Fotografías
ilustradas de los visitantes ilustres a la Villa de La Orotava, según crónica
Don Isaac Cabrera y Domínguez Betancourt (Profesor Muyabil) 1º por la
izquierda, publicadas en el desaparecido Semanario Canarias de la Villa en la
década de los años cincuenta del siglo XX. 2º por la izquierda, Edward
Hobart Seymour. 3º por la izquierda, Teobaldo Pówer. 4º por la izquierda,
Don José Luján Pérez. Y 1º por la derecha, Don Domingo Pérez Cáceres
“…En la zona
tórrida he encontrado sitios en donde es más majestuosa la Naturaleza, más
rica en el desenvolvimiento de las formas orgánicas; pero después de haber
recorrido las riberas del Orinoco, las Cordilleras del Perú y los hermosos
valles de México, confieso no haber visto en ninguna parte un cuadro más
variado, mas atrayente, mas armonioso, por la distribución de las masas de
verdor y de las rocas…” “F. A. Humboldt”
Escribía el
recordado ensayista de la Villa, oriundo de la ciudad de La Laguna Don
Isaac Cabrera y Domínguez Betancourt (Profesor Muyabil), en uno de sus escritos
en el semanario “Canarias”, que el día 27 de Agosto del año 1955,
visitó la Villa de La Orotava, el culto escritor y brillante
periodista Excmo. Sr. Conde di San Salvatore, quien no rehusó dedicar los
más cálidos elogios a la incomparable belleza de nuestro Valle. Indudablemente
y en aquella ocasión este infatigable viajero - ferviente enamorado de
nuestro terruño - había pronunciado, a principio del año 1954, una
brillante disertación, en la Ciudad Eterna (Roma), para referir las
impresiones obtenidas durante su estancia en Tenerife. Pues el Doctor Remo
Renato Petillo dedicó en aquella ocasión un elogio a nuestras islas,
aprovechando la feliz circunstancia de haber acabado de recorrerlas en su
totalidad. Por ello, el Doctor Renato, preparaba una documentada
conferencia - acompañada de proyecciones - en el Liceum Romano,
situado entonces en el nº 27 de la Plazza Cola di Rienzo, destacada
entidad que presidía una personalidad de tanto relieve como la Doctora
Francesen Ambrosini Scaduto.
El 12 de Enero
de 1892: El Almirante Edward Hobart Seymour, uno de los hombres más
destacados de la Marina Real Inglesa en aquella época, realiza la
ascensión al Teide, acompañado del joven Mr. Douglas, que residía en una finca
del barrio de Salamanca, en Santa Cruz de Tenerife. La época elegida para
llevar a cabo esta expedición no era la más recomendable, por hallarse el Pico
completamente cubierto por la nieve, por cuyo motivo fue muy arriesgada. Para
llegar a la cima fue necesario abrirse paso rompiendo los expedicionarios con
hachas y picos, - que llevaban en precaución de tropezar con obstáculos -
las gruesas capas de hielo que encontraron en el sendero. Felizmente lograron
vencer las dificultades que se presentaban, algunas muy peligrosas. Según
comentarios de la prensa de entonces fue esta una de las expediciones más
arriesgadas que se habían hecho en condiciones tan desfavorables; pero los
viajeros dieron por bien sufridas las molestias experimentadas ante los
maravillosos panoramas que, desde aquella altura, pudieron contemplar,
elogiándolos calurosamente a cuantos les felicitaron a su regreso.
Escribía el
letrado villero Jesús Hernández Acosta, que aquel músico genial e inolvidable, que
fue Teobaldo Pówer, cuya fama traspasó las fronteras isleñas, para ser
considerado sin regateos figura excepcional en los medios líricos nacionales y
extranjeros, bien está recordar por lo que al aspecto local se refiere, un
concierto que en los últimos destellos del siglo XIX diera en nuestra Villa.
Precisamente en el viejo Teatro Municipal, ahora destruido, y que en el devenir
del tiempo había de llevar su glorioso nombre. Concierto éste que en el decir
de las gentes de entonces, constituyó un rotundo y señalado éxito, quedando así
patentizada una vez más la justa fama de nuestro visitante ilustre paisano. El
citado concierto tuvo lugar en el coliseo orotavense la noche del día 9 de
Diciembre del año 1880. Acompañaban en aquella ocasión a Teobaldo Pówer los
profesores Don Eduardo Bethencourt, Don Juan Padrón, Don Manuel Marti y Don
Lorenzo Padrón, además del exquisito literato Don Ramón Gil Roldán y Martín, y
que sería el autor de la amena crónica de este relato. Recordando la fina
velada se expresaba así: ¿Quien entre nosotras ignora que el poético Valle La
Orotava, mejor dicho, que la deliciosa Villa, que toma su nombre del
fertilísimo suelo en donde se asienta, ha sabido en todas las épocas rendir
culto al arte y sentir y comprender sus bellezas?. Así se explica su anhelo,
reiteradamente manifestado de rendir el tributo de su admiración al canario
ilustre que es hoy legitima honra del arte musical, a Teobaldo Pówer, al
inspirado autor de los “Cantos Canarios”. He aquí sintéticamente expuesta la
razón de aquel concierto memorable. Junto a Gounod y a Suppé, a Barbleri y a
Galli, a Rossini, Litz y Ascher, el nombre de Pówer brilló con luz propia
poniendo ese día toda su vena de Maestro consumado en la ejecución de los
“Cantos Canarios”, a los que supo llevar el encendido amor que profesaba al
folklore isleño, que en ellos cobran exaltada brillantez. Su culto a los
valores de la tierra llegó a la veneración. Admiró profundamente el paisaje
insular, que sirvió de guía a la magnificencia de su inspiración, tan acertada,
sabia y elegante, apartada de las fáciles redundancias de la vulgaridad, y
ajustada a los motivos amplios y fecundos de lo sublime y de lo alto, en donde
el genio encontrara siempre franco el camino para su loables inquietudes. Y por
eso si algo había de faltar en esa noche soñada de La Orotava, la radiante
musa de Don Antonio Zerolo desgranó unos versos de presente valioso para Pówer,
y de encumbramiento y alabanza para el pueblo que de manera cordial y elusiva,
festejaba espléndidamente al distinguido paisano. El éxito fue grande. El
aplauso del público unánime. Por el ambiente quedó flotando el dulce amasijo de
una velada, que los viejos recordarían con ilusión, y que la
Orotava se vanaglorió de patrocinar. De aquello no queda nada. Los años
fueron borrando poco a poco un pedazo de historia. Y hasta los carcomidos muros
repletos de secular soberanía, que supieron guardar sabiamente en su seno el
hondo secreto de otra época, cedieron también ante el vendaval inusitado de la
prosperidad ciudadana. Ellos ya no hablaran jamás. Se durmieron plácidamente en
la eternidad. Quizás todavía, desde su lúgubre escondrijo, se rebelen
intranquilos contra la historia. El Profesor Muyabil, decía de Pówer, que fue
discípulo de Ambrosio Thomas y de Daniel Auber, había obtenido en 1.864, con
solo dieciséis años de edad, el primer premio de armonía que le concedió el
Conservatorio de París. Y finalmente transcribía unos versos publicados en “El
Guanche” el 20 de Septiembre de 1.858 y dedicados al niño de diez años Teobaldo
Pówer por la dulce y también poetisa Victorina Bridoux y Mazzini de Domínguez,
perteneciente a la familia de Don Isaac Cabrera y Domínguez Betancourt
(Profesor Muyabil): “…Pronto,
sí, tu frente altiva/ Verás de Laurel ornada; / Tu fama será encumbrada/ Entre
incienso alhagador:/ Más no olvides niño artista,/ Que nutre tantas ovaciones/
De entusiastas corazones,/ Sembré la primera flor…”
En el año
1862, Teobaldo Pówer sería pensionado por la Diputación Provincial de
Barcelona para que continuara sus estudios, como alumno interno, en el
Conservatorio de París, mientras Victoria Bridoux, que cantó y casi profetizó
los futuros éxitos del niño artista, fallecía, precisamente en 1862, en nuestro
Santa Cruz, a los veinte y siete años de edad, víctima de la epidemia de fiebre
amarilla que azotó a la Capital Tinerfeña.
Las columnas
del desaparecido semanario “Canarias” con la ilustración gráfica que le ofreció
la figura muy amada del Prelado tinerfeño, el güimero Excmo. Señor Don
Domingo Pérez Cáceres. Decía que el doctor Pérez Cáceres, apóstol de la
Caridad, amoroso pastor espiritual vivía las alegrías, las tristezas, las
ilusiones, las esperanzas de sus hijos; que llevaban en su corazón magnánimo a
todos los pueblos isleños, sentía con los orotavenses, en aquellos momentos de
sus manifestaciones solemnes religiosidad, su júbilo fervoroso. Don Domingo
ilustró una época y, por sus sentimientos caritativos y profundamente humanos,
por su manera cordial y compasiva de concebir la vida, pertenece a esa exigua y
selecta dinastía de los grandes Apóstoles del agobio que dan la impresión de
estar en el Mundo para levantar al caído, consolar al triste y ayudar al
necesitado. Siempre en ejercicio de ternura, haciendo el bien sin mirar a
quien, amando a todos sin distinción de clases, credos ni razas, da todo cuanto
posee sin cálculos sin tardanzas, sin dejar nada para si. Seguro y convencido
de que en este Mundo no existe ninguna felicidad ni en tener ni en adquirir,
sino en dar y en consolar. El decía “No Tenemos nada y lo tenemos todo”. Un
ministro español de la década de los cincuenta, pronunció esta bella frase,
“nuestro insigne y ferviente Sacerdote no tiene más que lo que da”. No tenía
otra cosa, por no poseer dinero, fincas ni acciones, pero lo tenía TODO porque
tenía a su protector, que elevándolo por la Escalera de la Virtud,
le señalaba y prometía el ámbito y su justicia que es lo permanente y eterno,
mientras que todo lo demás sólo es fugaz y deleznable, pasa y muere como pasa y
muere la espuma que va deshaciendo la ola. Don Domingo fue un bueno Obispo
tinerfeño, párroco ejemplar de los mejores que tuvo la Diócesis, que en su
pueblo natal - Guimar - supo elevar la misión sacerdotal al rango de un
apostolado constante, supo también ser Pastor de la Provincia con la
misma calidad de ternura y de labor que siempre la caracterizaron y
distinguieron. Tenerife le reverenció y le admiró con tan cálido y fervoroso
cariño que no es ya la consideración que suele sentirse por aquel humilde
Prelado de una Diócesis, sino la avasalladora, enardecida y grandiosa
veneración que los pueblos saben sentir y demostrar a sus ídolos auténticos.
Noble corazón el de Don Domingo, magnifico cuya conducta altísima imponía
rectoría en la conciencia oscura de los hombres. Su merecida fama de bueno y
caritativo traspasó las fronteras de nuestra provincia tinerfeña, para llegar a
las más altas esfera de la Nación donde ministros, legisladores y
hombres ilustres de España coincidían en conceptuar al Dr. Pérez Cáceres como
figura más noble, más virtuosa, más digna de aplausos que ha producido el
Archipiélago en el siglo XX. En el mismo semanario, escribía el sabio escultor
villero, fundador de aquella célebre academia de dibujo municipal Don José Mª.
Perdigón, sobre la estancia del imaginero canario Don José Luján
Pérez en la Orotava. En el contexto mencionabas obras del
canario en La Orotava. En la Parroquia de San Juan Bautista, la
preciosa joya de Nuestra Sra. del Carmen orgullo de la Orotava, así como
la valiosa Dolorosa de Gloria, como se le llama, que acompaña al Stmo. Cristo
a la Columna, llamado el Diamante del ilustre escultor sevillano Don Pedro
Roldán; dolorosa que fue hecha en casa de los señores Betancourt y Castro,
donde se hallaba de temporada el escultor canario Don José Luján Pérez.
También La Orotava tenía la suerte de poseer otra Dolorosa, que se
venera en la Parroquia de la Concepción de esta Villa, así
como la bella talla de San Juan Evangelista, y María Magdalena. Estas imágenes
son las que acompañan el jueves Santo al Crucificado. Otra bella talla del
mencionado Luján Pérez es un Crucifijo en la agonía que se halla en la sala de
tesoro de la Parroquia de la Concepción. Porultimo mencionaba el
maestro Perdigón, que en aquella época se conocieron y estrecharon amistad, Don
José Luján Pérez con Fraile Ignacio Sánchez de Tapias, lector jubilado, y
definidor de la provincia de Canarias en el convento de San Miguel de las
Victorias, y Fraile Antonio López, lector de Artes del convento de la
Orotava, (más conocido por el santero). En la Orotava hay varias
imágenes talladas por este fraile, entre el Cristo Predicador de la
Parroquia de la Concepción y el Señor en el Huerto que se venera
en el Hospital dela Santísima Trinidad de esta Villa (un dato extraño,
porque los historiadores le atribuyen el Señor del Huerto al escultor
Murga y el Predicador al imaginero Blas García). Y además según José María
Perdigón en su escrito en el “Canarias” dice que, los pies de la última imagen
fueron tallados, a ruego de este fraile, por el señor Luján Pérez. Don Luján
conoció en el Puerto de la Cruz, a Don Antonio Manuel de la Cruz, que
era pintor y estofador de mucho mérito. Este pasó a Gran Canaria a colaborar
con el famoso maestro Luján y llevó a su hijo Luís que cultivaba con gran éxito
la pintura. Llamados por el Señor Luján Pérez a Las Palmas residieron en la casa
del esclarecido escultor, padre e hijo, dedicándose a la pintura. Entre los
varios cuadros que pintor Don Luís de la Cruz, el maestro Perdigón cita;
las coplas de los de la Catedral y retrato del ilustre Obispo Don
Manuel Verdugo, que realizó con toda perfección y a gusto del Cabildo Catedral,
por lo que le premiaron con cien pesos, entusiasmados por la maestría de su
gran ejecución.
BRUNO JUAN
ÁLVAREZ ABRÉU
PROFESOR
MERCANTIL
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