Cuando un servidor era aún un niño, SOMBRITA (Juan Albornoz
"Sombrita”, peso supe ligero, campeón de Europa 1965) estaba de moda en el
pugilismo tinerfeño, mi padre Juan Álvarez Díaz no era aficionado a ese
deporte, le era muy violento a igual que la luchada. Solo le gustaba el fútbol.
Mi tío materno Enrique Abréu González que también era un acérrimo aficionado al
fútbol desde su niñez, curiosamente una noche del principio de la década de los
años sesenta del siglo XX, nos llevó a mí y a mi primo Quique (hoy en Madrid),
a ver a Sombrita en la Terraza del desaparecido Cine Teatro Atlante de La
Orotava, después de presenciar varios combates de púgiles aficionados, se
esperaba la presencia del campeón Europeo de supe ligero Sombrita en el Ring
del centro de la Terraza. La espera de tanto tiempo sin aparecer el gran
Sombrita, se produce un henchido que los aficionados allí presente empiezan a
tirar las sillas al Ring. Nosotros asustados salimos inmediatamente para casa,
sin recoger la devolución del importe de las entradas que se estaba realizando
en la taquilla, por temor que nos pasase algo.
En fin Sombrita no apareció aquella noche en La Orotava, pero si en un
restaurante de la Cuesta de la Villa. Al día siguiente en el Cine de Arriba,
Cine Orotava o de Don Casiano se exhibía una película titulada “La Isla de los
tomates”, todo el mundo empezó a decir en voz que anoche ya la habían
presenciado en el Cine Atlante.
Mi amigo y compañero de profesión, especialista en el boxeo de elite; ANTONIO
SALGADO PÉREZ escribía en el matutino EL
DÏA del 25 de octubre del 2007, este articulo que tituló; “LAS NOCHES DE
SOMBRITA”: “... Lo han dicho los demás y lo ratificamos
nosotros: por encima de todas las cosas, Juan Cesáreo Albornoz Hernández
"Sombrita" fue el intérprete -y el héroe- de la noche más memorable
del boxeo tinerfeño. El 17 de julio de 1965 Sombrita batía por puntos al
italiano Sandro Leopoldo y conquistaba la corona europea de los pesos
superligeros. Nuestra mudéjar y santacrucera plaza de toros era una fiesta, un
profundo y gigantesco clamor que expandía la brisa atlántica y se mezclaba al
oleaje de la mar estañada por la luna? ¡Bravo, Sombrita; campeón, campeón,
campeón!...”
Jamás tuvo Tenerife un ídolo como aquel que ahora era llevado en volandas a
los vestuarios donde sus numerosísimos hinchas le oprimían, estrujaban y
palmoteaban. Y jamás tuvo a otro boxeador con la prestancia, la serenidad, la
armonía y el ritmo de Juan Albornoz Sombrita.
Ojeando la hemeroteca de los periódicos tinerfeños. El periodista y poeta "NIJOTA",
cuyo nombre era Juan Pérez Delgado, no era un asiduo seguidor de los deportes
pero cuando a Sombrita le ciñeron el fajín continental, escribió en el
matutino EL DÍA: "... En el pueblo
hispano-guanche/cierto orgullo insular crea/ ese título europeo/ por muy ligero
que sea./ Triunfó el polvoriento gofio/ sobre la pasta italiana/ en combate de boxeo/
de la pasada semana.
Los Rodríguez López, aquellos excelentes mecenas y
finos catadores del pugilismo, que gozamos en la década de los 60 del pasado
siglo, enseguida se dieron cuenta no sólo de la elegancia de aquel espigado
muchacho de denso lunar en el rostro -de ahí su cariñoso pseudónimo- sino que
captaron, al instante, su caballerosidad, su saber estar, su nobleza, ese
sustantivo que tantas veces ha adornado los sentimientos de los gladiadores del
"ring...".
El amigo y compañero de profesión; ANTONIO SALGADO PÉREZ. Escribía
de su debut en el campo profesional en noviembre de 1959: “... Aquella noche, en
el recordado y ya desaparecido Frontón Tenerife, emplazado en la prolongación
de la calle Ramón y Cajal, Sombrita, acostumbrado como "amateur" a la
distancia de seis asaltos de dos minutos, tenía ahora que afrontar, de lleno,
diez "rounds" de tres minutos cada uno. En el rincón opuesto, el
lagunero Mario; como premio de honor, el campeonato de Canarias de los pesos
ligeros. ¡Qué combate! Allí se observó algo que luego sorprendería: Sombrita
nunca se sentó a descansar entre las pausas de asalto y asalto. No quiso la
banqueta. No estaba cansado. No era un producto del gimnasio; era un atleta
natural, descubierto por Juan "El Rubio" allá, en Taco, gran vivero
de púgiles ; pulido por Longinos Hernández, en la popular "Sala
Price", de la calle Calvo Sotelo; y modelado por el madrileño Jorge
Moreno, un trío de inolvidables preparadores de cortes filantrópicos y
románticos, como aquellos mecenas y mentores que le ofrecieron a Sombrita toda
clase de facilidades para que alcanzara las metas que, por su evidente calidad
humana y deportiva, le correspondían. Sombrita, defensa y elegancia por
antonomasia era, en efecto, un atleta natural que con sus perros de caza, a los
que adoraba y viceversa, corría y corría por esos campos de Dios -como un día
nos confesó su más fiel amigo, Antonillo-, no sólo en plan cinegético sino para
fortalecer aquellas piernas que nunca le traicionaron sobre ese escenario donde
la violencia es reglamentada y que responde por cuadrilátero, parcela donde
como nos dijo Manuel Alcántara: "De repente, ha cuadrado la furia su
paisaje/Perfiles de moneda desgastada cita el gong con su aguda
campanada". Los insoslayables peligros del cuadrilátero, que con evidente
crueldad son conocidos, sólo se aminoran, aunque nunca se anulan, con una buena
preparación física y psicológica.
Nombrar a sus rivales es rememorar "Las noches de
Sombrita", aquella abarrotada plaza de toros, aquel nerviosismo ambiental,
aquella constelación de fumadores en sillas y gradas, aquel suspense que
producía las actuaciones del más elegante boxeador que ha dado Canarias, que
cuando se enfrentaba a los denominados "dinamiteros del ring" nos
ponía al borde de la lipotimia, no del infarto, que por aquel entonces era
vocablo apenas conocido porque las prisas y el colesterol aún eran conceptos
muy distantes. Sí, "Las noches de Sombrita", las noches del sábado,
de las lustrosas batas de seda, las noches de la araña grande del ring cuyo
fulgor destacaba, de una forma muy peculiar, la figura de aquel boxeador
longilíneo, de piernas finas y alto para su peso.
El catalán Boby Ros era un púgil sencillamente
extraordinario, un ortodoxo de la esgrima de los puños, una estrella de las
muchas que iluminaban y prestigiaban el boxeo español. Aún recuerdo sus
palabras tras haberse enfrentado a Sombrita:" Es increíble en sus reflejos
y en su cintura; apenas pude llegarle al rostro". Los puños del
inolvidable Fred Galiana contenían la potencia de fuego de un acorazado. Y su
cadencia combativa y sus desplantes no tenían parangón. ¡Cómo olvidarnos de tal
púgil al que Sombrita, incrédulo y nervioso, oyó cantar fandangos, con su
habitual desparpajo, a través de las antenas de Radio Club Tenerife, la víspera
de aquella trascendental contienda por el título de España. En su combate
número trece, Morfeo, por mandato del toledano Galiana, visitó la mente de
Sombrita?Un triunfador. Un derrotado. Lo eterno. Las dos contrafiguras de
siempre. Aquella amarga noche el coso taurino era un sepulcro. El silencio se
podía cortar. Sombrita no pudo escamotear su mentón en la cuna del deltoides. Y
la derecha de Galiana -como mucho más tarde la del argentino Valerio Núñez-
había brotado como un candente "geyser". Pero los mecenas de Sombrita
le animaron, le hicieron olvidar y le recomendaron un cambio de aires. Así, en
numerosos cuadriláteros peninsulares aplaudieron su técnica, su habilidad y su
estilo. Y también su nobleza y caballerosidad en este deporte donde se camina con
los músculos, se corre con los pulmones, se galopa con el corazón, se resiste
con el estómago y se triunfa con el cerebro. Siempre muy atento a los que le
susurraban desde el confesionario ubicado en la esquina del "ring",
jamás humilló a un vencido ni apretó el acelerador de su palpable dominio
cuando observaba la hecatombe de su rival, que nunca olvidaba aquel
comportamiento de señorío e indulgencia, aquel gesto de castigo innecesario.
Convencía de tal manera su ciencia boxística que no le hacía falta ganar por
fuera de combate para que los jueces le otorgaran al final de la lid la
puntuación de la victoria. Porque Sombrita, que repartía emoción, fue un
boxeador de puntos y no de caídas, un atleta del ensogado que boxeaba sobre la
puntas de sus zapatillas brindándonos las cadencias que, por aquel entonces,
también interpretaba pero con pases de puro ballet, y en las tierras del Tio
Sam, el irrepetible Cassius Clay, luego Muhammad Alí, que "revoloteaba
entre las cuerdas como una mariposa y picaba como una avispa" y que
alguien propuso, en su día, como serio candidato al premio Nobel de la Paz, al
negarse a tirotear en el Vietnam. El púgil tinerfeño, que también tenía derecho
al despiste, destapó éste en aquella gélida Navidad de 1965 en tierras teutonas
frente al local Willi Quattor, un sorprendido zocato que le arrebató la
simbólica corona continental, posiblemente porque el isleño, horas antes de la
contienda, había visto, demasiado cerca , el "muro de la vergüenza"
de Berlín, de pasillos alambrados, garitas, guardianes de torva mirada y
metralleta, donde unos focos pintaban obleas amarillas en la nieve.
Tenerife, ¡faltaría más!, tuvo su "Combate del
siglo": Sombrita- Barrera Corpas. Fecha: 15 de junio de 1968. El
parsimonioso maestro le dio una imborrable lección al iracundo y combativo
alumno. Aquel estilista, al que Juan Galarza Cabrera, en una genial caricatura,
imaginó como un director de orquesta, convirtió, con su erudita batuta, en
suave brisa, a aquel "Ciclón del Atlántico" que padeció en los doce
"rounds" establecidos lo que nadie había vaticinado ya que fue
herido, derribado en uno de los asaltos y vencido ampliamente por puntos.
Allá, en Gran Bretaña, cuna de este "noble
arte", en su etapa moderna, Sombrita encandiló a los londinenses con sus
directos de izquierda y sus fintas en los cuatro rincones del "ring”.
Levantó al público de sus asientos. No le ocurrió lo mismo en San Remo, donde
el joven Bruno Arcari le cortó las esperanzas de reconquistar el título de
Europa. Sombrita, tras aquel tropiezo, decide colgar los guantes. Y permanecen
así durante casi cinco años. En el otoño del 73, y cuando contaba treinta y
nueve años, anuncia, de forma sorpresiva, su vuelta al gimnasio y a los
cuadriláteros. Nadie lo cree. Pero todos lo comprueban cuando la noche del 6 de
octubre del citado año los aledaños de la plaza de toros de Santa Cruz están
colapsados por el público y por el tráfico. Todos, de nuevo, quieren ver al
ídolo. Previamente le habían quitado al coso taurino las telarañas producidas
por la ausencia del carismático campeón. Sombrita volvió a entusiasmar. Hizo
vibrar a las masas. Volvimos a presenciar aquella forma que tenía de saludar
con los brazos en alto, girando sobre sí mismo, con lentitud y con una
exquisita humildad. Aún conservaba su sencillez original, inmune al
"mareo" de la popularidad. Cuando los micrófonos lanzaron el
¡segundos, fuera; primer asalto! y Sombrita se puso en medio del
"ring", el eje de los privilegiados de las doce cuerdas, no había
perdido su habitual elegancia. Pero sus adversarios eran más jóvenes, más
osados, más rápidos, más peligrosos? Uno de éstos, el último que tuvo Sombrita,
se llamaba Perico Fernández, más tarde campeón mundial por sus puños de
pedernal.
Allá arriba, en el Barrio Nuevo Obrero, de Ofra, y en
la calle denominada Juan Albornoz "Sombrita" vivió, hasta el 18 de
enero de 1993, fecha en la que el campeón, que contaba 58 años , nació para la
muerte -por el traicionero golpe de un "pallet" portuario-; vivió,
decíamos, una leyenda deportiva que respondía por idéntico nombre. Junto a él,
Orlanda, su esposa, que le había dado tres frutos: Juan Manuel y las gemelas
María Cristina y María de los Ángeles.
El nombre de una calle para un legendario
representante de una milenaria manifestación del músculo que, por cierto, tuvo
en el insigne Homero a su primer cronista deportivo ya que éste narró en
"La Ilíada" la descripción de un combate entre Epeo y Euríalo.
Fue, evidentemente, un acierto del Ayuntamiento de
Santa Cruz, cuyo alcalde, por aquel entonces Manuel Hermoso Rojas, recogió e
hizo realidad las sugerencias y recomendaciones de un pueblo agradecido y de
excelente memoria para un personaje que muchas veces vistió de cuello duro y
corbata al pugilismo español y europeo en "Las noches de
Sombrita...".
Y siguiendo con la hemeroteca tinerfeña, aparece un artículo en el matutino
EL DÍA del día 11 de febrero del año
1962: “... Por Cuarta vez en esta reciente y luminosa etapa, Sombrita campeón de
España de los ligeros, subirá al ring del Palacio de los Deportes,. En las tres
últimas ocasiones su triunfo fue por la vida rápida, siendo su paso por el ring
casi meteorico, pulverizando a sus rivales, atónitos ante la lluvia de golpe
que con velocidad centelleante lanzaba sobre sus rostros el ídolo de la afición
tinerfeña. Su rival de esta noche, el púgil afecto a la Federación Centro,
Castellanos, ha sido el único que en esta más recientes actuaciones de Sombrita
ha sido capaz de aguantar en pie ocho asalto…”
Artículo en el matutino EL DÍA
del día 12 de febrero del año 1962: “... Sombrita vence
por puntos a Castellano…”
BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL
No hay comentarios:
Publicar un comentario