus
circunstancias vitales".
Hombre caritativo y de conducta reprochable en algunos aspectos, Domingo
Calzadilla no olvidó a quienes le habían ayudado durante los últimos años de
vida, justo cuando se acometieron complejas tareas de rehabilitación en la
ermita de San Isidro o de La Piedad que frecuentaba a diario. Esa coyuntura
explica que en su testamento de diciembre de 1814 refiera ciertos legados a
las criadas, amigos y familiares, destacando entre ellos los sobrinos mayores y
su hermano Mateo, a quien, además, dejaría en herencia una mesa de madera de
til de La Gomera y dos imágenes de la Magdalena y la Virgen de Belén”.
No obstante, en un codicilo posterior - que fue firmado ante el escribano
José Domingo Perdomo el 11 de enero de 1815, un año antes de morir - modificó sus últimas voluntades e instituyó
como herederos legítimos a Mateo, Francisco y Catalina Calzadilla y Osorio, los
tres hermanos que le sobrevivieron": Todos actuaban en beneficio del
interés familiar y al modo de un auténtico clan que copó puestos de
responsabilidad en la Iglesia, por lo que no es de extrañar que su sucesor en
el culto parroquial fuera en un primer momento el citado Mateo Calzadilla,
quien pertenecía ya a la Esclavitud del Señor de la Columna" y
optó a las órdenes mayores en fecha tardía. Al quedar desprotegido por la muerte de su hermano en enero de
1816, la conducta que tuvo a la hora de confesar, administrar los sacramentos y
asistir periódicamente a la iglesia no fue la mejor e incitó comentarios de
todo tipo entre los capellanes y eclesiásticos del coro. De ahí que un mes
después el presbítero Ignacio de Llarena concluyese que no estaba capacitado
para la labor sacerdotal y requiriera una amonestación «para que se esfuerce
a estudiar y sea más apto»:"…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
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