viernes, 23 de febrero de 2018

VISITANTES ILUSTRES DE LA VILLA DE LA OROTAVA, RASGUEADOS EN LAS COLUMNAS DEL DESAPARECIDO SEMANARIO “CANARIAS” CON ILUSTRACIÓN GRÁFICA, EN LA DÉCADA DE LOS AÑOS CINCUENTA DEL SIGLO XX



Fotografías ilustradas de los visitantes ilustres a la Villa de La Orotava, según crónica Don Isaac Cabrera y Domínguez Betancourt (Profesor Muyabil) 1º por la izquierda, publicadas en el desaparecido Semanario Canarias de la Villa en la década de los años cincuenta del siglo XX. 2º por la izquierda, Edward Hobart Seymour. 3º por la izquierda, Teobaldo Pówer. 4º por la izquierda, Don José Luján Pérez. Y 1º por la derecha, Don Domingo Pérez Cáceres

“…En la zona tórrida he encontrado sitios en donde es más majestuosa la Naturaleza, más rica en el desenvolvimiento de las formas orgánicas; pero después de haber recorrido las riberas del Orinoco, las Cordilleras del Perú y los hermosos valles de México, confieso no haber visto en ninguna parte un cuadro más variado, mas atrayente, mas armonioso, por la distribución de las masas de verdor y de las rocas…”   “F. A. Humboldt”

Escribía el recordado ensayista de la Villa, oriundo de la ciudad de La Laguna Don Isaac Cabrera y Domínguez Betancourt (Profesor Muyabil), en uno de sus escritos en el semanario “Canarias”, que el día 27 de Agosto del año 1955, visitó la Villa de La Orotava, el culto escritor y brillante periodista Excmo. Sr. Conde di San Salvatore, quien no rehusó dedicar los más cálidos elogios a la incomparable belleza de nuestro Valle. Indudablemente y en aquella ocasión este infatigable viajero  - ferviente enamorado de nuestro terruño -  había pronunciado, a principio del año 1954, una brillante disertación, en la Ciudad Eterna (Roma), para referir las impresiones obtenidas durante su estancia en Tenerife. Pues el Doctor Remo Renato Petillo dedicó en aquella ocasión un elogio a nuestras islas, aprovechando la feliz circunstancia de haber acabado de recorrerlas en su totalidad. Por ello, el Doctor Renato, preparaba una documentada conferencia  - acompañada de proyecciones -  en el Liceum Romano, situado entonces en el nº 27 de la Plazza Cola di Rienzo, destacada entidad que presidía una personalidad de tanto relieve como la Doctora Francesen Ambrosini Scaduto.
El 12 de Enero de 1892: El Almirante Edward Hobart Seymour, uno de los hombres más destacados de la Marina Real Inglesa en aquella época, realiza la ascensión al Teide, acompañado del joven Mr. Douglas, que residía en una finca del barrio de Salamanca, en Santa Cruz de Tenerife. La época elegida para llevar a cabo esta expedición no era la más recomendable, por hallarse el Pico completamente cubierto por la nieve, por cuyo motivo fue muy arriesgada. Para llegar a la cima fue necesario abrirse paso rompiendo los expedicionarios con hachas y picos, - que llevaban en precaución de tropezar con obstáculos -  las gruesas capas de hielo que encontraron en el sendero. Felizmente lograron vencer las dificultades que se presentaban, algunas muy peligrosas. Según comentarios de la prensa de entonces fue esta una de las expediciones más arriesgadas que se habían hecho en condiciones tan desfavorables; pero los viajeros dieron por bien sufridas las molestias experimentadas ante los maravillosos panoramas que, desde aquella altura, pudieron contemplar, elogiándolos calurosamente a cuantos les felicitaron a su regreso.
Escribía el letrado villero Jesús Hernández Acosta, que aquel músico genial e inolvidable, que fue Teobaldo Pówer, cuya fama traspasó las fronteras isleñas, para ser considerado sin regateos figura excepcional en los medios líricos nacionales y extranjeros, bien está recordar por lo que al aspecto local se refiere, un concierto que en los últimos destellos del siglo XIX diera en nuestra Villa. Precisamente en el viejo Teatro Municipal, ahora destruido, y que en el devenir del tiempo había de llevar su glorioso nombre. Concierto éste que en el decir de las gentes de entonces, constituyó un rotundo y señalado éxito, quedando así patentizada una vez más la justa fama de nuestro visitante ilustre paisano. El citado concierto tuvo lugar en el coliseo orotavense la noche del día 9 de Diciembre del año 1880. Acompañaban en aquella ocasión a Teobaldo Pówer los profesores Don Eduardo Bethencourt, Don Juan Padrón, Don Manuel Marti y Don Lorenzo Padrón, además del exquisito literato Don Ramón Gil Roldán y Martín, y que sería el autor de la amena crónica de este relato. Recordando la fina velada se expresaba así: ¿Quien entre nosotras ignora que el poético Valle La Orotava, mejor dicho, que la deliciosa Villa, que toma su nombre del fertilísimo suelo en donde se asienta, ha sabido en todas las épocas rendir culto al arte y sentir y comprender sus bellezas?. Así se explica su anhelo, reiteradamente manifestado de rendir el tributo de su admiración al canario ilustre que es hoy legitima honra del arte musical, a Teobaldo Pówer, al inspirado autor de los “Cantos Canarios”. He aquí sintéticamente expuesta la razón de aquel concierto memorable. Junto a Gounod y a Suppé, a Barbleri y a Galli, a Rossini, Litz y Ascher, el nombre de Pówer brilló con luz propia poniendo ese día toda su vena de Maestro consumado en la ejecución de los “Cantos Canarios”, a los que supo llevar el encendido amor que profesaba al folklore isleño, que en ellos cobran exaltada brillantez. Su culto a los valores de la tierra llegó a la veneración. Admiró profundamente el paisaje insular, que sirvió de guía a la magnificencia de su inspiración, tan acertada, sabia y elegante, apartada de las fáciles redundancias de la vulgaridad, y ajustada a los motivos amplios y fecundos de lo sublime y de lo alto, en donde el genio encontrara siempre franco el camino para su loables inquietudes. Y por eso si algo había de faltar en esa noche soñada de La Orotava, la radiante musa de Don Antonio Zerolo desgranó unos versos de presente valioso para Pówer, y de encumbramiento y alabanza para el pueblo que de manera cordial y elusiva, festejaba espléndidamente al distinguido paisano. El éxito fue grande. El aplauso del público unánime. Por el ambiente quedó flotando el dulce amasijo de una velada, que los viejos recordarían con ilusión, y que la Orotava se vanaglorió de patrocinar. De aquello no queda nada. Los años fueron borrando poco a poco un pedazo de historia. Y hasta los carcomidos muros repletos de secular soberanía, que supieron guardar sabiamente en su seno el hondo secreto de otra época, cedieron también ante el vendaval inusitado de la prosperidad ciudadana. Ellos ya no hablaran jamás. Se durmieron plácidamente en la eternidad. Quizás todavía, desde su lúgubre escondrijo, se rebelen intranquilos contra la historia. El Profesor Muyabil, decía de Pówer, que fue discípulo de Ambrosio Thomas y de Daniel Auber, había obtenido en 1.864, con solo dieciséis años de edad, el primer premio de armonía que le concedió el Conservatorio de París. Y finalmente transcribía unos versos publicados en “El Guanche” el 20 de Septiembre de 1.858 y dedicados al niño de diez años Teobaldo Pówer por la dulce y también poetisa Victorina Bridoux y Mazzini de Domínguez, perteneciente a la familia de Don Isaac Cabrera y Domínguez Betancourt (Profesor Muyabil): “…Pronto, sí, tu frente altiva/ Verás de Laurel ornada; / Tu fama será encumbrada/ Entre incienso alhagador:/ Más no olvides niño artista,/ Que nutre tantas ovaciones/ De entusiastas corazones,/ Sembré la primera flor…”
En el año 1862, Teobaldo Pówer sería pensionado por la Diputación Provincial de Barcelona para que continuara sus estudios, como alumno interno, en el Conservatorio de París, mientras Victoria Bridoux, que cantó y casi profetizó los futuros éxitos del niño artista, fallecía, precisamente en 1862, en nuestro Santa Cruz, a los veinte y siete años de edad, víctima de la epidemia de fiebre amarilla que azotó a la Capital Tinerfeña.
Las columnas del desaparecido semanario “Canarias” con la ilustración gráfica que le ofreció la figura muy amada del Prelado tinerfeño, el güimero Excmo. Señor Don Domingo Pérez Cáceres. Decía que el doctor Pérez Cáceres, apóstol de la Caridad, amoroso pastor espiritual vivía las alegrías, las tristezas, las ilusiones, las esperanzas de sus hijos; que llevaban en su corazón magnánimo a todos los pueblos isleños, sentía con los orotavenses, en aquellos momentos de sus manifestaciones solemnes religiosidad, su júbilo fervoroso. Don Domingo ilustró una época y, por sus sentimientos caritativos y profundamente humanos, por su manera cordial y compasiva de concebir la vida, pertenece a esa exigua y selecta dinastía de los grandes Apóstoles del agobio que dan la impresión de estar en el Mundo para levantar al caído, consolar al triste y ayudar al necesitado. Siempre en ejercicio de ternura, haciendo el bien sin mirar a quien, amando a todos sin distinción de clases, credos ni razas, da todo cuanto posee sin cálculos sin tardanzas, sin dejar nada para si. Seguro y convencido de que en este Mundo no existe ninguna felicidad ni en tener ni en adquirir, sino en dar y en consolar. El decía “No Tenemos nada y lo tenemos todo”. Un ministro español de la década de los cincuenta, pronunció esta bella frase, “nuestro insigne y ferviente Sacerdote no tiene más que lo que da”. No tenía otra cosa, por no poseer dinero, fincas ni acciones, pero lo tenía TODO porque tenía a su protector, que elevándolo por la Escalera de la Virtud, le señalaba y prometía el ámbito y su justicia que es lo permanente y eterno, mientras que todo lo demás sólo es fugaz y deleznable, pasa y muere como pasa y muere la espuma que va deshaciendo la ola. Don Domingo fue un bueno Obispo tinerfeño, párroco ejemplar de los mejores que tuvo la Diócesis, que en su pueblo natal - Guimar -  supo elevar la misión sacerdotal al rango de un apostolado constante, supo también ser Pastor de la Provincia con la misma calidad de ternura y de labor que siempre la caracterizaron y distinguieron. Tenerife le reverenció y le admiró con tan cálido y fervoroso cariño que no es ya la consideración que suele sentirse por aquel humilde Prelado de una Diócesis, sino la avasalladora, enardecida y grandiosa veneración que los pueblos saben sentir y demostrar a sus ídolos auténticos. Noble corazón el de Don Domingo, magnifico cuya conducta altísima imponía rectoría en la conciencia oscura de los hombres. Su merecida fama de bueno y caritativo traspasó las fronteras de nuestra provincia tinerfeña, para llegar a las más altas esfera de la Nación donde ministros, legisladores y hombres ilustres de España coincidían en conceptuar al Dr. Pérez Cáceres como figura más noble, más virtuosa, más digna de aplausos que ha producido el Archipiélago en el siglo XX. En el mismo semanario, escribía el sabio escultor villero, fundador de aquella célebre academia de dibujo municipal Don José Mª. Perdigón, sobre la estancia del imaginero canario Don José Luján Pérez en la Orotava. En el contexto mencionabas obras del canario en La Orotava. En la Parroquia de San Juan Bautista, la preciosa joya de Nuestra Sra. del Carmen orgullo de la Orotava, así como la valiosa Dolorosa de Gloria, como se le llama, que acompaña al Stmo. Cristo a la Columna, llamado el Diamante del ilustre escultor sevillano Don Pedro Roldán; dolorosa que fue hecha en casa de los señores Betancourt y Castro, donde se hallaba de temporada el escultor canario Don José Luján Pérez. También La Orotava tenía la suerte de poseer otra Dolorosa, que se venera en la Parroquia de la Concepción de esta Villa, así como la bella talla de San Juan Evangelista, y María Magdalena. Estas imágenes son las que acompañan el jueves Santo al Crucificado. Otra bella talla del mencionado Luján Pérez es un Crucifijo en la agonía que se halla en la sala de tesoro de la Parroquia de la Concepción. Porultimo mencionaba el maestro Perdigón, que en aquella época se conocieron y estrecharon amistad, Don José Luján Pérez con Fraile Ignacio Sánchez de Tapias, lector jubilado, y definidor de la provincia de Canarias en el convento de San Miguel de las Victorias, y Fraile Antonio López, lector de Artes del convento de la Orotava, (más conocido por el santero). En la Orotava hay varias imágenes talladas por este fraile, entre el Cristo Predicador de la Parroquia de la Concepción y el Señor en el Huerto que se venera en el Hospital dela Santísima Trinidad de esta Villa (un dato extraño, porque los historiadores  le atribuyen el Señor del Huerto al escultor Murga y el Predicador al imaginero Blas García). Y además según José María Perdigón en su escrito en el “Canarias” dice que, los pies de la última imagen fueron tallados, a ruego de este fraile, por el señor Luján Pérez. Don Luján conoció en el Puerto de la Cruz, a Don Antonio Manuel de la Cruz, que era pintor y estofador de mucho mérito. Este pasó a Gran Canaria a colaborar con el famoso maestro Luján y llevó a su hijo Luís que cultivaba con gran éxito la pintura. Llamados por el Señor Luján Pérez a Las Palmas residieron en la casa del esclarecido escultor, padre e hijo, dedicándose a la pintura. Entre los varios cuadros que pintor Don Luís de la Cruz, el maestro Perdigón cita; las coplas de los de la Catedral y retrato del ilustre Obispo Don Manuel Verdugo, que realizó con toda perfección y a gusto del Cabildo Catedral, por lo que le premiaron con cien pesos, entusiasmados por la maestría de su gran ejecución.

BRUNO JUAN ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR MERCANTIL

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